"... el capitalismo se ha trocado en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un cierto grado muy alto de su desarrollo,

cuando algunas de las propiedades fundamentales del capitalismo han comenzado a convertirse en su antítesis,

cuando han tomado cuerpo y se han manifestado en toda la línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada.

Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitución de la libre concurrencia capitalista por los monopolios capitalistas ".
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LENIN - LA CONQUISTA DEL PODER - PARTE III
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XVI.

MIENTRAS LOS PUEBLOS SE MATAN...

En agosto de 1914 debía celebrarse en Viena el Congreso de la Segunda Internacional. Lenin no pensaba asistir. Ya en 1912 se había abstenido de asistir al Congreso anterior, celebrado en Basilea. Estimaba que la Internacional se alejaba cada vez más del camino trazado por su fundador al proletariado revolucionario y que sus jefes se mostraban cada vez más inclinados a pactar con los partidos burgueses. Pero quería que en esa misma ciudad y en la misma fecha se reuniera su Congreso, el del partido socialdemócrata (bolchevique) ruso, cuya celebración había sido decidida, en principio, el verano anterior en la Conferencia de Poronin. Ni uno ni otro pudieron celebrarse.

Durante mucho tiempo Lenin no había creído posible la guerra. En los años 1911 a 1913, cuando los rumores de una guerra inminente corrían por Europa, él repetía en sus cartas : No lo creo, aunque la deseara. "Desgraciadamente —escribía—, nuestro pequeño Nicolás y el viejo Francisco José no nos darán ese placer." ¿Por qué deseaba la guerra? Porque razonaba como un marxista y como un revolucionario consecuente. La revolución nace de la guerra civil. La guerra civil es el resultado de una guerra desafortunada. Ejemplo: la Comuna en Francia. Lo que en 1905 contribuyó a la explosión revolucionaria fue la derrota militar de Rusia en Manchuria. Evidentemente, el zarismo acabó por recuperarse, pero fue porque los dirigentes revolucionarios no estuvieron a la altura de la situación, porque todavía no existía un partido fuerte y homogéneo que se pusiera a la cabeza de las masas. Ahora ese partido existe, o, por lo menos, empieza a existir. Hay que trabajar, por tanto, sin descanso para forjar lo más rápidamente posible la herramienta que necesita la futura revolución.

Después del atentado de Sarajevo y del ultimátum presentado por Austria a Serbia, Lenin tuvo que darse cuenta de que la guerra era ya inevitable y muy próxima. El 1 de agosto, Alemania había declarado la guerra a Rusia. Cabía esperar de un día para otro un gesto idéntico por parte de Austria, su aliada. Los rusos salían ya apresurada-mente del país. Corría el rumor de que al abrirse las hostilidades todos serían enviados a campos de concentración. Lenin se encontraba entonces en Poronin. Era necesario, por tanto, partir lo más pronto posible. "Pero —dice Krupskaia— en realidad no sabíamos a dónde ir. Además, la mujer de Zinoviev estaba gravemente enferma en esos momentos." Lenin no quería abandonar a su fiel compañero y seguía en Poronin.

En 4 de agosto, en la memorable sesión del Reichstag, los diputados socialdemócratas alemanes habían votado por unanimidad los créditos de guerra.  En los Recuerdos de Bagotzki, que se hallaba entonces con Lenin, leemos : "Yo vivía cerca de la estación y recibía los periódicos antes que los demás. Al leer que los socialdemócratas alemanes habían votado los créditos de guerra, me precipité a casa de Lenin. No quería creerlo, alegando que habla malinterpretado el texto del periódico polaco. Llamamos a Nadejna Konstantinovna, que leía el polaco. Ya no era posible ninguna duda. Es difícil describir la indignación que se apoderó de Lenin. No encontraba palabras suficientemente fuertes para los jefes de la socialdemocracia alemana. "A partir de hoy —exclamó fuera de sí— dejo de ser socialdemócrata y me hago comunista."

Su indignación no era fingida. Y, sin embargo, ¿qué se podía esperar de esos "oportunistas" y de sus cómplices, más o menos declarados, los "centristas"? Pero esperaba que por lo menos la izquierda y la extrema izquierda del grupo parlamentario alemán protestarían votando en contra, como lo había hecho en la Duma la minúscula fracción socialdemócrata bolchevique. Y eso no era todo. Una tras otra recibe informaciones que aumentan su furor : en Francia, Guesde y Sembat han entrado en el Gobierno de la Unión Sagrada. Vandervelde, en Bélgica, hace lo mismo. Plejanov se declara, sinceramente, en favor de Francia y condena la barbarie alemana. Así, uno tras otro, los jefes de la Internacional traicionan la causa de la solidaridad proletaria. Su deber se le aparece inmediatamente claro e imperioso : es él quien debe denunciar al proletariado mundial esa traición y confundir a esos desertores. No le dieron tiempo para desenvainar.
El 7 (la víspera Austria había declarado la guerra a Rusia) se presentó un gendarme en su domicilio, hizo un registro y anunció que tenía órdenes de detener a Lenin, denunciado por los habitantes de Poronin, y de conducirlo a Neumarkt, cabeza de partido del distrito, a fin de ponerlo a la disposición de las autoridades. Se limitó, sin embargo, a llevarse unos cuantos manuscritos y unos cuadros estadísticos, y dejó a Lenin en libertad, después de haberle hecho prometer que al día siguiente se presentaría en la estación para tomar el tren de Neumarkt.

Inmediatamente después de la partida del gendarme, Lenin fue a ver al polaco Ganetzki y le contó lo que acababa de pasar. Este prometió ir personalmente a Neumarkt y arreglar las cosas. Fue, en efecto, pero no pudo evitar que Lenin, después de haber sido interrogado por el juez de instrucción, fuera encarcelado en la prisión local y acusado de espionaje. La acusación era ridícula, pero se estaba en un período en que la conocida epidemia de "espionitis" reinaba con fuerza igual en todos los países beligerantes. Lenin tenía la costumbre de escoger un rincón aislado de la montaña para trabajar en sus notas y cálculos estadísticos. Los aldeanos que lo conocían bien y que estaban intrigados por el número insólito de cartas que recibía de Rusia y por la cantidad de gentes supuestamente sospechosas que venían a verle, llegaron a la conclusión de que se retiraba a las montañas, desde las cuales se contemplaba el territorio fronterizo ruso, para entrar en correspondencia desde allí, por medio de señales especiales, con las autoridades de su país. Por más que Lenin le dijo al juez que era un emigrado político, que estaba proscrito por el Gobierno ruso y que toda su actividad estaba dirigida contra éste, nada pudo convencer al magistrado, quien, estimando sin duda que cumplía con su deber de patriota, envió a Lenin a la cárcel. Ganetzki regresó, pues, solo a Poronin. Pero se puso sin demora a hacer todo lo necesario para sacarlo de ese mal paso. Escribió a Federico Adler, jefe del partido socialdemócrata austríaco y miembro del Buró Socialista Internacional; el diputado socialdemócrata Marek, informado la víspera por el mismo Ganetzki, había mandado al Tribunal de Neumarkt un telegrama afirmando que las sospechas contra Ulianov no estaban en modo alguno justificadas. Zinoviev alertó al doctor Dlusski, antiguo militante revolucionario convertido en el director del más importante sanatorio de la región de Zakopane, muy honorablemente conocido por la administración austríaca, quien garantizó la inocencia de Lenin.

De todos modos le tuvieron doce días en la cárcel, aunque con un régimen especial. Al salir, fue autorizado a irse de Austria. En realidad, la policía austríaca había hecho un favor a Lenin al detenerlo. Los campesinos de Poronin, sobre todo las mujeres, estaban muy exaltados contra él y, de haber seguido en libertad, fácilmente hubiera podido ser víctima de una justicia más sumaria. Es fácil imaginarse hasta qué punto estaban exaltadas las pasiones populares leyendo el relato de Krupskaia, quien cuenta las palabras de las campesinas que encontraba en su camino y que decían, elevando la voz para estar seguras de que "la rusa" las oyera, que ellas mismas sabrían hacer rápida justicia a un espía, y que si lograba ser soltado por las autoridades, ellas se encargarían de cortarle la lengua y de saltarle los ojos.

Una vez liberado, Lenin regresó de Poronin a Cracovia para liquidar sus asuntos y preparar su viaje. Habían decidido ir a Suiza. El dinero no faltaba. La madre de Krupskaia había heredado poco antes unos 4.000 rublos de una hermana mayor muerta en Rusia. Pero el dinero había sido depositado en un Banco y Lenin tropezó con muchas dificultades para retirarlo por mediación de un corredor, quien se quedó con la mitad a título de comisión.

Después de una semana de penoso viaje a través de un país en guerra, Lenin, su mujer y su suegra llegaron, el 5 de septiembre, a Berna. Un amigo lo esperaba en la estación. Le interrogó sobre el estado de ánimo del grupo bolchevique local y le pidió que lo reuniera en asamblea general para el día siguiente.

