XX.
DE LA DERROTA A LA VICTORIA
La gran cruzada antibolchevique imaginada por Kerenski se prolongó por una decena de días, encarnizándose con la gente de menor importancia. Los dirigentes supieron refugiarse a tiempo y no fueron inquietados. Únicamente Kamenev, el más moderado de todos, se dejó sorprender, más bien por su culpa, pero fue puesto en libertad al cabo de dos semanas.
Los resultados de esta campaña de "defensa de la democracia" no fueron, de todos modos, los que esperaban sus promotores. Si la burguesía, impresionada por el espantajo bolchevique que se agitó ante ella, creyó su deber apretar las filas y unir todavía más estrechamente su suerte a la del Gobierno provisional cuya presidencia pasó el 7 de julio del príncipe Lvov a Kerenski, en el mundo de las fábricas y los cuarteles las persecuciones que acababa de padecer el partido bolchevique provocaron una fuerte corriente hacia la izquierda.
El número de adhesiones al partido aumento considerablemente. Además, en el seno del partido socialista-revolucionario estaba a punto de ocurrir una separación muy clara entre el ala derecha y el ala izquierda; esta última se aproximaba cada vez más a los bolcheviques. Este era un hecho de una importancia capital cuyo alcance no podía pasarle inadvertido a Lenin. A través de "una tercera persona", su partido iba a poder poner pie en un medio que hasta entonces le había estado obstinadamente vedado: el de los campesinos. Por último, la tentativa contrarrevolucionaria esbozada por el general Kornilov, quien había visto levantarse contra él, fraternalmente unidos, a todos los obreros sin distinción de partido, acabó por ahondar el abismo entre la burguesía y el proletariado. Se oían algunas voces a favor de una nueva coalición en la cual todos los elementos burgueses serían excluidos rigurosamente y que agruparía, para el trabajo gubernamental en común, a todas las fuerzas proletarias representadas en el Soviet.
Inspirándose visiblemente en esta idea, el Comité central del partido bolchevique, tan pronto como se liquidó el golpe de Kornilov, propuso al Soviet, por medio de Kamenev, que se adoptase la resolución siguiente: "Dado que la rebelión contrarrevolucionaria de Kornilov ha sido preparada y sostenida por ciertos partidos cuyos representantes pertenecen al Gobierno, el Comité ejecutivo central de los Soviets opina que es su deber declarar que a partir de ahora cualquier vacilación en la cuestión de la organización del poder debe cesar... La única solución posible actualmente es la formación de un Gobierno compuesto por representantes del proletariado revolucionario y de los campesinos."
Programa : proclamación de la República democrática, disolución de la Duma y del Consejo de Estado, convocatoria inmediata de una Asamblea Constituyente, confiscación de los latifundios y su transmisión a los comités agrarios, control obrero de la producción, nacionalización de las principales ramas de la industria, impuestos severos para los capitales y los beneficios, cese de todas las persecuciones contra las organizaciones obreras, proposición a las potencias en guerra para que se concierte inmediatamente la paz.
Eran cerca de la medianoche. De los 1.200 miembros con que aproximadamente contaba el Soviet, sólo 400 se hallaban presentes. La resolución, puesta a votación, fue adoptada por 279 votos contra 115. Esta votación tuvo una resonancia enorme. Por primera vez el Soviet hablaba un lenguaje bolchevique. Los bolcheviques, alentados por este éxito, volvieron a la carga cuatro días después en la sesión del 5 de septiembre, planteando la cuestión de la renovación del Comité ejecutivo, que, según ellos, no reflejaba ya fielmente la verdadera proporción de las fuerzas políticas que existían en esos momentos en el interior del Soviet. Durante la reunión plenaria del 9, a la cual asistían alrededor de mil miembros, Cheidze ofreció la dimisión del Ejecutivo. Esta oferta fue aceptada por 519 votos contra 414 y 67 abstenciones. En Moscú ocurrió lo mismo: bajo la impresión del golpe kornilovista, el Soviet adoptó la resolución propuesta por el partido bolchevique. El Buró dimitió. El que fue designado para reemplazarlo comprendía a los dos principales dirigentes bolcheviques de Moscú: Bujarin y Noguin.
Apartado de los acontecimientos desde hacía cerca de dos meses, Lenin no conseguía, a pesar de todos sus esfuerzos, establecer un enlace continuo y regular con Petrogrado, ni sincronizar la situación revolucionaria, que evolucionaba a un ritmo precipitado, con sus propias reacciones.
El primero de septiembre, ignorando todavía el voto del Soviet de Petrogrado, pero enterado de que los mencheviques y los socialistas-revolucionarios estaban decididos a rechazar cualquier participación en un Gobierno en que entrasen los "cadetes" comprometidos en la aventura de Kornilov, Lenin se imaginó que quizá, mediante algunas concesiones, era posible obtener un entendimiento con esos partidos. El resultado fue su célebre artículo De los compromisos, destinado a Pravda.
El artículo comienza con una declaración perentoria: Es estúpido decir que un partido revolucionario no puede aceptar compromiso alguno. Puede, y debe, estar preparado para ello. Pero su tarea consiste en permanecer, a través de todos los compromisos que le impongan ciertas coyunturas políticas o sociales, fiel a sus principios, a la clase que representa, a su misión de preparar la revolución y de educar a las masas con objeto de asegurar el triunfo de éstas. "Nuestro partido —declara Lenin—, al igual que los demás, aspira al dominio. Nuestro objetivo sigue siendo: la dictadura del proletariado revolucionario." Pero la situación, desde la crisis del 27-31 de agosto, es tal que los bolcheviques pueden por su propia voluntad proponer un compromiso no a su enemigo de clase: la burguesía, sino a sus adversarios inmediatos: los partidos pequeñoburgueses menchevique y socialista-revolucionario.
