"... el capitalismo se ha trocado en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un cierto grado muy alto de su desarrollo,

cuando algunas de las propiedades fundamentales del capitalismo han comenzado a convertirse en su antítesis,

cuando han tomado cuerpo y se han manifestado en toda la línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada.

Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitución de la libre concurrencia capitalista por los monopolios capitalistas ".
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LENIN - LA CONQUISTA DEL PODER - PARTE III
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XVIII.

LA RECONQUISTA DEL PARTIDO

Kamenev, que había llegado a Petrogrado con Stalin y Muranov el 10-23 de marzo, había vuelto a hacerse cargo inmediatamente de Pravda, cuya publicación se había reanudado cinco días antes por iniciativa del Comité de la organización bolchevique de Petrogrado. Chliapnikov había sido el encargado de su reaparición, en su calidad de miembro del Buró del Comité central. Para la realización de esa tarea se le asociaron sus dos colegas, Molotov y Zalutski. Los primeros números, apresuradamente formados (la decisión del Comité se tomó el 3 de marzo, y el 5 estaba ya el periódico en venta en los quioscos), dejaba bastante que desear. Con excepción del editorialista Olminski, un veterano de la Pravda de antes de la guerra, los colaboradores fueron escogidos sin gran cuidado. Había prisa y se tomaba a cualquiera. El contenido de los números se resentía. Pero aun así, caminando a tientas, trataban de seguir la línea leninista inspirándose en las tesis de septiembre llegadas a Rusia. Un anónimo declaraba en el primer número que había que llevar la revolución "hasta el final" y preconizaba, con ese fin, la creación de "una guardia proletaria y democrática". Para conjurar la crisis del abastecimiento, era necesario "confiscar todos los depósitos formados por el antiguo Gobierno, por el Ayuntamiento, los bancos, etc." Para detener "la sangrienta carnicería impuesta a los pueblos por sus gobiernos" había que entrar, en contacto con el proletariado de los países beligerantes. En el tercer número, Olminski exhortaba "a los camaradas franceses, ingleses e italianos" a "iniciar inmediatamente la lucha contra la coalición de la burguesía de todos los países beligerantes y, antes que nada, con los de Alemania" para terminar la guerra "en condiciones razonables", pero sin precisar en qué deberían consistir éstas según él.

Al recordar esos primeros números, Sukhanov, uno de los dirigentes del Soviet de Petrogrado, escribe en sus interesantes Notas sobre la Revolución: "Pravda era entonces un órgano caótico en el que colaboraban escritores y políticos dudosos. Sus furibundos artículos, su afán de explotar los instintos desencadenados de las masas, no tenían objetivos precisos ni finalidad determinada." Kamenev sacó la misma impresión de su primer contacto con la redacción del periódico. Se la confió a Sukhanov con estas palabras :

"¿Lee usted Pravda? ¿No es cierto que habla un lenguaje perfectamente indecente? En general, reina un estado de ánimo intolerable. Su reputación es bastante mala. En los círculos obreros hay descontento. Desde que he llegado me encuentro desesperado. ¿Qué hacer? He pensado incluso suspender esa Pravda y publicar un nuevo órgano central. Pero es imposible. Hay demasiadas cosas en nuestro partido que están unidas al nombre de Pravda. El título debe de subsistir, pero hay que rehacer el periódico de otra manera."

Esta "otra manera" se reveló bien claramente en el artículo que publicó en el número del 14 de marzo. Decía: "Es inútil decirnos, a nosotros los socialdemócratas revolucionarios, que el Gobierno provisional puede contar con el apoyo resuelto del proletariado revolucionario, en la medida en que luche efectivamente contra los vestigios del antiguo régimen... No necesitamos forzar los acontecimientos. Se desarrollan por sí mismos con una extraordinaria rapidez... Sería un error político plantear desde ahora la cuestión de un cambio del Gobierno provisional:.. La cuestión de tomar el poder sólo se planteará a la democracia rusa cuando el Gobierno de los liberales muestre su agotamiento."
Al día siguiente abordaba el problema de la guerra: "La guerra continúa porque el ejército alemán no ha seguido el ejemplo del ejército ruso y sigue obedeciendo a su emperador. Cuando un ejército se mantiene frente a otro, la política más insensata consistiría en proponer a uno de ellos deponer las armas y volver a sus hogares. Eso no sería una política de paz, sino una política de esclavitud que el pueblo ruso rechazaría con indignación. No, permanecerá firme en su puesto, respondiendo a la bala con la bala, al obús con el obús. No hay la menor duda.

"El soldado y el oficial revolucionarios no abandonarán las trincheras para ceder el lugar al oficial y al soldado alemanes o austríacos que no han tenido todavía el valor de derrocar a su Gobierno. No debemos tolerar ninguna desorganización de las fuerzas armadas de la revolución. La guerra debe terminarse de una manera organizada, mediante un acuerdo entre los pueblos que se han liberado y no con una sumisión a la voluntad del vecino invasor e imperialista...

"Nosotros no damos la consigna de desorganizar el ejército revolucionario ni hacemos el llamamiento hueco de ¡abajo la guerra! Nuestra consigna es: presión sobre el Gobierno provisional para obligarlo a que intente públicamente, ante la democracia del mundo entero, convencer a los países beligerantes de la necesidad de empezar inmediatamente las conversaciones sobre los medios de cesar la guerra. Hasta entonces, cada quien debe seguir en su puesto de combate."
Ese artículo llenó de asombro a los lectores habituales de Pravda. (El periódico se había creado rápidamente una clientela numerosa en los medios obreros, en los que, contrariamente a lo que pensaba Kamenev, gustaba mucho la actitud combativa adoptada en sus comienzos.) Escuchemos a Chliapnikov, separado por la nueva dirección:
"La noticia resonó en todo el palacio de Tauride: victoria de los bolcheviques prudentes y moderados sobre los bolcheviques extremistas... En las fábricas, ese número de Pravda dejó perplejos a los miembros de nuestro partido y a los simpatizantes, mientras se notaba entre nuestros adversarios una satisfacción manifiesta."

En efecto, la prensa burguesa, siempre rebosante de prosperidad, mostraba gran regocijo, y Sukhanov hacía observar irónicamente al nuevo dirigente del órgano bolchevique que el periódico menchevique marchaba claramente más a la izquierda que el suyo.

En el número siguiente, Kamenev cedió el lugar a Stalin, que se suponía compartía con él la dirección de Pravda. Este se mostró un poco más circunspecto. "Si la actual situación internacional de Rusia correspondiese a la de Francia en 1792 —escribía—, si tuviéramos frente a nosotros una coalición contrarrevolucionaria de reyes que persiguiera la finalidad precisa de restablecer en Rusia el antiguo régimen, es indudable que la socialdemocracia, lo mismo que los revolucionarios franceses, se habría levantado como un solo hombre en defensa de la libertad. Pues es evidente que la libertad adquirida a precio de sangre debe ser defendida, con las armas en la mano, contra todas las tentativas contrarrevolucionarias, procedan de donde procedan." Pero, estima Stalin, la guerra actual no es más que una "carnicería imperialista". No hay razón ninguna, por tanto, para sonar el clarín y proclamar: «¡La libertad está en peligro! ¡Viva la guerra!" ¿Cuál es, en esas condiciones, la actitud que debe apoyar el partido bolchevique? "Ante todo —responde Stalin—, es indudable que la consigna pura y simple de Abajo la guerra es prácticamente inutilizable en lo absoluto, ya que en nada puede contribuir a obligar a los beligerantes a cesar la guerra." ¿Dónde está la solución? "La solución —según Stalin— consiste en presionar al Gobierno provisional, exigir que se declare dispuesto a entablar inmediatamente conversaciones de paz sobre la base del reconocimiento del derecho de autodeterminación de los pueblos. Sólo en ese caso puede la consigna de Abajo la guerra engendrar una poderosa campaña política que arranque la máscara a los imperialistas y descubra a plena luz el verdadero rostro de la guerra."

Esa era, por tanto, la misma fórmula de "presión sobre el Gobierno", lo que presuponía su reconocimiento implícito como tal. Y, mientras tanto, Lenin se desgañitaba repitiendo que la única actitud que cabía adoptar frente a ese Gobierno era su derrocamiento...

Había también el espejismo de la próxima Asamblea Constituyente, a la que se atribuía la posesión de los remedios para todos los males y que estaba destinada, se decía, a convertirse en la regeneradora del país. En su artículo del 18 de marzo, Stalin reclamaba que fuera convocada "lo más rápidamente posible", ya que, según él, era "la única institución con autoridad para todas las capas de la sociedad, capaz de coronar la obra de la revolución y de cortar las alas a la contrarrevolución que se levanta".

Mientras tanto, Kamenev clamaba "¡organización, organización, organización!" Lenin, como ya lo hemos visto, la pedía también con todas sus fuerzas. Pero no era la misma. Mientras él pensaba en apretar las filas en el interior del partido, en transformar a éste en un instrumento de combate revolucionario poderosamente armado y estrictamente disciplinado, Kamenev estimaba que "habiendo llegado el momento en que la clase obrera puede y debe obtener la mejoría de su situación económica y la consolidación de las conquistas realizadas interviniendo como una fuerza unida y organizada", había que crear "lo más rápidamente posible"... ¡sindicatos profesionales y tribunales de arbitraje destinados a juzgar los conflictos entre patronos y obreros! "Nada de estrépitos esporádicos —recomendaba este discípulo de Lenin—; antes de decidirse a pasar a la acción, nuestros camaradas deben calcular bien sus pasos y dirigirse previamente a sus organizaciones profesionales y a las de nuestro partido." Era, evidentemente, la prudencia personificada, esa clase de prudencia que mata las revoluciones.

En los números de los días 21 y 22 de marzo (estilo ruso), Kamenev hizo publicar la primera de las Cartas desde lejos que le mandó Ganetzki desde Estocolmo. Las siguientes no aparecieron. ¿Por qué? Se pretendió que se habían extraviado en el camino. Pero Krupskaia afirma categóricamente en sus Recuerdos que "se quedaron en los expedientes de la redacción", o sea que los dirigentes de Pravda no consideraron oportuna su publicación.

Al llegar a Suecia pudo Lenin, por fin, conocer los números de Pravda. Ignoro si el paquete que le entregó Ganetzki al verlo contenía todos los números publicados o una simple selección; el caso es que los que leyó le disgustaron profundamente. No conozco tampoco los detalles de la conversación habida entre Lenin y Kamenev en el tren que los llevó a Petrogrado, pero todo hace pensar que este último debió escuchar duros reproches.

Lo que más le importaba a Lenin era saber si la corriente oportunista y conciliadora que parecía dominar en la redacción de Pravda tenía prolongaciones en las esferas de los dirigentes del partido. Quiso aclarar la situación en su primer contacto con sus partidarios. Por tanto, para responder a los discursos de bienvenida con que lo habían saludado los principales representantes de la organización bolchevique de Petrogrado que lo recibieron en el hotel de Kchesinskaia, Lenin, en lugar de pronunciar las tradicionales y breves palabras de agradecimiento (eran cerca de las dos de la mañana), les sacó en el acto todo un discurso-programa que duró dos largas horas y dejó a los asistentes profundamente impresionados. Un "neutral", el sovietista Sukhanov, a quien se permitió asistir a la recepción, escribe en sus Notas: "Jamás olvidaré ese discurso, que cual un trueno llenó de estupor y de admiración no sólo a un herético como yo que se encontraba allí por casualidad, sino también a todos los ortodoxos presentes. Afirmo que nadie esperaba una cosa parecida."

Fue una larga improvisación. Lenin se había dejado llevar por su inspiración, pero como no hacía más que repetir lo que no había cesado de clamar y de proclamar en sus escritos y en sus cartas desde el principio de la guerra, su exposición fue de una cohesión, de una potencia y de una ordenación notables. Desgraciadamente, a ninguno de los asistentes se le ocurrió transcribirlo, y para reconstituirlo nos vemos reducidos al análisis que da Sukhanov. Creo útil reproducirlo, a falta de algo mejor, tanto más cuanto que ninguno de los editores de las Obras completas de Lenin ha juzgado necesario recogerlo. Tiene la palabra Sukhanov:

"Lenin empezó haciendo esta comprobación: la revolución socialista mundial está a punto de estallar. Esto es una consecuencia de la guerra mundial. La guerra imperialista no podía dejar de transformarse en guerra civil y no podía terminarse más que por una guerra civil, por una revolución socialista mundial.

"Lenin ridiculizó la política de paz del Soviet. No, no son "comisiones de contacto" las que tienen que liquidar la guerra mundial... Lenin se separaba resueltamente del Soviet y lo rechazaba rotundamente, por completo, al campo hostil...

