XIV.
AÑOS SOMBRÍOS DE PARÍS
Un viento glacial barría las calles de la ciudad, desierta y silenciosa bajo un cielo de plomo, en la mañana del 20 de enero de 1908, cuando Lenin bajó del tren que lo traía a Ginebra. La primera impresión fue penosa. Le dijo a su mujer: "Tengo la impresión de haber venido a encerrarme a una tumba." La carta de Gorki le trajo cierto consuelo al día siguiente. El gran escritor se había instalado en la isla de Capri, donde respiraba feliz el aire del 'Mediterráneo y gozaba de su sol. Invitaba a Lenin a pasar una temporada en su casa. La proposición era tentadora. Pero no la aceptó. "Imposible por el momento —le contestó a Gorki—; es necesario organizar el periódico." Esa era nuevamente su gran preocupación principal: volver a poner en marcha su hoja y reanudar inmediatamente el combate interrumpido. El problema de su instalación quedó resuelto rápidamente : alquilaron una habitación en una pensión familiar de las más modestas.
Antes de salir de Ginebra, Lenin había hecho embalar cuidadosamente todo el material de la imprenta, el cual fue depositado a continuación en la bodega de la biblioteca rusa. Su primera visita fue, por tanto, para el bibliotecario Karpinski, que había seguido en su puesto. Después de enterarse de que todo estaba intacto mandó llamar a uno de sus antiguos tipógrafos, que tampoco se había movido de Ginebra, y le encargó que reinstalara urgentemente la imprenta y que se pusiera de nuevo a trabajar. Unos días más tarde llegaron Bogdanov y Dubrovinski. El "trío" de la redacción estaba ya completo. No había más que empezar la preparación del número. Los fondos no escaseaban. Los bolcheviques acababan de cobrar un legado muy importante cuyo origen había provocado múltiples comentarios.
La parte esencial del asunto se reduce a lo siguiente: el sobrino del multimillonario Morozov, Nicolás Schmidt, que era uno de los mayores fabricantes de muebles de Moscú, profesaba por la Revolución sentimientos todavía más fervientes que su tío. Durante las jornadas de diciembre de 1905 sus talleres sirvieron de cuartel general a los insurgentes. Finalmente lo encarcelaron. Su débil complexión no le permitió soportar el régimen penitenciario y murió haciendo saber a quien correspondiera que legaba su fortuna a los bolcheviques.[7] Sus dos hermanas, que entraron legalmente en posesión de la herencia, debían, por tanto, entregar cada una su parte al centro bolchevique. La mayor estaba casada con un abogado, miembro del partido socialdemócrata, pero perteneciente a otra tendencia. Se negó a dar la autorización necesaria a su mujer. Fue citado ante un jurado de honor y obligado a pagar a los bolcheviques la mitad de la suma que había cobrado su mujer, o sea 85.000 rubios. En cuanto a la menor, la situación se presentaba más delicada. Esta muchacha era la amante de un bolchevique activo, muy considerado en los círculos dirigentes de su organización. Victor Lodzinski, alias Taratuta. Como la muchacha era menor de edad, no poda disponer de sus bienes. Era necesario que se casara. Desgraciadamente, su amante, que llevaba una existencia clandestina, no poseía los documentos civiles necesarios. Buscaron, pues, un militante que tenía sus papeles en regla y lo casaron, formulariamente, con la señorita Schmidt, quien al convertirse en la señora de Ignatiev pudo cumplir al pie de la letra la última voluntad de su hermano. Así entraron en la caja de los bolcheviques cerca de 200.000 rublos, cantidad muy suficiente para garantizar la marcha de la nueva publicación.
El periódico podía, por tanto, permitirse el lujo de retribuir a sus colaboradores. Pero había que encontrarlos... Lenin sabía muy bien que no debía confiar demasiado en Bogdanov para el material corriente. Su otro colega sólo servía para la tarea puramente técnica (fue nombrado secretario de redacción). Lunatcharski, pegado a Gorki desde que había empezado su nueva emigración, se pavoneaba en Capri y no manifestaba el menor deseo de volver a coger su pluma de periodista. Liadov no daba señales de vida. En general, los intelectuales que en 1905 ofrecían tan solícitos su colaboración a la causa revolucionaria, se esquivaban ahora y se mantenían al margen. Lleno de amargura, Lenin escribía a Gorki : "Los intelectuales abandonan al partido. No se podía esperar otra cosa de esta canalla. El partido se depura de las escorias pequeño-burguesas. ¡Más vale que así sea! El campo de acción estará más despejado para los obreros revolucionarios."
Se pensó en entenderse con Trotski, que había ido a radicarse a Viena. Pero se hizo la cosa un poco torpemente. Lenin no quería escribirle una carta personal y la invitación para colaborar en el Proletary le fue hecha en nombre de la "redacción del periódico", sin la firma de ninguno de los tres directores. Trotski se ofendió y contestó indirectamente : "Se informa a la redacción del Proletary que el camarada Trotski no puede escribir por estar demasiado ocupado."
Pero, sobre todo, Lenin quería conseguir la colaboración de Gorki. Se la pidió con insistencia. Gorki le contestó que no compartía su hostilidad contra los intelectuales y que esa divergencia le impedía escribir en su periódico. Al saberlo, Lenin se apresura a enviarle esta aclaración : "Ha habido un equívoco... Yo no he pensado en modo alguno proscribir a los intelectuales ni negar su utilidad en el movimiento obrero. No puede haber a este respecto divergencia alguna entre usted y yo. Estoy firmemente convencido." Gorki acabó por ceder y prometió enviar un artículo.
Lo más grave era que acababa de perfilarse un desacuerdo profundo entre Lenin y Bogdanov. Durante los dos años que habían pasado luchando juntos en Rusia habían logrado, haciéndose mutuas concesiones de amor propio, mantener buenas relaciones. Lenin trataba de no herir, en la medida de lo posible, la susceptibilidad de su colega. Un día, cuando ambos habitaban la misma casa en Kuokalla, uno de sus fieles le había dicho con voz un poco elevada : "Bogdanov no tiene condiciones para ser jefe del partido, ¡el jefe es usted!" Lenin le hizo una señal enérgica de que se callara y corrió inmediatamente hacia la puerta para ver si por casualidad estaba Bogdanov en la habitación de al lado y había escuchado esas palabras [8].
Después del aplastamiento del movimiento revolucionario, Bogdanov había reanudado sus trabajos filosóficos. En un trabajo colectivo llamado Ensayos sobre la filosofía del marxismo, que pretendía mostrar el verdadero aspecto de éste, publicó un estudio en el que trataba de buscar los orígenes y los antecedentes del materialismo histórico y esbozaba una especie de prehistoria del marxismo, para llegar con todo esto a yuxtaponer la doctrina de Marx y la del idealismo filosófico de Mach y Avenarius; otros trataron, a su lado, de oponer al materialismo el realismo crítico y de interpretar el método dialéctico a la luz de la teoría moderna del conocimiento; otros aún, entre ellos Lunatcharski, osaron proclamar la necesidad de crear una nueva religión para el marxista y se pusieron a buscar a la divinidad susceptible de ser adorada.
Lenin se puso furioso al leer ese libro. Disputó violentamente con Bogdanov. Una nota de inspiración menchevique publicada en la revista socialdemócrata alemana Neue Zeit, dirigida por Kautsky, anunció que los bolcheviques estaban en pleno desacuerdo entre ellos por cuestiones de orden filosófico y que a causa de ello su grupo se hallaba en un estado de total disgregación. Lenin creyó poder salvar la situación insertando en su periódico una especie de comunicado oficial diciendo que "las opiniones filosóficas de los miembros del partido eran independientes de sus opiniones políticas" y que "las discusiones que pudieran surgir entre ellos a ese respecto no tenían ningún alcance político". Entretanto llega un artículo de Gorki. Después de leerlo, Lenin vio que opinaba en el sentido de Bogdanov. Por lo tanto, no podía publicarse. Al enterarse Bogdanov quedó atónito. ¡Rechazar un artículo de Gorki! Lenin persiste en su decisión. Las relaciones entre él y Bogdanov son cada vez más tirantes. Finalmente Bogdanov se va de Ginebra y se instala en Capri. Lenin se quedaba solo para dirigir el periódico. Afortunadamente, acaba de llegarle un nuevo recluta de Rusia que le ayudó mucho.
En la época en que Lenin había entrado en conflicto con Plejanov y con la nueva Iskra, Grigory Zinoviev era todavía un joven estudiante en la Universidad de Berna. ¿Es necesario decir que asistía más asiduamente a las reuniones de los socialdemócratas que a los cursos de la Facultad? Demasiado joven todavía para desempeñar un papel activo en los asuntos del partido, se mantenía voluntariamente entre los allegados a los "grandes", lleno de entusiasmo y dispuesto a realizar cualquier misión que quisieran confiarle. Ponía en juego un ímpetu y una fogosidad juvenil que parecían no tener límites. En octubre de 1905 fue a Rusia, naturalmente. En San Petersburgo se destacó también por su energía desbordante. Orador, periodista, agitador, lo era todo al mismo tiempo. Esa actividad multiforme le valió ser nombrado delegado al Congreso de Londres y ser elegido miembro del Comité central. A su regreso conoció la cárcel. Una vez liberado, emprendió de nuevo el camino del extranjero y tan pronto como llegó a Ginebra se puso a la disposición de Lenin. Este descargó en él, a partir de ese momento, una buena parte de la faena de la redacción. Esto le permitió enfrascarse en otra tarea que consideraba sumamente urgente.
Acababa de apoderarse de él una obsesión: todos esos pretendidos escritores-filósofos, que so capa de aclarar el marxismo, de consolidar sus bases científicas, habían en realidad emprendido su destrucción, debían ser puestos en su lugar. Y era su deber darles una buena lección. Pero no iba a realizar esta empresa por el simple placer de lanzarse a una polémica, a una más. Es cierto que le gustaban esos combates con la pluma y que le faltaba algo cuando no tenía delante un adversario a quien tirar un tajo. Pero ahora se trataba de algo diferente. Y de algo muy grave. Habían osado tocar el dogma marxista, se habían permitido querer quebrantar sus cimientos. Era inadmisible. Se hallaba en la situación de un San Agustín llamado a defender la Trinidad contra los ataques de los pelagianos. El edificio construido por Marx y Engels debía permanecer intacto. Lenin se encargará de ello.
Esto le obliga a emprender la redacción de una gran obra filosófica. Trabajo nuevo para él. Lenin, amo absoluto del terreno cuando se trata de analizar un fenómeno económico o social, de sacar conclusiones de un cuadro de datos estadísticos, no se siente muy sólido en materia de especulaciones metafísicas, y el vocabulario técnico de la filosofía no le es nada familiar. Cuando proclamó un día, hablando con su "edecán" de Kuokalla, que el marxismo era la única filosofía que debía utilizar un proletario, sólo bromeaba a medias. Personalmente, había estudiado muy cuidadosamente a Hegel (¿podía no hacerlo, siendo marxista?), pero sin duda no profundizó más en sus investigaciones.