"Los bolcheviques, partidarios de la revolución mundial y de los métodos revolucionarios, pueden y deben, en mi opinión, aceptarlo, sólo para hacer posible una evolución pacífica de la revolución, cosa sumamente rara en la historia e infinitamente valiosa." Este compromiso consistiría en volver a las reivindicaciones anteriores a la fecha del 3 y del 4 de julio y a la consigna "todo el poder para el Soviet", con un Gobierno compuesto de mencheviques y de socialistas-revolucionarios responsable ante él. Los bolcheviques, al mismo tiempo que se abstenían de participar en el mencionado Gobierno, renunciarían a la transmisión inmediata del poder por procedimientos revolucionarios a los obreros y a los campesinos. A cambio, pedirían la absoluta libertad de propaganda para su partido. Esto permitiría, en opinión de Lenin, incitar a las masas a "democratizar los Soviets, a bolchevizarlos podría decirse, renovando su composición por medio de reelecciones parciales. Así, sin dolor y sin sacudidas, se llevaría a cabo la disgregación de los partidos en el interior de los soviets.
La casualidad quiso que este artículo no pudiera ser enviado a Petrogrado ese mismo día. Al día siguiente, los periódicos le informaron que el problema del poder había sido resuelto con la formación de un Directorio de "técnicos" que tenía a su frente a Kerenski, flanqueado por el inevitable Terechtchenko. Estaba claro para Lenin que se trataba de un Gobierno de entente camuflada con la burguesía. El artículo partió de todos modos provisto de una breve posdata: un retraso accidental impidió la oportuna publicación de este texto; actualmente ya no corresponde a la situación. La evolución pacífica de la crisis, que preconiza, es ya imposible. Que se publique de todos modos con este subtítulo: Reflexiones tardías.
Hubo además otra cosa que le hizo cambiar de opinión: la noticia, recibida al mismo tiempo, del derrocamiento de la mayoría en el Soviet de Petrogrado. Días después le llegó otra análoga de Moscú. A partir de ese momento, una gran claridad roja desgarra la noche de su retiro. De pronto todo aparece con una pureza y una limpidez perfectas : el Soviet, convertido por fin en órgano del proletariado revolucionario, debe tomar revolucionariamente el poder. Y puesto que esa toma del poder no puede efectuarse sino por medio de la insurrección, ¡viva la insurrección armada de los obreros y los soldados! Esto, como se sabe, lo ha dicho Lenin muchas veces. Pero he aquí algo nuevo: ya no se trata de pensar en esa insurrección para "un futuro próximo", como le dijo a Podvoiski después de la abortada manifestación del 4 de julio. Ahora es sencillamente, si no "para mañana", a más tardar "para la semana próxima". Simple cuestión de días, estima Lenin. Dos, tres, quizá cuatro, pero no más en todo caso.
La semana siguiente transcurrirá en febriles meditaciones. Escribe poco, calcula. De vez en cuando traslada breves observaciones en pedazos de papel que caen en sus manos. Había que prever objeciones, resistencias. Para combatirlas, Lenin necesitaba argumentos poderosos. Los conseguirá. acostumbrado a separar las cuestiones, va a escindir el problema planteando, una tras otra, estas dos cuestiones: 1ª ¿Por qué debe llevarse a cabo inmediatamente la insurrección? 2ª ¿Qué medios prácticos deben emplearse para su realización efectiva?
Por tanto, cabe preguntarse en primer lugar: ¿por qué tomar las armas en seguida? Porque, estima Lenin, la situación en el frente interior es excepcionalmente favorable; se cuenta con la mayoría de los soviets de las dos capitales. A continuación, porque la situación internacional exige una acción rápida, inmediata. Circulan rumores sobre una eventual paz por separado entre Alemania y los Aliados, lo cual dejaría las manos libres a Alemania en Rusia para compensar los sacrificios que tuviera que hacer. Lo cual significaba el aplastamiento implacable de la Revolución, para común satisfacción de los capitalistas de los dos bandos enemigos. Por otra parte, desde la ruptura del frente Norie en el sector de Riga y desde la evacuación de esa importante ciudad, se habla de trasladar la sede del Gobierno a Moscú y de abandonar Petrogrado a los alemanes. Esto, con el propósito de decapitar la Revolución privándola de su centro y de su base. Era necesario, por lo tanto, siempre según Lenin, actuar pronto para poder prevenir por un lado las intenciones de Kerenski y por otro las de los Aliados.
De esos tres argumentos en favor de la insurrección inmediata, quizá sólo el primero podía ser considerado como perfectamente válido. En otras palabras: en efecto, era urgente aprovechar el momento en que se disponía de la mayoría en los Soviets de Petrogrado y de Moscú, antes de que un golpe imprevisto viniera a derribarlas. Pero es difícil imaginar que Lenin, que tenía una visión perfectamente lúcida de la situación internacional, no se hubiera dado cuenta de que en ese principio del otoño de 1917, con la entrada en guerra de los Estados Unidos, los Aliados estaban más decididos que nunca a continuar la guerra hasta aplastar definitivamente a Alemania. En cuanto al abandono de Petrogrado, se hablaba de él, en efecto, en las esferas gubernamentales; pero la insurrección hubiera podido iniciarse lo mismo en Moscú (el propio Lenin, como se verá un poco más adelante, así lo reconocía también).
En segundo lugar : ¿qué había que hacer prácticamente? Es muy sencillo: no hay más que fijar el día de la insurrección teniendo en cuenta el estado de preparación de los cuadros y distribuir las tareas a los diferentes organismos políticos y militares que deben participar en ella.
De esas meditaciones nacieron las dos cartas, calificadas justamente de "históricas" por los historiadores soviéticos, dirigidas por Lenin al Comité central del partido bolchevique. Ya no era el pequeño Comité de nueve miembros nombrado en la Conferencia de abril. En el Congreso celebrado en ausencia de Lenin del 26 de julio al 3 de agosto se había elegido un nuevo Comité. Con anterioridad, dicho Congreso había admitido oficialmente en el seno del partido al grupo de Trotski, numéricamente poco importante, pero que contaba, además de con su jefe, a unos cuantos dirigentes activos y diligentes. Se les concedieron cuatro puestos en el nuevo Comité central, desmesuradamente ensanchado, que contaba ahora con 21 miembros y diez suplentes, cosa que Lenin, de haber estado presente, seguramente no habría tolerado. De ello resultó un equipo heterogéneo cuyos elementos dispares no coincidían fácilmente y no reconocían enteramente, ni mucho menos, la autoridad moral del jefe del partido. En realidad, éste no podía contar, fuera de Stalin, Sverdlov y Smilga, reelegidos en el nuevo Comité, más que con dos viejos compañeros de lucha, el letón Berzine y el polaco Dzerjinski, llevados por fin a la dirección del partido. El moscovita Noguin, que se había destacado por sus frecuentes arrebatos de independencia, recibió un refuerzo en la persona de sus dos compatriotas Bujarin y Rykov, cuya actitud de oposición a Lenin era suficientemente conocida. En cuanto a Trotski, que entró en el Comité con sus acólitos Yoffe, Uritski y Sokolnikov, no era hombre que se dejara mandar por otro: quería hacer su propio juego, y con ventaja.