"Con su manifiesto del 14 de marzo, el Soviet llama a los pueblos a la revolución socialista mundial. ¡Vaya una concepción pequeñoburguesa! No, las revoluciones no se convocan, no se aconsejan. Las revoluciones nacen, maduran y crecen por sí solas. El manifiesto alaba ante Europa los triunfos alcanzados: habla de "la fuerza revolucionaria de la democracia", de la "libertad política total". ¿Cuál es esta fuerza cuando a la cabeza del país se encuentra la burguesía imperialista? ¿Cuál es esta "libertad política", cuando los documentos diplomáticos secretos no han sido publicados ni pueden serlo? ¿Cuál es esa libertad de palabra cuando todos los medios de impresión están en manos de la burguesía y bajo la protección del gobierno burgués?

"Cuando mis camaradas y yo veníamos hacia aquí, creí que se nos iba a conducir directamente de la estación a la prisión de la fortaleza Pedro y Pablo. No ha sido así, como vemos. Pero no perdamos la esperanza de que pueda suceder.

"El Soviet "revolucionario-defensista" dirigido por oportunistas, por Scheidemann rusos, no puede ser más que un arma en manos de la burguesía. Para que sea el arma de la revolución socialista mundial es necesario primero conquistarlo, transformarlo de pequeñoburgués en proletario. Por el momento, la fuerza bolchevique no es suficientemente grande para lograrlo. ¡Pues bien, aprendamos a estar en minoría, aclaremos, expliquemos, convenzamos...!"

La parte final del discurso de Lenin es resumida así por Sukhanov:  "Para terminar, el tronante orador atacó a los que se hacen pasar falsamente por socialistas. No son sólo nuestros dirigentes sovietistas, las mayorías de los partidos socialistas europeos, los que no valen nada, sino también las minorías que exhiben tendencias internacionalistas y pretenden haber roto con la "paz social". Ni por un solo instante se les puede considerar camaradas de combate. Él, Lenin, gracias a Dios, ha atravesado de un lado a otro, con el camarada Zinoviev, por Zimmerwald y Kienthal. Únicamente la izquierda zimmerwaldiana monta guardia junto a la causa del proletariado y de la revolución mundial. Los demás no son sino oportunistas que dicen buenas palabras, pero que en realidad traicionan secreta, si no abiertamente, los intereses de las masas trabajadoras. El "socialismo" contemporáneo es el enemigo del proletariado internacional. Hasta el nombre de la socialdemocracia está enlodado y manchado de traición. Es imposible purificarlo, hay que rechazarlo. Simboliza la traición a la clase obrera. Hay que sacudir de los pies, sin tardanza, el polvo de la socialdemocracia, quitar la "ropa sucia" y adoptar el nombre de partido comunista."

Esta perorata fue saludada con aplausos entusiásticos. Todo el mundo batía palmas. Los militantes medios con frenesí, fascinados, sumergidos en una especie de éxtasis, arrastrados por el torbellino de esas palabras inauditas. Los jefes con deferencia, tratando, en la medida de lo posible, de ocultar su desilusión, su desconcierto. Sukhanov trató de abordar a Kamenev. "¿Y bién, ¿qué le parece?", le preguntó con ligero sarcasmo. El otro esquivó la pregunta, repitiendo con aire molesto : "Esperemos, esperemos..."

"Me dirigí —escribe el "herético" Sukhanov— a un segundo y. luego a un tercer ortodoxo. Todos sonreían evasivamente, agachaban la cabeza y eran absolutamente incapaces de decir algo."

Lo que parecía tan extraño y tan complicado era, sin embargo, bien sencillo y bien claro. Ese discurso era una condenación radical de la política adoptada por los hombres que habían tomado la dirección del partido bolchevique y que se mostraban dispuestos a colaborar con los socialpatriotas del Soviet, es decir, a pactar con el Gobierno provisional y (¿quién sabe?) quizá también a formar parte del mismo en una eventual reorganización ministerial. Estos hombres tenían la suficiente inteligencia para darse cuenta de que las palabras de Lenin acababan con sus esperanzas. Pero el "bolchevique medio" sintió pasar, por el contrario, un auténtico soplo revolucionario que hasta ese momento le estaba faltando a la "gloriosa revolución" de febrero. Todo lo que acababa de oír era aún demasiado nuevo para él y los horizontes que abría Lenin ante sus ojos, con un gesto tan brutal, parecían demasiado vastos, lo inundaban con una luz demasiado cruda, pero sintió instintivamente que, en su subconsciente, aspiraba a esos horizontes y que sus ojos deslumbrados por la revolución burguesa pedían esa luz. Eran ellos esos "bolcheviques medios", los que representaban la verdadera fuerza del partido. Con ellos contaba Lenin para poder traducir en actos todo lo que acababa de decir. Se trataba, por tanto, para empezar, de atraérselos y de sustraerlos de la influencia del equipo de Kamenev y consortes.

Al trasladarse, una vez terminada la recepción, a casa de su hermana Ana, donde le habían preparado una habitación, Lenin veía ya totalmente claro y recto el camino que iba a emprender.

El sol se estaba levantando. Un viento fresco de la primavera soplaba en la calle.
Su sueño fue breve. Una delegación llamó a su puerta. Se presentaba en nombre de los bolcheviques miembros de la conferencia pan-rusa de los Soviets, que acababa de clausurar sus sesiones. Antes de volver a sus ciudades querían oír a Lenin. Era urgente; no podían estar más tiempo en la capital. La reunión tenía que celebrarse esa misma mañana Lenin aceptó gustoso. Eso era exactamente lo que necesitaba. Aprovechó unos instantes que le quedaban para plasmar sus tesis en el papel y se trasladó con su mujer al Palacio de Táuride, antigua sede de la Duma y ahora gran cuartel general del Soviet, donde estaban reunidos en una sala del primer piso los delegados bolcheviques.

Al atravesar los pasillos del palacio, Lenin se encontró con el diputado Samoilov, el mismo que había ido a curarse a Suiza y que regresó a principios de la guerra llevando sus tesis de septiembre de 1914, gracias a lo cual éstas tuvieron amplia difusión en Rusia. Este encuentro le alegró. Samoilov era un buen hombre e incondicional de Lenin. Este lo necesitaba en aquel momento. Le preguntó afectuosamente por su salud (Samoilov había formado parte de los cinco parlamentarios bolcheviques detenidos y deportados a Siberia durante la guerra), y le recomendó que no se pusiera en manos de los médicos camaradas del partido. "Pueden ser —declaró Lenin— buenos camaradas y buenos políticos, pero en su abrumadora mayoría son malos médicos. Diríjase mejor a un practicante burgués. Es mejor. Ellos son especialistas. Con tal de que les pague bien, le curarán bien."

Zinoviev, a quien se había elegido presidente, dio en seguida la palabra a Lenin. En esta ocasión, el historiador ha tenido más suerte. Había entre los concurrentes dos militantes que no sólo tomaron al dictado las tesis de Lenin (éste las leyó a propósito con lentitud, deteniéndose casi a cada palabra), sino que anotaron los comentarios que les había agregado. En realidad, esas notas son algo confusas y presentan deplorables lagunas en algunos puntos, pero aun así constituyen un documento del mayor interés. Junto con el análisis de Sukhanov que acabamos de citar, permiten comprender mejor la génesis y el espíritu de esa notable carta de acción revolucionaria que forman esas nuevas tesis, llamadas tesis de abril, y destinadas a abrir la etapa decisiva de la revolución rusa y a servir de punto de partida a la lucha por la conquista del poder iniciada por Lenin en nombre del proletariado revolucionario. Al someterlas al lector trataré de sacar del texto transmitido por los redactores de los comentarios los elementos susceptibles de proporcionarle aclaraciones y precisiones.


PRIMERA TESIS

En cuanto a nuestra actitud frente a la guerra, que del lado ruso ha seguido siendo, bajo el nuevo gobierno, indudablemente, una guerra imperialista de rapiña, no puede admitirse ninguna concesión, por mínima que sea, a "la defensa nacional revolucionaria".
Sólo en las condiciones que siguen puede el proletariado dar su consentimiento a una guerra revolucionaria que justifique verdaderamente la defensa nacional: 1. Que el poder pase a manos del proletariado y de los campesinos pobres; 2. Que se renuncie, de hecho y no con palabras, a todas las anexiones; 3. Que se rompa completa y efectivamente con todos los intereses del capital.
Las masas engañadas por la burguesía tienen buena fe. Hay que sacarlas de su error con cuidado, con perseverancia y con paciencia, mostrarles el lazo indisoluble del capital con la guerra imperialista, explicarles que no se puede terminar la guerra con una paz democrática y no impuesta sin derrocar al capital. Hay que organizar en el ejército combatiente la propaganda más amplia de esas opiniones. Hay que hacer labor de fraternización.

Al comentar esa primera tesis, Lenin declaró : "Las masas que anuncian: "Queremos defender la patria y no conquistar territorios extranjeros" consideran las cosas desde un punto de vista práctico y no teórico. El error nuestro es abordarlas de manera teórica, es el no haber desenmascarado plenamente la "defensa nacional revolucionaria", que es una traición al socialismo. Hay que reconocer el error cometido." Lo importante es saber cómo terminar la guerra. Sólo es pos ble mediante una ruptura total con el capital. Esta es, pues, la idea que debe ser desarrollada ante las masas "lo más ampliamente posible". Los soldados piden una respuesta concreta; no hay que adormecerlos con vanas promesas. "Decir a la gente que podemos terminar la guerra sólo con la buena voluntad de unas cuantas personas, es caer en. el charlatanismo político"; tal es la, opinión de Lenin, quien agrega: "Nosotros no somos charlatanes. Sólo debemos recurrir a la conciencia de las masas. ¡Aunque tengamos que quedar en minoría! Basta con saber renunciar por un cierto tiempo a una situación dirigente; no hay que temer el estar en minoría." Esta última reflexión, tan característica en Lenin, fruto de una experiencia de quince años, la hemos escuchado ya en el curso de su filípica nocturna. Pero quiere repetirla. Simple precaución por su parte, con vistas a una eventualidad en la que ya desde ahora hay que ir pensando.


SEGUNDA TESIS

La particularidad de la actual situación en Rusia es la transición de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía, a su segunda etapa, que debe dar el poder al proletariado y a los campesinos más pobres.
Esta particularidad exige que sepamos adaptarnos a las condiciones especiales de trabajo político entre las enormes masas populares que acaban de despertar a la vida política.

Las palabras que agregó Lenin a la lectura de esta tesis son de una importancia capital. Es el lenguaje de un jefe, absolutamente seguro de sí, que presenta un ultimátum a sus tropas. "Ese paso de una etapa a la otra —comprueba— se caracteriza por la actitud ciegamente confiada de las masas para con el Gobierno. Sólo puede explicarse por la embriaguez de la primera victoria. Pero es la pérdida del socialismo." Las palabras que siguen, y de las que desgraciadamente no nos queda más que un débil reflejo a través de la transcripción apresurada de los redactores, debieron transpirar sin duda una energía férrea e irreductible. El texto tomado por ellos dice : "Camaradas : vosotros confiáis en el Gobierno. Si es así, nuestro camino no es el mismo. Prefiero quedarme en minoría. Un Liebknecht vale más que ciento diez partidarios de la defensa nacional del tipo de Cheidze. Si simpatizáis con Liebknecht y al mismo tiempo tendéis a los partidarios de la defensa nacional aunque sólo sea la punta de vuestro dedo meñique, estáis traicionando al socialismo internacional. Pero si nos alejamos de esa gente, no habrá oprimido que no se una a nosotros. Nos lo traerá la guerra : no hay otra salida para él."


TERCERA TESIS
Ningún apoyo al Gobierno provisional. Demostrar el carácter perfectamente engañoso de todas sus promesas, sobre todo de las que se refieren a las anexiones. Desenmascararlo en lugar de "exigir" (cosa inadmisible y que sólo sirve para crear ilusiones) que ese Gobierno de capitalistas deje de ser imperialista.
Este es un ataque violento contra Kamenev y contra toda la redacción del periódique bolchevique. "Pravda "exige" del Gobierno que renuncie a las anexiones. Eso es absurdo —exclama Lenin—. Es un rid_culo flagrante. Un engaño siniestro. Ya es hora de reconocer ese error. Basta ya de saludos y de mociones; ha llegado el momento de poner manos a la obra."
CUARTA TESIS
Reconocimiento del hecho de que nuestro partido está en minoría y, por el momento, en débil minoría en la mayoría de los soviets, frente a un bloque de todos los elementos pequeñoburgueses, oportunistas, sometidos a la influencia de la burguesía y que extienden esa influencia sobre el proletariado.
Explicar a las masas que los soviets representan la única forma posible de un gobierno obrero y que nuestra tarea, en consecuencia, no consiste, mientras ese gobierno sigue sometido a la influencia de la burguesía, más que en ilustrar paciente, metódica y tenazmente a las masas sobre los errores de su táctica, adaptándose sobre todo a sus necesidades materiales.
Mientras estamos en minoría tenemos que hacer un trabajo de crítica y de denuncia de los errores cometidos, preconizando al mismo tiempo la necesidad de dar todo el poder gubernamental a los soviets, a fin de que las masas se libren de sus errores a costa de su propia experiencia.

