"... el capitalismo se ha trocado en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un cierto grado muy alto de su desarrollo,

cuando algunas de las propiedades fundamentales del capitalismo han comenzado a convertirse en su antítesis,

cuando han tomado cuerpo y se han manifestado en toda la línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada.

Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitución de la libre concurrencia capitalista por los monopolios capitalistas ".
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LENIN - EL INGRESO EN LA REVOLUCION - PARTE I
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II.

EL DESTINO HA LLAMADO A LA PUERTA

En el año 1885 fueron festejados los veinticinco años de actividad pedagógica del director de Enseñanza Primaria de la provincia de Simbirsk. Sus subordinados le regalaron con ese motivo un soberbio juego de escritorio y le desearon largos años de felicidad al servicio del zar y de la patria. Apenas había tenido tiempo Ulianov de saborear el placer que le había procurado esta manifestación de afecto cuando el ministro le informó que quedaba autorizado para hacer valer, en el plazo de un año, sus derechos de jubilación. Fue una penosa sorpresa para él. Generalmente se concedían a los funcionarios con veinticinco años de servicio cinco años suplementarios, al cabo de los cuales eran jubi­lados. Al privarle de ese favor, que se había convertido en una especie de regla general, el ministro daba la impresión de querer mostrar su descontento a Ulianov. Ana pretendió más tarde, en sus Recuerdos, que ello era una consecuencia de las tendencias "liberales" demasiado acusadas que, mostraba su padre en el ejercicio de sus funciones. Es poco probable. El ministro que aplicó a Ulianov esa medida rigorista era también un "liberal". Fue destituido poco después, precisamente a causa de su liberalismo, y reemplazado por un notorio reaccionario que anuló la decisión tomada por su predecesor contra el director Ulianov Lo que parece demostrar con bastante claridad que no fue en absoluto una cuestión de "política", sino más bien el resultado de una simple intriga urdida por algún funcionario demasiado impaciente por alcanzar un cargo ansiado.

En consecuencia, todo se arregló. Pero Ulianov resintió dolorosamente esa herida de su amor propio. Quedó muy deprimido.

A principios de enero cayó enfermo. Una enfermedad benigna, sin gravedad alguna, diagnosticaron los médicos. El día 12 sucumbía víctima de una hemorragia cerebral, a la edad de cincuenta y seis años.

La muerte de su padre fue el primer golpe que el destino asestó a Volodia Ulianov. Para soportarlo no tuvo a su lado más que una madre afligida que necesitaba a su vez apoyo y ánimo. Su hermano mayor se hallaba entonces en San Petersburgo siguiendo los cursos de la Facultad de Ciencias, después de haber terminado sus estudios secundarios. Ana, que había venido a pasar las fiestas de Navidad y Año Nuevo con su familia (también había ido a hacer vida de estudiante a San Peters­burgo), se quedó con su madre unos cuantos días y luego partió. Era Volodia, el turbulento Volodia de antaño, quien asumía ahora la tarea de cuidar de que los "chicos" no hicieran ruido por la noche, en torno a la mesa familiar, y no turbaran las tristes meditaciones de su ma­dre. Esta veía, en efecto, surgir bruscamente preocupaciones nuevas e imprevistas.

Hasta ahora, su porvenir y el de los suyos no le había inspirado la menor inquietud. El sueldo de su marido era ampliamente suficiente para asegurar una existencia cómoda a toda la familia. Ahora había que pensar en reducir considerablemente los gastos de la casa. Los 1.200 rublos de pensión anual a que tenía derecho la viuda del consejero de Estado Ulianov, unidos a las rentas que cobraba por su participación en la herencia paterna, le permitían vivir decorosamente. Pero había que pensar también en las mensualidades que se tenían que enviar a Ana y a Alejandro durante su estancia en la capital y que representaban, por sí solas, cerca de la mitad del total de la pensión.

Sin embargo, la señora Ulianov, excelente ama de casa y calculadora avispada, supo hacer frente a las dificultades que la asediaban. La familia redujo su tren de vida, tomó huéspedes y pellizcó los ahorros hechos por el padre. En resumen, todo se reducía, según ella, a resistir uno o dos años. De aquí a entonces Alejandro habría terminado sus estudios y, convertido en profesor a su vez, no sólo ya no costaría nada a su madre, sino que podría ayudarle a soportar los gastos de la casa. Ana no tardaría en casarse; precisamente un amigo de su hermano, el dulce, tímido y gigantesco Marc Elisarov, perteneciente a una familia de las más acomodadas, se mostraba particularmente asiduo junto a ella... Todo esto tendría que aligerar forzosamente el presupuesto familiar.