Bogdanov y sus amigos se inspiraban en las doctrinas de los filósofos alemanes contemporáneos : Mach, Avenarius, Ostwald. Necesitaba, por tanto, conocerlos a fondo. Al primer contacto con ellos comprendió que debía remontarse mucho más arriba, a los ingleses del siglo XVIII : Berkeley y Hume, y no era todo... Se puso a estudiar a los filósofos con una especie de rabia. Se pasaba días enteros en la biblioteca de Ginebra, sumergido en sus libros. "Me emborracho de filosofía —escribía a Gorki— y descuido el periódico." Mientras tanto, su mujer se aburre en la triste y pequeña habitación que ocupan. Ya no tiene que entregarse a esa tarea absorbente, pero tan apasionante, de cifrar y descifrar la correspondencia con los innumerables agentes informadores del "interior". Ya casi no había. Los pocos que quedaban apenas si daban noticias. Había empezado a aprender francés, armándose valientemente de manuales y gramáticas, tratados de fonética, diccionarios. Así pasaba las tardes esperando que Lenin regresara de la biblioteca. "Por la noche no sabíamos cómo matar el tiempo —escribe ella en sus Recuerdos—; no teníamos el menor deseo de permanecer en nuestra fría y poco confortable habitación y salíamos todas las noches, unas veces al cine, otras al teatro, aunque la mayoría de las veces abandonábamos la sala a la mitad del espectáculo para ir a pasear a alguna parte, sobre todo a orillas del lago."
En mayo, respondiendo a las reiteradas invitaciones de Gorki, que parecía querer reconciliarlo con Bogdanov, Lenin se trasladó a Capri. No le gustó. La casa estaba llena de gente de toda ralea. Gorki recibía a todo el mundo con la mayor cordialidad y abusaban evidentemente de su hospitalidad. Tuvo una última explicación con Bogdanov que tomó mal giro. Lenin se exaltó y le dijo que "no les quedaba más que separarse durante dos o tres años". La mujer de Gorki tuvo que intervenir para calmar su irritación. Regresó al cabo de dos días. Cuando Krupskaia le preguntó sus impresiones de la estancia en Capri se limitó a anunciar lacónicamente que el mar era belio y el vino bueno. "Pero no dice casi nada de las conversaciones que celebró en casa de Gorki, porque aquello le dolía", anotó ella después.
Otro conflicto vino a unirse al que había surgido entre él y Bogdanov, y amenazaba con sembrar la mayor perturbación en los espíritus bolcheviques.
En la nueva Duma, dócil y halagada, había dieciséis diputados socialdemócratas. Ese minúsculo grupo no pesaba mucho en la balanza y no podía ejercer influencia alguna sobre la asamblea, ni impedir en modo alguno la votación de las leyes que se complacía en presentar el Gobierno para aplicar su política reaccionaria. Los hombres que componían el grupo carecían además de envergadura y sus raras intervenciones en la tribuna pasaban casi inadvertidas. En los círculos social-demócratas se oyeron voces pidiendo la retirada de esos diputados, so pretexto de que su presencia en una Duma que se había convertido en criada obediente del Gobierno no podía sino perjudicar a los intereses de la clase obrera y de la revolución en general, puesto que al permanecer en esa asamblea de nobles y de burgueses conferían a ésta una apariencia de prestigio ante los ojos de las masas. En cambio, su dimisión colectiva acabaría por desacreditarla completamente y el pueblo se daría cuenta entonces de que no cabía esperar nada de ella. Así se formó en el seno del partido la fracción de los "abstencionistas", que se asignó el propósito de obtener la retirada de los diputados socialdemócratas de la Duma. El bolchevique Alexinski, que había sido diputado en la Duma anterior, fue el promotor de ese movimiento en el extranjero. Se hallaba en Londres, en mayo de 1907, asistiendo al Congreso del partido. Eso le permitió no ser detenido al ser disuelta la segunda Duma. Y helo en París haciendo una enérgica campaña en favor de la retirada.
Lenin se mostró francamente hostil a ese proyecto. Estimaba que en un momento en que la revolución, vencida, se hallaba obligada a batirse en retirada en todos los frentes, había que tratar de mantenerse por lo menos en las pocas posiciones estratégicas que no se habían perdido todavía y que permitían seguir ejerciendo, aunque fuera en proporciones muy reducidas, una acción sobre las masas. En el período de octubre a diciembre de 1905 se podía predicar el boicot de la Duma porque había muchos otros medios, más directos y más eficaces, de actuar sobre el pueblo. Pero ahora, confinados de nuevo a los estrechos límites de la propaganda clandestina, los socialdemócratas deben saber utilizar hasta el final todas las posibilidades que se les ofrecen : presencia tanto en el Parlamento como en el consejo de administración de la más humilde sociedad de socorros mutuos. La tribuna de la Duma, que permite dirigirse al país entero, debe ser explotada en toda la medida de lo posible y sería una locura, estima ahora Lenin, renunciar a ella voluntariamente. Lenin quedó enfrascado así, simultáneamente, en una cruzada contra Bogdanov el "empiriomonista", Lunatcharski el "buscador de Dios" y Alexinski el "abstencionista", quienes se habían puesto de acuerdo y habían formado en el interior de la fracción bolchevique un grupo aparte con cuartel general en Capri, en casa de Gorki, a quien Bogdanov y Lunatcharski consiguieron ganar para su causa.
Lenin se daba perfecta cuenta del peligro que amenazaba a su obra. Hasta ahora sólo tenía que luchar contra el "enemigo exterior". El bloque bolchevique por él creado a costa de tantos esfuerzos parecía inquebrantable. Aunque de vez en cuando surgían en su interior ligeros desacuerdos, eran liquidados rápidamente y no perjudicaban en modo alguno a la unidad del grupo. Ahora veía surgir fisuras a derecha e izquierda. Por un lado los "empiriomonistas", por el otro los "abstencionistas". ¿Pero con qué tropas? Tenía pocas o ningunas... Necesitaba crearse una mayoría estable. Únicamente podían dársela los comités rusos o, para hablar con más exactitud, aquellos que le seguían siendo fieles. Para que esa mayoría pudiera representar un peso auténtico había que forjarla en una consulta general de las organizaciones del partido. Dadas las circunstancias por que éste atravesaba, era imposible pensar en un Congreso. Aunque se lograra imponer, en principio, la idea de un Congreso, la organización y la preparación material de éste exigirían demasiado tiempo. Y, además, no era seguro que hubiera una mayoría claramente definida. Más valía, en esas condiciones, reunir una conferencia y obtener de ella una condenación expresa de todos esos disidentes y sembradores de disturbios. Escribió entonces a uno de sus fieles partidarios, Vorovski, quien después de haber formado parte, en 1904, del pequeño grupo de los bolcheviques de Ginebra, había vuelto a Rusia y seguía desarrollando el trabajo revolucionario en la clandestinidad. "En la próxima conferencia —decía— se entablará inevitablemente una lucha sin cuartel. Es muy probable que surja una escisión. En caso de que triunfe la tesis del boicot de izquierda abandonaré la fracción."
Mientras tanto, la gran obra filosófica de Lenin quedaba terminada. Ana recibió el manuscrito y la misión de buscarle editor. Fue encargada, además, como antaño en la época de la deportación de su hermano, de vigilar la impresión y la corrección de las pruebas. Se acercaba el invierno. Lenin consideraba con el mayor desagrado la perspectiva de pasarlo de nuevo en Ginebra. Después de la vida agitada que había hecho durante los dos años pasados en Rusia, la tranquila y apacible ciudad helvética le parecía, usando las palabras de Krupskaia, "un pequeño lago burgués de aguas estancadas". La verdad es que se aburría, lejos de los centros activos de la emigración que ahora estaban fuera de Suiza. Trotski, como ya se ha dicho, había ido a instalarse en Viena, donde eran fáciles las relaciones con los jefes de la socialdemocracia alemana que dominaba entonces en la Internacional y en el movimiento socialista en general. Los mencheviques y los socialistas-revolucionarios se establecieron en París. A Lenin le hubiera gustado seguir el ejemplo de Carlos Marx e instalarse en Londres. Le gustaba el ritmo metódico y preciso de la vida inglesa y apreciaba enormemente la perfecta organización del Museo Británico, que facilitaba mucho sus investigaciones documentales. Pero también estaba alejado de los centros donde su presencia le parecía necesaria y la vida costaba más cara que en cualquier otra parte de Europa.
Liadov, llegado de París, a donde había recalado después de múltiples peregrinaciones, con su nuevo amigo, el vivaracho "doctor" Jitomirski, el mismo que tan bien había expresado su admiración por Lenin en sus informes a la policía rusa, fue quien logró convencer a Lenin de que debía elegir París. El principal argumento que invocaron él y el camarada provocador, y que convenció a Lenin, era que allí la vigilancia policíaca sería más fácil de burlar.
Comenzaron inmediatamente los preparativos del viaje. No se trataba sólo de transportar a París el mobiliario, más que somero, de Lenin. Había que organizar el traslado de la redacción del periódico con todos sus expedientes, y de su imprenta. Consideraron necesario encontrar primero un local que pudiera recibir a una y otra. Para esa tarea Lenin no quiso utilizar a Liadov, que había sido antaño quien se lo hacía todo. Sospechaba, no sin razón, que Liadov quería nadar entre dos aguas y mantener contacto con Alexinski. Prefirió prescindir de él y recurrió a otro. Ese "otro" era Kamenev, quien llevaba en París unos tres meses y gozaba ya en Ginebra de la reputación de un "viejo parisiense".
En el tercer Congreso, celebrado en Londres en 1905, Lenin se había fijado en ese joven de veintidós años, de aspecto dulce y tímido, extraordinariamente serio y aplicado. Estaba allí en calidad de delegado de la organización del Cáucaso. Después de la clausura de la sesión, Lenin le propuso pasar algún tiempo en Ginebra antes de regresar a Rusia, a fin de completar su educación marxista. Kamenev aceptó con agradecimiento. Luego vino lo de octubre. Se apresuró, como los demás, a ponerse a la disposición del proletariado revolucionario y, como los otros, aunque con cierto retraso, reanudó en 1908 el camino del extranjero. Después de una breve estancia en Ginebra se trasladó a París. Era un hombre lleno de buena voluntad, muy servicial, siempre dispuesto a ayudar a los camaradas, pero incapaz de medir la extensión de sus fuerzas y de sus capacidades. Por eso no podía a veces cumplir sus promesas y se convertía en una causa de molestia para su amigo, cosa que lo afligía todavía más que a las víctimas de sus errores o de sus olvidos.
Al llegar a París en la noche del 3 de diciembre en compañía de su mujer y de Zinoviev, Lenin se hospedó en el Hotel des Gobelins, en el número 24 del bulevar Saint-Marcel, donde vivía su hermana menor, María, que había venido a estudiar a París. Su primera pregunta fue ésta: "¿Ha encontrado Kamenev algo para la imprenta?" Al enterarse de que no se había hecho nada se limitó a observar: "Era de esperar-se..." Al día siguiente, los dos tipógrafos rusos de Ginebra, que habían seguido a Lenin a París, se pusieron a buscar un local. Encontraron en la calle Antoine-Chantin, a unos cien metros de la iglesia Saint-Pierre de Montrouge, una tienda sombría, sin gas ni electricidad, que fue alquilada en el acto : había que retirar de la estación lo más rápidamente posible las cajas del material. Camaradas voluntarios, reclutados probablemente por Kamenev, se encargaron del transporte. Al mismo tiempo recogieron de la consigna el equipaje personal de Lenin y lo depositaron en su hotel. Al abrir la caja que los cargadores aficionados habían manipulado un poco torpemente en la escalera, Krupskaia reniega : una buena parte de la vajilla traída de Ginebra está rota. Lenin no toma la cosa por lo trágico. "Mozos de mudanza excesivamente entusiastas", observa, aunque agregando : "No es bueno descuidar lo que está bajo la responsabilidad de uno." Pero al día siguiente, a primera hora, corre a la calle Antoine-Chantin para ver si el material de la imprenta no ha corrido la misma suerte. Respiró tranquilo al ver que no había sufrido ningún daño.