Lenin acababa de vivir un mes que estaba destinado a señalar con huella indeleble los años venideros. En ese mes de agosto de 1914 fue cuando se dio plena cuenta de la misión histórica que le estaba destinada y cuando midió su extensión. Un mundo acababa de hundirse ante sus ojos. Dondequiera que dirija su mirada, no ve más que escombros, lamentables restos de un pasado tan cercano y que, sin embargo, parece ya tan lejano. Está completamente solo en medio de esa humanidad desamparada, presa de una fiebre guerrera elevada al paroxismo, que habla un lenguaje nuevo en el que todo se confunde y se trastrueca. Hasta ahora todo estaba muy claro, muy bien delimitado: de un lado él y sus partidarios, poco numerosos todavía, pero muy firmes, muy seguros de su fe revolucionaria marxista; del otro lado todos los oportunistas, centristas, liquidadores y demás trotskistas, a los que era tan fácil combatir con artículos en la prensa y resoluciones en las conferencias. Ahora no sólo ha cambiado de faz el combate, sino que ya no se sabe con qué arma hay que combatir al enemigo. Las divisas sagradas de antaño: unión y fraternidad de los proletarios de todos los países, han sido declaradas muertas, inexistentes. Una consigna categórica, imperativa, ha venido a reemplazarlas : defensa de la patria en peligro. ¿La patria? ¿Cuál patria? ¿La de los capitalistas, la de los opresores de la clase obrera? Palabras insensatas y criminales, estima Lenin. Y, sin embargo, hasta en las filas de sus propias tropas hay tendencia a seguir la corriente. ¿La corriente? Un torrente que baja hacia él, que amenaza con sumergirlo, con reducir a nada la obra de toda su vida. Pero en medio de ese delirio de pueblos enloquecidos, él piensa mantenerse firme, inquebrantable sobre sus posiciones, debatiéndose entre las olas, que cada vez suben más altas, de un chovinismo desencadenado, enarbolando la bandera de la revolución social con una mano que desconoce el desfallecimiento. Más aún : remontará la corriente, a pesar y contra todos, absolutamente convencido de que en un mundo cegado por el odio y la pasión él es el único que ve claro y que conoce el camino que conducirá al proletariado a su victoria final.

El 6 de septiembre, acompañado de Krupskaia y de los esposos Zinoviev, que le siguieron a Suiza, Lenin se presentó en la asamblea de los bolcheviques de Berna. Asamblea poco numerosa : Chklovski (el amigo que lo había recibido a su llegada), un miembro del Buró parisiense llegado recientemente de Francia, el diputado bolchevique Samoilov, que aprovechando unas vacaciones parlamentarias había venido a curarse a Suiza y se preparaba ahora a regresar a su país clandestinamente, más algunas comparsas cuyos nombres no han sido conservados. Una docena de personas en total. Como medida de precaución, la sesión se llevó a cabo en el bosque de los alrededores de Berna. Orden del día: una sola y única cuestión: actitud a adoptar frente a la guerra.
Lenin tiene la palabra: la guerra que acaba de estallar presenta el carácter claramente pronunciado de una guerra imperialista, burguesa, dinástica. Su objetivo es la conquista de nuevos mercados exteriores y la injerencia sobre las colonias del Estado competidor. Su finalidad es la división y el exterminio de los proletarios, lanzando esclavos asalariados de un país contra otro y haciéndolos morir por los intereses de los capitalistas y de sus países respectivos.

Al votar los créditos de guerra, los socialdemócratas alemanes han cometido una verdadera traición contra el socialismo. Nada puede justificar su conducta. Igualmente son imperdonables los dirigentes del proletariado francés y belga, que han traicionado al socialismo entrando en los ministerios burgueses. Esta traición de la mayoría de los jefes de la Segunda Internacional significa el fracaso ideológico de ésta. Ese es el resultado del dominio del oportunismo pequeñoburgués en su seno.
Cuando los burgueses alemanes invocan la necesidad de defender su patria, de luchar contra el despotismo zarista, de proteger la libertad del desarrollo nacional y su cultura contra la barbarie eslava, mienten. Mienten también los burgueses franceses cuando invocan argumentos análogos volviéndolos contra el militarismo prusiano y la barbarie germánica. Los dos países beligerantes no tienen nada que envidiarse en crueldad y en barbarie en su manera de hacer la guerra.

La tarea principal de la socialdemocracia rusa es, en primer lugar, una lucha despiadada e implacable contra el chovinismo gran-ruso y monárquico. Las consignas de la socialdemocracia europea deben ser actualmente éstas: propaganda intensa entre los soldados de los ejércitos beligerantes, pidiéndoles que dirijan las armas no contra sus hermanos, esclavos asalariados como ellos, de los otros países, sino contra sus propios gobiernos y los partidos que los apoyan; denuncia y condenación ante la masa obrera de los dirigentes de la actual Internacional que han traicionado al socialismo; proclamación de las repúblicas alemana, polaca, rusa, etc., y creación de los Estados Unidos republicanos de Europa.

La asamblea escuchó esas palabras sin rechistar. Únicamente Chklovski se atrevió a formular algunas objeciones que Lenin consideró inspiradas por el peor socialchovinismo : Una Alemania victoriosa, decía aquél, podría convertirse en un enemigo de la democracia europea mucho más peligroso que el zarismo. Así, pues, explotando las dificultades militares de Rusia para intensificar la lucha revolucionaria, se perjudicaría al movimiento obrero internacional en su conjunto. Con una breve réplica Lenin hizo callar a su contradictor, quien se confundió en excusas, y se levantó la sesión.

Al día siguiente, en la casa del mismo Chklovski, en una reunión todavía más reducida, a la que asistían Krupskaia, Zinoviev con su mujer, el parisiense Safarov, el diputado Samoilov y el dueño de la casa, Lenin leyó un texto que resumía en siete artículos su exposición de la víspera. Fueron adoptados sin discusión. Así nacieron las célebres tesis de Lenin sobre la guerra imperialista, destinadas a convertirse en el breviario del futuro comunismo mundial. Se había dado el primer paso por el camino que había de conducirlo a la cumbre de su destino.
Ahora había que imprimir esas tesis y darles la mayor difusión posible. En Berna no había imprenta rusa. Lenin recurrió a la de Ginebra, donde el viejo bolchevique Karpinski, que había permanecido inmutable en su puesto, se encargó de vigilar la impresión. Al releer su texto, Lenin encontró que la presentación era demasiado árida e insuficientemente combativa; fundiendo sus tesis en una sola, dio a su trabajo el aspecto de un manifiesto lanzado en nombre de "un grupo de miembros del partido socialdemócrata (bolchevique)".

"Nadie —escribía a Karpinski subrayando esa palabra— debe saber dónde y por quién ha sido publicado. Queme el manuscrito. Guarde los ejemplares en casa de un ciudadano suizo bien visto, un diputado por ejemplo." Para cubrir los gastos de la impresión se utilizaron los fondos del Buró parisiense. En aquella época ese organismo se había dislocado por completo: tres de sus miembros se habían puesto el uniforme francés y luchaban contra los alemanes; nada se sabía de los otros, salvo de uno de ellos, Safarov, quien se hallaba precisamente en Berna con la caja, la cual tenía en total 160 francos. La vaciaron.

A todo esto le llegó a Lenin la noticia de que sus tesis, transmitidas por Samoilov a sus camaradas de la Duma y a los escasos dirigentes de las organizaciones bolcheviques que seguían en sus puestos, habían recibido su adhesión. Entonces le escribe a Karpinski el 17 de octubre : "Han llegado de Rusia noticias alentadoras. Decidimos, por lo tanto, reanudar el Socialdemócrata en lugar de publicar el manifiesto."

Desde la aparición de Pravda, Lenin había abandonado por completo al órgano central del partido. Después de vegetar penosamente durante algún tiempo, el periódico dejó de publicarse en octubre de 1913, deteniéndose en el número 32. Ahora lo lamentaba vivamente y resolvió hacer todo lo posible por resucitarlo. "Recuerdo —escribe Chklovski en sus Recuerdos— cómo gruñía y se enfadaba Vladimir Ilitch porque ninguno de nosotros (ni él tampoco) recordaba en qué número se había detenido la publicación del Socialdemócrata." El número, marcado con el 33, apareció el 1 de noviembre, tirando quinientos ejemplares. Debutaba con el "manifiesto" supuestamente lanzado por el Comité central. Lenin siente que pisa un terreno más sólido. Tiene un periódico, tiene partidarios. Estos, por el momento, son poco numerosos : unos quince cuando mucho. Se trata de aumentarlos, de ampliar el círculo de sus relaciones.

El enlace con Rusia sigue siendo frágil y precario. El Comité central prácticamente no existía como organización del interior. Todos sus miembros rusos se hallaban en Siberia. Pravda había sido prohibida definitivamente por el Gobierno la víspera de la guerra. En realidad era Kamenev quien, juntamente con los cuatro diputados bolcheviques, dirigía los asuntos del partido en circunstancias tan difíciles. Era un ejecutante excelente, pero carecía de iniciativa. Hubiera sido necesario que Lenin estuviera allí para guiarlo. Logró, en todo caso, entablar relaciones con él por intermedio de un emisario, colocado para este efecto en Estocolmo. Una primera carta de Kamenev a Lenin (simple nota garabateada a lápiz) llegó a su destino por el 15 de octubre. Un mes después, Kamenev fue detenido junto con todos los diputados bolcheviques. A todos les encontraron encima un ejemplar de las tesis de Lenin. Era en tiempos de guerra y todos fueron llevados ante la justicia y condenados a la deportación. Al enterarse, Lenin escribió al camarada Chliapnikov, el emisario citado: "El trabajo en nuestro partido se ha hecho cien veces más difícil. ¡Pero de todos modos lo haremos! Pravda ha educado a millares de obreros conscientes; a pesar de todas las dificultades sabremos extraer de su medio un equipo de dirigentes", y le recomienda con insistencia que siga en Estocolmo y dedique todos sus esfuerzos a mantener el enlace con San Petersburgo. En cuanto a él, piensa situar cada vez más su actividad en el plano internacional.

Como siempre, Lenin evita cualquier gestión, cualquier iniciativa que tenga un carácter individual. No es Lenin quien debe actuar, sino una determinada colectividad: partido, grupo, comité, Buró ejecutivo, etc. No son sus decisiones las que van a ser impuestas, sino las tomadas en el curso de una conferencia, en una comisión, en una reunión de tales o cuales delegados debidamente autorizados. La "forma", la "legalidad", esa especie de legalidad al revés, será constantemente respetada por él. Así procederá ahora también. Se trata, por el momento, de reunir a los bolcheviques, diseminados por Europa, en una organización homogénea y disciplinada, con una cabeza, un Comité ejecutivo que asuma toda la autoridad y tenga su sede en Berna, es decir, al alcance de la mano.