Tal era el nuevo areópago llamado a tomar en sus manos los destinos de la revolución proletaria en gestación y al cual se dirigía Lenin. La primera de sus cartas decía:
"Habiendo obtenido la mayoría en los soviets de las dos capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar el poder. Pueden: 1º, porque la mayoría activa de los elementos revolucionarios es suficiente para arrastrar a las masas, vencer al enemigo, adueñarse del poder y mantenerlo; 2.°, porque al proponer inmediatamente a los pueblos en guerra una paz democrática, al entregar en el acto la tierra a los campesinos, al recgnstituir las instituciones democráticas, pisoteadas y envilecidas por Kerenski, los bolcheviques formarían un Gobierno que nadie sería capaz de derribar...
"¿Por qué los bolcheviques deben tomar el poder desde ahora? Porque el próximo abandono de Petrogrado dará un golpe mortal a nuestra posición y porque, bajo Kerenski, seremos impotentes para impedir ese abandono...
"Se trata de aclarar ese problema para todo el partido poniendo en el orden del día la insurrección armada en Petrogrado y en Moscú, la conquista del poder, el derrocamiento del Gobierno...
"Es una ingenuidad esperar a que los bolcheviques tengan una mayoría formal. Ninguna revolución lo espera...
"La historia no nos perdonará si no tomamos el poder inmediatamente.
"¿Que no hay aparato gubernamental? Sí, sí existe: los soviets y las organizaciones democráticas. La situación internacional nos es favorable, precisamente ahora, en vísperas de una paz separada entre ingleses y alemanes. Ofrecer la paz a los pueblos en este momento es vencer. Adueñándonos del poder simultáneamente en Moscú y en Petrogrado (poco importa donde se empezara; Moscú tal vez podría empezar) venceremos indudable e infaliblemente."
En la segunda se leía:
"No hay que comparar la situación actual con la que existía los días 3 y 4 de julio. Entonces no teníamos tras de nosotros a la mayoría de los obreros y de los soldados. Ahora esa mayoría existe. Entonces no había entusiasmo revolucionario general. Ahora, después de la aventura de Kornilov, ese entusiasmo existe. Entonces no había vacilaciones entre nuestros enemigos. Ahora esas vacilaciones existen: nuestro principal enemigo, el imperialismo aliado y mundial, vacila entre la guerra hasta el final y la paz separada a expensas de Rusia. Nuestra democracia pequeñoburguesa, que evidentemente ha perdido la mayoría en las masas, vacila entre el mantenimiento y la ruptura de la coalición con los "cadetes". Ello demuestra que la insurrección hubiera sido un herror el 3 de julio... Ahora es muy diferente. Ahora, la victoria es nuestra con toda seguridad, ya que el pueblo ha llegado al último grado de la desesperación..."
Lo que sigue necesita ser anotado y recordado:
"Únicamente nuestro partido, después de una insurrección victoriosa, podrá salvar a Petrogrado, ya que si nuestra oferta de paz es rechazada, si no obtenemos ni siquiera un armisticio, entonces seremos nosotros lo que nos convertiremos en "defensa nacional", seremos nosotros los que nos pongamos a la cabeza de los partidos belicistas, seremos nosotros el partido más belicista. Entonces, haremos la guerra de una vez por todas, revolucionariamente. Quitaremos el pan y el calzado a los capitalistas. No les dejaremos más que las cortezas y las alpargatas. Todo será enviado al frente y salvaremos a Petrogrado. Rusia posee todavía inconmensurables recursos para una verdadera guerra revolucionaria, tanto materiales como morales."
Manos a la obra, pues. Se acabaron los discursos. A los actos. Hay que ir a las fábricas, visitar los cuarteles. En todos los sitios hay que decir: la insurrección es todo lo que nos queda. No es posible esperar más tiempo. La Revolución está en peligro de muerte. ¡Socorramos a la Revolución que se muere!...
La pluma se agita, se arrebata, se evade de la realidad presente, la gris y monótona realidad del pequeño cuarto finlandés que abriga sus días de exilio. Los muros se desvanecen. Por todas partes ve surgir las olas del pueblo sublevado que avanzan a lo largo de las avenidas de la capital. Se levantan barricadas en las esquinas. En las plazas se colocan las ametralladoras y los cañones de la Revolución en marcha. Y su partido está ahí, sujetando firmemente los hilos de la dirección del combate, guiando a las tropas, organizando el asalto. La organización: he ahí la constante y la perpetua preocupación de Lenin. "Sin perder un instante —escribe-- tenemos que organizar el cuartel general de la insurrección, establecer la disposición de las fuerzas, dirigir los regimientos fieles a los puntos más importantes, hacernos del Gobierno y del Estado Mayor, enviar al encuentro de los cadetes de las academias y de los cosacos de la división salvaje los destacamentos dispuestos a morir en el lugar con tal de no dejar que el enemigo penetre en el interior de la ciudad, movilizar a los obreros armados, ocupar simultáneamente los telégrafos y los teléfonos, instalar nuestro estado mayor insurreccional en la central telefónica y establecer el contacto con todas las fábricas, todos los regimientos, todos los sectores del combate."
De las dos cartas, enviadas a Krupskaia [20], se hicieron varios ejemplares. Lenin deseaba que después de haberlas leído en el Comité central, su contenido fuese comunicado a las principales organizaciones locales del partido, y en primer lugar a los comités de Petrogrado y de Moscú. Una vez terminado el trabajo, se lo remitió a Stalin, quien debía informar al Comité central. Este se reunió el 15 de septiembre. Dieciséis miembros asistían a la sesión. Stalin leyó las cartas.