Llegó el verano. Alejandro vino a pasar las vacaciones a la casa. Los dos hermanos volvieron a reunirse. El mayor contemplaba al menor no sin cierto asombro. En lugar del adolescente jovial y despreocupado cuyas turbulencias estaba acostumbrado a observar con divertida condescendencia, vio aparecer un muchacho amargado, irascible, discutidor. En cuanto a Vladimir, el sabio imberbe que se pasaba los días manipulando su microscopio y que se turbaba como una jovencita cuando le dirigían la palabra, ya no le inspiraba más que una especie de conmiseración, si no de desprecio. Con gran sorpresa, un día descubrió en la habitación de Alejandro volantes de propaganda clandestina. Se encogió de hombros : "¿Sacha revolucionario? ¡Vamos, hombre, un revolucionario no se entretiene estudiando horas y horas los gusanos!"

Ya no se entendían. Ahora, con cualquier pretexto, estallaban entre ellos discusiones frecuentes. Ana lo confirma en sus Recuerdos y lamenta la ausencia del padre, el único que, según ella, hubiera podido ponerlos de acuerdo. Vladimir empezaba incluso a perder el respeto a su madre. La señora Ulianov recordaba más tarde cómo Alejandro tuvo que acudir a veces en su ayuda. Un día, por ejemplo, en que jugaba al ajedrez con su hermano, Vladimir contestó bastante rudamente a su madre al recordarle ésta un encargo que tenía que hacerle, y cuando insistió en la urgencia del asunto, contestó con una broma más bien irreverente. Entonces Alejandro no aguantó más. El, que por lo general era dulce y reservado, dijo al hermano menor en tono que no admitía réplica : "Vas a hacer inmediatamente lo que te ordena mamá, o nunca volveré a jugar contigo." Vladimir se levantó sin decir media palabra y fue a cumplir el encargo. Ana estaba indignada por esta "jactancia". Más tarde, al regresar a San Petersburgo con Alejandro, le preguntó un día lo que pensaba de Vladimir y recibió esta respuesta : "Vale mucho, desde luego, pero no nos entendemos." La muchacha arriesgó una pregunta más : "¿Por qué?"  Esta vez Alejandro no contestó nada.

El mes de marzo del año 1887 acababa de comenzar apenas. Dentro de diez semanas Vladimir terminaría sus estudios en el Liceo. Una mañana, mientras, sentado en su pupitre, escuchaba la lección del profesor, lo llamaron al salón. Al llegar vio precipitarse hacia él a la vieja maestra Kachkadamova, una amiga de su familia, que le tendió una carta. Leyó : "Alejandro acaba de ser detenido por haber participado en un complot terrorista."

Mudo de asombro, Vladimir permaneció unos instantes sin proferir palabra. Era para él una revelación que trastrocaba de arriba abajo la imagen que se había formado en su espíritu. ¿Así, pues, ese dulce y pacífico sabio a quien siempre se imaginaba inclinado inmutablemente sobre su microscopio, fabricaba bombas y se disponía a matar al zar? En seguida se dio cuenta del grave peligro que corría su hermano. Con el rostro sombrío y con una voz grave que trataba de dominar, dijo a la anciana : "Es un asunto serio que le puede costar caro a Alejandro", y se encargó de avisar a su madre.

Lo hizo bastante mal. En cuanto oyó las primeras palabras, la señora Ulianov comprendió de qué se trataba y reclamó la carta. Luego, sin perder un instante, conteniendo sus lágrimas, con un valor y una energía admirables, empezó los prepa-rativos del viaje. Iría a San Petersburgo, salvaría a su hijo, sabría ablandar a aquellos de quienes dependía su suerte; de eso estaba segura, o por lo menos quería estarlo.

No pasaban trenes por Simbirsk; la estación más cercana era la de 'Sysrane, a unos doscientos kilómetros. Había que ir en coche. Para que el viaje no resultara tan caro, la señora Ulianov quiso unirse a dos o tres compañeros de viaje. Vladimir recibió el encargo de buscar eventuales viajeros. Tropezó en todas partes con una negativa forzada. La noticia había corrido ya por toda la ciudad. Nadie quería viajar en compañía de la madre de un terrorista. Vladimir no lo olvidará nunca.