La necesidad de limitarse por el momento a una acción paciente, perseverante y sistemática entre las masas había sido subrayada ya por Lenin en su primera tesis. Si insiste es porque tiene sus razones. ¿Cuáles? Ya se verán un poco más adelante. Ahora, en todo caso, exhorta a los miembros de su partido a la prudencia, a la moderación en la aplicación de sus orientaciones tácticas. "Como bolcheviques estamos acostumbrados a llevar al máximo la tensión del espíritu revolucionario —les explica--. Pero eso no basta. Hace falta discernimiento. El verdero gobierno, el único posible, son los soviets. Pensar de otra manera es caer en la anarquía. Eso es lo que hay que hacer comprender a las masas." ¿Y si la mayoría del Soviet se pronuncia por la defensa nacional? "¡No habrá nada que hacer! —estima Lenin—, salvo demostrar minuciosa y escrupulosamente el error de tal actitud. No queremos ser creídos de palabra. No somos charlatanes."

QUINTA TESIS Nada de República parlamentaria —el retorno a ésta, después .del Soviet, sería un paso atrás—, sino una República de los Soviets de los diputados obreros, campesinos y obreros agrícolas, en todo el país, de abajo arriba.
Supresión de la policía, del ejército, del cuerpo de los funcionarios. Elegibilidad y revocabilidad, en cualquier momento, de cualquier funcionario. Sus sueldos no deben ser superiores al salario medio de un buen obrero.

"Tal es —agrega Lenin como comentario— la enseñanza de la Comuna de París", y recuerda el fallido experimento de 1905. No hay que dejar que se reconstituyan la policía ni el antiguo ejército. "Se han hecho revoluciones y la policía ha seguido en su puesto; se han hecho revoluciones y los funcionarios han seguido en los suyos. He ahí la causa del fracaso de las revoluciones."
SEXTA TESIS
En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los soviets de los diputados obreros agrícolas. Confiscación de todas las posesiones de los terratenientes. Nacionalización de todas las tierras para ponerlas a disposición de los soviets de los diputados campesinos. Formar aparte los soviets de los campesinos más pobres. Creación, en todas las grandes posesiones, de una explotación modelo colocada bajo el control del Soviet de los diputados obreros agrícolas y que funcione por cuenta de la comunidad.

"¿Qué son los campesinos? —pregunta Lenin—. ¿Cuál es su importancia?" Y contesta : "No sabemos nada, no tenemos estadísticas, pero sabemos que constituyen una fuerza. Si los campesinos se apoderan de la tierra, podéis estar tranquilos que no la devolverán." Lo importante, por otra parte, es crear para el proletariado soviets particulares a fin de sustraerlo de la influencia de los campesinos acomodados y medios. Pero sólo dando la tierra a los obreros agrícolas no crearán por sí mismos una empresa. Hay que crear, por tanto, utilizando las grandes propiedades, empresas modelos y comunes explotadas por los soviets de los obreros agrícolas.
SÉPTIMA TESIS
Fusión inmediata de todos los Bancos del país en un gran Banco nacional colocado bajo el control del Soviet de los diputados obreros. De esta manera, el aparato administrativo y militar del Estado burgués debe ser "destruido", pero el armazón financiero subsistirá... provisionalmente, claro está. Nada de embargo de los Bancos, sino su control a cargo del Soviet. "No podemos hacernos cargo de ellos en este momento", explica Lenin.
OCTAVA TESIS
No se trata actualmente de la implantación del socialismo, considerada como nuestra tarea inmediata, sino del establecimiento inmediato del control de la producción y del reparto de los productos por el Soviet.

Esto es, según Lenin, lo esencial y lo urgente: "La vida y la revolución vuelven a dejar a la Asamblea Constituyente en un segundo plano." Lo que sigue ha sido recogido muy mal y en forma muy incompleta. Sólo se vislumbran dos proposiciones perentorias : "La importancia de las leyes no radica en lo que está escrito sobre el papel, sino en quién las aplica" y "La dictadura del proletariado existe, pero no se sabe qué hacer con ella."

NOVENA TESIS
Tareas del partido: a) Convocar inmediatamente un Congreso; b) Modificar el programa del partido, principalmente en lo que se refiere: 1.° al imperialismo; 2.° a la actitud frente al Estado y a nuestra reivindicación de un Estado-Comuna; 3.° a la corrección del antiguo programa mínimo, ya superado; 4.° al cambio de nombre del partido.

Lenin propone a su auditorio, "en su propio nombre", adoptar la denominación de partido comunista. "No os aferréis a una vieja palabra completamente podrida —les recomienda—; construid un nuevo partido y todos los oprimidos vendrán a vosotros."

DÉCIMA TESIS
Renovar la Internacional . Iniciativa de crear una Internacional revolucionaria contra los socialchovinistas y contra el centro.

Los "cuadros" de esta nueva Internacional los formarán, según Lenin, los miembros de la izquierda zimmerwaldiana. "La tendencia de la izquierda de Zimmerwald —dice— existe en todos los países del mundo. Las masas deben comprender que el socialismo se ha escindido en el mundo entero. Los partidarios de la defensa nacional se han apartado del socialismo. Unicamente Liebknecht le ha permanecido fiel. El porvenir es suyo. En Rusia hay una tendencia a la unidad con los partidarios de la defensa nacional. Eso es traicionar el socialismo. Creo que vale más seguir solos, como Liebknecht."

Las últimas tesis habían sido leídas apresuradamente, saltándose las palabras. Lenin tenía prisa por terminar. Los organizadores de la Conferencia de la unidad enviaban mensajeros a cada instante para anunciar a Zinoviev que todo el mundo se impacientaba, que ya no se esperaba más que a los bolcheviques, que ya hacía tiempo que se debía haber abierto la sesión, etc. Alguien sugirió proponerle a Lenin que reanudara la lectura de sus tesis ante la Conferencia. Aceptó y bajó a la gran sala seguido por su auditorio. Había allí unas sesenta personas, de las cuales 47 eran mencheviques ortodoxos. El resto se componía de "internacionalistas" e "interfraccionales" que, por el momento, se mantenían fuera de los marcos oficiales de la socialdemocracia. Estaban presentes los principales dirigentes del Soviet: Cheidze, Zeretelli, Skobelev. Lenin vio también entre los asistentes a su viejo enemigo Dan y a varios viejos compañeros de lucha de la época de su primera emigración: Steklov, el agente parisiense de Iskra, convertido ahora en un gran personaje: redactor-jefe de Isvestia, órgano oficial del Soviet; Goldenberg, que formó parte de "su" Comité central elegido en el Congreso de Londres. Escoltaba a Lenin un grupo de fieles en el que figuraban tres mujeres: Krupskaia, Inés Armand y la señora Kollontai. Cheidze presidía.

Los mencheviques empezaron a manifestar ruidosamente su indignación en cuanto escucharon la primera tesis. Para apoyar a su jefe, los bolcheviques contestaron con aplausos no menos ruidosos. Ante lo cual un sovietista destacado, Bogdanov, homónimo del antiguo socio de Lenin, que en varias ocasiones había interrumpido la lectura con exclamaciones como: ¡Pero esto es un delirio! ¡Es el delirio de un loco!, los apostrofó rudamente: "¡Es una vergüenza aplaudir un galimatías como ése! ¡Os estáis cubriendo de vergüenza! ¡Y os atrevéis a llamaros marxistas!" Ese era el tono de la Conferencia "de la unidad".

Correspondió a Zeretelli emprender la refutación de las tesis de Lenin. El fogoso revolucionario (no se habían olvidado los terribles ataques con que abrumaba en la Duma al todopoderoso Stolypin) era un brillante orador y desde su regreso de Siberia se había convertido en el verdadero jefe de la socialdemocracia menchevique en Rusia y gozaba de enorme prestigio en el Soviet. Ahora se proclamaba campeón de la unidad socialista. Condenaba severamente las ideas "disolventes" de Lenin, ideas que, según él, sólo servirían para llevar el socialismo a la ruina. Pero, en esta primera jornada en que Lenin había vuelto a pisar el suelo de la patria, quiso mostrarse generoso con su adversario y tenderle un puente salvador. "Ningún llamamiento en favor de la división podrá impedir que el proletariado aspire con todas sus fuerzas a crear un partido único —exclamó para terminar—. El propio Lenin vendrá pronto a recuperar su lugar en las filas del partido, pues la vida se encargará de recordarle el adagio marxista: los individuos pueden equivocarse; las clases, nunca. Por eso no temo los errores de Lenin e incluso estoy dispuesto a unirme con él." Pero el ex "viejo bolchevique" Goldenberg, que en su calidad de miembro del Comité de iniciativa "Pro unidad" debía compartir lógicamente ese punto de vista, no opinó así. "Lenin ha clavado la bandera de la guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria —declaró—. Es ridículo hablar de unidad con los que no tienen más consigna que la escisión y que por sí mismos se separan de la socialdemocracia. Lenin acaba de presentar su candidatura a un trono que está vacante en Europa desde hace ya treinta años: el de Bakunin." Sigue Goldenberg su ataque y considera que en las nuevas palabras de Lenin "se oyen cosas viejas: conceptos de un anarquismo anticuado".

Vino luego un desfile ininterrumpido de oradores que abrumaron a Lenin, unos con invectivas y otros con sarcasmos o hipócritas condolencias. Ni uno de sus partidarios se atrevió a levantarse en su defensa. Ni un solo dirigente de la organización bolchevique, ni un solo miembro de la redacción de Pravda alzó la voz. Unicamente la señora Kollontai se mostró dispuesta al sacrificio y quiso hacer frente a la tormenta.

Sube las escaleras de la tribuna con los ojos llameantes, los puños apretados y la garganta en ebullición. Su aparición súbita provoca sonrisas irónicas. La emoción la embarulla en seguida, le hace perder el hilo de su discurso y se retira saludada con risas y sarcasmos en los asientos mencheviques. Un bolchevique ofendido se dirige hacia la salida después de exclamar: "¡Vámonos, camaradas! ¡No podemos seguir con los que insultan a nuestro jefe!" Le siguen unas quince personas: amigos íntimos de Lenin y algunos petersburgueses. Los otros, particularmente la casi totalidad de los delegados de provincia, se quedan. El presidente Cheidze, saboreando su desquite, resume en tono irónico los debates y saca la siguiente conclusión : "Lenin ha hecho suyas las palabras de Hegel: ¡qué importan los hechos! No se ha dado cuenta de un pequeño detalle: la existencia del león de la revolución rusa. Pues bien, se quedará solo fuera de la revolución y todos nosotros continuaremos juntos nuestro camino." Tras lo cual la Asamblea votó una resolución que declaraba necesaria la convocatoria de un "Congreso de unidad" y eligió un Comité encargado de organizar el mismo. Parece que algunos bolcheviques presentes aceptaron participar en ese Comité.

En cuanto a Lenin, se había eclipsado de la reunión sin que nadie se diera cuenta. Pero se le vio reaparecer en el Palacio de Táuride en las últimas horas de la tarde, "muy modesto e insinuante" al decir de un testigo, en la sala donde estaba reunido el Comité ejecutivo del Soviet. Zinoviev le acompañaba.

Este último leyó una declaración redactada por su maestro y destinada a explicar las razones que le habían incitado a emprender el viaje a través de Alemania. Invitaba igualmente al Comité, en aplicación del art.7 del acuerdo concertado con el Gobierno alemán, a adoptar una resolución que aprobara el canje de emigrados políticos rusos por civiles alemanes internados. Zeretelli se mostró hostil. La mayoría de sus colegas, también. Lenin trató de motivar su demanda por la necesidad de cortar en seco los rumores calumniosos que lanzaba la burguesía sobre él. Se le contestó que se haría lo necesario para protegerlo contra cualquier calumnia, pero que no tenía caso intervenir ante el Gobierno provisional en favor del canje pedido. Lenin salió de las oficinas del Comité ejecutivo para no volver a poner más los pies en ellas.

Difícilmente podía sospechar Lenin, al pedir al Soviet de los diputados obreros que lo protegiera contra los ataques de sus enemigos, la amplitud que iban a cobrar éstos. Aquel día, inmediato a uno de fiesta, no se habían publicado los periódicos. Pero a partir del día siguiente cayó sobre la capital todo un torrente de odio y de calumnias. Se formó en el acto, sobre la persona de Lenin, una especie de unión sagrada que puso de acuerdo a las tendencias políticas más opuestas. El gran periódico reaccionario Novoe Vremia, que había permanecido al servicio de la gran burguesía y que en espera de que regresaran los "buenos tiempos" doblaba el espinazo ante el Gobierno provisional, fue uno de los primeros en salir en defensa de la República contra ese "criminal". "El señor Lenin —decía su editorialista— se pavoneaba en Suiza, no vio ni supo de la sangre derramada en los campos de batalla y, todavía en camino, se apresuró a traicionar al mismo tiempo al ejército y al pueblo ruso, al Gobierno provisional y al Soviet de los diputados obreros. Antaño eran los Sturmer, los Protopopov y los Suhomlinov los que traficaban con la patria. Ahora son los Lenin. Tal es el destino de Rusia. Es necesario que siempre la venda alguien." El portavoz del partido de Miliukov, Rietch, escribía: "Ningún político que se respete habría aprovechado esa singular amabilidad. El señor Lenin y sus camaradas piensan de otra manera. Lo cual demuestra que han querido lanzar un reto a la opinión, cosa nada compatible con una actitud seria frente a la guerra, en la que corre la sangre del país natal." El órgano de los socialistas-revolucionarios, Volia Naroda (La Voluntad del Pueblo), declara : "Hombres así son un verdadero peligro para la revolución."