"Nos quedamos sorprendidos —contaba más tarde Bujarin—. Jamás se haba presentado la cuestión de una manera tan brutal. Nadie sabía qué debía hacerse. Estábamos sumidos en el mayor desconcierto." Stalin rompió el silencio. De acuerdo con las instrucciones de Lenin, propuso que se dirigiesen sus dos cartas a las diferentes organizaciones del partido, invitándolas a proceder a su discusión. La asamblea no se atrevió a decidir y evitó la dificultad acordando que la cuestión sería examinada durante la próxima reunión del Comité. Esto era ya contrariar la opinión de Lenin, quien estimaba que no había un momento que perder. Pero eso no fue todo. Kamenev planteó la cuestión: ¿No sería preferible conservar un solo ejemplar de cada una de las cartas y destruir los demás? Con eso daba a entender que el envío de las mismas a las organizaciones locales era inútil. La asamblea adoptó esta proposición por seis votos contra cuatro: hubo seis abstenciones." [21]
Esta votación prejuzgaba la cuestión que el Comité acababa de aplazar: éste se declaraba así, desde este momento, hostil a la difusión de las cartas de Lenin en los círculos más amplios del partido. Esta votación permitía también determinar la actitud de los diferentes miembros del Comité central ante el problema de la insurrección. Los cuatro que, fieles a las directivas de Lenin, habían votado contra la proposición de Kamenev, eran desde luego Stalin, Sverdlov, Dzerjinski y el joven Bubnov, el cual en esa época marchaba dócilmente detrás de Stalin. Todo hace pensar que entre los cinco que habían favorecido con sus votos a Kamenev figuraban los tres moscovitas. En general, no se cree que Trotski y sus afines, que se hallaban presentes (Yoffe, Uritski, Sokolnikov), se hayan pronunciado resueltamente contra Lenin. Lo más probable es que se abstuvieran de participar en la votación. De todos modos, desde ese momento se revelan cuatro tendencias en el Comité: 1°, la tendencia leninista de la insurrección inmediata y por encima de todo; 2º, la tendencia de Kamenev opuesta a la insurrección en general; 3°, la tendencia intermedia, a la cual parece adherirse Trotski y que considera necesaria la insurrección, pero juzga que el momento actual no es favorable para iniciarla; 4°, una tendencia "de espera", que prefiriere observar antes de qué lado soplaría el viento.
El Comité central se reunió de nuevo cinco días más tarde, o sea el 20 de septiembre. Desde luego, no se trató para nada de las cartas de Lenin. Lo mismo sucedió en las sesiones siguientes. La cuestión parecía definitivamente resuelta. Ni tan siquiera se molestaron en contestar a Lenin. Este, mientras tanto, en Helsingfors, se atormentaba. Su a'eja miento de Petrogrado le desesperaba. Se daba cuenta perfeclamente de que para actuar eficazmente y hacer entrar en razón a los miembros recalcitrantes del Comité central se hacía necesaria su presencia en Petrogrado. Varias veces insistió con Chotman para que le organizase el cruce clandestino de la frontera. El "tutor" de Lenin, obedeciendo las prescripciones del Comité central, que estimaba esta operación demasiado peligrosa (quizá también algunos de sus miembros no tenían grandes deseos de tener a Lenin encima), se negaba. No pudiendo hacer otra cosa, Lenin decidió instalarse en la proximidad de la frontera rusa.
"Un buen día —cuenta Rovio— Vladimir Ilitch me anunció que se iba a trasladar a Vyborg y que yo debería conseguirle una peluca y algo que le sirviese para teñirse las cejas, una tarjeta de identidad y alojamiento en Vyborg." El "jefe de la policía" de la capital de Finlandia no discutió, localizó entre los anuncios del periódico el de un peluquero que había trabajado antes en los teatros imperiales de Petrogrado, y se dirigió a su casa acompañado de Lenin. El artista declaró que necesitaba por lo menos dos semanas para hacer una cosa bien hecha. "Entonces —continúa Rovio— él (Lenin) se puso a examinar las vitrinas y al descubrir una peluca de cabellos grises pidió permiso para probársela. El peluquero le miró con asombro. Generalmente, se dirigían a él para rejuvenecerse, y este cliente deseaba parecer un viejo. ¿Por qué toma usted esa peluca? Nadie diría que tiene usted más de cuarenta años; ;ni tan siquiera "tiene usted un solo pelo gris!" "¿A usted qué le importa?", contestó Lenin.
Finalmente, el peluquero cedió y Lenin conseguía su peluca.
El fiel guardaespaldas Rabia fue quien organizó el viaje por su cuenta y riesgo. Era un modelo de obrero militante. Reverenciaba profundamente al Comité central y obedecía dócilmente a Chotman, bajo cuyas órdenes había sido colocado, pero cuando se trataba de Lenin lo demás no contaba. Si Lenin lo había dicho y si Lenin lo quería, había que hacerlo. Y se hizo.
Chotman escribe en sus Recuerdos: "Al enterarme, me trasladé en seguida a Vyborg. Encontré a Lenin muy excitado en la casa del escritor finlandés Lattuk. Una de las primeras preguntas que me hizo en cuanto entré en su cuarto fue: "¿Es verdad que el Comité central me ha prohibido ir a Petrogrado?" Cuando yo se lo confirmé, explicándole que esto era por su propio interés, exigió de mí una confirmación escrita de esta decisión. Yo tomé entonces una hoja de papel y escribí poco más o menos esto: "El firmante certifica por la presente que el Comité central, en su sesión de tal día, decidió prohibir al camarada Lenin, hasta nueva orden, el acceso a Petrogrado." Lenin tomó este "documento", lo dobló cuidadosamente en cuatro, lo puso en su bolsillo y, hundiendo sus pulgares en el chaleco, comenzó a pasearse de arriba abajo repitiendo varias veces: "No lo toleraré, no lo toleraré."