Tan ardua tarea fue llevada a cabo, con su aplicación acostumbrada, por Krupskaia, a quien había venido a unirse Inés Armand, sorprendida por la guerra en Trieste y llegada precipitadamente a Ginebra tan pronto como supo que Lenin estaba allí. Hasta Nueva York fue convocado. Dos bolcheviques de Kiev, deportados en Siberia, una mujer joven, Eugenia Bosch, y su amigo el estudiante Piatakov, habían logrado evadirse y pudieron llegar, vía Japón, a los Estados Unidos. Informado del feliz resultado de su aventura, Lenin mandó llamar a Suiza a los "japoneses". "Papá" Litvinov, que llevaba una vida retirada en Londres, fue uno de los primeros en ser llamados.
Como no pudo obtener el pasaporte, dio su voto a Krupskaia, convirtiéndola así en delegado de la sección inglesa. Desde París vino, a falta de algo mejor, el pequeño Gricha Belenky, un hombrecillo singular, mitad vagabundo mitad militante, que vivía vendiendo periódicos rusos, pero después de leerlos todos desde la primera hasta la última línea. En Montpellier, los bolcheviques, reunidos en una asamblea de diez personas (eran once en total), decidieron no enviar delegado "dada la falta de fondos y el reducido número de los miembros de la sección". Uno de ellos creyó conveniente agregar a la respuesta del grupo, en su nombre personal, que no hacía ninguna falta convocar una conferencia en esos momentos; bastaría un manifiesto que llamara a todos los socialdemócratas rusos del extranjero que hubieran seguido fieles a la Segunda Internacional a unirse para trabajar en común. Pero la sección de Tolosa, aunque también se vio imposibilitada de hacerse representar "por falta de dinero", expresó su total acuerdo con el programa que debía servir de base a la conferencia. Suiza estuvo representada por cuatro secciones : Berna, Ginebra, Lausana y Zurich, todas ellas con voz deliberativa. Lenin representaba al Comité central; Zinoviev, al órgano central del partido. Inés recibió mandato de la organización femenina bolchevique, todavía en estado embrionario, lo que le permitió de todos modos disponer de un voto deliberativo. Un pequeño grupo de bolcheviques que se había radicado en Baugy, en los alrededores de Lausana, y que oficialmente formaba parte de la sección de esa ciudad, fue admitido con voto consultivo. Entre sus miembros figuraban Bujarin y Krylenko, que ya habían tenido ,ocasión de estar en desacuerdo con Lenin y de formar un grupo de oposición. Se proponían crear, al margen del periódico oficial del partido que acababa de renacer, una hoja de discusión independiente, so pretexto de' que en las columnas del Socialdemócrata no les estaba permitido expresar con toda libertad su punto de vista, y tenían puestas muchas esperanzas en Eugenia Bosch, que tenía fortuna, para ayudarles.

La Conferencia, prevista en un principio para el 23 de enero, no comenzó hasta el 27 de febrero. Se esperaba la llegada de los "japoneses"; como éstos no aparecían, empezaron a reunirse sin ellos. La pareja llegó a mitad de la Conferencia, junto con los camaradas de Baugy.

La Conferencia duró seis días. Giró totalmente en torno al informe, redactado por Lenin, sobre la actividad que debía adoptarse frente a la guerra. Tomando sus siete tesis como punto de partida, Lenin exigía : Lo Una propaganda revolucionaria sistemática a favor de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil por medio de una acción revolucionaria de la masa obrera contra "su" gobierno y "su" burguesía, así como mediante la fraternización de los soldados de los ejércitos beligerantes a los que había que alentar por todos los medios; 2.° Una lucha despiadada no sólo contra el oportunismo internacional, sino también contra el "kautskismo", que engaña a los trabajadores con su falso radicalismo; 3.° Creación de las organizaciones clandestinas en-cargadas de ese trabajo y desarrollo del trabajo ilegal, paralelamente a la explotación de todas las posibilidades legales; 4.° Obligación, para todos los verdaderos socialdemócratas revolucionarios, de no conformarse con "desear" la derrota de sus gobiernos respectivos, sino también de contribuir a ella con actos; 5° Lucha contra el pacifismo cobarde y contra la propaganda en favor de una "paz democrática"; 6.° Apoyo, por todos los medios, al derecho de los pueblos oprimidos a conseguir la independencia separándose de sus opresores; 7° Reconocimiento del principio de los Estados Unidos de Europa como etapa a cubrir en el camino de la construcción de una nueva Europa; 8° Trabajo preparatorio perseverante para crear una Tercera Internacional libre de cualquier oportunismo.

La consigna del "derrotismo activo", enunciada en el cuarto punto, tropezó con una fuerte oposición por parte de Bujarin y de sus amigos. Finalmente, el tajante rigor de la fórmula leninista fue ligeramente atenuado y el párrafo respectivo de la resolución quedó redactado en la siguiente forma : "La eventualidad de la derrota de un país que hace una guerra imperialista, considerada como el resultado de la propaganda revolucionaria, no podrá ser un obstáculo a la lucha contra el gobierno de ese país." Pero lo que seguía era de lo más explícito : "La derrota del ejército gubernamental debilita a dicho gobierno, contribuye a la liberación de los pueblos por él oprimidos y facilita la guerra civil contra las clases dirigentes. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a Rusia. La victoria de Rusia iría seguida de un fortalecimiento de la reacción en el interior y de un sojuzgamiento completo de las poblaciones del territorio conquistado. Así, pues, la derrota de Rusia debe ser considerada, en todo caso, como un mal menor."

Fue elegido un Comité director. Entre los cinco miembros que lo componían figuraban Krupskaia, Inés y la mujer de Zinoviev. Reprendieron paternalmente a Bujarin y consortes: no es el momento de dispersar las fuerzas, todo el mundo debe agruparse alrededor del órgano central y contribuir a su prosperidad. Estos declararon que abandonaban su proyecto y volvieron a Baugy con los "japoneses".

Lenin tenía ya tras sí una organización revolucionaria regularmente constituida, teniendo a la cabeza una dirección legalmente investida, con su órgano central y hasta con una oposición que, aunque tímida, resultaba adecuada para dar mayor animación a los debates. Con ese apoyo podía hacer su aparición en la arena internacional.

Lenin se volvió primero hacia los neutrales. Y a fines de septiembre de 1914, al enterarse de que los socialistas italianos y suizos se reunían en Lugano para intentar una protesta contra la guerra, les mandó sus siete tesis. Esa iniciativa pasó entonces casi inadvertida y no dio resultados. En el siguiente mes de octubre, Lenin trató de entrar en relación con Hoglund, el joven líder de los social-demócratas suecos de izquierda. "Conózcalo —escribe a Chliapnikov al enterarse de que éste ha llegado a Estocolmo—, léale nuestro manifiesto, diga que va de parte mía; nos conocimos en Copenhague. Haga la prueba : ¿no habría manera de proceder ahí a un acercamiento ideológico? No es más que un antimilitarista ingenuo y sentimental. Pues bien, a esa gente hay que decirle : o adoptáis la consigna de la guerra civil, u os quedáis con los oportunistas y los chovinistas." En Holanda trató de entrar en contacto con Pannekock, cuyo artículo La quiebra de la Segunda Internacional le había gustado infinitamente. En Suiza entabló relaciones desde un principio con Robert Grimm. En enero de 1915, por iniciativa del "kautskista" sueco Branting y del "pillo de Troelstra", el jefe de los "oportunistas" holandeses, fue convocada en Copenhague una Conferencia de los socialistas de los países neutrales; al enterar-se de que Grimm no iba, Lenin decidió no enviar tampoco a su "encargado de negocios" de Estocolmo. Además, esa empresa le parecía haber sido concertada entre Branting y Kautsky e inspirada por el estado mayor alemán. Otros dos socialdemócratas suizos, Graber y Naine, aceptaron insertar en el periódico que publicaban en La Chauxde-Fonds, El Centinela, un resumen de su manifiesto, que fue publicado en el número del 30 de noviembre. Ese periódico fue, en aquella época, el único representante de la prensa extranjera que acogió las tesis de Lenin. Este había enviado traducciones de su texto a periódicos franceses, ingleses y alemanes. Ninguno consideró posible publicarlo.

En febrero, unos días antes de la asamblea de Berna, se celebró en Londres una conferencia de los "socialchovinistas", es decir, de las organizaciones socialistas oficiales de los países de la Entente. A instigación de Lenin, Litvinov quiso participar en calidad de representante del partido socialdemócrata (bolchevique) en el Buró Socialista Internacional, cosa que en el fondo parecía bastante paradójica puesto que, según Lenin, la Segunda Internacional y su Buró estaban, una y otro, definitivamente muertos y enterrados. Litvinov se presentó sin haber sido invitado, quiso leer una declaración, no pudo terminar la lectura y se vio obligado a abandonar la conferencia.

Este final era previsible. Y si Lenin, que no podía sino esperarlo, había querido, de todos modos, hacer esa pequeña demostración, es porque quería significar a aquellos a quienes pensaba hacer una guerra sin cuartel que el partido bolchevique estaba vivo y que nada podría ahogar su voz. En marzo, una semana después de la reunión de las secciones bolcheviques en Berna, se celebró en esa misma ciudad la Conferencia internacional de las mujeres: comprendiendo perfectamente la importancia de esa reunión, en la que por primera vez desde la guerra iban a reunirse los representantes de las organizaciones socialistas de los países enemigos, Lenin envió una delegación seleccionada con particular cuidado. Formaron parte de ella su mujer, la de Zinoviev, Inés Armand y dos militantes escogidas entre las mejores. El resultado fue bastante pobre. Las inglesas, las alemanas, la francesa (no había más que una: Louise Saumoneau), las rusas mencheviques y las neutrales se habían puesto de acuerdo para adoptar una resolución que, aunque condenaba la guerra, confiaba en la Segunda Internacional para que ésta reanudara la obra socialista comprometida por los acontecimientos.