Se planteó la cuestión del departamento. Eran cuatro: Lenin, su mujer, su hermana María y su suegra, que había llegado de Rusia poco antes de que salieran de Ginebra. El barrio de los Gobelins, donde pululaban los emigrados rusos, no le atraía. Prefería, como siempre, alguna callecita tranquila en un extremo de la ciudad, pero sobre todo que-ría estar lo más cerca posible de su imprenta.
En el número 24 de la calle Beaunier, inmediata a la puerta de Orleáns, había un departamento desalquilado. Era un segundo piso con cuatro piezas : entrada, cocina, cuartos traseros, agua, gas, roperos y espejos sobre las chimeneas (lo que parece haber impresionado bastante a Krupskaia). Casa sólida, de aspecto muy burgués, de seis pisos. Renta: 840 francos al año, más los gastos adicionales. Evidentemente hubieran podido encontrar algo más barato. El propio Lenin lo reconocía. "Con relación a los precios que se pagan aquí —escribía a Ana— es caro. Pero, por lo menos, estaremos a gusto." El estado de sus finanzas le permitía ahora ese gasto. Fue aceptado por el propietario, a quien le pareció serio y honorable, "no como esos otros rusos". Se hizo abrir una cuenta bancaria en la agencia Z del Crédit Lyonnais, en el 19 de la avenida de Orleáns, y se mudó sin esperar que empezara a correr el mes de enero.
Para Krupskaia fue laboriosa y más bien desagradable la iniciación de la vida parisiense. Era necesario, al entrar en poder del departamento, hacer ciertas gestiones que le parecieron fastidiosas e inútilmente complicadas. "Todo se retrasaba —quejábase después en sus Recuerdos—. Para conseguir el gas, por ejemplo, tuvo que ir en tres ocasiones a alguna parte en el centro de la ciudad antes de obtener el papel necesario." De ahí la conclusión: "Francia es un país monstruosamente burocrático."
Corría el mes de diciembre. Hacía frío. Las chimeneas no funcionaban. Se helaban en esas grandes habitaciones vacías que no tenían más muebles que una mesa de madera blanca y algunas cuantas sillas y taburetes adecuados. La portera ponía mala cara. "Había que ver el desprecio con que miraba nuestro pobre mobiliario", escribe Krupskaia. En cuanto a Lenin, todo esto le dejaba indiferente. Sus pensamientos estaban en otra parte. Iba a abrirse la conferencia. Los delegados llegaban a París uno tras otro.
La elección hecha por las organizaciones del interior que habían aceptado participar en ese concilio no parecía favorecer a la posición de Lenin. De cinco delegados bolcheviques, tres eran "retiradistas". En la reunión preliminar celebrada por ellos se votó una resolución, por mayoría de votos, que suprimía el periódico de Lenin, renovaba la composición del centro bolchevique dando la dirección a los "retiradistas" y entregaba a éstos las llaves de la caja bolchevique, que en aquella época estaba bien forrada. Lenin fue obligado a comprometerse a no participar en la votación, en caso de que las opiniones de la conferencia quedaran empatadas y su voto pudiera dar la mayoría a los adversarios de la "retirada". Ese "golpe de Estado" no dio resultado porque la conferencia, una vez reunida, no quiso tomar en consideración esa votación. Pero, mientras tanto, Lenin vivió horas muy penosas.
La primera sesión se celebró el 3 de enero. Además de los cinco bolcheviques estaban presentes cinco polacos, tres bundistas y tres mencheviques. Los votos de los polacos inclinaron la mayoría a favor de Lenin. Por otra parte, en la cuestión de la retirada de los diputados de la Duma se encontró de acuerdo con los mencheviques, que también se mostraban hostiles. Finalmente los ultras fueron derrotados. Lenin llegó incluso más lejos: amplió, en previsión quizá de que los "retiradistas" volvieran a la ofensiva, ese terreno de entendimiento con los mencheviques que, por lo demás, habían mostrado en esta ocasión muy buena voluntad y habían sabido frenar considerablemente sus apetitos. Aceptó colaborar en el Socialdemócrata, órgano central del partido que se hallaba hasta entonces en manos de los mencheviques. Se nombró un nuevo Comité de dirección en el que figuran Lenin, Martov, Zinoviev, Kamenev y el polaco Markhlevski. Así, tras un enfado que había durado cinco años, los dos antiguos amigos volvían a sentarse de nuevo en la misma mesa de redacción. Lenin pareció encantado de ello. "Recuerdo —cuenta Kruspkaia— haberle oído decir un día, con aire satisfecho, que el trabajo con Martov era muy agradable y que era un periodista de raro talento."
Pero el caso es que ese combate contra los "retiradistas" tuvo una enojosa repercusión en su salud. Había vivido durante ese tiempo en un estado de constante exasperación, con los nervios en completa tensión. "Todavía pudo ver —recuerda Krupskaia veinte años más tarde—la cara de Vladimir Ilitch cuando regresó un día a casa después de no sé qué discusión con los "retiradistas". Tenía el rostro contraído y apenas si podía pronunciar unas pocas palabras."
Muy inquieta, consultó a su madre y a la hermana menor de Lenin. Las tres consideraron unánimemente que había que enviarlo urgentemente a alguna ciudad del Mediodía, lejos de esos líos parisienses, por lo menos durante diez días. Lenin no protestó y partió solo, dejando a su mujer en París, cosa extraordinaria y que demuestra hasta qué punto necesitaba soledad y tranquilidad. Ese viaje le hizo mucho bien. "Descanso en Niza —le escribe el 2 de marzo a Ana—. Es delicioso : hace calor, el aire es seco y hay sol y mar." Pero el 9 está ya de regreso en París y arde de impaciencia por reanudar la lucha, ahora en el frente "filosófico". Su libro está en la imprenta, pero la composición marcha muy lentamente (por lo menos, así le parece); activa el trabajo de Ana y le recomienda con apremio: "Te ruego que no suavices los párrafos contra Bogdanov y Lunatcharski. Nuestras relaciones están definitivamente rotas." Subraya esas últimas palabras con la pluma y agrega: "Por tanto, no hay razón para tenerles consideraciones."
Bogdanov, por su parte, no permanecía inactivo. Había concebido el proyecto de crear, al margen de Lenin, una nueva fracción bolchevique, con el apoyo de Alexinski y de Liadov, que se habían unido a él. Pero primero quería conseguir un apoyo sólido en el interior de las organizaciones rusas en las que Lenin seguía teniendo numerosos partidarios. Había que oponer a éstos militantes de una formación nueva, capaces de combatirlos y de convertirlos en caso necesario. ¿Pero dónde hallarlos? Por el momento no los había. Eso fue lo que llevó a Bogdanov a concebir el proyecto de crear en Capri una "escuela social-demócrata superior de propaganda y agitación", donde jóvenes obreros enviados desde Rusia por comités locales aprendían la teoría y la práctica del marxismo, tal como las comprendía Bogdanov. A Gorki le pareció buena la idea y aceptó participar en los gastos.
Entre los pensionistas recogidos en Capri figuraba un pobre muchacho minado por la tuberculosis, que había contraído en sus múltiples estancias en la cárcel, y que, por lo demás, no le preocupaba gran cosa. Michel Vilonov (así se llamaba) había sido enviado a Capri por cuenta del partido para recuperar algo de la salud perdida, pero se aburría mortalmente y sólo soñaba con volver lo más rápidamente posible a su puesto de combate revolucionario. Tan pronto como oyó hablar de la escuela se ofreció a ir a Rusia para reclutar allí a los futuros alumnos. Partió precedido de una carta dirigida al Comité de Moscú y firmada por el propio Gorki, quien le informaba de esa iniciativa y pedía ayuda y asistencia.
Tan pronto como regresó a París, Lenin se enteró con disgusto de la empresa de su adversario. Se apresuró a enviar al Comité de Moscú, por medio de la oficina extranjera del Comité central, un aviso advirtiéndole el peligro de esa tentativa contraria a las reglas de disciplina en vigor en el partido y cuya realización sólo servía para perjudicar sus intereses. Estimó también que había llegado el momento de zanjar definitivamente ese conflicto que se agudizaba cada vez más y de expulsar a Bogdanov y a sus comparsas de la fracción bolchevique. Se decidió una reunión de la "redacción ampliada" del Proletary. En espera de que se abriera esa nueva conferencia (pues era una conferencia, aunque limitada sólo a los bolcheviques), Lenin apresuró la salida de su libro. "Es terriblemente importante para mí que el libro aparezca lo antes posible", escribe a Ana. Le pide que contrate a cualquier estudiante para ayudarla en sus relaciones con la imprenta y que le pro-meta incluso una gratificación suplementaria de 20 rublos si el libro aparece hacia el 10 de abril (la carta de Lenin está fechada en París el 26 de marzo) y 10 rublos al regente de la imprenta si el trabajo está listo para esa fecha. "Es evidente que no se consigue nada con esos imbéciles rusos sin untarles la mano", anota a este respecto.
La conferencia se abrió el 4 de julio. La redacción del Proletary comprendía a Lenin, Zinoviev y Kamenev. Asistían igualmente cinco miembros del Comité central y cinco delegados llegados de Rusia, entre ellos dos diputados de la Duma. Uno de ellos representaba también al departamento de la policía. Bogdanov, que nominalmente formaba parte todavía de la redacción del periódico, también estaba presente. La re-solución adoptada infligía una censura a los "retiradistas". La cuestión de la escuela de Capri fue objeto de una discusión particularmente áspera. La asamblea condenó este proyecto y ordenó a Bogdanov que renunciara a él. Este declaró que se negaba a someterse a la decisión de la conferencia y fue expulsado, lo mismo que sus amigos, de la fracción bolchevique.
Una vez más, Lenin sentía que esas divisiones intestinas le torturaban el alma. "Esas deliberaciones lo habían fatigado mucho", escribe Krupskaia. Se habló de nuevo de enviarlo otra vez a descansar. Pero como había llegado el verano, resolvieron partir todos juntos y pasar un buen mes de vacaciones en el campo. Lenin se puso a buscar en los pequeños anuncios del Journal "un rinconcito tranquilo y barato" y descubrió así una pensión familiar en Bonbon (Saone-et-Loire) que, por la suma global de diez francos diarios, aceptaba alojar y alimentar a cuatro personas. En la carta que escribió Lenin a su madre, desde Bonbon, el 11 de agosto, le dice : "Ya hace tres semanas que estamos aquí; pensamos pasar todavía dos semanas, incluso tres si es posible... Tenemos habitaciones muy bonitas, la pensión es muy buena y no muy cara. Nadia y yo paseamos constantemente en bicicleta." El trabajo está completamente abandonado... "Hasta evitamos hablar de los asuntos del partido en nuestras conversaciones", anota su mujer.
Antes de salir de vacaciones, Lenin había cambiado de apartamento. No se hallaba a gusto en la calle Beaunier. La portera le hacía escenas por las muchas visitas que recibía. Era, según ella, un perpetuo vaivén de gente sospechosa, mal vestida, que le manchaba la escalera. Se quejaba al propietario, quien una vez perdidas sus primeras ilusiones, enviaba cartas certificadas a Lenin. Y además se morían de frío en esas grandes habitaciones que las chimeneas, cuyos caprichos eran un martirio para Krupskaia, llenaba de humo en lugar de darles un mínimo de calor. Hasta tal punto que ella y su marido se veían obligados a pasar todas sus veladas fuera, generalmente en los cafés, y sólo regresaban a su casa para acostarse. Al expirar su primer contrato, Lenin se despidió y se puso a buscar otro departamento.