Después de tranquilizarse un poco, empezó a interrogar a Chotman: ¿Qué sucede en Petrogrado? ¿Qué dicen los obreros? ¿Cuál es el estado de ánimo del Ejército y de la Flota? Extendió ante él toda una serie de cuadros estadísticos redactados bajo su dirección y destinados a mostrar el progreso extraordinario del volumen de los partidarios del bolchevismo, no solamente entre los obreros y los soldados, sino también entre los círculos de la pequeña burguesía. "El país, evidentemente, está con nosotros —declaró Lenin con tono de absoluto convencimiento—. Por eso nuestra tarea principal consiste en la organización inmediata de todas nuestras fuerzas con objeto de adueñarnos del poder."
"Me esforcé —sigue escribiendo Chotman— en demostrarle que era imposible adueñarse del poder en ese momento, que no estábamos preparados todavía técnicamente, que nos faltaban hombres capaces de dirigir el aparato gubernamental.
"A todas estas objeciones, él contestó: "¡Todo eso son nimiedades! Cualquier obrero podrá adaptarse en algunos días a cualquier ministerio. No se necesita ningún conocimiento especial para eso. Ni tan siquiera es necesario estar al corriente de la técnica del trabajo. Eso corresponde a los funcionarios, a los que haremos trabajar como ahora ellos hacen trabajar a los obreros especializados..."
"Algunas de sus explicaciones parecían de tal modo fantásticas, que creí que el propio Lenin no las tomaba en serio. A mis preguntas relativas a las dificultades prácticas que podrían presentarse durante la aplicación de las medidas preconizadas por él, se limitó a contestar: "¡Ya lo veremos!"... Principalmente recuerdo hasta qué punto me desconcertó su proyecto para anular todo el papel moneda emitido tanto bajo el zar como bajo Kerenski.
'—¿Pero de dónde sacaríamos la enorme masa de billetes que es necesaria para reemplazar a los que están en circulación?
"—Pues bien, pondremos en marcha todas las rotativas e imprimiremos en algunos días la cantidad necesaria —replicó Lenin sin vacilar.
"—Pero entonces cualquier estafador podría falsificarlos.
"—Bueno, utilizaremos para eso diferentes tipos muy complicados. Eso corresponde a los técnicos. No vale la pena discutirlo. Ya veremos.
"Y de nuevo se puso a explicarme que ése no era el nudo de la cuestión, sino que se trataba de promulgar las leyes que indicarían al pueblo que esta vez sí disponía de un Gobierno propio. Y tan pronto como vea que este Gobierno es el suyo, nos apoyará. El resto se arreglará automáticamente. En cuanto nos adueñemos del poder haremos cesar la guerra. Entonces también el Ejército se pondrá de nuestro lado. Quitaremos la tierra a los nobles, a los popes, a los ricos, y se la daremos a los campesinos. Entonces también los campesinos estarán con nosotros. A los capitalistas les arrebataremos las fábricas y las pondremos en manos de los obreros.
"—¿Quién podría estar entonces contra nosotros? —exclamó mirándome fijamente a los ojos, guiñando su ojo izquierdo y con una ligera sonrisa en los labios.
"—Con tal de que no se deje escapar la ocasión —repitió decenas de veces, y de nuevo insistió para que yo hallase el medio de que pudiese volver a Petrogrado."
Habiéndose enterado finalmente de la acogida reservada a sus cartas por el Comité central, Lenin decidió prescindir de él. Smilga, que era uno de sus incondicionales, ejercía desde hacía poco tiempo las funciones de presidente del Comité regional de los soviets de Finlandia, lo que le ponía en estrecho contacto con las organizaciones políticas de los regimientos rusos acantonados en ese país y con el Comité central de la flota del Báltico, el cual estaba en muy malas relaciones con el Gobierno de Kerenski y había venido a instalarse a Helsingfors.
El 27, Lenin le escribió una larga carta en la cual, después de lamentar la negligencia de los bolcheviques que "no se dedican más que a votar resoluciones y pierden un tiempo precioso", proponía :
"Parece ser que los únicos elementos con los cuales se puede contar y que constituyen un verdadero valor militar son las tropas rusas que se hallan en Finlandia y la flota del Báltico... Es necesario que usted dedique toda su atención a la preparación para el combate del Ejército y de la Marina sin perder tiempo en las "resoluciones"... Constituya un Comité secreto formado por los militares más seguros, reúna informaciones muy precisas acerca de la composición y la disposición de las tropas en Petrogrado y en sus alrededores, así como sobre los movimientos de la flota, etc..."
Simultáneamente con la preparación militar, la preparación psicológica es igualmente necesaria. Por eso Lenin recomendó a su corresponsal: "Es necesario formar con los soldados y los marineros que van de permiso a sus pueblos equipos de agitadores por medio de jiras de propaganda sistemáticas a través de toda la provincia. Usted se halla particularmente bien situado para comenzar desde este momento la formación de un bloque con los socialistas-revolucionarios, que es lo único que puede darnos una autoridad sólida en el país y la mayoría de la Asamblea Constituyente. Es necesario que en cada uno de estos equipos de agitadores haya un bolchevique y un socialista-revolucionario. La firma S. R. reina por el momento en el campo y hay que aprovechar su suerte (usted cuenta en su grupo con socialistas-revolucionarios de izquierda) para crear, cubiertos por ellos, un bloque de obreros y campesinos."
La carta de Smilga es del 27 de septiembre. El 29, Lenin envía a Pravda un artículo titulado La crisis está madura, acompañado de una nota confidencial destinada a ser comunicada a los miembros del Comité central, de los comités de Petrogrado y de Moscú, así como a los de los soviets, lo que supone, evidentemente, una audiencia bastante extensa. La nota dice:
"No adueñarse del poder ahora, esperar, negociar con el Ejecutivo, limitarse a una "lucha por cl Congreso", eso significa perder la revolución. Dado que el Comité central llega hasta dejar sin respuesta mis exhortaciones a este respecto, que el órgano central del partido suprime en mis artículos todas las alusiones a los errores más evidentes de los bolcheviques... lo cual me indica de una manera "discreta" que el Comité central no está ni tan siquiera dispuesto a discutir mi proposición y que al cerrarme la boca se me invita a retirarme, me veo obligado a presentar la dimisión como miembro del Comité central. Y esto es lo que hago, reservándome la libertad de acción en la base del partido y en su próximo Congreso."