La delegación bolchevique se pronunció resueltamente contra esa "amnistía" del oportunismo y del socialchovinismo y presentó su propia resolución, que fue rechazada por unanimidad menos un voto, el de la polaca, que se solidarizó con ella. Al mes siguiente, en la Conferencia internacional de las juventudes, Inés, acompañada de Safarov, tuvo más suerte: logró reclutar para la causa bolchevique a unos cuantos adolescentes, entre ellos el alemán Willy Münzenberg, pero sin lograr salir de los límites de la estricta minoría en que el partido que ella representaba estaba confinado.
Poco después de la Conferencia de las juventudes, los revoltosos de Baugy vinieron a proponer a Lenin la creación de una revista. La dirección sería asumida en común por la redacción del órgano central, es decir, por Lenin y Zinoviev, y por la pareja Bosch-Piatakov, que proporcionaría los fondos. Se pusieron de acuerdo y escogieron el título: El Comunista. Era la primera vez que Lenin usaba esa palabra para designar una publicación periódica. Tras lo cual se marchó de vacaciones a la montaña, a Sorenberg, al pie del Rotho-n. Krupskaia haba tenido una recaída. En marzo había perdido a su madre.

Los primeros tiempos de su estancia en Sorenberg, Lenin vivió en una atmósfera de calma y reposo. Se alojó en un modesto hotel donde pagaba una pensión muy barata. Recibía grandes cantidades de periódicos y, aprovechando ampliamente las facilidades dadas a los trabaja-dores en vacaciones por el servicio de préstamos, admirablemente organizado en las bibliotecas suizas, se hacía mandar por éstas todos los libros que necesitaba. Inés no tardó en reunirse con ellos. Resulta curioso leer el relato que escribe Krupskaia de la vida que hacían los tres durante el terrible y sangriento verano de 1915: "Nos levantábamos temprano, y antes de la comida, que se servía al mediodía como es costumbre en Suiza, cada uno se ponía a trabajar en el jardín en un rincón escogido. Inés se ponía a tocar el piano y su música lejana resultaba una buena inspiración. Después de la comida íbamos a veces a la montaña a pasar el resto del día... Cogíamos rododendros y bayas; nos apasionaba la búsqueda de setas, de las que había grandes cantidades de todas clases. A veces nos poníamos a discutir para determinar la especie, con tanto apasionamiento como si se tratara de una cuestión política."

Mientras tanto, la conciencia europea empezaba a despertarse al cabo de diez meses de carnicería. En Alemania, Liebknecht lanzaba esta consigna : "El principal enemigo está en el interior de nuestro propio país" y dirigía al Comité central del partido socialdemócrata alemán una "carta abierta" protestando contra la actitud adoptada frente a la guerra por la mayoría de sus dirigentes; iba firmada por un millar de militantes que ocupaban puestos de responsabilidad en el partido. Los jefes, Kautsky, Berstein y Haase, sintiendo que el viento cambiaba de lado, publican un manifiesto en favor de la paz y condenando cualquier anexión.

En Francia, mientras el tercer ministro socialista Albert Thomas, recién entrado en funciones, clama inspirándose en la fórmula del mariscal French: "¡Municiones, municiones y más municiones!", el secretario de la Federación de los metales, Arthur Merrheim, declara: "Esta guerra no es nuestra guerra." Un grupo de maestros del departamento de Charente publica un manifiesto que anuncia : "¡Basta ya de derramar sangre!" Trotski, que ha venido a instalarse en París (ha podido obtener un visado de entrada presentándose como corresponsal de guerra de un periódico burgués de Kiev), no cesa de repetir en su periódico Naché Slovo (Nuestra Palabra), que logra mantener por un milagro de ingenio: "Luchemos por la paz." En Italia, apenas entrada en guerra, el partido socialista está más dividido que en cualquier otra parte. El diputado Morgari, secretario de su grupo parlamentario, organiza la reunión de una Conferencia internacional en la que, lo mismo que las mujeres socialistas en Berna, los hombres socialistas de todos los países se reunirán para ponerse de acuerdo sobre los medios de acabar con la guerra. Se traslada a París, ve a Trotski, que acepta totalmente su proyecto, y entra en contacto con varios diputados socialistas franceses. "En la terraza de un café de los grandes bulevares —cuenta Trotski— celebramos Borgari y yo una conferencia con algunos diputados socialistas que, por razones poco claras, creían ser hombres "de izquierda". Todo marchó bastante bien mientras la entrevista se limitó a palabrería pacifista y a la repetición de los lugares comunes sobre la necesidad de restablecer las relaciones internacionales. Pero cuando Morgari habló con el tono trágico de un conspirador de la necesidad de conseguir pasaportes falsos para pasar a Suiza (estaba evidentemente seducido por el aspecto "carbonarista" del asunto), los señores diputados pusieron mala cara y uno de ellos —ya no recuerdo cuál—se apresuró a llamar al camarero y a liquidar el consumo."

De Francia, Morgari pasó a Suiza, donde se entendió con Robert Grimm, quien se encargó de la organización material de la Conferencia. De las gestiones con los alemanes se encargó el periodista polaco germanizado Karl Radek, quien se había establecido en Suiza desde el principio de la guerra y, situado en la extrema izquierda del partido socialdemócrata alemán, combatía con mucha vehemencia la política de los socialpatriotas y de los centristas de la tendencia de Kautsky. Se convino que se enviarían invitaciones a todos los partidos y grupos que tuvieran representantes en el Buró Socialista Internacional.

Lenin, naturalmente, no tardó en conocer esa iniciativa. Para su gran asombro no recibió en seguida la invitación. Es poco probable que Grimm, que lo conocía muy bien, lo hubiera descartado voluntariamente. Es posible que, ocupado en obtener en primer lugar la adhesión de los grandes partidos internacionales, Grimm creyera simplemente que podía dejar para más tarde la del minúsculo grupo de los bolcheviques que probablemente, pensaba él, estaría asegurada.

De todos modos, Lenin comprendió la cosa de otra manera. Vio en Grimm la intención de mantenerlo al margen de la Conferencia, en la que, de esa manera, los partidarios de Kautsky podrían dar el tono. Radek, a quien comunicó su hipótesis, le tranquilizó diciéndole que "seguramente Grimm no lo había hecho a propósito" y que tenía la intención de dirigirse al representante del partido bolchevique en el Buró Socialista Internacional.
Lenin le contestó con una carta en la que expresaba su pensamiento en términos bastante enérgicos. Personalmente no creía que Grimm hubiera procedido sin mala intención. "Me pare-ce poco probable. Ya no es ningún niño." En todo caso, de ser así, la cosa es simple. "Grimm no tiene más que escribir a nuestro Comité Central, Ginebra, Biblioteca Rusa. Puede también, naturalmente, escribir a mi dirección : es más directo. De no hacerlo, Grimm procedería en forma deshonesta, ya que escribir a Londres, a Litvinov, es perder el tiempo y correr el riesgo de que la carta sea interceptada por la policía." De todas maneras él, Lenin, no daría el primer paso : "No es bueno pedir. No queremos imponernos." En cuanto a la participación de los "kautskistas", que quieren cambiar de casaca, he aquí lo que piensa de ellos: Mi opinión es que el "viraje" de Kautsky, Berstein y Cía. es un viraje de la basura que ha sentido que las masas comienzan a escapárseles y que hay que virar a la izquierda para poder seguir engañándolas. Está claro. Renaudel, en L'Humanité, ¡también se ha "izquierdizado"! Los cochinos se reunirán, dirán que están "contra la política del 4 de agosto", "por la paz", "contra las anexiones", y ayudarán así a la burguesía a "ahogar el espíritu revolucionario que se les despierta." Para resumir, su plan de acción es: "Ir a la Conferencia si nos llaman.

Unir previamente a las izquierdas, a los partidarios de una acción revolucionaria contra los gobiernos de sus países. Presentar a los cochinos kautskistas nuestro proyecto de resolución. Nuestro, es decir : los holandeses, nosotros, los alemanes de izquierda y cero; pero eso no tiene importancia porque, con el tiempo, cero será todo."

Obtuvo satisfacción y el Comité central, es decir, Lenin, fue invitado a mandar un representante a la reunión preparatoria que debía celebrarse el 11 de julio. Envió a Zinoviev, que se había quedado en Berna. Se reunieron 7 personas : los organizadores Grimm y Morgari, dos polacos, dos rusos (un bolchevique y un menchevique) y una muchacha, especie de anfibia política y nacional, Angélica Balabanova, rusa de origen que profesa opiniones mencheviques y que se hallaba, si me atrevo a expresarme así, con una pierna aquí y otra pierna allá, en el partido italiano y en el partido suizo. Los dos organizadores propusieron admitir a los centristas en la Conferencia. Zinoviev, ajustándose a las órdenes recibidas de Lenin, se opuso, pero no tuvieron en cuenta su opinión y la admisión de los "cochinos" fue decidida.