Muy cerca de allí, en la tranquila y limpia calle Marie-Rose, acababan de terminar la construcción de un grupo de edificios modernos. Alquiló un departamento muy confortable de tres piezas (su hermana tenía que regresar a Rusia a principios del otoño) con electricidad y calefacción central, lo que fue de gran comodidad para su mujer. Disposición clásica : dos habitaciones a la calle, sala y comedor separadas por una gran puerta de vidrios, dormitorio al patio, así como la cocina, y un pasillo en medio. La sala, una pieza bastante grande iluminada por dos ventanas, se convirtió en el gabinete de trabajo de Lenin. En el comedor colocaron dos camas estrechas de hierro en las cuales dormían Krupskata y él. La anciana pero siempre alerta suegra fue instalada en el pequeño dormitorio y la cocina se convirtió en sala y comedor al mismo tiempo.
La imprenta también había abandonado el incómodo local de la calle Antoine-Chantin. Uno de los tipógrafos descubrió al lado, en el número 110 de la avenida de Orleáns, un pequeño pabellón situado al fondo de un patio con árboles que parecía un jardín. La imprenta ocupó la planta baja y las habitaciones del primer piso fueron reservadas al Comité central. Zinoviev, que vivía cerca, en la calle Leneveux, se estableció allí, por decirlo así, en residencia perpetua. No salía nunca. A cualquier hora del día y hasta muy tarde por la noche se le podía encontrar, ocupado en el periódico o en los asuntos del partido.
Llegaba desde por la mañana, acompañado generalmente de Lenin, que pasaba a buscarlo a su casa. Ambos fueron localizados rápidamente por los colaboradores de la agencia de la policía rusa en París, que empezó a seguirles los pasos inmediatamente. Frente a la habitación que ocupaba Zinoviev había un hotel en el que vino a instalarse un soplón que, desde su ventana, acechaba la llegada de Lenin. Tan pronto como lo veía pasar bajaba y lo seguía hasta la imprenta. Una vez allí, se plantaba frente al edificio y esperaba pacientemente que saliera.
Un día que llovía mucho, Lenin se quedó en la imprenta, a propósito, más tiempo del acostumbrado. "Que se moje", dijo. Otra vez vio que su "seguidor" enfocaba sobre él un aparato fotográfico. "Nuestro soplón se está poniendo demasiado insolente —les dijo a sus colaboradores—. La próxima vez habrá que llamar a un agente y llevarlo a la Comisaría." Días más tarde, el hombre apostado frente a la casa vio salir de la puerta cochera a un muchachote de formas atléticas que con paso decidido se dirigía hacia él. Comprendió en seguida lo que eso quería decir y desapareció inmediatamente. No se le volvió a ver más.
Mientras Lenin descansaba en Bonbon, Bogdanov inauguraba su escuela en Capri. Vilonov, que regresó de Rusia a principios de agosto, había traído consigo trece alumnos, entre ellos un policía. Los comités de Moscú y de la región industrial del centro aceptaron fijar los gastos de viaje y de estancia a razón de 500 rublos por cabeza. El de San Petersburgo anunció que sólo participaría si Lenin figuraba entre los profesores: era claro y rotundo.
El cuerpo docente de la escuela lo formaban ocho miembros, entre ellos Bogdanov (economía política e historia de las doctrinas sociales), Lunatcharski (historia del sindicalismo y de la Internacional), Alexinski (historia del movimiento obrero en Francia y en Bélgica) y Liadov (historia del partido socialdemócrata). Gorki se encargó de dar un curso de historia de la literatura rusa, y un joven sabio, más tarde un eminente historiador, M. N. Pokrovski, uno de historia de Rusia. Profesores y alumnos formaron juntos un Soviet que debía examinar en asamblea plenaria todas las cuestiones administrativas y pedagógicas de carácter general. Tenían que nombrar un Comité director de cinco miembros : dos profesores y tres alumnos, encargados de dirigir efectivamente la escuela.
En la primera sesión del Soviet escolar, los alumnos declararon que deseaban escuchar, además de sus profesores ordinarios, a Lenin, a Trotski, a Plejanov y a Kautsky. Se escribió una carta de invitación a cada uno de ellos. Plejanov no contestó. Kautsky pretextó estar demasiado ocupado al mismo tiempo que aseguraba que "trabajaba mejor con la pluma que con la boca". Trotski prometió ir y no vino. En cuanto a Lenin, mandó a los alumnos una carta en la que les explicaba por qué se veía obligado a rechazar su invitación, por estar en desacuerdo con los organizadores de la escuela. Los estudiantes ignoraban todavía por completo la diferencia que había separado a Lenin de Bogdanov. Les dijeron que se había producido una escisión en el interior de la redacción bolchevique, que Lenin era el responsable, que no sabía más que intrigar, que era un ignorante en materia de filosofía, que había evolucionado hacia la derecha y que había que darle una buena lección. Todo esto no debió convencer en igual proporción a todos los alumnos. Uno de ellos, Kosarev, escribirá más tarde : "Organizamos una reunión de nuestros siete camaradas de Moscú y propusimos a Lenin, apelando a su sentido del deber para con la disciplina del partido, a ir a Capri. De lo contrario, presentaríamos una queja ante el Comité central." Lenin contestó con una larga carta amistosa en la que exponía detalladamente los orígenes y las sucesivas fases del conflicto que lo había enfrentado a Bogdanov y a los "retiradistas". "Vosotros sois buenos muchachos —les decía— y me gustaría trabajar con vosotros si vinierais a París."
No tardaron en estallar discordias entre maestros y alumnos. Entre estos últimos se formó un grupo de cinco "leninistas" que enviaron una carta al Proletary diciendo que no podían seguir en Capri por no querer servir de biombo a un nuevo centro ideológico. Su carta fue publicada por el periódico. El Soviet de las escuelas les pidió que la desaprobaran. Se negaron y fueron expulsados. Se trasladaron juntos a París, con Vilonov, que había sido el animador de ese grupo. El policía también formaba parte y siguió a Francia al equipo leninista. Los otros decidieron continuar los cursos de la escuela e ir a París una vez terminados sus estudios.
Lenin acogió muy cordialmente a los seis disidentes. Les preparó un programa de estudios. Se encargó personalmente de explicarles el sentido y el alcance de la reforma agraria que acababa de realizar Stolypin. Kamenev debía enseñar la historia del movimiento revolucionario en Rusia; Zinoviev, la del movimiento sindical, y Krupskaia la técnica del trabajo ilegal. Al cabo de unas cuantas semanas los "cinco" regresaron a Rusia. En cuanto a Vilonov, su estado de salud se agravó de tal modo que fue mandado a Davos a un sanatorio, donde murió poco después a la edad de veinticinco años.
En diciembre llegaron los ocho alumnos que habían seguido hasta el final fieles a la enseñanza de Bogdanov. Les habían preparado habitaciones en un hotel del barrio latino. Al día siguiente, cuando se presentaron en el 110 de la avenida de Orleáns, empezaron a explicar cómo habían dirigido la escuela, en Capri, en un plano de perfecta igualdad con sus profesores; pero se les contestó: "Habéis venido para trabajar y para seguir los cursos. En cuanto a dirigir la escuela, eso es asunto del Comité central y no vuestro." "No quisimos discutir", escribía más tarde Kosarev, que figura entre ellos.
Tres días después los convocaron para que conocieran a Lenin. "No fueron todos los alumnos —escribe Kosarev—; sólo cuatro o cinco. Los otros fueron a visitar un museo." Fueron recibidos por Zinoviev. "La conversación languidecía —cuenta Kosarev—. Ninguno de nosotros se dio cuenta que un hombre rechoncho y calvo, vestido con una levita raída, había entrado y se había sentado en el reborde de la ventana. Ni el propio Zinoviev se fijó y siguió interrogándonos. Finalmente, ya no pude más. "¿Pero cuándo va a venir Lenin, a quien ya llevamos tanto tiempo esperando?", exclamé. Zinoviev sonrió, guiñó el ojo mirando al hombre que se mantenía apartado y dijo: "Es posible que el camarada Lenin ya esté aquí". Entonces todo el mundo se echó a reír y Lenin se acercó a nosotros. Con él se animó la conversación. Convinimos que los cursos se llevarían a cabo en el hotel que habitaban los alumnos, en una de las habitaciones ocupadas por ellos. Muy puntualmente, a la hora convenida, Lenin llegaba para hablarnos de la reforma de Stolypin. Pero en realidad ese tema no era más que un pretexto. La verdadera finalidad de sus entrevistas era separarnos de Bogdanov, por lo menos a algunos de nosotros. Exponía las principales tesis del grupo de Bogdanov y se dedicaba a refutarlas demostrando su inconsistencia y su inoportunidad en las actuales circunstancias. Trataba de hacernos hablar, nos hacía preguntas y contestaba a las nuestras. A veces surgía una discusión." Logró convertir a algunos. A otros los hizo dudar. Pero los hubo que volvieron a Rusia convencidos de que Lenin había evolucionado fuertemente hacia la derecha, se había alejado del dogma bolchevique y se hallaba en contradicción con el mismo.
Al regresar de las vacaciones, Lenin había reanudado el trabajo. Redactó un estudio bastante largo sobre "La fracción de los "retiradistas" y de los constructores de Dios", que no pudo ser publicado en el periódico por sus dimensiones. Apareció como suplemento al número del 24 de septiembre. Cada diez o quince días publicaba un artículo de unas 200 ó 300 líneas. Cada uno de esos artículos le llevaba toda una tarde o más. O sea que el trabajo periodístico no lo acaparaba demasiado en aquella época. Incluso teniendo en cuenta las frecuentes y prolongadas discusiones con sus colegas, que se celebraban generalmente por la noche, le quedaban muchas horas libres [9]. Lenin las aprovechó muy útilmente.
Empezó a frecuentar la Biblioteca Nacional. Ya le había hecho algunas visitas al llegar a París. Para ser admitido tuvo que encontrar un "fiador", conforme al reglamento de la Biblioteca, que invitaba a los extranjeros a unir a su solicitud una recomendación de su embajada o de una persona "honorable conocida de la Administración". Lenin juzgó que, evidentemente, en su situación, hubiera sido un poco delicado recurrir a la amabilidad de S. E. el señor Neildov, que representaba entonces a Nicolás II ante el Gobierno de la República francesa.
Un diputado socialista del departamento de Niévre fue la "persona honorable conocida" que apoyó su demanda [10].
Sus relaciones con las bibliotecas de servicio en la sala de trabajo carecieron de amenidad desde un principio. La entrega de los libros exigía entonces más tiempo que en nuestro días, por múltiples razones. Una de las principales, si no la principal, era que el Catálogo general impreso, comenzado en 1897, acababa apenas de abordar la letra D, y los lectores que deseaban otras anteriores a 1882 y que no figuraban todavía en él, no tenían, para obtenerlas, otro medio que anotar el nombre y el título en sus boletines de solicitud. El servicio de investigación se encargaba de buscar la signatura, lo cual no siempre era fácil. La Biblioteca Nacional no ha conservado los boletines de Lenin, pero he podido ver la reproducción fotográfica de los que presentó años más tarde en la Biblioteca de Berna. Le hacen pensar a uno en los jeroglíficos de la época de Ramsés II, y exigen un serio esfuerzo para ser descifrados, sobre todo cuando se trata del nombre de un autor. Cabe suponer que la caligrafía de los que entregaba Lenin en la Biblioteca de París no era más perfecta. Ello debía motivar retrasos, "llamadas a la oficina" que sin duda alguna lo desesperarían. Finalmente riñó con el personal de la Biblioteca Nacional y se puso a buscar otras bibliotecas. Trató sucesivamente en Arsenal, Sainte Geneviéve y la Sorbona, pero en ninguna pudo acomodarse. No le queda más remedio que emprender de nuevo el camino de la calle Richelieu.