Eso era sólo el principio. La noticia del discurso pronunciado por Lenin en el Palacio de Tauride, suficientemente ampliada y desfigurada, se había extendido muy rápidamente a través de la ciudad. Los análisis y los resúmenes publicados por los periódicos realzaban sobre todo los párrafos "incendiarios". Al citarlo, el periodiquito de Plejanov decía (y no era la primera vez, puesto que ya se había oído lo mismo en la reunión) que era "un delirio". La burguesía se asustó. Se imaginaba que tenía pleno derecho a las conquistas de la revolución y que ya no se trataba más que de consolidar esa situación. En seguida vio en Lenin, y en eso no se equivocó, al hombre que había venido a arrancarle esas conquistas. El que iba a comenzar era, por tanto, un combate a muerte. Se hizo todo lo que se pudo para levantar contra Lenin a la opinión pública, y particularmente al bajo pueblo. A los que se habían identificado con la revolución, se les decía que quería asegurar la victoria de los alemanes para provocar la restauración de la monarquía. A la gente sencilla que temblaba por sus modestos ahorros se le hacía creer que Lenin les quitaría hasta el último kopek en cuanto llegara al poder. Nació un pretendido "Comité de lucha contra el espionaje" que pegaba carteles en las calles prometiendo a Lenin la misma suerte de Rasputín. Al caer la noche, grupos de manifestantes hostiles y amenazadores se reunían frente al palacio de Echesinskaia. En la Perspectiva Nevski desfilaban cortejos a los gritos de ¡Lenin a la cárcel! ¡Mueran los bolcheviques! Al pasar frente a la redacción de Pravda apedreaban las ventanas y salían revólveres a relucir.

"Recuerdo —escribe Zinoviev— que en una ocasión nos pidieron al camarada Lenin y a mí que abandonáramos el local de la redacción para buscar refugio en cualquier otra parte. Nos trasladamos al otro extremo de la Perspectiva Nevski, a un establecimiento donde trabajaba nuestro camarada Danski. Una anciana encargada del guardarropa decía mientras ayudaba al camarada Lenin a quitarse el abrigo: "¡Ah, si tuviera en las manos a ese Lenin, la que le daría!" Lenin se dio a conocer, le preguntó qué daño le había hecho y por qué estaba tan indignada contra él. Se despidieron como buenos amigos."
Entre los soldados se hizo una propaganda antileninista particularmente intensa. Petrogrado estaba atestado de tropas. De la oscura masa de capotes grises, la revolución había hecho surgir cierto número de incansables y elocuentes habladores que se arrogaron el derecho de hablar en su nombre. Todos esos militares, en su mayoría jóvenes burgueses originarios del mismo Petrogrado transformados, para librarse de ser enviados al frente, en escribientes, enfermeros, lavacoches, etc., eran ahora apasionados y furibundos partidarios de la "defensa nacional". La palabra paz provocaba en ellos la más violenta indignación. Pero cuando el nuevo ministro de la Guerra, Gutchkov, firmó el decreto que enviaba a una parte de ellos al frente, se conmovieron y enviaron una delegación al Soviet para protestar contra esa tentativa de la reacción para privar a la revolución de sus más fieles defensores. Ahora les arrojaban como pasto al derrotista Lenin. Eso les venía como anillo al dedo. Denunciándolo cumplían su deber patriótico y también así combatían, a su manera, por la libertad.

Parece que la señal de ataque fue dada por el regimiento Volynski, que había sido el primero en ponerse al lado del Gobierno provisional. Miliukov gozaba de gran estimación en sus filas y varios de los oficiales eran incondicionales suyos. El 10 de abril los soldados de ese regimiento se reúnen en asamblea general. Varios oradores los invitan a votar una resolución exigiendo la detención de Lenin. Algunos partidarios de éste, que asisten a la reunión, corren al Palacio de Tauride para informar al Comité ejecutivo del Soviet. En el acta de la sesión de ese día podemos leer:
"El Comité decide enviar una delegación de cuatro de sus miembros con el encargo de disipar los falsos rumores que se están difundiendo entre los soldados sobre el camarada Lenin y de evitar esa enojosa intervención."

Se logró que renunciasen a su proyecto. Pero los marinos, que habían entrado a escena al día siguiente, se mostraron menos dóciles.

Primero apareció en los periódicos una "carta abierta" del tenientillo que mandaba el destacamento de marineros que había figurado en la guardia de honor al llegar Lenin y que le había expresado el deseo de verlo entrar en el Gobierno. Decía estar desolado por el error cometido. Si hubiera podido imaginarse quién era ese señor Lenin, jamás le hubieran visto participar en tan escandalosa manifestación. Dos días después apareció, en los mismos periódicos, una declaración colectiva de los marineros de su destacamento. Esta decía: "Al enterarnos de que el señor Lenin ha vuelto a Rusia con el permiso de Su Majestad, emperador de Alemania y rey de Prusia, expresamos nuestro profundo pesar por haber participado en su solemne recepción. Si hubiéramos sabido entonces el camino por que había pasado, en lugar de nuestros burras entusiastas habría oído: "¡Muera! ¡Regresa al país de donde has venido!" Esto ocurría el 14 de abril. El 15, el Comité ejecutivo es informado de que en una reunión de marineros se ha decidido apoderarse de Lenin y que para tal efecto se ha designado un "grupo de ejecución". El Comité delibera. Se despacha a dos de sus miembros con la misión de moderar los ímpetus de tan enérgicos patriotas. Alguien propone publicar en Isvestia una especie de comunicado oficial para reprobar los excesos de la campaña antileninista. Adoptado. Y así podemos leer al día siguiente, en el número del 17 de abril, un largo y enrevesado editorial salido de la pluma de Stcklov que hacía un llamamiento a la dignidad y al sentido común de los camaradas obreros y soldados. "¿Es posible —pregunta asombrado— que en un país libre, en lugar de una discusión abierta, se llegue a usar la violencia contra un hombre que ha dedicado toda su vida al servicio de la clase obrera, de los oprimidos y de los humillados?"
El mismo día en que se publica este artículo hubo en la Perspectiva Nevski una manifestación monstruo como nunca se había visto en Petrogrado. Los mutilados de guerra se pusieron en pie para protestar contra la presencia de Lenin en Rusia. Se sacó de todos los hospitales a una masa enorme de heridos, amputados de piernas y brazos, ciegos, etc. Envueltos en sus vendajes, apoyados en muletas, sostenidos por enfermeros, se pusieron en marcha a lo largo de la Perspectiva hacia el Palacio de Táuride. Los que no podían andar eran llevados en camiones, coches de caballos y carros. En sus banderas se leía: ¡Destrucción completa del militarismo germánico! ¡Nuestras heridas reclaman la victoria! y, sobre todo, ¡Abajo Lenin! Lanzando este último grito se presentaron, tras una marcha intencionalmente muy lenta, ante la sede del Soviet para reclamar la detención de Lenin y su inmediata expulsión.

Un amputado de brazos y piernas tomó la palabra: "Hemos defendido la vida y los bienes de los que ahora protestan contra la continuación de la guerra. Pues que sepan esos egoístas que nosotros, semihombres, preferiríamos morir antes que ver a Rusia concertar una paz prematura con Alemania." Dicho esto, achacó a Lenin todas las responsabilidades. El Soviet no debería seguir tolerando su nefasta propaganda. Había que poner fin a sus maniobras.

Zeretelli y Skobelev habían salido al pórtico para recibir a los manifestantes. Este último trató de tranquilizarlos: "No soy en absoluto partidario de Lenin y combato su táctica desde hace largos años. Pero estimamos que todo el mundo tiene derecho a hablar. Por tanto, Lenin puede hablar, pero no le dejaremos actuar, y eso es lo importante." Lejos de calmar a la multitud, esta breve alocución sólo sirvió para aumentar su irritación. Los manifestantes empezaron a gritar: "Lenin es un espía y un provocador." Al mismo tiempo se lanzaron gritos bastante irrespetuosos contra el Soviet. Viendo que las cosas tornaban mal giro, el eminente presidente de la Duma, Rodzianko, cuya estatura de gigante le había dado popularidad en los medios pequeño-burgueses de la capital, entró al quite. Habló con voz sonora de la necesidad de hacer la guerra hasta la victoria final y afirmó categóricamente que "antes de llegar a ese resultado no podría producirse ninguna tentativa para hacer cesar las hostilidades. Lo aclamaron y se votó, a manos levantadas, una resolución que expresaba "una confianza total" en el Gobierno provisional y en el Soviet de los diputados obreros, al mismo tiempo que protestaba "con indignación contra la peligrosa propaganda de Lenin, únicamente provechosa para la reacción."

Esas eran las condiciones en que Lenin tenía que luchar para reconquistar el partido.

Tuvo que empezar por hacerse cargo nuevamente de los órganos directivos de éste. Quince días antes, Lenin escribía a Ganetzki : "Más vale la escisión con cualquiera", etc. Ahora, la prueba a que lo han sometido los hechos le ha hecho cambiar de opinión. Se ha convencido de que el jefe más enérgico, más capaz, en tiempo de revolución, no es nadie si tras él no cuenta con un partido fuerte, disciplinado y poderosan7ente organizado. Lenin acepta, por tanto, una convivencia política con sus adversarios. Tendrá que ganárselos para sus tesis o, simplemente, impedir que le perjudiquen, mediante un trabajo de persuasión en la base que, debidamente educada, sabrá presionar oportunamente a los "de arriba".

Era necesario en primer lugar meter mano a Pravda, donde reinaba Kamenev como amo absoluto. En una reunión de la redacción celebrada el 5 de abril, Lenin había presentado el manuscrito de sus tesis para que pudieran figurar en el número del día siguiente, pero Kamenev declaró que esas tesis estaban en flagrante contradicción con la línea general del partido tal como acababa de ser elaborada por el Buró del Comité central y aprobada por los delegados bolcheviques en la reciente Conferencia de los Soviets, y que se oponía a publicarlas como no fuera en forma de un artículo de Lenin, a título privado, bajo su propia y exclusiva responsabilidad. La larga discusión habida en tal ocasión no dio ningún resultado y el número apareció con un suelto en el que se anunciaba que "un accidente en la máquina" había impedido al periódico publicar el texto del informe presentado por el camarada Lenin en la sesión del 4 de abril.

La discusión se reanudó al día siguiente. Finalmente se pusieron de acuerdo. Lenin aceptó publicar sus tesis en forma de artículo personal y se convino que se abriría un debate a este respecto en las columnas del periódico. Por tanto, en el número del día 7 pudo leerse su artículo titulado Sobre los objetivos del proletariado en la revolución actual, en el que citaba el texto íntegro de sus tesis al mismo tiempo que protestaba contra los ataques de algunos de sus adversarios. El "conciliador" Goldenberg, por ejemplo, le reprochaba "haber clavado la bandera de la guerra civil". Es falso, declara Lenin. Ni una sola vez ha pronunciado esa palabra a lo largo de su discurso. No hizo más que exhortar a su auditorio a un paciente trabajo de "aclaración". ¿Es eso lanzar un llamamiento a la guerra civil? Plejanov es zarandeado también y no sin vehemencia. Lenin había visto en su periódico que su discurso era calificado de "delirio", e imaginándose que el autor de la crítica era el propio Plejanov, lo interpela así: "¿Delirio mi discurso? ¿Pero cómo es posible que la Asamblea haya escuchado dos horas y medias de ese "delirio"?" ¿Cómo es posible que Plejanov le haya dedicado una columna entera en su hoja?

Este contestó al día siguiente diciendo que esa apreciación del discurso de Lenin era de uno de sus colaboradores y que él personalmente ni siquiera había asistido a la reunión. Lo cual era por lo demás exacto. En cuanto al hecho de que los asistentes lo hubieran escuchado durante dos horas, no veía en ello nada asombroso. "Hay delirios —observa Plejanov con cortés ironía— científicamente muy curiosos y que merecen, como casos patológicos, un atento examen."