Entonces Lenin se puso a batallar para atraer a la Conferencia a "verdaderos izquierdistas". Escribe al holandés Wijnkoop: "Ustedes y nosotros somos partidos independientes. Debemos hacer algo, elaborar un programa revolucionario, denunciar la consigna imbécil e hipócrita de paz, refutarla, hablar claramente a los obreros, decirles la verdad sin rodeos bajos como la Segunda Internacional." Ante los escandinavos actúa por medio de una nueva agente recién reclutada, Alejandra Kollontai, hija de un general ruso, convertida en ardiente antimilitarista y que, después de haber abandonado a su marido, un rico ingeniero, se había ido al extranjero a vivir su vida de militante socialdemócrata. Al enterarse de la reaparición del Socialdemócrata se había ofrecido a Lenin en calidad de corresponsal informadora para Inglaterra y los países de la Península Escandinava (se había radicado en Cristiania, hoy Oslo) y le envió incluso el manuscrito de un folleto de propaganda contra la guerra, que quería editar. Lenin aceptó con agradecimiento sus buenos oficios. Noruega era un centro de enlace "archiimportante" y la señora Kollontai, con sus numerosas relaciones, podía prestarle servicios mucho más valiosos que el pobre Chliapnikov, quien además no podía abarcarlo todo y que vivía en Estocolmo bajo la amenaza de ser expulsado de la noche a la mañana por las autoridades suecas.

Ahora escribe a su colaboradora : "Es sumamente importante atraerse a los izquierdistas suecos (Hoglund) y a los noruegos. Le ruego que me informe de lo siguiente: 1.° ¿Se solidariza usted con nosotros? Y si no por qué razón; 2.° ¿Puede usted encargarse de esta tarea?" Se trata de convencer a los escandinavos de que las izquierdas deben presentarse con una declaración ideológica común que comprenda: 1° Una condenación formal de los socialchovinistas y de los oportunistas; 2.° Un programa de acción revolucionario; 3.° Una refutación de la tesis de la defensa de la patria. Una declaración de este género tendría una importancia gigantesca —estima Lenin—, no como esa tontería que la Zetkin ha hecho adoptar en la Conferencia de las mujeres."

Radek es designado para trabajar a los alemanes. Entre éstos figura el diputado al Landtag de Prusia, Julius Borchardt, que publica la pequeña revista Lichtstrahlen (Rayos de Luz), en la que sostiene un combate encarnizado contra la socialdemocracia oficial y pide la formación de un partido nuevo, libre de cualquier compromiso. Pero no representa más que a sí mismo y a unos escasos colaboradores, entre ellos Radek. Este considera "cómica" la idea de Lenin de introducir a Borchardt en la Conferencia.

Lenin responde: "Considerar a los Lichtstrahlen como un grupo particular y más importante que el de la Zetkin no tiene nada de cómico... Borchardt ha sido el primero en declarar públicamente en Alemania que "la socialdemocracia ha abdicado", lo cual es un acto político de la mayor importancia."

Tampoco había que olvidar a los letones, que habían roto el pacto que los unía al partido ruso desde 1906 para formar un partido independiente, y que como tal tenían derecho a participar en la Conferencia. Lenin había sabido reanudar buenas relaciones con ellos en enero de 1914, durante el Congreso de Bruselas. Su jefe, Berzine, que había sido siempre uno de sus más fervientes partidarios, lo siguió siendo. Lenin logró entrar en contacto con él y convencerle de que era necesario participar en la Conferencia o, en caso de imposibilidad material para trasladarse a Suiza, confiarle su mandato.

Pero, sobre todo, están los franceses. Los dos sindicalistas, Merrheim y Bourderon, enviados a Suiza por la oposición que combatía los jusqu'auboutistes de la C.G.T., estaban clasificados por Lenin entre los partidarios del socialchovinismo. Era necesario, por tanto, en su opinión, oponerles le contrapeso de franceses de la Suiza románica, partidarios de la tesis internacionalista. Por eso escribió a la secretaria de la sección bolchevique de Lausana : "Trate de ver a Golay y a Naine, charle cordialmente con ellos y envíeme unas líneas : ¿en qué disposiciones se encuentran esos dos franceses? Comprenderá usted que sería particularmente importante tener franceses antichovinistas en la Conferencia, sobre todo dada la presencia de Merrheim." La tentativa no dio resultado alguno : Naine se solidarizó con los franceses y Golay no acudió.

Lenin fue a Berna dos días antes de la apertura de la Conferencia y se hizo presentar inmediatamente a los dos delegados franceses. El "viejo Bourderon" le causó la impresión de un hombre retorcido. Su joven camarada parecía más ágil, más abordable. Decidió atraérselo. "Durante ocho horas —escribía Merrheim más tarde— hemos discutido apretadamente. Lenin estaba en favor de la Tercera Internacional, de la declaración de las masas contra la guerra. Yo le contestaba que Bourderon y yo habíamos venido a lanzar el grito de nuestra conciencia angustiada, a fin de provocar en todos los países una acción común contra la guerra. No acepté el compromiso que pedía Lenin, porque hubiera sido un crimen hacerle una promesa que yo sabía no poder cumplir."

Todos esos esfuerzos no fueron vanos. Lenin logró agrupar a su alrededor, junto a Radek, convencido de antemano, y a su fiel letón, a un suizo, Platten, y al alemán Borchardt, quien, después de todo, le debía su presencia en la Conferencia. La actividad desarrollada por la señora Kollontai le valió la adhesión de dos jóvenes escandinavos : Hoglund, representante de las Juventudes Suecas, y Nerman, de la Unión de la Juventud de Noruega. Con él y Zinoviev eran ocho personas. Así quedó formada la "izquierda zimmerwaldiana" que tanto dará que hablar después. Tenía que presentarse a la Conferencia con un programa definido, elaborado, discutido y adoptado, con sus propios proyectos de declaraciones, resoluciones, etc. Lenin lo habla previsto y no dejó de ocuparse de ello.

Radek se encargó de redactar el proyecto de declaración que debía ser sometido a la Conferencia en nombre del grupo. No le gustó a Lenin. "¿Por qué tantas consideraciones? —le escribía—. ¿Por qué ocultar a los obreros la presencia de sus peores enemigos en las filas del partido socialdemócrata?... Su proyecto es demasiado académico, no es un llamado al combate, no es un manifiesto de combate." En la reunión preliminar del grupo, celebrada el 4 de septiembre (la Conferencia debía comenzar al día siguiente), Lenin leyó el suyo. Decía así:

"Los socialistas no engañarán al pueblo con esperanzas de una paz próxima, duradera, democrática y posible sin la supresión de los gobiernos actuales. únicamente una revolución social conduce a la paz y a la libertad de las naciones.
        "La guerra imperialista abre la era de la revolución social... El deber de los socialistas es, por tanto, no desdeñar ninguno de los medios de lucha legal de que puedan disponer, iluminar la conciencia revolucionaria de los obreros, arrastrarlos a la lucha revolucionaria internacional, y tratar de transformar la guerra imperialista entre los pueblos en guerra civil de los oprimidos contra sus opresores, la guerra de explotación de los capitalistas en una conquista del poder político por el proletariado que conduzca a la realización del socialismo."

Los escandinavos lo consideraron demasiado fuerte. Radek se puso de su lado y leyó su proyecto, que encontró mayor favor entre la "oposición." Lenin no protestó. Aceptó el texto de Radek, pero dándole retoques muy hábiles en algunos puntos para aumentar considerablemente su alcance.

La Conferencia se abrió en Zimmerwald, pequeña aldea situada a unos diez kilómetros de Berna. Treinta y ocho delegados representaban a once países. Los alemanes eran los más numerosos : diez delegados, de los cuales siete militaban en la oposición centrista, también llamada "kautskista", encabezados por el viejo Ledebour, dos a un grupo recién creado, el Spartakusbund, y uno (Borchardt) a la "izquierda radical" del partido socialdemócrata alemán. Seguían luego los siete rusos : dos bolcheviques (Lenin y Zinoviev), dos mencheviques (Axelrod y Martov), dos socialistas-revolucionarios y Trotski. Los suizos eran cinco. También había cuatro italianos y otros tantos polacos. Más dos franceses, un sueco, un noruego, un holandés, un rumano, un búlgaro, un letón y un bundista. Ningún inglés.

La relación de fuerzas se estableció en la primera sesión:
        Una fuerte mayoría de derecha (veintitrés miembros) que comprendía a siete alemanes, a todos los italianos, cuatro rusos, tres suizos, tres polacos y los dos franceses. Jefe: Ledebour.
        Una minoría de izquierda, llamada "la izquierda zimmerwaldiana" (ocho miembros). Jefe: Lenin.
       Un centro bastante heteróclito que flotaba entre la izquierda y la derecha (siete miembros : los dos espartaquistas alemanes, un ruso, un suizo, un holandés, un rumano y un búlgaro). Jefe: Trotski.

La batalla se entabló en torno al proyecto de resolución presentado por la izquierda, es decir, el proyecto de Radek, que después de haber sido enmendado por Lenin decía así:
"La guerra mundial que asuela a Europa desde hace ya un año es una guerra imperialista que persigue la explotación política y económica del mundo... La burguesía y los gobiernos, que tratan de di-simular ese carácter de la guerra afirmando que se trata de una lucha impuesta para salvaguardar la independencia nacional, engañan al proletariado... El aniquilamiento del imperialismo sólo es posible mediante la organización socialista de los países capitalistas avanzados... La mayoría de los jefes de los partidos obreros han entregado completamente al proletariado a las manos del imperialismo. Los social-patriotas y los socialimperialistas son enemigos más peligrosos del proletariado que los pregoneros burgueses del imperialismo... Una lucha sin cuartel contra el social-imperialismo es la primera condición previa de la acción proletaria para la reconstrucción de la Internacional... El deber de los partidos socialistas y de los elementos opositores en los partidos ahora socialimperialistas es llamar a las masas obreras a la lucha contra los gobiernos capitalistas para la conquista del poder político, con vistas a la organización socialista de la sociedad. Frente a cualquier ilusión que pueda hacer creer que las decisiones de los diplomáticos y de los gobiernos pueden proporcionar la base de una paz duradera y ser el punto de partida para un desarme general, los socialdemócratas revolucionarios deben demostrar constantemente a las masas que únicamente la revolución social puede traer la paz y la liberación de toda la humanidad."