El motivo es que en noviembre (seguiremos en 1909) Lenin había resuelto emprender un gran trabajo que exigía una abundante documentación. Generalmente iba a la Biblioteca por la tarde, después de haber pasado la mañana en la imprenta de su periódico, que aparecía semanalmente. Pero desde el 16 de octubre, la Biblioteca Nacional, que estaba privada todavía de alumbrado eléctrico, se hallaba sometida al "régimen de invierno" : es decir, cerraba a las cuatro y las entregas de libros terminaban a las tres. Lenin tuvo que adaptarse a ese horario, y ello causó una total perturbación en su forma de vida. Estaba acostumbrado a acostarse muy tarde y, además, como sufría frecuentes insomnios, madrugaba poco y no se levantaba generalmente antes de las diez. Pero un buen día le anuncia a su mujer que iba a levantarse a las ocho de la mañana para poder llegar a la Biblioteca a las nueve, a la hora de abrir, y que pensaba hacerlo todos los días. Krupskaia se mostró un poco escéptica. Pero Lenin cumplió su palabra. A partir de ese día se le vio todas las mañanas subir a su bicicleta e ir al trabajo como el más puntual de los funcionarios. En diciembre, su mujer escribía a la señora Ulianov : "Ya hace dos semanas que Volodia se levanta a las ocho de la mañana y se va a la Biblioteca, de la que vuelve a las dos. Los primeros días le resultó difícil levantarse tan temprano, pero ahora está muy contento y también se acuesta muy temprano. Sería muy bueno que pudiera acostumbrarse a ese régimen."
También encontramos en la misma carta algunos detalles de orden doméstico que es útil recoger : "Nuestra vivienda es muy caliente —escribe Krupskaia—, y Volodia pasa mucho tiempo en casa... Salimos muy poco, generalmente el domingo." Cuando hace buen tiempo toman sus bicicletas y se van a pasar el día en el campo, a Fontainebleau, a Meudon. A veces van al teatro de Montrouge, que está cerca de su casa, donde representan sombríos dramas que arrancan las lágrimas de los espectadores sensibles de los barrios de Alésia y del Pare Montsouris. El año termina alegremente. "Nos hemos divertido mucho durante todas estas fiestas —escribe Lenin a su hermana María el 2 de enero de 1910—. Fuimos a los museos y al teatro y visitamos el Museo Grévin, que me gustó mucho. Hoy mismo pienso ir a un alegre centro nocturno, una goguette révolutionnaire (sic, en francés), en la que hay cantantes." El 31 de diciembre pasaron la noche en un café cerca de la Puerta de Orleáns. El gerente de la imprenta, Alin, que figuraba entre los invitados, cuenta en su pequeño libro de recuerdos: "...A eso de las cuatro de la mañana nos fuimos todos al bulevar desierto. La mujer de N. A. Semachko e Ilya Zafir empezaron un baile ruso. Pero varios agentes ciclistas nos pidieron cortésmente que dejáramos de hacer ruido. Se interrumpió el baile. Lenin reía a carcajadas: "¿Qué, habéis tenido miedo? Es terrible, un agente."
Personalmente, Lenin se interesaba mucho por la aviación, que acababa de nacer. Asistía asiduamente a las reuniones de Vincennes y a los ensayos de vuelo en Juvisy y en Issy les Moulineaux. Iba, naturalmente, en bicicleta. Un día, al regresar de Juvisy, estuvo a punto de ser aplastado por un auto. Lenin tuvo tiempo apenas para saltar a tierra, pero su bicicleta quedó destrozada. Al contar ese accidente en una carta a su hermana, agregaba: "La gente me ayudó a apuntar el número del coche y algunas personas aceptaron ser testigos. He podido identificar al propietario del auto —es un vizconde, mal rayo lo parta—y ahora le he abierto un proceso."
Lenin ganó su proceso y pudo comprarse una bella bicicleta totalmente nueva. Y otra vez se le vio correr por los campos de aviación. Y volvió a ser víctima de un accidente.
Un día, yendo a Issy, había oído sobre su cabeza el ruido de un motor. Levantó los ojos y se puso a seguir las evoluciones del avión con tanto interés que no supo cómo había llegado al fondo de un barranco con otro ciclista que venía detrás de él y que había chocado con su bicicleta al mismo tiempo que rodaba también por tierra. Se entabló una discusión. El ciclista afirmaba que era culpa de Lenin. Lenin sostenía, por el contrario, que él iba delante y que no podía ver lo que ocurría a su espalda. Se aglomeró la gente e intervino en el debate, pronunciándose en favor de uno o de otro. La querella duró hasta la llegada de un agente, que condujo a los dos adversarios a la Comisaría. Se levantó un acta, pero parece que el asunto no tuvo mayores consecuencias. Alin, que cuenta ese incidente en su libro, escribe: "Al día siguiente encontré a Lenin en la puerta de su casa, ante su bicicleta desmontada. Enderezaba algo con unas pinzas, apretaba y aflojaba tuercas. Estaba muy disgustado por el incidente, pero se consolaba diciendo: "La bicicleta de mi adversario no parece haber quedado en mejor estado."
Pero él no iba a disfrutar mucho tiempo la suya. En aquella época la Biblioteca Nacional no disponía todavía de garage para las bicicletas de sus lectores. Lenin se había puesto de acuerdo con la portera de una casa vecina, la cual, por dos perras chicas diarias, le autorizaba a guardar su bicicleta en la entrada de la casa, cerca de la portería. Un día, al salir a buscarla saliendo de la Biblioteca, vio que había desaparecido. Por toda explicación la portera le dijo que sólo le había permitido dejar su bicicleta en la escalera, pero que no se había comprometido en modo alguno a vigilarla.
El año de 1910 empezaba bien. El Comité central, reunido en sesión plenaria, consiguió la unión de las fracciones. Lenin se mostró dispuesto a hacer las mayores concesiones en materia de organización. Aceptó suspender la publicación de su periódico. De ahora en adelante el Comité Directivo del órgano central, el Socialdemócrata, estaría compuesto por dos bolcheviques : Lenin y Zinoviev, y dos mencheviques, Martov y Dan Kamenev fue a representarlo en Viena ante Trotski, que publicaba desde octubre de 1908 un periódico titulado Pravda (La Verdad), un nombre que tendrá éxito en el mundo bolchevique. Para que los miembros del partido pudieran dar a conocer sus opiniones personales sobre los problemas del momento se creó una Hoja de discusiones, especie de tribuna libre que se publicaba como suplemento del órgano central.
Ya no habría más que una caja común. Pero en lugar de entregar las sumas, bastante considerables, que tenían los bolcheviques, Lenin las dio en depósito a un trío de socialdemócratas alemanes : Kautsky, Mehring y Clara Zetkin, quienes se comprometían a devolver el dinero a los bolcheviques en caso de nueva escisión.
Las cosas parecían arreglarse con los mencheviques, pero en cambio las relaciones de Lenin con Bogdanov y sus amigos eran cada vez más tensas. Estos últimos se mostraban ahora muy activos. Habían fundado su propio periódico, con el título de Vpered, presentándose así como fieles continuadores del periódico bolchevique creado antaño por Lenin después de su ruptura con la Iskra. Su grupo tomó desde ese momento el nombre de Vperedistas. Lunatcharski, que había venido a instalarse en París, hacía una activa propaganda en favor suyo. Se alojó en la calle Roli, muy cerca de Lenin, y empezó a dar "cursos de cultura proletaria" que le permitieron aumentar considerablemente el número de sus adeptos. Estos se mostraban muy agresivos y disputaban la primacía a los partidarios de Lenin, no sin vehemencia. Alin ha conservado el recuerdo de una irrupción de los Vperedistas en un café en el que los leninistas estaban celebrando consejo. Estaban dispuestos a llegar a las manos. Krupskaia, que quiso calmar las pasiones, fue injuriada. Hubo que levantar la sesión. "Observé en ese momento a Lenin —escribe Alin—. Nunca lo vi tan agitado. Estaba pálido. Cogió su sombrero y salió rápidamente de la sala. Todo el mundo partió. Unos cuantos fuimos a un café cercano para comentar el incidente. Lenin no estaba allí." Más tarde, por la noche, a la una y media de la madrugada, lo encontró cerca de la avenida de Orleáns, caminando precipitadamente, bajo la lluvia, con el sombrero en una mano. Alin lo acompañó hasta la casa con otros camaradas. Repetía sin cesar : "¡Es una infamia! ¡Ser capaces de semejante escándalo! ¡Es el colmo!" Más tarde se supo que había caminado durante más de dos horas por las calles antes de poder calmarse.
Todo iba mal. Su trabajo en la Biblioteca no adelantaba. Privado de su bicicleta, obligado a sufrir durante media hora un tranvía que avanzaba con una lentitud exasperante a través de las calles embotelladas y en las cuales todavía se desconocía la circulación en sentido único, llegaba ya regularmente irritado. La espera de los volúmenes y las explicaciones con el personal de la sala de trabajo no hacían más que aumentar su irritación. Regresaba a casa (otra media hora de tranvía) cansado y deprimido, y aun tenía que soportar, al pasar ante la portería, alguna observación agria por alguna visita recibida la víspera a una hora indebida o por alguna mancha descubierta en la alfombra de la escalera frente a su puerta. Lo mismo que en la calle Beaunier, su pobre mobiliario inspiraba en la calle Marie-Rose un desprecio apenas disimulado y las inquietudes del propietario, que, temeroso de que Lenin se fuera sin pagar la renta, quería deshacerse de él.
Un día se quejó de todas esas molestias domésticas al obrero de la imprenta del Comité, Vladimirov, que había venido a verle. Era un muchacho muy despierto que se había sabido "parisinear" rápidamente. "Yo me encargo", le dijo a Lenin. Baja la escalera. Precisamente ante la portería se encuentra con el propietario. Vladimirov lo aborda cortésmente, con la gorra en la mano, y entabla una conversación. El otro le comunica sus quejas: "Es un inquilino muy raro. No tiene ni con qué amueblar su vivienda. Ya estoy harto. Que se vaya." "No hay que juzgar por las apariencias —observa suavemente Vladimirov—. El señor Ulianov es un gran propietario y tiene cuenta en el Banco. Infórmese usted en el Crédit Lyonnais." El buen tipógrafo sabía lo que decía. En efecto, todo el dinero de la fracción bolchevique estaba depositado a nombre de Lenin. El Banco, a donde el propietario no dejó de acudir, debió darle los mejores informes sobre su solvencia, puesto que días después, al encontrárselo en la escalera, Lenin vio que lo saludaba con un obsequioso sombrerazo acompañado de un sonoro: "¡Buenos días, señor Ulianov!" Lo cual no le impedía escribir a su hermana : "París es un cochino lugar, y en muchos aspectos."