En Pravda fue Kamenev quien a partir del día siguiente atacó las tesis de Lenin. Anunció que pensaba defender la línea general del partido tanto contra los ataques perniciosos de los partidarios de la "defensa nacional" como contra las críticas de Lenin. "En cuanto al esquema general del camarada Lenin —agregaba—, nos parece inaceptable en la medida en que parte del reconocimiento del carácter acabado de la revolución burguesa y confía en la transformación inmediata de ésta en revolución socialista. La táctica que se desprende de esa apreciación está en profundo desacuerdo con la que los representantes de Pravda (en este caso el propio Kamenev) defendieron en la Conferencia panrusa de los Soviets." Terminaba expresando la esperanza de hacer prevalecer "en una amplia discusión" su punto de vista, considerado por él como "el único posible para la socialdemocracia revolucionaria en la medida en que ésta quiere y debe seguir siendo hasta el final el partido de las masas revolucionarias del proletariado y no transformarse en un grupo de propagandistas comunistas."

La "amplia discusión" anunciada no se llevó a cabo. Lenin procedió de otra manera. Habiendo recuperado en Pravda el cargo dirigente que le correspondía por derecho, concentró en sus manos la dirección efectiva del periódico y Kamenev se encontró pronto casi completamente desplazado. Apenas tuvo tiempo de publicar un artículo más dedicado a la discusión de las tesis de Lenin (de la primera, para empezar) y que anunciaba una continuación. Esa continuación no apareció nunca. Las columnas de Pravda estaban ya ocupadas en gran parte por los artículos del propio Lenir.. Los había todos los días y algunas veces dos, tres, cuatro y hasta cinco artículos en un mismo número. Sin contar los de Zinoviev, siempre bastante prolijo, los de Krupskaia, las informaciones, los comunicados de las organizaciones, las resoluciones enviadas por los comités de fábrica, etc. Tan es así que en los números siguientes apenas si se ven otras firmas.

Quedaba pendiente luego el Comité central, o más bien una formación híbrida que reemplazaba al Comité elegido por última vez en 1912. De los tres miembros del Buró creado durante la guerra para remediar la dispersión del centro dirigente en Rusia, Molotov, desplazado de Pravda en cuanto llegó Kamenev, se había atrincherado en el Comité de la organización de Petrogrado, donde se le reservó el sector de Vyborg, que contaba con numerosas fábricas. Zalutski se esfumó pura y simplemente. Chliapnikov fue el único que, aferrado a Kamenev, dio señales de resistencia. El diputado Samoilov guardó el recuerdo de una discusión que se produjo en una reunión de los miembros del Comité el 6 ó el 7 de abril. Se trataba de determinar el carácter de la revolución en curso. "Lenin defendía con mucho calor —escribe Samoilov— la tesis de que la revolución habida debía transformarse finalmente en revolución proletaria y conducir a la victoria del proletariado y de los campesinos más pobres. Kamenev contestaba que nuestra revolución no era todavía más que burguesa y democrática. Chliapnikov compartía la misma opinión. Se le escapó esta observación: "Deberíamos sujetarle un poco de los faldones, camarada Lenin, ya que de lo contrario haría usted que los acontecimientos marcharan demasiado de prisa." Al contestar a Chliapnikov, Lenin estaba como un huracán desencadenado. Recorría rabiosamente la habitación, fulminaba, tronaba. Venía a decir poco más o menos que nadie tendría necesidad de sujetarlo por los faldones, que los acontecimientos que se preparaban no lo permitirían, que el proletariado debía tomar el poder y que lo tomaría a pesar de todos los que intentaran contenerlo. Si mis recuerdos me son fieles, el punto de vista de Lenin era compartido en esa reunión por Stalin. No recuerdo a los otros."

Samoilov escribía sus recuerdos en 1925. No tenía entonces ninguna razón particular para ser agradable a Stalin. Si la anotó es porque esa adhesión staliniana debió llamarle la atención en medio del vacío que se había creado alrededor de Lenin al regreso de éste. Sukhanov, analizador honesto y objetivo, es categórico a este respecto: "En los primeros días de su llegada —escribe—, el aislamiento completo de Lenin en medio de todos los camaradas conscientes del partido no dejó la menor duda". Trató de reunir a los viejos militantes con quienes había mantenido relaciones antaño. Acudieron, pronunciaron discursos. Lenin los escuchó en silencio y se dio cuenta de que nada podía sacarse de ellos. La impresión que sus tesis habían producido en los "viejos bolcheviques" era de desilusión. Se decía que su larga estancia en el extranjero lo había aislado de Rusia, que era incapaz de comprender la situación en que se hallaba el país. Los que presumían de conocer a fondo la obra de Carlos Marx veían en su actitud una traición al marxismo. Algunos tuvieron francamente miedo. Al discutirse sus tesis en el Comité de la organización de Petrogrado sólo dos de los dieciséis miembros se pronunciaron a su favor. Pero Lenin no se desanimaba. Sabía "estar en minoría".

Tenía confianza en las masas. Estaba convencido de que sus consignas tendrían entre ellas una profunda resonancia. La Conferencia de las secciones bolcheviques de la capital, que iba a comenzar el 14 de abril, había de permitirle entrar en contacto con los militantes medios. En medio de ellos esperaba poder sentar las bases de su futura mayoría.

Lenin había visto con acierto. Su prestigio seguía siendo muy grande entre los obreros bolcheviques de la capital. Su partido tenía en aquella época 15.000 miembros que estuvieron representados en la Conferencia por 57 delegados. Fue nombrado por aclamación presidente de honor y presentó en la primera sesión un informe sobre "la situación actual y la actitud a adoptar frente al Gobierno provisional".

"El error principal de los revolucionarios —dijo Lenin en resumen—es mirar atrás, a las revoluciones de antaño. No tienen en cuenta a la vida, que marcha siempre hacia adelante, que crea situaciones siempre nuevas". Los camaradas quieren seguir siendo "viejos bolcheviques". Pero el "viejo bolchevismo" debe ser revisado. La situación que se ha creado es completamente nueva: todavía no se ha visto una revolución en la que los representantes armados del proletariado y de los campesinos hayan concertado una alianza con la burguesía, o que, disponiendo del poder, lo hayan cedido a la burguesía. Los "viejos bolcheviques" afirman: "La revolución burguesa no está terminada. No tenemos una dictadura del proletariado y de los campesinos". "Sí —contesta Lenin—, el Soviet de los diputados obreros es precisamente esa dictadura". Sólo que ésta ha pactado con el burguesía. Eso es lo que hay que hacer comprender a las masas en este momento. Mientras el Gobierno provisional tiene el apoyo del Soviet no se le puede derrocar "pura y simplemente". Se le puede, y se le debe, derribar conquistando la mayoría en los Soviets.

Terminó presentando su proyecto de resolución, que declaraba :
        "Para que el poder pase al Soviet, es necesario entregarse a un lento trabajo para orientar la conciencia de clase del proletariado urbano y rural. Únicamente ese trabajo puede convertirse en la garantía del éxito de un movimiento hacia adelante del pueblo revolucionario.
        "Para poder hacer ese trabajo debe desarrollarse una intensa actividad en el seno de los Soviets, debe aumentarse el número de éstos, consolidar su autoridad, reforzar la unidad de nuestros grupos en su interior.
        "La organización de nuestras fuerzas debe intensificarse a fin de poder conducir la nueva oleada del movimiento revolucionario bajo la bandera de la socialdemocracia revolucionaria."

Kamenev presentó dos enmiendas:
        1.a La Conferencia pide a la democracia revolucionaria que ejerza el control más vigilante sobre los actos del Gobierno provisional, incitándolo a proceder a la más radical liquidación del antiguo régimen.
       2.a Al pedir a la democracia revolucionaria que denuncie lo más ampliamente posible al verdadero semblante de clase del Gobierno provisional, la Conferencia la pone en guardia contra la consigna del derrocamiento del Gobierno provisional, consigna que debe ser considerada en estos momentos como desorganizadora y capaz de frenar el lento trabajo de organización y de orientación que forma la tarea fundamental del partido.

Lenin se opuso. "En época de revolución, el control es una ilusión —replicó—. No se puede controlar si no se tiene el poder. Controlar por medio de resoluciones, etc., es una perfecta tontería. El control es un vestigio de ilusiones pequeñoburguesas; es el barullo."

Se pasó a votar. Las enmiendas de Kamenev fueron rechazadas por 20 votos contra seis y nueve abstenciones.
Esta votación es sumamente significativa. Notemos en primer lugar que de los 57 delegados sólo 35 estaban presentes en la sesión cuando se votó y que de esos 35 no votaron más que 26. Es decir, que sólo una minoría de delegados (poco menos de la mitad del total) consideró necesario pronunciarse claramente y tomar posición en pro o en contra de Lenin. Los veinte que votaron contra las enmiendas de Kamenev se habían declarado implícitamente en favor de Lenin. Representaban a 2.260 afiliados sobre un total de 15.000 bolcheviques petersburgueses, o sea un poco más de una tercera parte. Un punto de interrogación planeaba todavía sobre la actitud de los otros. Sería disipado en la próxima Conferencia panrusa que iba a abrirse días más tarde. Los acontecimientos que se produjeron la víspera contribuyeron en gran medida a precisar la relación de fuerzas en el interior del partido.

Hacia el 15 de abrir, sir George Buchanan, embajador de S. M. británica, había declarado a "su" ministro de Relaciones Exteriores, Miliukov, cuando éste vino a recibir sus órdenes, que era absolutamente necesario solucionar la "cuestión Lenin" lo antes posible.

"Le dije —anota el embajador en su diario— que había llegado el momento de que el Gobierno actuara y que Rusia no ganaría nunca la guerra si se dejaba que Lenin excitara a los soldados a la deserción, al reparto de tierras y al asesinato." Miliukov le respondió: "El Gobierno no espera más que el momento psicológico que, según presiento, no está lejano", y le aseguró que la "cuestión Lenin" sería entonces "liquidada" de una buena vez. Lo fue, en efecto, pero en una forma que este eminente sabio transformado en estadista no había previsto.

El día 18 de abril [16], mientras que por primera vez la joven República rusa celebraba con un entusiasmo indescriptible la fiesta del Primero de Mayo, ahora fiesta legal, y mientras en todo el país se llevaban a cabo, con la participación de las autoridades y de las tropas, manifestaciones grandiosas, el ministro de Relaciones Exteriores mandaba a los gobiernos aliados una nota oficial que confirmaba solemnemente la firme resolución del Gobierno de permanecer fiel a los compromisos contraídos con los aliados por el régimen zarista.

Los periódicos no se publicaron el 19, por lo que la población no fue informada hasta el 20. Ese día, en la Perspectiva Nevski, principal arteria de la capital, transformada desde la revolución en foro moviente, se vieron aparecer cortejos de "gente bien" con carteles y banderas muy nuevas en los cuales se leía: ¡Viva el Gobierno provisional! ¡Viva Miliukov! ¡Vivan nuestros aliados! Los hombres marchaban enarbolando con aire marcial sus bastones y paraguas; las damas, sus guantes y sus manguitos. En las aceras, los transeúntes, alineados en una doble fila de curiosos, saludan y aplaudían. Desde lo alto de los balcones, manos femeninas agitaban pañuelos. Se oía gritar con entusiasmo: "¡Lenin a Berlín! ¡A la cárcel Lenin!"

Mientras tanto, los suburbios estaban en plena efervescencia. Había reuniones en todas partes, en las fábricas, en los cuarteles. Los obreros dejan el trabajo y se forman en columnas. Guardias rojos, armados con fusiles y revólveres, se mezclan con los manifestantes. Al mediodía todo el mundo se pone en marcha hacia el centro de la ciudad, con carteles y banderas fabricados apresuradamente y en los que se lee el mismo texto que en los de los manifestantes de la Prespectiva Nevski, con esta sola diferencia : el viva ha sido reemplazado por muera. Desde el Soviet se envía inmediatamente una delegación, encabezada por el presidente Cheidze, quien logra alcanzar a las columnas obreras a mitad de camino y convencerlas para que vuelvan a las fábricas. El choque de las dos manifestaciones ha podido ser evitado.

Pero a eso de las tres de la tarde entran en escena los soldados. Un batallón del regimiento de Finlandia, unas cuantas compañías de reservistas y un destacamento de marinos desfilan por las calles de la capital. "¿A dónde van?", se les pregunta. "A detener al Gobierno provisional", contestan. En efecto, se les ve finalmente llegar ante al Palacio María y ocupar todas las salidas. Cheidze, alertado de nuevo, acude con sus colegas y logra que los soldados emprendan de nuevo el camino de sus cuarteles.

Al día siguiente se repiten los hechos conforme al mismo rito. Pero esta vez hubo algunas refriegas. Al terminar el día había un cierto número de muertos y decenas de heridos. Fue el bautismo de fuego de la revolución democrática burguesa, su primera experiencia de guerra civil. Se lo debía a un tranquilo universitario que creyó poder dar marcha atrás a la rueda de la Historia.