Mientras Radek leía su texto, Ledebour pataleaba de rabia. Terminada la lectura, dio rienda suelta a su indignación : eso es demagogia, anarquismo y bakuninismo. Naturalmente que los socialdemócratas admiten el principio de la guerra civil y de la huelga política general, pero es inútil gritarlo a los cuatro vientos. No se pronuncian discursos, se actúa. Se marcha delante, no se hace marchar a los demás. "Nosotros los socialdemócratas —concluyó— no brillamos por la valentía de Radek (éste, que había sido movilizado, no se movía de Suiza), pero también actuamos", y volviéndose hacia Lenin el viejo luchador le espeta en tono sarcástico: "Es muy cómodo lanzar llamamientos revolucionarios a las masas después de haberse refugiado en el extranjero." A continuación, el italiano Serrati reprochó a Lenin querer cambiar todo el programa de la Internacional, e invocó un texto de Engels que reprobaba la violencia. Bourderon opinó en el mismo sentido, exclamando: "¡Lenin! Usted quiere formar una nueva Internacional. ¡No hemos venido aquí para eso!", y Merrheim agregó: "El obrero francés, corrompido y saturado con la frase herveísta y anarquista, no cree ya en nada."

Lenin se defendió muy vigorosamente. Primero protestó enérgicamente contra las apasiones hirientes de Ledebour:

"Han transcurrido veintinueve años --le dijo— desde que fui detenido por primera vez en Rusia. En esos veintinueve años no he cesado de lanzar a las masas llamamientos revolucionarios. Lo he hecho desde mi prisión, en Siberia, y después en el extranjero. Y a veces he encontrado en la prensa revolucionaria "alusiones" análogas, lo mismo que entre los representantes de la justicia zarista, que me acusaban de falta de honradez por dirigir llamamientos revolucionarios al pueblo ruso desde el extranjero. Viniendo de un procurador del Imperio, esas "alusiones" no me asombraban. Pero confieso que de Ledebour esperaba encontrar otros argumentos. Ha olvidado probablemente que Marx y Engels, cuando escribían en 1847 su célebre Manifiesto comunista, lanzaban, también desde el extranjero, llamamientos revolucionarios a los obreros alemanes."

Demostró luego a Serrati que había interpretado mal un párrafo de La lucha de clases en Francia y contestó en tono mesurado, casi cordial, a Merrheim, cuya intervención escéptica le permitió descubrir el punto débil del movimiento obrero en Francia. Sin negar el hecho señalado por aquél, Lenin observó :

"Eso quiere decir solamente que los socialistas franceses llegarían quizá más lentamente a las acciones revolucionarias del proletariado europeo, pero llegarían de todos modos. Lo cual no significa en modo alguno que esas acciones sean superfluas. No se puede plantear a la Conferencia la cuestión de saber por qué camino y en qué formas especiales puede el proletariado de los diferentes países pasar a la acción revolucionaria. Faltan datos todavía. Nuestra tarea consiste, por el momento, en hacer juntos la propaganda de una táctica apropiada a la situación... Si el proletariado francés está desmoralizado por la frase anarquista, no lo está menos por el millerandismo. Lo que nos conviene es no aumentar su desmoralización".

No logró, sin embargo, convencer a la asamblea. Ni siquiera pudo obtener que el proyecto de su grupo fuera entregado a una comisión, para su examen. Por 19 votos contra 12 se decidió pura y simplemente no tomarlo en cuenta.

El combate se reanudó al día siguiente en torno al manifiesto que la Conferencia pensaba dirigir al proletariado internacional. Hubo tres proyectos; cada grupo presentó el suyo. Se nombró una comisión para que sacara de ellos los elementos que permitieran redactar un texto único que fuera susceptible de lograr la unanimidad de los sufragios. De los siete miembros que la componían, tres eran de la derecha (Ledebour, Merrheim y el italiano Modigliani), y tres trotskistas (el propio Trotski, Grimm y el rumano Rakovski). Lenin era el séptimo. Se tomó como base el texto "mediador" de Trotski.

Los "siete" se reunían aparte, en el jardín del hotel. Las discusiones llegaron pronto a un grado inaudito de violencia. En un momento dado se creyó que no quedaba más que separarse y clausurar la Conferencia. Luchando solo contra todos, Lenin sometió los proyectos presentados a una crítica despiadada. Sus acerbas observaciones acabaron por exasperar de tal modo a Rakovski que éste, arremangándose la camisa, se precipitó sobre Lenin con la evidente intención de asestarle algunos puñetazos a guisa de objeciones. Lograron contener al fogoso rumano. Lenin no se inmutó, se levantó y fue a sentarse junto a un par de perros que jugaban allí junto en la arena, dando la impresión de estar sumamente interesado en hostigarlos y en seguir sus juegos. "Parecía un chiquillo —escribe Trotski, que presenció la escena—; su risa sonaba clara, una auténtica risa de nifio. Lo contemplamos con cierto asombro. Lenin hizo nuevas zalamerías a los perros, pero con más tranquilidad; luego volvió a la mesa y declaró que no firmaría tal manifiesto. Y la disputa se reanudó con nueva violencia."

Lenin reprochaba al texto adoptado por la comisión su timidez, su tendencia a respetar demasiadas susceptibilidades, su temor a llamar a las cosas por su verdadero nombre y a sacar las conclusiones que se imponían por la lógica de los hechos. Por ejemplo, el manifiesto reconoce que "1os capitalistas de todos los países mienten al declarar que esta guerra sirve para defender la patria", pero omite decir que esa mentira es apoyada y repetida por la mayoría de los dirigentes socialistas. A continuación comprueba perfectamente que los partidos socialistas de los países beligerantes han ignorado las decisiones de los últimos congresos de la Internacional y que el Buró Socialista Internacional ha faltado a su deber al tolerar la votación de los créditos militares y la participación en los ministerios burgueses, etc.; pero no se atreve a anunciar a las masas que esa falla del Buró Socialista y ese incumplimiento de sus deberes por parte de los partidos enteros es el resultado del desarrollo del oportunismo en los círculos del socialismo europeo. Es más: la Conferencia declara que se asigna la tarea de "despertar el espíritu revolucionario en los proletarios de todas las naciones", pero evita enumerar los medios de acción que permiten llegar a ese resultado.

A pesar de todo, acabó firmando. "¿Era conveniente firmar un manifiesto salpicado de timidez y de inconsecuencia? Creemos que sí", escribía en su periódico, una vez terminada la Conferencia, agregando: "Es un hecho que ese manifiesto señala un paso hacia adelante en el camino de la lucha contra el oportunismo, de la ruptura efectiva con éste... Hubiera sido una mala táctica de guerra negarnos a marchar con el movimiento de protesta internacional, en constante aumento, contra el chovinismo, so pretexto de que se desarrolla lentamente." Pero publicó al mismo tiempo una "declaración de las izquierdas" destinada a precisar la actitud de su grupo e inspirada en los principios enunciados en los proyectos presentados por éste y rechazados por la Conferencia, y que hizo las veces de manifiesto.

Al separarse, la Conferencia había anunciado el nacimiento de la Unión zimmerwaldiana. Para asegurar el enlace entre los miembros de esa Unión, diseminados a través de Europa entera, creó un organismo permanente : la Comisión Socialista Internacional compuesta de cuatro miembros (tres representantes de la derecha y uno del centro). Lenin, a quien se había dejado fuera de la Comisión, replicó reuniendo su grupo, el que nombró un "Buró permanente de la izquierda zitnmerwaldiana" compuesto de tres miembros : Lenin, Zinoviev y Radek. Se convino que ese nuevo Buró formaría parte de la Unión zimmerwaldiana, pero haría su propio trabajo en el plano internacional. Los proyectos de manifiesto y de resolución rechazados formarían la base de ese trabajo.

Las palabras de Merrheim habían llamado mucho la atención de Lenin. Llegó a la conclusión, a pesar de su pronóstico pesimista, de que en Francia había un buen terreno para la propaganda de sus ideas. Apenas terminada la Conferencia, Lenin hizo saber a Zinoviev que sería bueno utilizar a Inés para la traducción de su folleto El socialismo y la guerra [14], en francés. Inés puso manos a la obra. En diciembre lo envió a París, donde un grupo de sindicalistas, partidarios de la tendencia Merrheim-Bourderon, acababan de crear un "Comité internacional de acción".

Esta joven mujer era una maniobrera política muy hábil. No le fue difícil introducirse en el Comité y desempeñar el papel de consejera técnica; Pero no logró desviarlo del camino circunspecto y moderado que se empeñaban en seguir sus animadores. "Mis primeras impresiones me llevan a la conclusión —escribía a Lenin— de que por arriba, es decir, por el Comité Merrheim, es poco probable que se pueda hacer algo... Hay que buscar otros caminos, hay que tratar de actuar por abajo."