Ignoro el efecto que esta nota produjo entre los miembros del Comité central. Tampoco puedo decir si en la jornada del 30 se hicieron gestiones apremiantes ante Lenin para que retirara su dimisión. Todo lo que sé es que el 1 de octubre escribió una nueva carta al Comité, donde va no menciona esta cuestión. Es otro llamamiento en favor de la acción. Igual de ferviente, igual de apasionado. ¿Argumentos? Los mismos.
"Si no es posible adueñarse del poder sin insurrección, pasemos a la insurrección en seguida", insiste, al mismo tiempo que sugiere la posibilidad de evitar una efusión de sangre. Así, por ejemplo, esto ocurriría si el Soviet de Moscú se declarase Gobierno y se adueñase de los Bancos y las fábricas.
"Si Moscú comienza, el frente lo apoyará y los campesinos también. Las tropas de Finlandia y la flota báltica marcharán sobre Petrogrado. Kerenski se verá obligado a rendirse aun en el caso de que disponga de algunos cuerpos de caballería en los alrededores de la capital. Mientras tanto, el Soviet de Petrogrado hará propaganda en favor del Gobierno soviético de Moscú. La consigna: el poder para los soviets, la tierra para los campesinos, la paz para los pueblos, el pan para los que tienen hambre."
En la mañana del 3 de octubre, al dirigirse a la estación de Finlandia, Chotman se encontró a Rahia, quien le abordó sonriente, pero con aire embarazado:
"¿Va usted a la estación, camarada Chotman? Si es para temar el tren de Vyborg, no se tome la molestia."
Chotman lo contempló aturdido. Entonces el guardaespaldas le explicó que, de acuerdo con su amigo, el mecánico Yalava, había organizado el cruce de Lenin a través de la frontera, sin que lo sepa el Comité central, y que ahora teme una reprimenda de éste.
"Se lo reproché violentamente —escribe Chotman—, y le dije que con toda seguridad le costaría un disgusto en el Comité. A continuación, informé del asunto a Sverdlov. Después de una larga conversación, decidimos dejar en paz el asunto." Esto era, en efecto, lo más prudente. Esa noche, en la reunión del Comité central se decidió "llamar a Lenin a Petrogrado."
Krupskaia, la única que estaba al corriente de la "fuga" de su marido, le había preparado un refugio en un gran edificio tipo cuartel situado en los suburbios de Vyborg, convertidos en aquel entonces en la ciudadela del bolchevismo, y en los que se alojaban centenares de personas. La estancia de Lenin, que se presentó con peluca y gafas y con la cara completamente afeitada (sus amigos le vieron el aspecto de un viejo profesor de música), había de pasar inadvertida. Tanto más cuanto que se mantenía encerrado en la pequeña habitación puesta a su disposición y que no recibía a nadie, con excepción de su mujer y de su hermana. En el Comité central, únicamente Stalin y Sverdlov conocían la ubicación de su refugio. A los demás se les dijo que Lenin se había instalado bastante lejos de la capital y que se necesitaban varias horas de tren para llegar a su casa.
Así, protegido contra toda indiscreción, Lenin se pasa el día escribiendo: artículos, cartas, llamamientos, proyectos de resolución, etc. Se dirige a todo el partido, pasando por encima del Comité central. Krupskaia le sirve de agente de enlace, y Rahia hace los recados.
El 7 de octubre debía abrirse la tercera Conferencia de las organizaciones bolcheviques de la capital, en la que estarían representados 49.478 miembros del partido. Lenin les envía este mensaje: "¡Camaradas! Permitidme que llame la atención de la Conferencia sobre el estado sumamente grave de la situación política... La revolución está perdida si el Gobierno de Kerenski no es derribado en el futuro más próximo... Hay que dirigirse a los camaradas de Moscú, exhortarlos a tomar el poder, declarar depuesto al Gobierno de Kerenski y convertir al Soviet de Moscú en Gobierno provisional... Hay que exigir al Comité central de nuestro partido que dedique todos sus esfuerzos a desenmascarar ante las masas el complot de Kerenski y de los imperialistas extranjeros y a preparar la insurrección." El mensaje fue leído. Pero la cosa no pasó de ahí.
El 8, Lenin dirigió una larga carta al Congreso regional de los soviets del Norte, cuya apertura estaba anunciada para el 11 de octubre. Había hecho suya la máxima favorita de Pedro el Grande, que se sentía devorado como él por una inextinguible sed de acción: La contemporización es la muerte. A partir de ese momento, esas palabras se convierten en una especie de leit-motiv en los escritos de Lenin. He aquí lo que dice a los delegados bolcheviques del Congreso del Norte:
"En un momento como éste, cualquiera contemporización equivale a la muerte. Fijaos en la situación internacional. El ascenso de la revolución mundial es indudable. La revuelta de los obreros checos ha sido aplastada con una crueldad inaudita. En Turín ha habido un levantamiento en masa. Pero lo que importa sobre todo es la revuelta de la Marina alemana... Sabemos por experiencia que es imposible encontrar un síntoma más claro de la revolución mundial que una insurrección de soldados o de marineros.
"Fijaos en la situación interior. Tenemos con nosotros la mayoría de las masas. Hemos conquistado los dos grandes soviets. ¿Y vamos a esperar? ¿Esperar a qué? ¿A que Kerenski y sus generales entreguen Petrogrado a los alemanes, después de haberse entendido con Buchanan y 'con Guillermo para aplastar la revolución rusa?...
"Por todo el país se extiende el incendio de las rebeliones campesinas. ¿Vamos a esperar a que los cosacos de Kerenski las aplasten una tras otra?...
"No hay que esperar la inauguración del Congreso de los soviets. En vuestro Congreso participan los representantes de la flota balaca y de las tropas de Finlandia. Podéis, pues, decidir su marcha inmediata y combinada sobre Petrogrado, para aplastar al ejército de los generales kornilovistas y de Kerenski. Es el único medio de salvar la revolución rusa y la revolución mundial.