¿Quién había provocado el movimiento? Las manifestaciones burguesas fueron inspiradas y organizadas, evidentemente, por el Comité director del partido constitucional-demócrata, que quería apoyar a su jefe en toda la medida de lo posible. ¿Pero quién había puesto en marcha a los obreros y soldados? No es posible contestar a esta pregunta de una manera precisa. Personalmente, Lenin consideraba que esta "salida" estaba fuera de lugar, por prematura. Cualquier movimiento insurreccional, cualquiera que sea, debe ser llevado hasta el final. Lo había dicho y redicho todavía en 1905. Si uno se detiene a mitad de camino, ello puede tener funestas consecuencias para toda la revolución. Los manifestantes seguían la consigna de derribar al Gobierno provisional. Bien. ¿Pero para poner a quién en su lugar? En la situación en que se encontraba entonces, el partido bolchevique no podía pensar todavía en tomar el poder. Lenin acababa apenas de empezar a "poner orden en casa". La única misión que ese partido podía asumir por el momento ya la había definido él perfectamente en sus tesis: crítica constante e implacable de los actos del Gobierno, conquista perseverante de la influencia sobre las masas. Lenin seguía teniendo en cuenta que los bolcheviques no eran todavía más que 15.000 en Petrogrado, sobre una población de dos millones.

Pero éste era sólo el punto de vista del jefe. Las tropas veían las cosas de otra manera. La nota de Miliukov había sido el pretexto para una violenta reacción de esos elementos populares que tenían confianza en el Gobierno y esperaban que pronto terminaría la guerra. ¿Cómo? Ni lo sabían ni se preocupaban. Eso era cuestión de los ministros. Que se las arreglaran como quisieran, ¡pero que terminara la guerra! Las palabras de Lenin sobre los apetitos de los "rapaces imperialistas" habían fraguado en esos cerebros simples el convencimiento de que eran precisamente los gobiernos aliados los que querían prolongar la guerra obligando al pueblo ruso a derramar hasta la última gota de su sangre. El deber del Gobierno nacido de la revolución era oponerse a ello con toda su energía. Y he aquí que ese mismo Gobierno anuncia solemnemente, por boca de uno de sus ministros, que la guerra va a continuar y que no hay que esperar la paz para pronto. ¡Era, por tanto, traicionar al pueblo! ¡Abajo ese Gobierno! Algunos miembros del Comité de la organización bolchevique de Petrogrado consideraron, sin consultar al Comité central, que era necesario explotar ese descontento de las masas. Uno de ellos, el abogado caucasiano Bagratiev, cuyo celo frenético no inspiraba por lo demás una gran confianza a sus colegas, se puso de acuerdo con un delegado de los soldados en el Soviet, Teodoro Lindé, quien aceptó amotinar a sus camaradas del regimiento de Finlandia. En el barrio de Vyborg, unos cuantos miembros del Comité de barrio aparecieron también por su propia iniciativa en las fábricas y pidieron a los obreros que se echaran a la calle.

¿Cómo reaccionó el Comité central, o sea Lenin? Supo de la nota de Miliukov la víspera por la noche. Unas cuantas líneas, redactadas apresuradamente para Pradva del día siguiente, revelan su impresión: "Acaba de estallar una bomba... La quiebra de toda la política de la mayoría del Ejecutivo del Soviet es flagrante; se produce mucho antes de lo que la habíamos esperado". Y, para terminar, estas palabras muy significativas : "No se pondrá fin a la guerra imperialista con conversaciones en la Comisión de contacto..." ¿Con qué, entonces? ¿Con actos? Lenin no lo dice, pero es evidente.

El 20, mientras las columnas de obreros y soldados se ponen en marcha, el Comité central se ha reunido en sesión en el palacio Kchesinskaia. Lenin hace adoptar una resolución que, conviene tomar nota, no contiene ninguna desaprobación de la acción de masas que acaba de empezar. Esa resolución declara:

"Las reorganizaciones parciales en el seno del Gobierno provisional no podrán ser consideradas más que como una imitación de los peores procedimientos del parlamentarismo burgués, que reemplaza la lucha de clases por la rivalidad de las personas y de los grupos. Sólo adueñándose del poder podría el proletariado revolucionario crear, en forma de soviets, un Gobierno que tuviera la confianza de los obreros de todos los países y que fuera capaz de terminar la guerra con una paz democrática."

Apenas terminada la sesión, Lenin se pone a escribir un artículo para Pravda. Exhorta a obreros y soldados a decir claramente: "Exigimos un poder único: los Soviets. El Gobierno provisional, que es el de una banda de capitalistas, debe cederle el lugar". Publica otro (hay cinco artículos suyos en el número del 21 de abril) para ridiculizar al periódico de Gorki que, al atacar a Miliukov, ha escrito: "¡No hay lugar para el campeón del capital internacional en las filas del Gobierno de una Rusia democrática!"
"¡Frases!... —replica Lenin—. ¿Cómo es posible que gentes instruidas no tengan vergüenza para escribir tales cuchufletas? Todo Gobierno provisional es un Gobierno de la clase capitalista. No se trata de personas, sino de una clase. Atacar a Miliukov, exigir su dimisión, eso es pura comedia. Pues ningún cambio de personas producirá nada, mientras no se cambie a la clase que está en el poder."

Los periódicos burgueses pescan al vuelo esas palabras, interpretándolas como una prueba de la participación efectiva del partido bolchevique en la manifestación que, acaba de celebrarse. El Comité central se reúne de nuevo (estamos a 21: la acción de las masas registra un reflujo). Lenin propone una resolución más que, naturalmente, es adoptada. Su importancia me obliga a reproducirla artículo por artículo :

"1. Los propagandistas y los oradores del partido deben desmentir el innoble embuste de la prensa capitalista y de la que sostiene a los capitalistas, las que pretenden que el partido bolchevique amenaza desencadenar la guerra civil. Esto es absolutamente falso, pues precisamente en este momento en que las masas pueden expresar libremente su voluntad y darse el gobierno que estimen conveniente, cualquier idea de guerra civil es estúpida, insensata. No puede tratarse, pues, en este momento, más que de una sumisión a la mayoría del pueblo, a reserva de dejar a la minoría oposicionista que ejerza su derecho de crítica. Si las cosas terminan en un conflicto violento, la responsabilidad incumbiría al Gobierno y a sus partidarios.
2. Al lanzar fuertes gritos contra la guerra civil, el Gobierno capitalista y su prensa tratan de disfrazar la negativa de los capitalistas, que no forman más que una minoría ínfima de la nación, a someterse a la voluntad de la mayoría.
3. Para conocer la voluntad de la mayoría de la población de Petrogrado es necesario organizar en todos los distritos de la capital y de sus alrededores un plebiscito acerca de la cuestión de la actitud que se debe adoptar hacia la nota del Gobierno y del apoyo que se debe conceder a tal o cual ministerio o tal o cual partido.
4. Todos los propagandistas del partido deben expresar sus opiniones en las fábricas, en los cuarteles, en la calle, por medio de la discusión pacífica, respetando el orden y la disciplina tal como se practican entre camaradas conscientes.
5. Los propagandistas del partido deben protestar una vez más contra la innoble calumnia lanzada por los capitalistas que se atreven a pretender que los bolcheviques favorecen la paz separada con Alemania. "Nosotros consideramos —especifica Lenin en este artículo de la resolución— que Guillermo II es un bandido coronado que merece la horca, al igual que Nicolás II, y que los capitalistas alemanes son saqueadores y bandidos, lo mismo que sus colegas rusos, ingleses y otros." El partido bolchevique favorece la entrada en negociaciones así como la fraternización con los soldados y los obreros revolucionarios de todos los países. Está convencido de que el Gobierno provisional trata de hacer más tensa la situación, pues sabe que la revolución ha comenzado en Alemania y que esta revolución constituye un golpe asestado a los capitalistas de todos los países.
6. Todos los pueblos del mundo son arrastrados por la guerra, que hacen en provecho de los capitalistas, al borde del abismo. No queda más que una solución: que el poder pase a manos del proletariado revolucionario capaz de aplicar, para salvar la situación, medidas revolucionarias.
7. El partido bolchevique considera la política de la mayoría de los dirigentes actuales del Soviet profundamente errónea, pues la confianza que concede al Gobierno provisional y los esfuerzos de conciliación que manifiesta al respecto amenazan con desligar del Soviet a la mayoría de los soldados y obreros revolucionarios.
8. El partido bolchevique aconseja a los obreros y a los soldados que opinan que el Soviet debe modificar su táctica y renunciar a esta política de confianza y de conciliación que procedan a la reelección de sus diputados al Soviet para hacerse representar por hombres capaces de sostener con firmeza la opinión de sus mandatarios".

En la noche de ese mismo día se llegó a una transacción. El Soviet se declaró satisfecho con las aclaraciones hechas a la nota de Miliukov. Se acordó publicar un comunicado rectificativo atenuando el rigor de sus declaraciones, y que su desafortunado autor abandonaría la cartera de Negocios Extranjeros. En realidad, el Gobierno habría dimitido in corpore con mucho gusto y cedido el lugar al Soviet, pero éste no se sentía con valor para asumir las responsabilidades del poder y prefirió resolver las cosas de cualquier manera, procediendo a un arreglo precario.

Lenin quedó muy decepcionado. Aunque reconocía que su partido no estaba capacitado todavía para tomar el poder, le habría encantado que' el Soviet lo hubiera hecho. Al adquirir la mayoría por medio de las reelecciones parciales previstas en su resolución, el partido bolchevique se hallaría automáticamente metido en el Gobierno. Reunido una vez más el Comité central, se tomó una nueva resolución (la tercera en tres días) que reprobaba severamente la conducta pusilánime de los jefes pequeñoburgueses del Soviet. "Las causas de la crisis no han sido suprimidas —dijo Lenin— y su repetición es inevitable." Es necesario extraer las lecciones del acontecimiento. La consigna abajo el Gobierno provisional debe ser anulada por el momento. "Nosotros no apoyamos —anuncia su resolución— la entrega del poder a los proletarios y semiproletarios más que cuando el Soviet haya adoptado nuestra política y quiera tomar el poder." Y comprueba : "La organización de nuestro partido, la cohesión de las fuerzas proletarias, se han revelado, en estos días de crisis, claramente insuficientes." Por último, orientaciones que se deberán adoptar de ahora en adelante: 1. Explicación de la política proletaria que se debe seguir para terminar la guerra; 2. Crítica incansable de la política pequeño-burguesa de entendimiento con el Gobierno de los capitalistas; 3. Propaganda y agitación de grupo en grupo, en los cuarteles, en las fábricas, en todas las esquinas y principalmente entre los elementos más atrasados : servidumbre y peones, etc.; 4. Organización, organización y más organización, siempre y en todas partes, en cada distrito, en cada barrio, en cada unidad.

Un artículo de Lenin que apareció en el mismo número con el título Las lecciones de la crisis estaba destinado a servir de comentario a este texto. "La lección es clara, camaradas obreros —escribió—. El tiempo no espera. Otras crisis seguirán a éstas. Dedicad todas vuestras fuerzas a orientar a los atrasados, a estrechar vuestras filas, a organizaros de arriba abajo, de abajo arriba... No os dejéis desconcertar ni por los conciliadores pequeñoburgueses ni por los partidarios de la defensa nacional ni por los energúmenos que quieren precipitar las cosas y gritar Abajo el Gobierno provisional antes de que se haya formado una mayoría popular coherente y estable. La crisis no puede ser resuelta ni por la violencia ejercida por algunos individuos sobre otros, ni por las intervenciones esporádicas de pequeños grupos de gentes armadas, ni por las tentativas blanquistas de "tomar el poder", de arresto del Gobierno provisional, etc."

Personalmente, Lenin supo extraer lecciones muy útiles de estas dos jornadas de crisis y aprovecharlas para comprobar el acierto de sus postulados. Lo más importante era que habían confirmado brillantemente su tesis: las masas odian la guerra y están animadas por el más ferviente deseo de acabar con ella. En realidad, el tam-tam guerrero producido por los artículos belicistas de los periodistas movilizados en sus oficinas y por las mociones no menos belicistas de las reuniones públicas organizadas por los defensores de la revolución en el frente de la Perspectiva Nevski, había tenido tal resonancia que el propio Lenin, en los primeros días que siguieron a su llegada, había terminado por creer que las masas, engañadas, pero con buena fe, deseaban con gran sinceridad la guerra "hasta el final" y juzgó necesario esbozar todo un plan, paciente y metódico, para "limpiarles el cerebro". ¡Ahora bien, bastó simplemente con que un ministro del Gobierno provisional publicase una declaración que en realidad no hacía más que repetir las declaraciones precedentes y numerosas veces reproducidas en la prensa "democrática" acerca de la necesidad de continuar la guerra hasta• la victoria, en estrecha colaboración con los aliados, para que estas mismas masas se encabritasen y se pusiesen a manifestar su indignación! ¿Por qué? Lenin podía, desde luego, admitir que la influencia ejercida por sus escritos había tenido cierta eficacia, pero también debió darse cuenta que en una decena de días no se podía llegar a este resultado si el terreno no hubiese estado preparado por adelantado. De todos modos, ahora la prueba está hecha : sus tesis son escuchadas por la multitud que ha demostrado comprender y aprobar su lenguaje. Pero también ha podido comprobar que si se gritaba con unanimidad ¡Abajo la guerra! y ¡Que dimita Miliukov!, no se oía gritar: ¡Abajo el Soviet pequeñoburgués y conciliador!