Inés se dirigió, pues, "abajo". Era joven y sabía hablar a los jóvenes. Le resultó fácil conquistarse a la oposición de la Juventud Socialista del Sena. El resultado de ello fue que esa oposición votó una moción de simpatía en favor de la izquierda zimmerwaldiana. Al ser informado de ese triunfo, Lenin envía un comunicado a Avanti, órgano central del partido socialista italiano, anunciando que un grupo de jóvenes franceses acaba de unirse a las izquierdas de Zimmerwald. Inés obtiene el mismo resultado en una sección del Sindicato de mecánicos, que incluso llegó a adquirir el compromiso de hacer activa propaganda en favor de la izquierda zimmerwaldiana. Luego siguió con los sastres, los desmontistas, los choferes y los metalúrgicos. Buscaba por todas partes elementos de la oposición, reanimaba su voluntad de resistencia, los alentaba a seguir su marcha "contra la corriente", los familiarizaba con las enseñanzas de Lenin. Los hilos de su acción se extendían hasta las trincheras. Al desarrollarse cada vez más esa acción, se creó, a iniciativa suya, una comisión especial de propaganda entre los franceses. Al comunicárselo a Lenin le escribe : "Esta Comisión trabajará bajo la dirección del Comité central o de la izquierda de Zimmerwald, como usted quiera. Le ruego que nos dirija más intensamenté." Para empezar se pusieron a traducir al francés artículos de Lenin. Camaradas franceses los estereotipaban y los difundían entre los obreros. Mientras tanto, su antiguo compañero de viaje, Safarov, que por obra y gracia de la guerra imperialista se vio convertido en estibador de Saint-Nazaire, atraía al seno de la izquierda zimmerwaldiana a un grupo de sus nuevos colegas. Desgraciadamente, a las autoridades locales no les agradó esa iniciativa y finalmente Safarov recibió la orden de salir de Francia.

Al enterarse de su expulsión, Lenin le envía un mensaje de aliento y le asigna la tarea que queda por realizar. Se trata de un manifiesto, uno más, pero siempre el mismo, que la oposición francesa, o sea los "zimmerwaldianos de izquierda" reclutados por Inés y Safarov, deben dirigir al proletariado mundial. Lenin esboza de una vez los lineamientos generales. Es necesario que los franceses declaren de cara a toda la humanidad : "Nos solidarizamos con la oposición alemana, con todos los que han roto con los socialchovinistas y con sus defensores. Por nuestra parte, no tememos romper con los "patriotas" franceses y exhortamos a los socialistas y sindicalistas de todos los países a hacer otro tanto... Proclamamos la gran alianza internacional de aquellos socialistas del mundo entero que durante esta guerra han rechazado las frases engañosas sobre la defensa de la patria, y trabajan para preparar la revolución proletaria mundial."

Ese llamamiento, lanzado "abierta y valientemente", tendría "una importancia enorme". Llegaría seguramente al corazón de los obreros franceses. Lenin está absolutamente convencido. "Lo que necesitan ahora —le explica a Safarov—, lo mismo que los obreros de todas las demás naciones, no son frases anárquicas sobre la revolución, sino un trabajo serio, lento, obstinado, perseverante y sistemático de propaganda y de agitación clandestina, destinado a preparar un levantamiento en masa contra sus gobernantes". ¿Quién ha dicho que los franceses no son capaces de hacer un trabajo ilegal y metódico? "No es cierto —estima Lenin—. Han aprendido muy bien a ocultarse en las trincheras; con la misma rapidez aprenderán las nuevas condiciones de la lucha clandestina y los procedimientos para preparar sistemáticamente un movimiento revolucionario de masas. Tengo confianza en el proletariado revolucionario francés. Sabrá impulsar a la oposición de su país."

En una posdata, Lenin recomendaba que se tradujera su carta íntegramente al francés y que se publicara a continuación en forma de volante. Safarov tuvo tiempo de ocuparse de ello antes de salir.

Mediante uno de esos prodigiosos esfuerzos de voluntad que acostumbraba, Lenin había logrado dominar sus nervios a todo lo largo de la Conferencia, parecer alegre, cáustico y lleno de aplomo. Se le ha visto juguetear con perros en medio de graves discusiones y pasar por debajo de la mesa, mientras escuchaba a algún orador somnífero, notitas irreverentes. Todo esto formaba parte del arsenal que le procuraba sus armas de combate. Era absolutamente necesario que sus adversarios no pudieran notar en él el menor síntoma de un desfallecimiento físico o moral. Pero una vez terminada la prueba, los resultados de esa tensión sobrehumana se dejaban sentir infaliblemente. Después de Zimmerwald, Lenin necesitó varios días de un reposo total para recuperarse y turnar nuevas fuerzas.

De regreso a Berna, el matrimonio reanudó su existencia cotidiana. Para Lenin eso significaba leer los periódicos, mantener la correspondencia con los escasos agentes que le quedaban y tomar notas en la biblioteca. Ahora escribe poco. En octubre no sale de su pluma un solo artículo, en noviembre dos, en diciembre uno. En cambio, para Krupskaia la cosa es más complicada. Había que hacer frente a las múltiples preocupaciones domésticas. Y ya casi no quedaba dinero. Intentó encontrar trabajo: lecciones, traducciones o simplemente hacer copias, cualquier cosa... No recogía más que promesas por todas partes. "Nuestros medios de existencia se van a agotar pronto —leemos en su carta a María Ulianov, escrita a principios de diciembre— y la cuestión de ganarse el pan se plantea bastante crudamente. Es bastante difícil encontrar algo aquí... No quisiera que esta carga recayera enteramente sobre Volodia. Ya trabaja bastante sin eso. Sin embargo, esta cuestión le preocupa mucho."

En efecto, Lenin se daba cuenta perfectamente de la situación. Hubiera querido hacer algo, ¿pero qué? Zinoviev supo hallar la solución del problema convirtiéndose en ayudante preparador en el laboratorio de química montado por Chklovski. Lenin no había llegado a ese extremo. Concibió la idea de escribir una obra sobre la cuestión, muy actual y bien meditada por él en el curso de esos meses de guerra, del imperialismo, última etapa del capitalismo. Ese libro, destinado a ser editado "legalmente" en Rusia, debía hablar en un lenguaje esotérico y ocultar, bajo una apariencia neutral e inofensiva, opiniones que la censura militar y cualquier otra no habría dejado de considerar "subversivas".

No pudiendo conseguir en Berna todos los libros que necesitaba, Lenin se trasladó con su mujer a Zurich, para trabajar en la biblioteca, donde sabía que encontraría todo lo que le faltaba. "Fuimos con el ánimo de quedarnos quince días —escribe Krupskaia—, pero luego aplazamos en varias ocasiones nuestro regreso a Berna y finalmente nos quedamos en Zurich, donde la vida era mucho más animada." Así explica su instalación en Zurich. Quizá también influyeron en la decisión de Lenin las mayores facilidades que se ofrecían en Zurich para mantener el contacto con los círculos internacionales.

Sus relaciones con Grimm, radicado en Berna, se habían hecho muy tirantes, sobre todo después de Zimmerwald. En cambio, en Zurich se hallaba el secretario del partido socialdemócrata suizo, Fritz Platten, un muchacho muy enérgico, lleno de entusiasmo, que se había adherido sin reservas a la izquierda zimmerwaldiana. Estaba también allí Willy Münzenberg, el animador de la Internacional, Juvenil, que desde un principio se había declarado adversario resuelto de la guerra imperialista. Y, además, su mujer logró encontrar un empleo. Existía en Zurich una caja de socorros para los emigrados rusos sin distinción de partido. Krupskaia fue nombrada secretaria de ese organismo, con honorarios más que modestos. Pero eso le permitió aliviar un poco la carga de su presupuesto doméstico. Observando la más estricta economía, privándose de muchas cosas, el matrimonio lograba llevar "una vida modesta que transcurría suavemente", según cuenta Krupskaia. Mientras su marido trabajaba en la biblioteca, ella se pasaba el tiempo en la oficina, en la que, a decir verdad, no había gran cosa que hacer, ya que la "caja de socorros" disponía de muy escasos recursos. Pero pronto se dio una ocupación suplementaria, a título puramente benévolo por lo demás, que le parecía digna de la mayor atención. La Caja estaba en relaciones con el Comité de ayuda intelectual a los prisioneros de guerra, fundado en Berna en la primavera de 1915 por iniciativa de un grupo de emigrados.
Ese Comité se encargaba de mandar, a los innumerables soldados rusos que poblaban entonces los campos de prisioneros en Alemania, libros, periódicos, revistas, etc. Krupskaia participó activamente en ese trabajo, suponiendo todas las ventajas que su marido podría obtener con esos envíos. Abría con apasionada atención el voluminoso correo que llegaba de los campos, tratando de descubrir entre los corresponsales a aquellos que pudieran ser utilizados con fines de propaganda revolucionaria. Un día leyó al pie de la carta de un prisionero la firma de Roman Malinovski. Era el ex diputado-policía que al regresar a Rusia en los comienzos de la guerra había sido movilizado, enviado al frente y capturado por los alemanes. Krupskaia se apiadó del "águila" caída y le envió un poco de ropa y víveres. El otro contestó con desbordante gratitud diciendo que se ofrecía para "trabajar" a los prisioneros y difundir entre ellos todos los volantes, periódicos, folletos, etc., que le enviaran. Lenin, que seguía creyéndolo inocente y lo consideraba como un pobre perturbado, no tuvo inconveniente. Parece incluso que le mandó unas líneas de aliento. Malinovski se mostró lleno de celo y puso tanta energía en la realización de su tarea que hacia fines de 1916 El Socialdemócrata publicaba un suelto anunciando que el camarada Malinovski había expiado, con su útil acción entre los prisioneros, la grave falta cometida al renunciar a su mandato de diputado.

Después del estancamiento de los meses de invierno, las operaciones militares se habían reanudado con renovada violencia. La humanidad parecía haber llegado a un callejón sin salida. El manifiesto de la Conferencia de Zimmerwald era letra muerta. La Comisión por ella creada resolvió convocar otra Conferencia, que se abrió en Kienthal el 24 de abril. Hubo 43 delegados, cinco más que en Zimmerwald. Esta vez los alemanes fueron menos numerosos : siete en lugar de diez. Pero los rusos fueron ocho en lugar de siete y los franceses cuatro en lugar de dos. La presencia de tres diputados socialistas entre estos últimos pareció significativa, lo mismo que el hecho de que la mayoría de los delegados suizos (tres de los cinco) se solidarizaran con la izquierda zimmerwaldiana. De una manera general, ese grupo, que no comprendía más que ocho miembros en Zimmerwald, tenía ahora doce, y además algunos delegados que no formaban parte de él votaron en favor suyo en ciertos casos.