"La contemporización es la muerte. No se trata de votar. No se trata de ganarse a los socialistas-revolucionarios de izquierda. No es cuestión de obtener una mayoría suplementaria. Se trata de pasar a la insurrección...
"La contemporización es la muerte."
Se leyó la carta. Pero la cosa no pasó de ahí.
Al mismo tiempo, Lenin redacta "algunos consejos" para los camaradas de Petrogrado, en previsión de los acontecimientos que se preparan.
Que el poder deba pasar a manos de los soviets es, opina Lenin, una verdad "universalmente reconocida" sobre la cual es inútil seguir discutiendo. Lo que conviene hacer notar es que no todo el mundo parece darse cuenta de que el paso del poder a los soviets significa, en realidad, la insurrección armada. Ahora bien, éste es un procedimiento de lucha que tiene sus leyes particulares. Marx las formuló con perfecta precisión.
Lenin desea recordarlas:
1. No jugar jamás con la insurrección, pero, de comenzarla, estar firmemente decidido a ir hasta el final.
2. Disponer obligatoriamente de una gran superioridad numérica en el momento decisivo y en el lugar decisivo.
3. Una vez desencadenada la insurrección, proseguir la ofensiva sin detenerse y con la mayor energía. La defensiva mata la insurrección.
4. El enemigo debe ser tomado por sorpresa.
5. Es necesario obtener todos los días por lo menos algunos éxitos pequeños.
Y, para terminar, evoca las palabras de Danton, "que —recuerda— Marx consideraba como el maestro más grande de la táctica revolucionaria que se haya jamás conocido en la Historia": audacia, más audacia, siempre audacia.
Aplicado a la situación en que se encuentra Rusia en este mes de octubre de 1917, eso significa, según Lenin :
"Ofensiva simultánea y hasta donde sea posible brusca y rápida procedente a la vez de los barrios obreros de la capital, de Finlandia, de Cronstadt. Ataque concertado de toda la flota. Acumulación de una aplastante superioridad numérica con relación a los 15 o 20.000 de nuestros "guardias burgueses" (los cadetes de las academias militares) y de nuestros "Vendéens" (los cosacos).
"Combinar nuestras tres fuerzas principales: ejército, marina y formaciones obreras para ocupar y conservar a costa de cualquier sacrificio: 1, el teléfono; 2, el telégrafo; 3, las estaciones; 4, los puentes, en primer lugar.
"Formar con los elementos más combativos (nuestros hombres de choque, la juventud obrera, los mejores marineros) destacamentos para la ocupación de los lugares más importantes, de los puntos neurálgicos de la capital. Consigna: mejor morir hasta el último hombre que ceder ante el enemigo."
La carta termina con la esperanza de que los dirigentes del partido, cuando la acción se haya decidido, sabrán aplicar "los grandes preceptos de Dantón y de Marx". El éxito de la revolución rusa y mundial, recuerda Lenin, depende de "dos o tres jornadas de lucha".
A través de Krupskaia, los ardientes llamamientos de Lenin llegaban a los militantes de la base. Ella misma formaba parte de la organización del barrio de Vyborg. Se pasaba noches enteras en el Comité escribiendo a máquina las misivas de su marido, vigilando el trabajo de las mecanógrafas y corrigiendo cuidadosamente las copias terminadas.
Un miembro de esta organización, el obrero Kaiurov, contaba más tarde:
"En una sesión de nuestro Comité, Nadejda Konstantinovna me llamó a otra habitación y me entregó en secreto una hoja mecanografiada. Era una carta del camarada Lenin. Después de haberla leído, convoqué para el día siguiente a algunos camaradas seguros, a fin de comunicarles su contenido." Dichos camaradas se reúnen y Kaiurov lee la carta. Es recibida en medio de un silencio pesado, de asombro. A continuación, un viejo obrero protesta contra la forma en que Lenin "precipita las cosas" en una cuestión de tanta importancia. Otro protesta contra su costumbre de "asestar mazazos". El promotor de la reunión observa que no se trata de discutir, sino de preparar las medidas que se deben tomar para la próxima llegada de los bolcheviques al poder. Le dan la razón. La asamblea nombra un comisario para el abastecimiento, otro para el trabajo, uno más para los asuntos municipales y un comandante militar del barrio. Krupskaia recibe la "cartera" de Instrucción pública, y un Directorio compuesto de tres miembros es designado para ejercer la autoridad suprema. "Tal fue el primer Gobierno revolucionario —escribe Kaiurov—. Y habría de ser el Gobierno de todo el país, pensábamos nosotros, en caso de que nuestros jefes hubiesen caído en manos de los contrarrevolucionarios."
Lenin, sin embargo, no podía continuar ignorando al Comité central. Ya que había aceptado retirar su dimisión, debía, de un modo u otro, entrar en contacto con él. Sverdlov fue, pues, informado de que deseaba participar en la próxima sesión del Comité. El problema consistía en hallar un sitio absolutamente seguro donde Lenin pudiese presentarse sin peligro. Ignoro cómo le vino la idea a Sverdlov de dirigirse a la mujer del "menchevique internacionalista" Sukhanov, la cual, por lo demás, no compartía las opiniones políticas de su esposo y se haba afiliado al partido bolchevique. De cualquier modo, esto, que parecía paradójico a primera vista, resultó perfectamente realizable. En su calidad de redactor-jefe del Novoia Jisn, el periódico de Gorki que se había separado de los bolcheviques y había adoptado una actitud independiente a su respecto, Sukhanov se hallaba obligado a veces a pasar la mayor parte de la noche en la imprenta, situada muy lejos de su domicilio. A menudo le ocurría tener que esperar el alba en la casa de algún colega alojado en la vecindad. En sus Notas sobre la Revolución cuenta, no sin humor, cómo se las arregló su esposa el 10 de octubre para convencerle de que no realizase el largo y fatigante trayecto nocturno. Militante enérgico e intransigente en cuanto a los principios, Sukhanov era al mismo tiempo un marido muy dócil y complaciente. Prometió no regresar al domicilio conyugal hasta el día siguiente. Y así fue como el día mencionado, a las cinco de la tarde, los once miembros del Comité central del partido bolchevique se reunieron en el saloncito de la señora Sukhanov, en espera de la llegada de Lenin.