Tampoco su mujer lograba adaptarse al ambiente parisiense. Ella, que solía ser tranquila y tener un humor siempre igual, se había vuelto nerviosa, hipocondríaca. Las humildes pero abrumadoras preocupaciones domésticas habían venido a reemplazar las emocionantes peripecias de la lucha revolucionaria subterránea. No conseguía, a pesar de todos sus esfuerzos, familiarizarse con la lengua francesa, y chocaba con incesantes dificultades en los pequeños comercios del barrio (difícil-mente se aventuraba más allá de la avenida de Orleáns); ello provocaba a veces un cruce de réplicas poco amenas. Y la vida era cada vez más cara. Después de vivir un año en París, los recursos personales de Lenin habían disminuido considerablemente. En Rusia le dejaron su-mas importantes sus artículos y sus folletos, así como la antología de sus escritos publicada bajo el título de En doce años. Ahora no disponía más que del sueldo que le pagaba el partido: cincuenta francos por semana. Con eso tenía que vivir Lenin y mantener a su mujer y a su suegra.
El buen tiempo le trajo alguna tranquilidad. Recibió una carta de Gorki que le invitaba a pasar unos días en Capri. Lenin aceptó; convinieron que no se hablaría de política en las conversaciones. Fue allí a principios de agosto, y Krupskaia fue a instalarse con su madre en Pornic, donde el partido socialista francés había creado una colonia de vacaciones para sus miembros, Gorki cumplió su palabra e hizo todo lo posible por evitar a su huésped discusiones sobre temas espinosos. Los interlocutores de Lenin fueron sobre todo pescadores de la isla que no sabían una palabra de ruso, y como él ignoraba totalmente el italiano estaban obligados a explicarse por medio de gestos acompañados por una mímica apropiada, de lo cual se declaró encantado. Después se reunió con los suyos en Bretaña y a fin de mes partió para Copenhague, donde debía celebrarse el Congreso de la Segunda Internacional.
Cerca de un millar de delegados, 887 exactamente, habían venido a asistir al Congreso, entre ellos 188 alemanes y 48 franceses. La delegación rusa comprendía veinte miembro:: diez socialdemócratas (entre ellos Plejanov, Lenin, Zinoviev, Kamenev, Martov, Dan, Trotski y Lunatcharski), siete socialistas-revolucionarios y tres sindicalistas. Lo mismo que en Stuttgart, o más tal vez que en Stuttgart, Lenin se sentía perdido en medio de esa multitud ruidosa y heteróclita. Pasó completamente inadvertido, a pesar de que ocupaba un lugar en la tribuna en su calidad de miembro del Buró Socialista Internacional. El corresponsal de L'Humanité, al dar cuenta de la sesión inaugural, cita a un sólo ruso, Rubanovitch, al nombrar a los "militantes más conocidos". Es cierto que éste colaboraba entonces en el periódico de Jaurés. Lenin no tomó la palabra en ninguna sesión plenaria. Tal vez no le interesaba mucho : la Internacional le parecía cada vez más dominada por los socialdemócratas alemanes, que se deslizaban cada vez más hacia la derecha. Se le ocurrió, lo mismo que en Stuttgart, intentar una "agrupación de izquierdas" en el seno del Congreso y quiso reunir en una conferencia particular a los delegados que se consideraban marxistas revolucionarios. Dos mujeres, Rosa Luxemburgo y la holandesa Roland-Holst, hicieron una campaña para conseguirle adhesiones. "No logramos atraer —escribía más tarde Zinoviev— más que una decena de personas cuando mucho, y la mitad de ellas no se atrevieron a ir a las sesiones." Cobró su desquite en las reuniones de la delegación rusa. Allí surgían discusiones tumultuosas en las que Lenin parece haber sufrido duros asaltos. La mujer de Krjijanovski, que asistía al Congreso como simple espectadora, cuenta en sus Recuerdos: "Se oía decir durante las sesiones de la sección rusa: "Uno contra todos, ¡es insensato! ¡Pierde al partido! ¡Qué felicidad sería que desapareciera, que se muriera!" "Cuando le dijo a uno de los que hablaban así, a Dan sobre todo : ¿Cómo es posible que un solo hombre pueda perder a todo el partido y que todos vosotros seáis tan impotentes frente a él hasta el punto de veros obligados a llamar en auxilio a la muerte?, me contestó, irritado y huraño : "Pues porque no hay un solo hombre en el mundo como él que se ocupe de la revolución durante las veinticuatro horas del día, que no tenga más pensamientos que los relativos a la revolución y que, hasta cuando duerme, no vea más que la revolución en sus sueños. ¡Trate de vencer a un hombre así!"
Tuvo la satisfacción, por lo menos, de que sus compatriotas adoptaran la idea de un nuevo periódico socialdemócrata destinado especial-mente a los obreros. Cabría preguntarse, sin embargo, si para tomar esta decisión era absolutamente necesario ir a Copenhague...
El Congreso terminó el 3 de septiembre y Lenin se embarcó para Estocolmo, donde debía encontrarse con su madre. La señora Ulianov iba camino ya de los setenta y dos años. Su rostro totalmente arrugado de anciana encorvada bajo el peso de las múltiples pruebas a que la había sometido la vida, conservaba unos ojos límpidos, luminosos y asombrosamente jóvenes. El destino no quería permitirle que terminara en paz sus últimos años. Estaba separada de su hijo mayor, y en cuanto a su otro hijo y a sus dos hijas, tan pronto eran detenidos como sufrían algún accidente. En las cartas que le escribía, Lenin trataba de ocultar las dificultades y las preocupaciones que lo abrumaban, pero ella sabía leer entre líneas y sufría cruelmente.
Estuvo una semana en Estocolmo y se fue con un soberbio abrigo de invierno que le regaló la señora Ulianov, madre previsora. Ya no había de volverlo a ver.
La paz entre las fracciones, concertada en el pleno de enero de 1910, no había durado mucho tiempo. Además, los mencheviques estaban sufriendo en su propio grupo divisiones internas análogas a las que diezmaban a la fracción bolchevique. Se formó entre ellos, a partir de 1908, un llamado movimiento de "legalistas", que estimaban que en la nueva situación creada por el aplastamiento de la revolución, el partido socialdemócrata debía salir de la clandestinidad y llevar una existencia legal, como en los demás países de Europa donde funcionaba un régimen parlamentario. Había diputados socialdemócratas en la Duma que hacían oír su voz en la tribuna, los socialdemócratas podían escribir en periódicos y revistas, aunque a condición de plegarse a las exigencias del momento, porque si bien había sido abolida la censura, un artículo demasiado imprudente causaba inmediatamente la prohibición del periódico. Los oradores socialdemócratas también podían tomar la palabra en reuniones públicas, por su cuenta y riesgo natural-mente. Esa era, estimaban los "legalistas", una buena escuela en la que la clase obrera iba a prepararse para someterse a la próxima prueba de una república burguesa, puesto que estaba previsto que antes de que el proletariado tomara el poder había que pasar por ahí. Pero, puesto que se trataba de crear una organización legal del partido, la existencia del aparato ilegal ya no tenía razón de ser. El Comité central, el órgano central, el Buró extranjero, que por lo demás no gozaban ya más que de una autoridad sensiblemente reducida, eran superfluos y estaban llamados a desaparecer. No quedaba más que liquidarlos. De ahí el apodo de "liquidadores" que pusieron a los partidarios de esa tendencia sus adversarios, los cuales insistían en la absoluta necesidad de mantener íntegramente la organización ilegal existente. Plejanov se pronunció abiertamente contra los "liquidadores", quienes tenían en Potresov, que se había quedado en Rusia, a uno de sus principales animadores del interior. La mayoría de los dirigentes mencheviques en el extranjero, Martov, Dan y Axelrod entre otros, se pronunciaron en favor de pasar a la legalidad en el periódico de fracción que habían conservado. Lenin, que tras la supresión del suyo se había dedicado enteramente a su trabajo de codirector del órgano central, arrastró desde un principio a los "liquidadores" hacia las gemonias. Lo cual volvió a acercarlo a Plejanov.
El combate abierto se entabló, o para usar su lenguaje, "la bomba estalló" en marzo, a raíz de un pequeño incidente ocurrido en la redacción. Lenin había publicado en la Hoja de discusiones, y no en el periódico, el artículo de Martov en el que éste declaraba que como el pleno había admitido la paridad de votos en el interior de la redacción del Socialdemócrata, ese principio debía ser aplicado también a los "legalistas". Inmediatamente, Martov atacó con vehemencia en el periódico de los mencheviques legalistas. "Mi artículo —escribía— no se pronunciaba en modo alguno contra las decisiones del pleno; no hacía más que exigir una aplicación equitativa de esas decisiones." No se conformó con eso. En una Carta abierta a las camaradas, publicada con su firma y con las de Axelrod, Dan y Martynov, se dirigió a todo el partido y denunció el despotismo de algunos miembros de la dirección del órgano central. Un grupo de dieciséis miembros del interior, entre ellos tres miembros del Buró ruso del Comité central, se solidarizó con la Carta. En el número del 5 de abril, Lenin censuró el gesto de esos "Eróstratos" y llamó a las armas a todos los verdaderos social-demócratas sin distinción de tendencias. "La conspiración contra el partido ha sido descubierta —exclama—. Que se alcen en defensa suya todos aquellos que quieran su existencia." En Copenhague se aborda-ron como enemigos. De regreso a París, la hostilidad entre los dos bandos llegó a su apogeo.
La situación de Lenin era lamentable. No podía escribir más que en el órgano central, donde, teniendo en cuenta su cargo oficial, se imponía cierta reserva. Los mencheviques habían conservado su periódico. Plejanov tenía el suyo. Trotski lo mismo. Sólo él, por querer sin duda predicar con el ejemplo, había cometido la imprudencia de suspender el Proletary. Seguramente le hubiera gustado reanudar su publicación ahora, pero ya no disponía de los fondos necesarios. El dinero bolchevique seguía "bloqueado" con los depositarios alemanes. La gaceta obrera empezaba mal. Después de un primer número, publicado el 13 de noviembre, el segundo no salió hasta el 13 de diciembre siguiente. Trotski, que la consideraba como una competidora de su Pravda, había emprendido una fuerte campaña contra ella, pretendiendo que, lejos de servir a los intereses del partido, esa publicación no serviría más intereses que los de los bolcheviques-leninistas. Lenin le atacó a su vez en un artículo del Socialdemócrata del 21 de diciembre dé 1910. "Una discusión de principios con Trotski es imposible —decía— por la sencilla razón de que no los tiene. Se puede y se debe discutir con liquidadores y con convencidos "retiradistas", pero no se discute con un hombre que se las ingenia en escamotear las faltas de unos y otros; se le desenmascara como un "diplomático" de la más baja ralea." Y pidió a Kamenev que regresara de Viena.
Paralelamente lo asaltan preocupaciones de orden material. No encuentra editor para su libro. Su carta a Gorki, en la que le ruega que le ayude, es un verdadero grito de desesperación. Los periódicos y las revistas rusas ponen dificultades para aceptar sus artículos por estimar sin duda que su colaboración es ahora demasiado comprometedora. Afortunadamente, los socialdemócratas del interior, resueltos a explotar las posibilidades legales que se les ofrecen, crean en diciembre una hoja semanal, Zvezda, considerada como el órgano parlamentario de su partido, y una revista mensual en la que varios periodistas bolcheviques, cuidadosamente camuflados, son invitados a escribir. Lenin aceptó colaborar en esa empresa "legalista" y dio algunos artículos firmados unas veces con su seudónimo de antaño, Mine, y otras sin firma alguna. Mientras tanto, lograba sostenerse penosamente.