Estaba claro que la autoridad de éste era grande ante los ojos de las masas y Lenin tuvo que llegar a la conclusión de que el partido que se adueñase de él poseería efectiva y plenamente el poder gubernamental. Así fue como la consigna de la conquista pacífica de los soviets vino a reemplazar entre la masa al grito de ¡Abajo el Gobierno Provisional!

Pero las lecciones más útiles fueron aquellas que aclararon la situación en el interior del partido. La crisis le ha permitido distinguir ciertos elementos extremistas, poco disciplinados, predispuestos a la aventura y que tendían manifiestamente a mostrarse más leninistas que el propio Lenin. Se consideró inadmisible el hecho de que algunos miembros del partido se hubieran permitido lanzar por su propia iniciativa una orden que estaba en contradicción con la táctica preconizada por el Comité central. Esa conducta requería severas sanciones. Y, sobre todo, debían adoptarse medidas para que no se volviera a repetir una cosa así. En resumen, el partido mostraba a Lenin tres tendencias : el centro, dispuesto a seguirle fielmente a donde quisiera llevarle; la derecha, formada por "viejos bolcheviques" agrupados alrededor de Kamenev, y esa izquierda "anarquizante" en la que no f'guraban, por lo demás, sino unas cuantas cabezas locas. A ésta no hay más que hacerla entrar en razón sin ninguna consideración. Es una simple cuestión de organización que ha resultado defectuosa y que necesita ser mejorada. En cuanto a Kamenev, éste no tiene, naturalmente, la talla necesaria para hacer frente a Lenin, quien prefiere, en lugar de dejarlo ir con los suyos y fundar un nuevo partido, ablandarlo halagando ligeramente la vanidad del político que se cree indispensable. Así se va dibujando el objetivo capital en el frente interior: forjar un aparato coherente, sólido, encuadrado (aun sigue en vigor la vieja fórmula de la Iskra) por un Comité central homogéneo y un órgano central llamado a velar celosamente por la rectitud de la línea de conducta política. Pravda ha vuelto al buen camino. No hay más que dejar que siga su camino. El Comité central saldrá de la conferencia que se inaugurará el 24 de abril y que se adjudicará los poderes de un Congreso, como la única instancia calificada para proceder a este nombramiento.

Por primera vez en su historia, el partido bolchevique iba a reunirse en pleno legalmente en el territorio ruso; 151 delegados asistieron a la Conferencia : 133 representaban a organizaciones que contaban con más de 300 miembros y disponían de voz y voto, 18 habían sido elegidos por organizaciones con menos de 300 miembros y no tenían derecho más que a un voto consultivo. Lenin, que concedía a esta reunión una importancia particular (debía servir para finalizar la reconquista del partido bolchevique por él emprendida), redactó para los delegados una especie de pequeño vademécum político cuyas copias mecanografiadas les fueron distribuidas al abrirse la Conferencia. Personalmente, se encargó del principal informe "Sobre la situación política actual y la actitud que se debe adoptar frente a ella". Se trataba de que los representantes de todo el partido adoptasen la resolución que Lenin había hecho votar por la reciente Conferencia de la organización de Petrogrado. Esta resolución fue recogida artículo por artículo, que fueron comentados y justificados detalladamente por él uno tras otro. Kamenev volvió a presentar sus objeciones, las mismas de siempre: mientras el bloque Soviet-Gobierno provisional no haya sido roto, la revolución rusa continúa siendo una revolución burguesa y no puede considerársela terminada. Es, pues, prematuro hablar de una revolución socialista. Lenin propone un trabajo de largo alcance entre las masas. Kamenev piensa que estas normas no son prácticas; prefiere un control ejercido por el Soviet sobre el Gobierno. Además, reprocha a la dirección del partido, y por consiguiente a Lenin, haberse dejado arrastrar a "la aventura del 20 de abril".

En su respuesta, Lenin no pudo mostrarse más conciliador. Contestó en tono mesurado a su antiguo discípulo, al que veía perseverar con ostentación en este papel, poco adecuado para este hombre dulce y tímido por naturaleza, de jefe de la oposición antileninista en el seno del partido bolchevique. "Creo —dijo— que nuestras divergencias con el camarada Kamenev no son muy grandes. Marchamos unidos con él, salvo en la cuestión del control... Se nos dice: os dejáis aislar, habéis pronunciado un montón de palabras terroríficas sobre el comunismo, habéis hecho temblar de miedo a la burguesía... Bien. Aceptamos estar en minoría. En estos tiempos de locura chovinista, estar en minoría significa ser socialista... A Kamenev no le agrada la fórmula de "trabajo de largo alcance" para orientar a las masas y, sin embargo, es lo único que podemos hacer por el momento." En cuanto a "la aventura del 20 de abril", Lenin le concede la razón, pero insiste en explicar el modo en que ocurrieron las cosas. Y esta explicación permite comprender mejor el caos que reinaba en las "cimas" del partido en el curso de esta memorable jornada. "Hemos —dice Lenin— dado la consigna : manifestación pacífica, pero algunos camaradas del Comité de la organización de Petrogrado han dado otra que nosotros nos hemos apresurado a anular sin lograr, sin embargo, por falta de tiempo, impedir su difusión, y las masas siguieron la consigna del Comité de Petrogrado... El Comité de Petrogrado se ha inclinado a la izquierda algo más de lo necesario. Eso es indudablemente un crimen extraordinario (sic). El aparato del partido ha resultado ser defectuoso : nuestras decisiones no han sido aplicadas por todos... Creemos que ése es un crimen enorme... No habríamos permanecido un solo instante en el Comité central si ese acto hubiese sido tolerado a sabiendas."

Lenin se impuso: su resolución fue adoptada por 71 votos contra 38 y 8 abstenciones. Las demás resoluciones propuestas por él (había preparado toda una serie para las cuestiones inscritas en el orden del día) fueron aprobadas por gran mayoría.

Quedaba pendiente la elección del Comité central, que debía celebrarse en la última sesión. Lenin había preparado su lista. De los nueve candidatos propuestos por él, la Conferencia aceptó a siete. En cierto modo, la Conferencia impuso "por su propia iniciativa" a Sverdlov, quien había presidido casi todas las sesiones y al que Lenin, por un olvido inconcebible, había omitido en su lista. Los moscovitas obtuvieron un puesto en el Comité para Noguin, uno de sus principales dirigentes.

Así se formó este Comité leninista, bastante homogéneo, que debería secundar a su jefe en el período crítico que iba a iniciarse. Rápidamente se estableció una diferenciación. Se formaron tres grupos. Con Zinoviev, acantonado en sus funciones de secretario o casi, y Kamenev, del que se servía para mantener el contacto con los círculos soviéticos, Lenin formó una especie de Buró Político que asumía la dirección general. Stalin, Sverdlov y Smilga (un joven periodista de origen báltico) quedaron encargados de encaminar el trabajo del Comité central hacia la secretaría del partido, a la cabeza de la cual se encontraba una vieja bolchevique, Stasova, hija de un eminente jurista y sobrina de un célebre crítico de arte, que había roto completamente con su medio. Los comitards Noguin (Moscú), Fedorov (Petrogrado) y Miliutin (Saratov), absorbidos por su trabajo en las organizaciones locales, no ejercían gran influencia en las deliberaciones del Comité. Como siempre, cuando las circunstancias exigían de él un trabajo y una tensión nerviosa extremas, Lenin tuvo que pagar el precio de su victoria. Cayó enfermo y tuvo que guardar cama durante una semana. En este breve respiro fue cuando concibió el proyecto de dedicar un folleto a la Conferencia que acababa de celebrarse y de resumir los resultados logrados. Se puso a trazar el esquema. Una vez restablecido, no siguió adelante con el proyecto, pero el esquema ha sido conservado y gracias a él se puede reconstituir con bastante exactitud la línea general de acción que se estaba trazando Lenin después de la Conferencia de abril.

El desengaño con que comprueba, al iniciar ese esquema, que "las victorias demasiado fáciles de febrero habían provocado un caos de frases y de éxtasis", no es nuevo en Lenin. Lo que conviene observar es la serie de deducciones que de él saca. Al haberse confundido de pronto en dicho "caos" las clases, nació de ello una "democracia revolucionaria". Esa "democracia" que Lenin se obstina en calificar de "reaccionaria" es acusada por él de cuatro'pecados mortales: 1.° Apoyo de los ministros capitalistas; 2.° Propaganda en favor de la guerra imperialista; 3.° Oposición a que los campesinos tomen la tierra inmediatamente; 4.° Reprobación de la fraternización en el frente. Está compuesta esencialmente de elementos pequeñoburgueses, es decir, comprueba Lenin, de la inmensa mayoría del pueblo ruso. Son —reconoce— decenas y decenas de millones, un abismo de abismos de grupos, de capas, de subgrupos, de subcapas. Por el momento, se balancea entre la burguesía, grande y media, y el proletariado. Este debe hacer todo lo posible por atraérsela. Eso sólo puede lograrse con un trabajo incesante, perseverante y metódico de persuasión, trabajo que sólo puede llevar a cabo un partido organizado. En consecuencia, el primer deber del proletariado revolucionario es constituirse en partido de clase estricta y rigurosamente delimitado, pero destinado a operar en un radio de acción muy vasto. Esta acción va a continuar en condiciones nuevas, en condiciones que el antiguo partido no podía pensar durante su existencia ilegal en la clandestinidad. De una actividad de conspiradores, de un trabajo de topos, nos transportamos a un ambiente de "inaudita legalidad". No se trata ya de pequeños cenáculos restringidos. "Decenas de millones se alinean ante nosotros." Esta acción en plan gigantesco, antes inconcebible, se ejercerá "en la atmósfera de la espera de un hundimiento social como jamás se ha visto, y cuyas causas serán la guerra y el hambre". De ello resulta, concluye Lenin, que hay que permanecer "firmes como una roca" en la línea proletaria frente a las vacilaciones pequeñoburguesas, actuar sobre las masas mediante la persuasión, y prepararse para una revolución "mil veces más fuerte que la de febrero". Para poder realizar ese plan se necesita una poderosa afluencia de fuerzas nuevas. Hay que "decuplicar los equipos de propagandistas y agitadores". Desgraciadamente, faltan hombres. ¿Cómo hacer, entonces? "No lo sé —declara Lenin—, pero sé perfectamente que sin eso es inútil y vario disertar sobre la revolución proletaria."

Mientras escribía esas líneas, Trotski acababa de hacer su aparición en Petrogrado.

Después de haber sido expulsado de Francia en septiembre de 1916 y de España en el siguiente mes de noviembre, Trotski había ido a parar a Nueva York. Allí fue donde le sorprendió la noticia de la revolución. Se puso en camino inmediatamente. Embarcó en un vapor noruego, pero fue desembarcado en Canadá por las autoridades inglesas y encerrado en un campo de concentración. Cuando su detención fue conocida en Rusia, la prensa socialista de todas las tendencias hizo vivas protestas. Sir George Buchanan envió entonces a los periódicos un comunicado diciendo que los rusos detenidos en Canadá viajaban "con subsidios proporcionados por la Embajada de Alemania con el propósito de derrocar al Gobierno provisional". La Pravda bolchevique replicó en su número del 16 de abril: "Esa es una calumnia evidente, impúdica e inaudita", y conminó al embajador a declarar de dónde había recibido esa información. Buchanan no contestó. Más tarde, en sus Memorias, explicó que la iniciativa de la detención había sido efectivamente del Gobierno inglés, el cual la había comunicado en seguida a Miliukov. Este le dijo entonces que esperaba que Trotski fuese retenido en Canadá el mayor tiempo posible. Trotski no quedó libre sino el 29 de abril, después de los acontecimientos que provocaron la salida de Miliukov. El 5 de mayo llegaba a Petrogrado.