La breve y trágica carrera de Alejandro Ulianov no ha sido aclarada todavía en forma definitiva. En la época en que, después de haber salido de la casa paterna, se inició en el movimiento revolucionario, adhiriéndose a las ideas y a los métodos de acción del partido de la Voluntad del Pueblo, es decir, hacia el año de 1882, el marxismo no era conocido todavía en Rusia. La doctrina de Carlos Marx empezó a ser difundida entre los intelectuales rusos a partir de 1883, por mediación del grupo Emancipación del Trabajo, formado en el extranjero por tres emigrados célebres de los que se hablará detenidamente más adelante. Alejandro tuvo noticias de ello como tantos otros de sus camaradas de la Universidad. Consiguió el primer tomo de El Capital y lollevó consigo en las vacaciones del verano de 1886. Al regresar a San Petersburgo entró en contacto con otro marxista de reciente cuño, D. Koltzov, para lanzar la publicación de una Biblioteca socialdemócrata, cuyo primer fascículo debía incluir la traducción de un estudio de Marx sobre la filosofía de Hegel.

Pero aunque se dejó atraer por el marxismo, Alejandro no rompió con los populistas [1] ni repudió sus concepciones tácticas, que consistían en sacar al pueblo ruso de su sopor y en hacerle romper sus cadenas por medio de unos cuantos atentados políticos resonantes. Así fue como, asociado a unos cuantos camaradas, concibió el proyecto de repetir, seis años después del asesinato de Alejandro II, el mismo día y en el mismo sitio, el mismo atentado contra la persona de su sucesor, Alejandro III. Poco familiarizados todavía con la técnica de las conspiraciones, él y sus compañeros fueron detenidos después de una pesquisa que había durado una semana y que permitió a la policía descubrir toda la organización. Ana, que no pertenecía al grupo, pero que había ido a ver a su hermano en los momentos en que registraban su casa, también fue detenida.

Por consiguiente, la señora Ulianov tuvo que defender a sus dos hijos al llegar a San Petersburgo. En seguida puso manos a la obra. Desde por la mañana hasta la noche recorría las antecámaras de los personajes influyentes, llamaba a todas las puertas, imploraba a todo el mundo, pero sólo obtenía vagas condolencias y promesas más vagas todavía. El asunto no se prolongó : un mes más tarde Ulianov y sus camaradas eran juzgados. Alejandro se mostró inquebrantable en la audiencia. Cuando le autorizaron a hacer una última declaración, clamó su fe ardiente en la justicia de su causa. El tribunal lo condenó a la pena de muerte. Como noble e hijo de un alto funcionario del Estado, tenía el privilegio de poder someter su caso a la consideración personal del zar. Se dio a entender a la señora Ulianov que su hijo podría salvar la vida si manifestaba arrepentimiento. Alejandro se negó rotundamente. Fue ahorcado el 8 de marzo. Ana, absuelta durante la instrucción, fue desterrada de la capital durante cinco años. Autorizada a escoger su lugar de "residencia vigilada", optó por la propiedad de su abuelo.

Mientras su hermano mayor vivía en Petersburgo sus últimos días, Vladimir estaba preparando sus exámenes finales. Los hizo muy brillantemente y fue recompensado con la medalla de oro acompañada de una declaración particularmente halagadora. Al ser interrogado sobre la carrera que pensaba seguir, anunció su intención de inscribirse en una Facultad de Derecho.

Una de las personalidades a quien acudió la señora Ulianov durante el proceso de Alejandro le había recomendado amistosamente que man­tuviera a su segundo hijo lo más alejado que pudiera del "contagio" de la capital. Atendió ese consejo y Vladimir, en vez de ir a estudiar a Petersburgo como su hermano, entró en la Universidad de Kazán.

Las ejecuciones de marzo de 1887 y las siguientes represalias suscitaron profunda agitación en los medios de la juventud universitaria. En aquella época, en que la clase obrera rusa, todavía poco numerosa, era, salvo raras excepciones, totalmente inculta en materia política, los estudiantes formaban una especie de vanguardia del movimiento revolucionario. Eran los mejores artesanos de la propaganda clandestina, pero también les gustaba manifestar sus opiniones políticas en reuniones organizadas, a pesar de la prohibición expresa de las autoridades, en los locales universitarios. Pronunciaban candentes discursos, entonaban cantos revolucionarios, gritaban Abajo la autocracia y arrastraban en las gemonias al ministro y al rector. Todo ello terminaba con detenciones más o menos numerosas. Los más comprometidos eran expulsados de la Universidad.