En una de sus cartas a su madre se le habían escapado algunas alusiones a sus dificultades materiales. La señora Ulianov se conmovió y le mandó algunos centenares de rublos, sacados de su modesta pensión de viuda que desde hacía mucho tiempo no correspondía ya al costo de la vida. Lenin queda desconsolado. "Por favor, no me envíes dinero —le escribe—. Por el momento mi situación no es peor que antes : no estoy en la miseria. Y te suplico, querida madrecita, que no me envíes nada de tu pensión y que no pases estrecheces por mí."
La anciana madre ya no reincide. Pero a través de sus hijas manda a París paquetes en los que Krupskaia, boquiabierta, descubre jamón, pescado ahumado, tocino, dulces e incluso mostaza, para que Volodia por lo menos pueda comer hasta hartarse.
Todas esas complicaciones materiales repercuten en su estado general. Se vuelve sombrío, distraído, y sufre a veces olvidos que sorprenden a quienes le rodean.
Una vez —escribe Alin— Lenin vuelve a casa y le pregunta a Nadejda Konstantinovna :
—¿Hay alguna respuesta de Nueva York?
—¿De Nueva York? ¿Qué respuesta? ¿A qué carta?
—¡Pues a la última!
— Pero si apenas la mandaste hoy.
— ¿Sí? ¿Hoy?
—Ve usted —me dice Nadejda Konstantinovna con reproche—, está completamente agotado.
Olvida echar al correo las cartas que le confía su mujer. Estas las encuentra días después en los bolsillos de su abrigo. Finalmente decide prescindir de sus buenos oficios. Las noches no le son clementes. Padece insomnios. Le acometen continuos dolores de cabeza. La mujer de Krjijanovski, que ha venido a pasar unos días en París después de la reunión de Copenhague, queda sorprendida por su mal aspecto.
Así es Lenin cuando conoce a Elisabeth Armand, "Inés" para los revolucionarios, cuya imagen, dice Alin, "no se borrará nunca del recuerdo de los que la conocieron". Era francesa, parisiense, hija del actor Pécheux d'Herbenville, apodado Stéphen. Fue recogida por una tía suya, que trabajaba de ama de llaves en casa de un rico industrial de Moscú, y llevada a Rusia. Su estancia en la familia Armand terminó con su matrimonio con el hijo de la casa. En 1905 abandona su vida confortable de joven burguesa acomodada y se arroja ciegamente a la vorágine revolucionaria. Deportada a Arcángel en 1907, emigra en 1909, dejando en Rusia a su marido y a sus tres hijos, y después de una breve estancia en Bruselas se traslada a París en 1910. [11]
El nombre de Inés Armand no era desconocido probablemente para Lenin. En todo caso la recibió en seguida en su intimidad y la convirtió en una de sus colaboradoras más allegadas. Sabía utilizar el trabajo de las mujeres. Sin hablar de Krupskaia, estrechamente asociada a toda su obra, y de sus dos hermanas, sobre todo la mayor, cuya ayuda le fue tan valiosa en tantas ocasiones, todas las "misioneras" que empleaba para las necesidades de la Causa le servían con una devoción absoluta. Pero el caso de Inés Armand era diferente. Hasta entonces no había tratado más que con militantes que no conocían ni querían conocer nada que no fueran sus deberes para con el partido y la revolución. Ahora se hallaba frente a una mujer. Militante, Inés lo era, y por lo menos tanto como las demás. Pero tenía también una cultura general muy amplia y un encanto personal de que carecían completamente las otras. "Se desprendía de ella una inmensa alegría de vivir", ha dicho Krupskaia, explicando a su manera esa especie de fulgor interior que emanaba de todo su ser. Tenía entonces treinta años, pero nadie le daba más de veinte, inmensos ojos negros y unos cabellos rebeldes a todo freno que daban a su cabeza el aspecto de una Medusa. Parecía ir por la vida radiante, respirando felicidad, y, sin embargo, su salud era frágil y estaba desahuciada por los médicos. Parecía tener prisa por disfrutar en su existencia terrestre el máximo de gozos susceptibles de tentarla. Se apasionaba por la revolución, pero también por la música (tocaba admirablemente el piano), y Beethoven era su Dios.
Para empezar, Lenin hizo entrar a Inés en el presidium del grupo bolchevique del extranjero formado por tres miembros, y en el seno del cual eclipsó rápidamente a sus colegas : el Dr. Semachko, conocido sobre todo como revolucionario en los círculos médicos y como médico en los círculos revolucionarios, e Ilya Safarov, militante consciente, pero de mediana envergadura.
En los comienzos de la primavera de 1911, Lenin, que había recogido la experiencia de Bogdanov, ideó a su vez crear en los alrededores de París, en Longjumeau, una escuela de formación marxista; Inés se dedicó en cuerpo y alma a esa tarea. Lo mismo que en Capri, trajeron de Rusia unos doce obreros jóvenes; igual que en Capri, había un policía entre ellos. Impartían los cursos el propio Lenin (economía política, problema agrario, teoría y práctica del socialismo cientfico), Zinoviev y Kamenev (historia del partido socialdemócrata). Inés fue encargada de dirigir los trabajos prácticos de los alumnos. Alquiló por su propia cuenta toda una casa en la aldea y organizó una cantina para los alumnos así como alojamientos para algunos de ellos. Lenin y su mujer se habían instalado muy modestamente en casa de un obrero curtidor y comían en la cantina escolar. Después de las clases, todos —maestros y alumnos— se iban al campo a respirar la dulzura del anochecer. Se tumbaban cerca de una hacina de trigo y se dejaban arrastrar por los sueños y por el silencio. A veces se oía una voz lánguida que llevaba a lo lejos palabras nostálgicas y tiernas. Era el policía, que cantaba.
La lucha contra los liquidadores y los trotskistas se reanudó y llegó a su punto culminante tan pronto como Lenin regresó a París. Estimaba que había llegado ya el momento de hacerles correr a todos la misma suerte que a los vperedistas. Era más difícil, sin embargo, puesto que no se trataba de un asunto entre fracciones que pudiera ser liquidado "en familia". Esta vez estaba obligado a recurrir a todo el partido.
Cuando Kamenev regresó de Viena, Lenin le hizo firmar una memoria que llevaba ya su propia firma y la de Zinoviev, y que señalaba al Buró extranjero del Comité central la necesidad absoluta de reunir urgentemente, en alguna parte del extranjero, el pleno del Comité. La respuesta tardó en llegar más de un mes. Fue negativa. Cabía preverlo: dicho Buró era menchevique en su mayoría. No habiendo podido obtener satisfacción, Lenin retiró al único bolchevique que formaba parte de él; tras ello invitó a "los miembros del Comité central que se hallan en el extranjero" a reunirse en conferencia. Tres fueron los que respondieron a esa invitación: el propio Lenin, Zinoviev y Rykov. Para dar mayor peso a esa reunión se permitió que asistieran seis personas más con voz consultiva. Se reunieron en junio, precisamente la víspera de la salida para Longjumeau. Se decidió, lo mismo que antaño en víspera del tercer Congreso, que se crearía en Rusia una comisión de organización encargada de preparar la próxima conferencia general del partido. Rykov y un militante georgiano reciente-mente llegado de Teherán, donde se ocupaba del transporte de las publicaciones clandestinas, Sergio Ordjonikidze, recibieron la misión de trasladarse a Rusia para organizar esa comisión. Rykov partió y fue detenido nada más llegar. Ordjonikidze, que previamente había sido autorizado, a título de "alumno libre", a seguir los cursos de la escuela de Longjumeau, tuvo más suerte. Pudo llegar a Bakú, entró en contacto con Spandarian, un militante local muy activo, y estableció el enlace con Stalin, quien se había evadido una vez más de Siberia y estaba escondido en la región. Una vez juntos, lograron convocar una especie de reunión constituyente a la que asistieron los representantes de los cinco grupos socialdemócratas y en la cual nació la comisión de organización prevista por Lenin. Esta acabó por poner en pie la famosa Conferencia de Praga, que estaba destinada a convertirse en la cuna del partido bolchevique. El mérito corresponde sobre todo a los tres caucasianos : Ordjonikidze, Spandarian y Stalin. Este último, detenido a fines de 1911, no pudo asistir.
La Conferencia comenzó el 19 de enero de 1912. Se habían dirigido invitaciones a todas las organizaciones. Naturalmente, los liquidadores, los trotskistas y los vperedistas no participaron en esta empresa debida a- la iniciativa de Lenin. Plejanov, que en aquella época podía ser considerado como un aliado suyo en la lucha contra los liquidadores, tampoco vino y se limitó a contestar a los organizadores : "Los miembros de la Conferencia se parecen tanto los unos a los otros que creo que es mejor, en interés de la unidad del partido, que yo no participe." Sin embargo, algunos de sus partidarios enviaron representantes. Pero, cosa grave, las "nacionalidades" estaban ausentes. En cuanto al Bund, era de esperar. Los polacos y los letones se desolidarizan a su vez de Lenin y desaprueban su campaña "antiliquidadora" que, según ellos, conduce al partido a la ruina y a la disgregación total. Lenin prescindirá de ellos. Además, estima, ya es hora de acabar con esa situación paradójica que se ha creado a causa de la superioridad numérica de los grupos "nacionales", cuyos votos han impedido en varias ocasiones la adopción de iniciativas útiles y necesarias para la buena marcha de las organizaciones rusas.
La Conferencia estuvo reunida durante doce días, y votó una larga e importante resolución redactada por el propio Lenin.
"Considerando —decía el art. II— que las persecuciones del gobierno zarista y la expansión de las ideas contrarevo-lucionarias, en ausencia del centro de acción militante, habían creado durante los años 1908-1911 una situación sumamente difícil en el interior del partido socialdemócrata ruso;
"Que actualmente se observa en todas partes, junto con el recrudecimiento del movimiento obrero, la tendencia, entre los trabajadores avanzados, a reconstituir las organizaciones ilegales del partido;
"Que las finalidades prácticas inmediatas del movimiento obrero y de la lucha revolucionaria contra el zarismo (reivindicaciones económicas, agitación política, campaña electoral) imponen las medidas más enérgias para el restablecimiento de un centro director activo ligado estrechamente a las organizaciones locales;
"Que tras una interrupción de más de tres años se ha logrado por fin reunir a más de veinte organizaciones rusas alrededor de la comisión de organización :
"Que todas las organizaciones del partido que funcionan en Rusia están representadas en la Conferencia;
"Que varios militantes del movimiento obrero legal que han sido invitados han enviado mensajes de adhesión,
"La Asamblea se ha constituido en Conferencia general del partido, con calidad y autoridad de un órgano supremo."
El art. V llamaba particularmente la atención de los camaradas sobre la necesidad de intensificar la reconstrucción de las organizaciones ilegales y de reforzar la agitación política.
El art. VI declaraba que era necesario participar en las elecciones para la cuarta Duma, al margen de cualquier entendimiento con los partidos no proletarios, aunque concertando algunos acuerdos en caso de empate en el escrutinio para no dejar pasar al candidato de la reacción, y daba las tres consignas que debían ser utilizadas durante la campaña electoral : 1.° República democrática; 2.° Jornada de ocho horas; 3.° Confiscación de las tierras de los grandes terratenientes en provecho de los campesinos.