No tardó en orientarse en la nueva situación. Los ingleses habían hecho un buen trabajo. El jefe del Soviet de 1905 se presentaba demasiado tarde. Todas las primeras filas del teatro de la revolución estaban ya ocupadas, y bien ocupadas. Los partidos se habían formado y delimitado. Cada uno tenía su órgano director definitivamente constituido. No le quedaba a Trotski más que formar su propio grupo o entrar como subalterno en alguno de los partidos existentes. Prefirió la solución intermedia, y encabezó un grupo minúsculo, de tendencia "mediadora", en el que, fuera de Lunatcharski, que llegó unos días después que él en un "vagón sellado" con Martov y Axelrod, no hay personajes destacados, y, en espera de la ocasión de "colarse", se dedicó a atraerse a las multitudes y a ganar el máximo de popularidad en los medios proletarios de Petrogrado. Se le vio aparecer en los innumerables mítines que se celebraban entonces en la capital desde la mañana hasta la noche. Y como seguía siendo un orador muy brillante y no se había olvidado el papel que desempeñó en 1905, su éxito personal fue rápido y grande. Hablaba en las fábricas, en los teatros, en los circos. Lo que decía no lo alejaba mucho de las tesis de Lenin. Y atacaba con vehemencia a los aliados, sobre todo a Inglaterra. En cuanto llegó se dedicó a atacar a sir George Buchanan, en quien veía, no sin razón, al principal responsable de sus desgracias. Publicó una carta abierta dirigida al sucesor de Miliukov: "¿Estima usted, señor ministro, que es correcto que Inglaterra esté representada por una persona que se ha enlodado a sí misma lanzando una impúdica calumnia, y que no ha movido un solo dedo, después, para rehabilitarse?" La carta quedó sin respuesta. Pero el tono estaba ya dado. Y pronto se oyó decir en los círculos moderados del Soviet que Trotski "era peor que Lenin".

Este observaba con atenta mirada la ruidosa actividad de su adversario de antaño. No le disgustaba. Y en ese momento necesitaba hombres. Tal vez pensaba ya en la necesidad de preparar los cuadros del futuro Gobierno. En todo caso, resolvió entrar en contacto con Trotski y su grupo.
El 10 de mayo se presentó en una reunión de los trotskistas para hacerles una proposición concreta a título personal, pero de acuerdo con "algunos miembros del Comité central.[17]

¿De qué se trataba? Acabamos de ver que Lenin proyectaba un desarrollo muy intenso de la propaganda bolchevique para hacer frente a una situación nueva. Un solo periódico, tal como la Pravda de entonces, no bastaba. Quería hacer de Pravda una gran hoja popular que tuviera una amplia difusión y que llegara a la masa de los sin partido, políticamente poco educados, y crear un nuevo órgano central en el que se tratarían, para uso de los militantes bolcheviques, las cuestiones de programa y de táctica que se planteasen ante el partido. Para aplicar esta nueva fórmula de acción necesitaba buenos periodistas, y éstos eran más bien escasos entre los bolcheviques. Lenin pensó en Trotski, que tenía una gran experiencia de pluma y que sabía dirigir un periódico, recordó probablemente los brillantes artículos que le proporcionaba Lunatcharski en Suiza, antes de dejarse arrastrar por el canto de las "sirenas de Capri". Decidió entenderse con el grupo de Trotski, que había adoptado frente al Gobierno provisional y los partidarios de la guerra "hasta el final" la misma actitud que el partido de los bolcheviques. Prácticamente, la proposición de Lenin se reducía a esto: entraría un representante del grupo Trotski en cada uno de los dos nuevos órganos que iban a ser lanzados próximamente por el Comité central. Pensaba en Trotski como redactor jefe del nuevo Pravda, mientras que Lunatcharski formaría parte de la redacción del futuro órgano central. Los trotskistas aceptaron presurosos su oferta y concertaron con el partido bolchevique una alianza que había de desembocar pronto en una fusión completa. Al ser informado oficialmente de la iniciativa de Lenin, el Comité central la aprobó y empezó a discutir con Trotski las condiciones materiales de su colaboración.

El Comité de Petrogrado no tardó en ser informado. No le agradó el proyecto de Lenin de publicar dos hojas, controladas una y otra por el Comité central. Anunció que pensaba publicar un periódico propio. Una organización como la suya, estimaba el Comité bolchevique de la capital, bien tenía derecho, si no es que el deber, de poseer su órgano propio y no tener que mendigar continuamente a Pravda el favor de cederle una o dos columnas.

Al enterarse, Lenin quedó desagradablemente sorprendido. Asistió a la sesión del Comité. "No comprendo —declaró a los comitardspor qué en los precisos momentos en que las conversaciones con el camarada Trotski, referentes a su participación en la publicación de un órgano popular, han entrado por buen camino, el Comité de Petrogrado manifiesta el deseo de tener un periódico propio. En las capitales y en los grandes centros industriales del extranjero no existen órganos especiales. Esa división de las fuerzas es perjudicial. Un órgano especial del Comité de Petrogrado no tiene razón de ser. Como centro local, Petrogrado no existe. Es el centro geográfico, político y revolucionario de toda Rusia. Todo lo que ocurre aquí sirve de ejemplo y de lección a todo el país. En consecuencia, la actividad de la organización bolchevique de la capital no puede ser tratada en un plano puramente local." Por eso había venido a proponer al Comité de Petrogrado que participase en la redacción del futuro periódico popular con voto deliberativo y en la del nuevo órgano central con voto consultivo.

Su ofrecimiento tropezó con la oposición en masa de los dirigentes del Comité. El que se mostró más hostil fue Kalinin, un viejo militante, obrero auténtico, que gozaba de un gran prestigio entre sus camaradas. Había sido elegido miembro suplente del Comité central en Praga en 1912. Sin embargo, no se sabe por qué motivo, en la reciente Conferencia se había preferido al insignificante Federov y aquél no formó parte del nuevo Comité central. "Me pregunto —dice en resumen—, por qué el Comité central se muestra tan hostil al proyecto del Comité de Petrogrado. Para servir a los intereses específicamente locales, nuestra organización debe poder conservar cierta autonomía. En Pravda se nos hace esperar durante semanas antes de publicar nuestros textos. Y en lo que se refiere a las fluctuaciones que el Comité central parece temer por nuestra parte, ¿no las ha tenido él también a veces? Tomemos como ejemplo Pravda. En primer lugar, ha seguido cierta política. Llegaron los camaradas Stalin, Muranov y Kamenev y el timón fue dirigido en otro rumbo. Hasta la llegada del camarada Lenin se ocupaba de Pravda un Consejo. Desde entonces el Consejo entró en letargo. Lo mismo ocurrirá en el nuevo periódico."

Molotov, uno de los miembros del mencionado Consejo, compartió la opinión. "No hay divergencias entre nosotros y el Comité central —dijo—. En lo único en que no estamos de acuerdo es en lo que concierne a la posición política de la cuestión. El alegato de que en el extranjero se conforman con un solo órgano central no prueba nada. En el estado de excitación en que vive la masa revolucionaria en Rusia, decenas de periódicos hallarían amplia difusión."

Volodarski, un trotskista que no tardará en convertirse en un ardiente bolchevique, opina lo siguiente : "Si el camarada Trotski está de acuerdo para crear un periódico popular del Comité central, ¿por qué no había de hacer la misma cosa por un órgano de nuestro Comité? La actitud adoptada por el Comité central con respecto a la publicación por el Comité de Petrogrado de su propio periódico indica el deseo del Comité central de intervenir en el trabajo de nuestra organización." A continuación intervinieron otros oradores. Se dijo que el Comité de Petrogrado debía continuar su marcha en vanguardia, siempre hacia la izquierda, y que no había que dejarse oprimir por el Comité central, que era un error tender la mano a Trotski, esa especie de veleta cuya exacta posición política era imposible determinar, etc.

Lenin se vio obligado a pedir de nuevo la palabra. Ignoro por qué su segundo discurso, que sin embargo figura en el acta de la sesión, ha sido omitido en la reciente edición de sus obras. (Tampoco figura en ninguna de las ediciones anteriores.) Esto es un motivo más para que figure aquí.

Lenin planteó directamente la cuestión : "Según ustedes, ¿quién es el que debe mover los hilos? ¿El Comité de Petrogrado o el Comité central? Hablar de la pretendida necesidad de la multiplicación de los periódicos en la hora actual es hablar a la ligera. Lo mismo que cuando se protesta contra una pretendida opresión del Comité de Petrogrado por el Comité central. Se ha dicho aquí que la línea de conducta de la organización de Petrogrado debería tener una tendencia más izquierdista. Eso es peligroso, pues significa: perecer. Estar un poco más a la derecha ¿es conservar... a Trotski? Ya sabemos a qué atenernos en cuanto a sus opiniones. Pero de cualquier modo, es una fuerza literaria de primera clase. Y además en el interior de las fluctuaciones pueden ser tolerados algunos límites y deben incluso existir... Si os veis obligados a esperar semanas para que aparezca vuestro texto en Pravda es porque falta espacio... Poseemos muy pocas fuerzas literarias y no obstante habláis de editar dos o tres periódicos a la vez. Pero en caso de que vuestra empresa no tuviese éxito, la responsabilidad recaería de todos modos en el Comité central. Es costumbre atribuir todo a su influencia... Si no estáis contentos de su línea de conducta, demostrad en qué es mala. Mientras tanto, haced una prueba y esperad a ver el resultado del nuevo periódico." Y para calmar la desconfianza y la susceptibilidad del Comité de Petrogrado, propuso nombrar una comisión que se ocuparía de establecer las garantías ne cesarias contra la presión que pudiera ejercer eventualmente el Comité central sobre los representantes de la organización de Petrogrado en el seno del futuro periódico. Una resolución, redactada por Lenin en este sentido, fue sometida a la asamblea.

Antes de pasar a la votación, el camarada Tomski, un comitard de los más enérgicos, quiso decir su opinión: "No se trata de estar un poco más a la izquierda o un poco más a la derecha; se trata de saber si el Comité de Petrogrado mandará en su casa. El Comité central se interesa por los acontecimientos y cuestiones de alcance mundial... No escribís en ruso y no toda la gente comprende vuestros artículos. ¿Sobre qué queréis asentar vuestro órgano popular? ¿En Trotski? Se trata de una ballena que se balancea constantemente... Queremos disponer de nuestro propio voto, no deseamos hacer el papel del pariente pobre ante el Comité central... Poco nos importa la polémica con Plejanov. Olvidémoslo... Sería curioso ver cómo los camaradas del Comité de Petrogrado, con voz consultiva, se las arreglarían para tratar de convencer en la redacción del órgano central a los camaradas Lenin y Zinoviev. Yo no les aconsejaría que tratasen de hacerlo... En el nuevo Pravda no habrá más espacio para nuestros artículos sobre la vida cotidiana del que había en la antigua. Si adoptáis la opinión del camarada Lenin, la experiencia os enseñará que no sois más que unos ingenuos y unos tontos."

Se votó. La resolución de Lenin fue rechazada por 16 votos contra 12. ¡Estaba en minoría! Esta enojosa situación no duró mucho tiempo. Alguien tuvo la idea de proponer una moción: ¿no habría medio de reconsiderar la decisión tomada en la última sesión, con respecto a la necesidad para el Comité de Petrogrado de tener su periódico propio? La votación se empató: 14 a favor y 14 en contra. Eso ya estaba mejor. Se decidió invitar a los comités de distrito a que expresasen su opinión sobre la cuestión en un plazo de ocho días. Lenin supo aprovecharlo. Inmediatamente después dirigió a todos esos comités una circular: "Se ha originado un conflicto entre el Comité central y el Comité de Petrogrado. Es de la mayor importancia y sumamente deseable que los miembros de nuestro partido en Petrogrado participen en el mayor número posible en la discusión de este conflicto y ayuden con sus decisiones a solucionarlo... En caso de tener, camaradas, serios motivos para no conceder vuestra confianza al Comité central, decidlo francamente. En este caso, nuestro Comité central considerará un deber llevar el asunto a un Congreso... Pero si esa desconfianza no existe, sería injusto e irregular pertender que el Comité central no tiene el derecho que le fue concedido por el Congreso del partido de dirigir el trabajo del partido en general y el de la capital en particular."

De este modo, la cuestión fue trasladada de la "cima" a la "base". Esta no se apresuró a pronunciarse. De los 18 comités, solamente dos enviaron sus respuestas por escrito en forma regular, aprobando la iniciativa de la organización de Petrogrado. Seis se conformaron con declaraciones verbales (cinco a favor de Lenin y una en contra). Y diez no contestaron. En la reunión del Comité que se celebró el 6 dejunio, Volodarski se quejó vivamente. "Si seguimos a este paso, vamos a tardar dos meses", dijo, y propuso conceder un nuevo y último plazo de quince días. Tres días después, los acontecimientos tomaron un giro tal que los comitards de Petrogrado no volvieron a pensar en su periódico.

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[14]. Redactado conjuntamente por Lenin y Zinoviev en agosto de 1915. En el prefacio, firmado por Zinoviev, se especificaba que este folleto estaba destinado a hacer el balance de la táctica socialdemócrata "en la cuestión de la guerra".
[15]. El 8 de abril siguiente se le ocurrió redactar una carta "sobre las tareas de la organización revolucionaria y proletaria del Estado", pero después de haber escrito el comienza renunció a seguirla y la dejó sin terminar. (Cf. sus Obras, cuarta edición, XXIII, págs. 331-333.)
[16]. Primero de mayo en el antiguo calendario ruso.


 
INDICE
PARTE I
EL INGRESO EN LA REVOLUCIÓN
PARTE II
LA LUCHA POR EL PARTIDO
PARTE III
LA CONQUISTA
DEL PODER
PARTE IV
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO SOCIALISTA
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