El 4 de diciembre de 1887 se celebró una de esas reuniones en la Facultad de Derecho de Kazán. Dos días antes, los vigilantes habían observado una intensa agitación entre los estudiantes. Les llamó la atención un recién llegado que se mostraba particularmente excitado. Se le veía salir, entrar, volver a salir, llevar paquetes de apariencia sospechosa, hablar con unos y con otros pasar en el fumadero más tiempo del permitido, etc. Dos días después, el 4 de diciembre, encabezando una columna de estudiantes, los arrastró, gritando y gesticulando, a través del corredor que conduce al salón de fiestas. Este se llena, y empieza la reunión. La administración no quiso llamar a la policía. Los estudiantes fueron conminados, con palabras moderadas, pero suficientemente enérgicas, a dispersarse. Obedecieron. A la salida se les exigieron sus credenciales. En la que mostró el joven animador leyó el inspector : Ulianov, Vladimir. Anotó el nombre. Al día siguiente, Ulianov fue detenido. Quedó en libertad dos días más tarde, pero fue expulsado de la Universidad e invitado a vivir en residencia vigilada fuera de Kazán.

Tales fueron los comienzos de Vladimir Ulianov en la lucha revolucionaria. Tenía entonces diecisiete años y ocho meses. Tratemos de discernir las etapas que lo condujeron a ella.

Las fases de su evolución intelectual y moral fueron primero las mismas por que atravesaron la gran mayoría de los adolescentes que pertenecían a su medio social. ¿Pero por qué pierde la fe a los dieciséis años y se abstiene desde entonces de asistir a las ceremonias religiosas? Lenin no quiso nunca examinar de cerca esa crisis interior y se ignora cuál fue el verdadero motivo que lo condujo a un giro decisivo de su vida espiritual. Lo más que se puede decir es que, cronológicamente, ese giro coincide con la muerte del padre.

Al mismo tiempo, se siente cada vez más atraído por el ideal revolucionario, cuyo verdadero contenido empieza a distinguir confusamente. Por el momento, se limita a admirar las hazañas de un Jeliabov, de una Perovskaia, de un Khalturin. A través del revolucionario busca al héroe, al hombre de acción en pleno combate que constituye absolutamente lo contrario de un teórico, de un hombre de gabinete. Así se explica el profundo asombro que experimenta al enterarse de que su hermano, ese "disecador de gusanos", era un revolucionario "de verdad".

Es evidente que el trágico fin de éste tenía forzosamente que empujarlo con mayor ímpetu por la senda de la acción revolucionaria. Pero conviene no olvidar que, paralelamente, se desarrolla en él cierto desdén, por no decir desprecio, hacia una sociedad burguesa en medio de la cual se halla situado por su origen de clase. Los abandonos, las cobardes deserciones de tantos amigos que se proclamaban fieles y que pudo comprobar entristecido después de la ejecución de Alejandro debieron llenar su espíritu, cáustico y zumbón por naturaleza, de un asco y de una amargura que más tarde aprenderá a disimular bajo la apariencia de una ironía burlona. Mientras tanto, incapaz todavía de reprimir sus nervios, parece buscar algún derivativo en la acción y da la impresión de estar ansioso de lucha febril.

Es muy significativo que Vladimir sea el más joven de los cuarenta estudiantes detenidos después del "mitin" del 4 de diciembre.
El informe redactado en aquella ocasión por la policía lo presenta confabulándose con dos mayores considerados como los agitadores de más arraigo. Llegó a Kazán en junio, pero no se inscribió en la Universidad hasta el 13 de septiembre. Por tanto, ha sabido imponerse en tres meses a sus camaradas como dirigente, y así, como un verdadero jefe, arrastrando consigo a sus tropas, marcha al combate, el primer combate revolucionario de su vida.
 
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[1] Así habían sido denominados los miembros del partido de la Voluntad del Pueblo, que treinta y siete años antes había recibido a su padre. Esa precaución no pudo cambiar el rumbo de los acontecimientos.


 
INDICE
PARTE I
EL INGRESO EN LA REVOLUCIÓN
PARTE II
LA LUCHA POR EL PARTIDO
PARTE III
LA CONQUISTA
DEL PODER
PARTE IV
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO SOCIALISTA
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