El art. XII condenaba a los liquidadores y exhortaba a todos los miembros del partido "sin distinción de matiz y de tendencia" a luchar contra el "liquidacionismo", a denunciar el mal que causaba a la obra de la liberación de la clase obrera y a concentrar todos los esfuerzos en el restablecimiento y la consolidación del partido ilegal.
El art. XIV reconocía a la Rabotchaia Gazeta como órgano oficial del Comité central, y el art. XV anulaba el acuerdo concertado en enero de 1910 con la redacción del periódico de Trotski, lo que privaba a éste de la subvención que estaba recibiendo.
El art. XVII anunciaba que el dinero confiado a los alemanes pertenecía sin ninguna clase de dudas al Comité central elegido por la Conferencia, y que éste quedaba encargado de emprender todas las gestiones necesarias para entrar inmediatamente en posesión de ese dinero.
El art. XIX prohibía la utilización del nombre de "Partido socialdemócrata ruso" a todos los grupos extranjeros que no se sometieran al Comité central nuevamente elegido y que trataran directamente con el interior sin pasar por él. Eso equivalía, evidentemente, a dejar fuera del partido a los trotskistas y a los vperedistas.
Formaron parte del nuevo Comité central, integrado por siete miembros, Lenin, Zinoviev, que cada vez estaba más unido a él, y los dos caucasianos Ordjonikidze y Spandarian, que tan bien había trabajado para él. En cuanto al tercero, Stalin, que seguía deportado, Lenin no quiso poner a prueba la complacencia de los delegados haciéndoles votar por un candidato ausente y cuyo nombre todavía no les decía gran cosa. Pero tan pronto como se clausuró la Conferencia se apresuró a introducirlo en el seno del Comité valiéndose del art. XVI de la resolución que enmendaba el II párrafo de los Estatutos y que restituía al Comité central el derecho de cooptación que había caído en desuso durante los años 1905-1906. Juzgó conveniente conceder un puesto a un bolchevique-conciliador, lo mismo que a un menchevique-"partista" [12] y también hizo entrar al delegado de la organización de Moscú, un antiguo menchevique convertido que en las sesiones de la Conferencia bolchevique reveló tal ardor y tal convencimiento que Lenin lo comprometió a presentar su candidatura en las próximas elecciones legislativas. Se llamaba Roman Malinovski y estaba inscrito en la lista de los colaboradores del departamento de la policía bajo el nombre de "Sastre".
Trotsky se enfureció grandemente al conocer las decisiones tomadas en Praga. En Vorwaerts, órgano central del partido socialdemócrata alemán, publicó a guisa de editorial, o sea sin firma, un virulento artículo que calificaba de "usurpadores" a Lenin y a sus amigos. Se trasladó a París y, desarrollando una actividad febril, logró poner a todo el mundo contra ellos. El 3 de abril, Krupskaia escribía a un corresponsal cuyo nombre se desconoce : "Todos los elementos extranjeros abruman a la Conferencia: mencheviques-legalistas, bundistas, letones, conciliadores, vperedistas, plejanovistas." Por iniciativa de Trotski y bajo su presidencia se celebró una reunión de esos grupos. Votó una protesta solemne y declaró que la Conferencia de Praga no era más que un conciliábulo de la "banda de Lenin" y que sus decisiones no tenían valor alguno. Se eligió una comisión y se le encargó organizar para el próximo mes de agosto una conferencia en la que estuvieran representadas efectivamente todas las organizaciones socialdemócratas.
Frente a este reto en masa, Lenin no quiso contestar más que con un silencio despreciativo y desdeñoso. Se encerró en su casa, en su pequeño y caliente departamento de la calle Marie-Rose. La reunión de Trotski se celebró el 12 de marzo. Doce días después, el 24, Lenin escribía a Ana :
"Todos estos días me he quedado en casa traduciendo, y no sé gran cosa de lo que ocurre en París. Además, en nuestro medio se riñe y se cubre la gente de lodo hasta tal punto que es difícil imaginarse que las cosas puedan pasar así."
Pero en su fuero interno sufría cruelmente. Las cosas se anunciaban mal. Desde Praga, Lenin se había trasladado a Berlín para entrar en posesión de los fondos de que se había constituido depositaria Clara Zetkin. Esta sentía personalmente mucha simpatía por él, pero no se atrevió a entregárselos sin consultar previamente al "codepositario", Kautsky, quien se opuso categóricamente. La campaña hecha por Trotski en la prensa socialdemócrata alemana había dado sus frutos, y además Kautsky estaba resentido con Lenin, quien en Copenhague lo había calificado de "oportunista".
Esa negativa colocaba al nuevo Comité central en una situación crítica. En los precisos momentos en que, por fin, tras haberse librado de la "canalla liquidadora" —tal como le escribía Lenin a Gorki una vez clausurada la Conferencia— el partido socialdemócrata ruso bolchevique (tal es la denominación que adoptará de ahora en adelante) se disponía a ponerse en marcha, teniendo que hacer para ello considerables gastos, se le escapaba el dinero con que contaba. Además, y sobre todo, los rusos parecen olvidarlo. Al salir de Praga los delegados le habían hecho muchas promesas, y, luego, nada. Stalin, que según el plan trazado por Lenin debía organizar en San Petersburgo la publicación de un gran diario bolchevique y dirigir la campaña electoral, y a cuya búsqueda había enviado a Ordjonikidze para arreglar su evasión, no da señales de vida.
El 28, Lenin escribe a los miembros rusos del Comité central una carta que refleja, a más no poder, el estado de ansiedad en que se hallaba entonces:
"Queridos amigos:
Estoy desolado y terriblemente inquieto por el estado de completa desorganización en que se hallan nuestras relaciones. Verdaderamente es para desesperarse. En lugar de escribir cartas os comunicáis conmigo por medio de un lenguaje telegráfico en el que no se comprende nada. No sé nada de Stalin. ¿Qué hace? ¿Dónde está? ¿Qué ha sido de él? Ninguno de los delegados ha hecho un enlace. ¡Ninguno! ¡Ninguno! ¡Es la desbandada completa! Ni una sola información que diga en forma clara y precisa que las organizaciones locales han tomado conocimiento de las resoluciones de Praga y las han aprobado. ¿No es esto una desbandada? ¿No es una burla? Resolución para reclamar el dinero: ni una sola, de ninguna parte. Es simplemente una vergüenza. Ni una sola palabra de Tiflis, de Bakú, centros terriblemente importantes. ¿Dónde están las resoluciones? ¡Un escándalo! ¡Una vergüenza! En cuanto al dinero, las cosas marchan mal. Enviad una resolución facultándonos para actuar ante la justicia. Los alemanes se niegan. Sin acción judicial de nuestra parte, estaremos en quiebra completa dentro de tres o cuatro meses. Si no tenéis otros recursos, hay que revisar el presupuesto de arriba abajo. Hemos pasado todos los límites y caminamos hacia la quiebra... La Conferencia es atacada por todas partes y Rusia se calla Inútil vanagloriarse y hacer el fanfarrón. Todo el mundo conoce el artículo de Vorwaerts y la protesta, y nadie se mueve. Total: desbandada y desorganización. Hacen falta enlaces, correspondencia regular, informaciones. De lo contrario, todo esto no es más que un bluff".
¡Y he aquí que el propietario le anuncia que el alquiler va a ser aumentado! Por fin se harta de París. Decide ir a vivir a los suburbios, a Fontenay-aux-Roses. "Será mejor para la salud y además estaremos tranquilos", escribe a su madre el 7 de abril.
Mientras tanto, Stalin no había perdido el tiempo. Ayudado por Ordjonikidze, desapareció de Vologda, su sitio de deportación, y apareció sano y salvo en San Petersburgo hacia mediados de marzo. Pero era sobre todo un hombre de acción y no le gustaba mucho escribir. No es que la pluma le fuera rebelde; poseía una buena cultura marxista, profundizada en sus frecuentes deportaciones, y había acabado por conocer casi de memoria los principales textos de Lenin. De vez en cuando le daba por enviar alguna corresponsalía o un artículo para el órgano central. Siempre estaban correcta e inteligentemente redactados, pero se notaba que no ponía en ello el corazón. No vivía en realidad más que para la lucha revolucionaria directa, y hacerle malas pasadas a la policía se había convertido para él en una especie de voluptuosidad. Y en esto se entendía perfectamente con Ordjonikidze, su compatriota y amigo.
Organizar en la capital del Imperio la publicación de un gran diario no es en realidad una cosa muy sencilla, sobre todo cuando el que asume esa tarea está obligado a vivir clandestinamente. Stalin no se arredró y encontró una solución de las más expeditas, aunque bastante rudimentaria, para el problema. Se limitó a reunir el equipo ya existente de la redacción del semanario Zvezda y la transformó en la redacción de un diario que fue bautizado con el nombre de Pravda, nombre del antiguo periódico de Trotski, quien por falta de recursos había tenido que suspender su publicación. El diputado Poletaev fue el "editor", mientras Olminski y Baturin se repartieron las funciones de redactor-jefe. Se convino, naturalmente, que seguirían escrupulosamente las directivas de Lenin, a cuyo cargo quedaría la dirección ideológica del periódico. El primer número apareció el 22 de abril (calendario ruso). Al día siguiente fue detenido Stalin y emprendió de nuevo el camino de la deportación.
Cuando Lenin supo, en París, la aparición de Pravda, se volvió loco de alegría. Abandonó inmediatamente el proyecto de ir a vivir a Fontenay. Ahora irán a instalarse a cualquier punto de la Polonia austríaca, lo más cerca posible de la frontera rusa, a fin de poder establecer el contacto más estrecho y más rápido con el periódico. Lenin se decidió por Cracovia, vieja ciudad polaca a unos 15 kilómetros de la frontera. Lenin tenía tanta prisa por librarse de lo que él llamaba "el fango parisiense", que partieron casi precipitadamente. Más tarde, recordando los años de su estancia en París, le decía a su mujer en más de una ocasión: "No comprendo qué diablo nos arrastró hasta allá."
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[7] . Según otra versión, se suicidó.
[8] . Cf. Olminski, ¿Lenin o no Lenin? (Pr. Rev., 1931, núm. 1, pág. 149.)
[9]. Del 24 de septiembre (fecha aproximada de su regreso de vacaciones) al 1 de diciembre, Lenin publicó dos artículos en el Proletary, uno en el Social-demócrata y otro en el Novy Den, periódico socialdemócrata que se publicaba legalmente en San Petersburgo. Dio, además, dos conferencias en París, dos en Lieja, y fue a Bruselas para asistir a la sesión del Buró Socialista Internacional que se celebró en los últimos días de octubre, y del cual había sido nombrado miembro, en lugar de Plejanov, durante el Congreso de Stutgart.
[10] . La solicitud, firmada por V. Oulianov, y la carta de recomendación, se conservan en los archivos de la secretaría de la Biblioteca Nacional.
[11] . He utilizado los informes proporcionados por el gran Diccionario biográfico publicado por la Asociación de antiguos deportados y penados políticos, Moscú, 1931, t. V, 2.n parte, 'col. 127-129. En él se rectifican los errores que se habían introducido en el artículo dedicado a Inés Armand por la Gran Enciclopedia Soviética, t. III, col. 362-363 (año de nacimiento 1875 en lugar de 1879, padre de origen inglés, etc.) Sobre. el actor Stéphen se pueden hallar datos biográficos sucintos en el Dictionnaire des Comédiens francais de Lyonnet, t. II, pág. 513.
[12] . Nombre que se daba a los mencheviques que se oponían a la liquidación de la organización clandestina del partido.