El orden del día comprendía las siguientes cuestiones : 1.° Acción a desarrollar para conseguir la terminación de la guerra; 2.° Actitud del proletariado frente a la paz; 3° Agitación y propaganda en las masas y en el Parlamento; 4.° Convocatoria del Buró Socialista Internacional.

Esta última cuestión era la que había de provocar más discusiones y ataques por parte de Lenin. Se trataba, en otras palabras, de decidir si la Segunda Internacional habría de revivir o si una escisión definitiva le asestaría un golpe mortal. Para preparar el proyecto de resolución se nombró una comisión de siete miembros: dos rusos (el bolchevique Lenin y el menchevique Axelrod), dos alemanes, un polaco, un suizo y un italiano. Por cuatro votos contra tres (los de Lenin, el polaco y un alemán) se decidió que el Buró sería convocado, pero que se le daría un voto de censura "por haber demostrado ser incapaz de defender y de aplicar durante la guerra los principios de la Internacional". Su Comité ejecutivo debía ser reemplazado por otro y los socialistas que hubieran entrado en los gobiernos de los países beligerantes expulsados de sus respectivos partidos. Las organizaciones de todos los países quedaban invitadas a vigilar con la mayor atención la actividad del Comité ejecutivo del Buró. En cuanto al problema de la paz se declara : "Es imposible fincar una paz sólida en una sociedad capitalista. El socialismo es el que va a crear las condiciones necesarias para su establecimiento... En consecuencia, la lucha por la paz duradera tiene que ser una lucha por la realización del socialismo. Si los obreros renuncian a la lucha de clases, impedirán la creación de las condiciones necesarias para llegar a una paz estable. La consigna : cese inmediato de las hostilidades y comienzo de las conversaciones de paz, es una cuestión de vida o muerte para el proletariado. Mientras el socialismo no haya sido realizado, el proletariado debe luchar constantemente contra la opresión de las naciones más débiles, defender a las minorías nacionales y exigir para éstas el derecho de autodeterminación. La lucha contra la guerra y contra el imperialismo será sostenida desde ahora con un vigor siempre creciente."

Era, desde luego, un lenguaje más enérgico que el de Zimmerwald. Sin embargo, no satisfizo a Lenin. Esta declaración le parecía demasiado vaga, demasiado tímida. La suya, presentada en nombre de la izquierda zimmerwaldiana, decía : "La lucha revolucionaria de las masas en pro del socialismo tendrá como meta: la supresión de todas las cargas con que el imperialismo abruma a los pueblos, particularmente de las deudas del Estado; la ayuda a los parados, el advenimiento de la República Democrática, la renunciación a las anexiones, la liberación de los pueblos coloniales, la supresión de las fronteras, la igualdad de derechos de las minorías nacionales... El único programa posible para la socialdemocracia es convocar al proletariado a esa lucha y organizarlo con vistas al asalto decisivo del capitalismo. Bajad las armas, dirigidlas contra el enemigo común: los gobiernos capitalistas —tal es el programa de paz adoptado por la Internacional". La Conferencia rechazó ese texto, que, sin embargo, recogió, además de los dieciocho votos de la izquierda zimmerwaldiana, cinco nuevos votos. Esto le pareció a Lenin un buen augurio. "En conjunto —escribía a Chliapnikov después de la Conferencia—, el manifiesto adoptado representa un paso hacia adelante, ya que los tres diputados franceses, entre ellos el semichovinista Brizon, han votado a favor", y agregaba : "La izquierda ha sido más fuerte en esta ocasión, habiéndola reforzado el servio, tres suizos y un francés, no diputado, que vino por su propia iniciativa y por su cuenta."

Ese francés "venido por su cuenta" era el periodista Henri Guilbeaux, radicado en Ginebra, quien se presentó en la Conferencia como sindicalista sin haber recibido mandato de ninguna organización sindical oficial, lo cual no le impidió ser admitido con voz y voto. Allí vio por primera vez a Lenin. "Oí hablar varias veces de él —dice en el libro que dedicó a Lenin—, pero más o menos confusamente. No conocía todavía a ningún leninista." En Kienthal, Guilbeaux observó con incansable curiosidad "a ese hombrecillo regordete, de ojos preñados de sutileza y de malicia, nariz irónica y batallador". He aquí a Lenin tal como él lo vio :

"Permaneció sentado durante toda la Conferencia, leyendo, trabajando, redactando tesis y mociones, y sólo levantaba la cabeza para observar a veces al orador. Hablaba poco, pero lo escuchaba todo con gran atención. Su rostro satisfecho expresaba su total aprobación de los discursos de Radek, de Zinoviev, de Bronsky, de Frohlich y de Münzenberg. Por el contrario, sus rasgos, visiblemente burlones y despreciativos, reflejaban su viva oposición a los pensamientos y puntos de vista que expresaban su compatriota Martov, el italiano Modigliani y el francés Pierre Brizon." Las intervenciones oratorias de este último eran sobre todo las que, al decir de Guilbeaux, provocaban la más franca hilaridad en Lenin.

Zinoviev regresó a Berna encantado de los resultados de la Conferencia. Krupskaia, que no asistió, pero que podía darse una idea de los resultados por lo que debió informarle su marido, no compartía su entusiasmo y escribía entonces al "representante en Estocolmo", Chliapnikov: "Grigory (Zinoviev) se hace ilusiones sobre Kienthal. Es cierto que yo no puedo juzgar más que por lo que me han dicho, pero hubo allí demasiada verborrea y no se ve unidad interior." Su estado de salud se había agravado nuevamente, y Lenin, que se sentía a su vez bastante fatigado, fue a instalarse con ella en las montañas, en una pensión familiar muy barata, especie de casa de reposo para gente modesta. Pasaron allí seis semanas, la segunda quincena de julio y todo el mes de agosto. De creer a Krupskaia, ambos disfrutaban de vacaciones completas. "Vivíamos completamente al margen de todos los asuntos y pasábamos jornadas enteras haciendo excursiones por las montañas." Lenin había abandonado todo el trabajo. Sin embargo, tenía que pensar en conseguir dinero. El 27 de julio le había escrito ya a la señora Kollontai : "¿No tiene usted relaciones entre los editores? Yo no cuento con ninguna. Me gustaría hacer traducciones para ganar dinero o encontrar algún trabajo de literatura pedagógica para Nadia, ya que su enfermedad exige una larga estancia en las montañas, y esto cuesta caro."

Al regresar de las vacaciones, esta cuestión del dinero parece ser angustiosa. Lenin terminó su obra sobre el imperialismo y envió el manuscrito a su hermana María (Ana acababa de ser detenida una vez más), quien recibió el encargo de colocárselo a algún editor y de conseguirle al mismo tiempo algún trabajo de traducción. A Gorki, que había regresado a Rusia después de la amnistía de 1913 y que dirigía una revista a la que estaba ligada una editorial, le envió dos de sus folletos. Ese envío debió costarle sin duda mucho, pues desde el asunto de la escuela de Capri sus relaciones con el gran escritor no habían cesado de empeorar. Mandó otro folleto a su antiguo acólito de Ginebra, Bontch-Bruevitch, convertido también en editor en San Petersburgo. Escribió al secretario del Diccionario enciclopédico en Granat, que antes de la guerra le había pedido un artículo sobre Carlos Marx, ofreciéndole trabajos de ese género. Nadie contestaba, nadie daba señales de vida. Después de una larga serie de recomendaciones hechas por Lenin en septiembre de 1916 a Chliapnikov, que se disponía a hacer un viaje a San Petersburgo, leemos lo siguiente : "En cuanto a mí personalmente, le diré que necesito ganar dinero, o de lo contrario reventaré, palabra. La vida es terriblemente cara y no tengo con qué vivir. Hay que arrancar el dinero por la fuerza al editor a quien han sido enviados dos folletos míos (Gorki), que pague en el acto y lo más que pueda. Lo mismo en cuanto a Bontch. Igual en lo que se refiere a las traducciones. Si no se arregla esto no podré aguantar más, se lo juro. Es completamente en serio, completamente, completamente."

El período a que corresponde este grito de desesperación no había durado mucho tiempo, apenas unas cuantas semanas, pero había contribuido grandemente a excitar los nervios ya de por sí suficientemente irritados de Lenin. Hacia el 20 de octubre recibió una carta de su hermana anunciándole que había logrado colocar su Imperialismo y obtener del editor un anticipo de quinientos rublos. Además, ese mismo editor había aceptado reeditar su trabajo sobre la cuestión agraria. Al saberlo, Lenin respira por fin tranquilo. Pero el resultado obtenido no le basta. Quiere "ampliarlo". "Me dices que el editor quisiera publicar La cuestión agraria en libro y no en folleto —respondió a María—; ¡yo considero que el editor me ha pedido la continuación! Recuérdaselo cuando tengas ocasión." Tres meses después recibió quinientos francos más y, días más tarde, el Banco le pagó de nuevo 808 francos. Desgraciadamente, la carta que indicaba la procedencia de esas sumas se ha perdido en el camino y Lenin contempla perplejo todos esos billetes de Banco que se extienden ante él. ¿De dónde viene ese dinero? ¿Quién lo envía? ¿Es para él?... Krupskaia, con el rostro iluminado por una sonrisa afectuosamente irónica, le explica: "¡Muy sencillo! Acabas de empezar a cobrar tu jubilación."


 
INDICE
PARTE I
EL INGRESO EN LA REVOLUCIÓN
PARTE II
LA LUCHA POR EL PARTIDO
PARTE III
LA CONQUISTA
DEL PODER
PARTE IV
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO SOCIALISTA
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