Este compareció disfrazado con su peluca y los ojos ocultos tras gruesas gafas. De un solo vistazo apreció a los presentes. Stalin, Sverdlov, Dzerjinski se hallan allí: está bien. Zinoviev también; éste vivía oculto corno él y se había dejado crecer una barba que lo hacía irreconocible. Los tres moscovitas están ausentes: mejor, así no habrá tantas discusiones. ¿Kamenev? Estando solo, no pesa mucho. Lo que le inquieta es ese Trotski que está allí con dos de sus amigos y con el cual tiene que hablar ahora de igual a igual. Con él hay que esperar siempre sorpresas. Lenin lo sabe demasiado bien.
Sverdlov, que preside, presenta para comenzar un breve informe sobre el estado de ánimo del ejército. Después de lo cual cede la palabra a Lenin. Fue, dice Trotski, "una improvisación vehemente y apasionada". ¿Improvisación? No, Lenin no ha hecho más que repetir los argumentos invocados por el tantas veces en sus cartas y mensajes para terminar a continuación: "Políticamente, el asunto está completamente maduro. Se trata de pasar a su realización técnica."
Los debates van a comenzar. Trotski se calla prudentemente. Uno de sus lugartenientes, Uritski, es quien expresa su pensamiento: "Todavía somos débiles, no sólo técnicamente, sino en todos los aspectos. Hemos votado una cantidad de resoluciones. En cuanto a la acción, absolutamente nada. Si verdaderamente se quiere tomar el camino de la insurrección, es necesario disponerse a trabajar efectivamente." Zinoviev se levantó a continuación. Y eso constituyó para Lenin una tremenda sorpresa. Separado de él, su antiguo discípulo y compañero de armas había sufrido, probablemente bajo la influencia de Kamenev, con quien se había mantenido en excelentes relaciones, una profunda evolución política. En pocas semanas fue completamente "desleninizado" y estaba dispuesto a abrazar fervorosamente las ideas moderadas y conciliadoras de Kamenev.
El texto impreso del acta de la sesión no dice una sola palabra de la intervención de Zinoviev ni de la larga y agria discusión que siguió, pero un "anexo" que en ella figura, y del que se hablará de nuevo más adelante, permite reconstituirla hasta cierto punto, así como las intervenciones de Kamenev, que fue indudablemente el inspirador y que no dejó de apoyarle.
Tesis esencial: "Recurrir en estos momentos a la insurrección armada significa no sólo poner en juego la suerte del partido bolchevique, sino también la de la revolución rusa y mundial."
¿Por qué? No hay ninguna razón para ello. Ciertamente, la historia conoce casos en que la clase oprimida no ha podido escoger y se ha visto obligada a luchar, aun sabiendo que va a la derrota. ¿Es que la clase obrera rusa se encuentra actualmente en dicha situación? ¡No! ¡Mil veces no! "Tenemos —afirman Zinoviev y Kamenev— la burguesía bajo el cañón de un revólver colocado contra su sien. Este revólver es el ejército y los soviets."
La posición del partido bolchevique es excelente. Nuevas capas de población han sido ganadas para la causa. Con relación a la Constituyente, su posición no puede ser más favorable : puede contar un tercio, quizá más, de los puestos de la Asamblea.
Es evidente que la clase obrera, por sí sola, por sus propios medios, no es capaz de terminar victoriosamente la revolución. Necesita de la pequeña burguesía. Esta no ha abandonado su tendencia a aproximarse a la burguesía grande y mediana. Un acto demasiado brusco, demasiado inoportuno, como la insurrección, la llevaría definitivamente a los brazos de Miliukov. Lenin ha dicho: la mayoría del pueblo ruso está con nosotros. Esto es inexacto. Los campesinos, en su inmensa mayoría, siguen a los socialistas-revolucionarios y votarán por ellos en las elecciones para la Asamblea Constituyente. En cuanto al ejército, si, llegados al poder, los bolcheviques lo obligan a hacer la guerra revolucionaria, la mayoría de los soldados los abandonarán. ¿Se les enviará pan y zapatos arrebatados a los burgueses? Eso levantará la moral de las tropas, pero no es suficiente para vencer al imperialismo alemán.
Lenin ha hablado de los "síntomas" que se manifiestan en la Marina alemana y en los medios obreros de Italia. Estos síntomas existen indudablemente. Pero de eso a un apoyo efectivo de la revolución proletaria rusa hay una diferencia. "En caso de ser derrotados ahora, asestaremos un golpe terrible a la revolución mundial que trece lentamente. Y, sin embargo, de su crecimiento depende el triunfo definitivo de la revolución en Rusia."
Resumiendo : Por el momento, hay que mantenerse a la defensiva. No hay que subestimar las fuerzas del adversario. Son más grandes de lo que parecen. Con la ayuda del Comité ejecutivo central, el enemigo podrá ciertamente traer tropas del frente. Habría que luchar al mismo tiempo contra los monárquicos, los "cadetes", el Gobierno provisional, los mencheviques y los socialistas-revolucionarios. Las fuerzas proletarias son considerables, nadie lo niega. Pero aun los que son partidarios de la insurrección reconocen que los soldados y los obreros de la capital no están animados por un espíritu combativo. El Congreso de los Soviets está convocado para el 20 de octubre. Este Congreso va a consolidar y confirmar la influencia siempre creciente del partido bolchevique, que se convertirá así en el centro hacia el cual convergirán todas las organizaciones proletarias y semiproletarias. En estas condiciones, sería un grave error histórico plantear la cuestión de la toma del poder "ahora o nunca". No, hay que dejar que el partido prosiga su desarrollo, un desarrollo que sólo de un modo puede ser obstaculizado: tomando la iniciativa de la insurrección y exponiéndola de esta manera a recibir los golpes de la contrarrevolución apoyada por la pequeña burguesía.
Se suspendió la sesión durante algunos minutos. La señora Sukhanov sirvió el té y ofreció emparedados. Después se reanudó la discusión.
La réplica de Lenin tampoco ha sido conservada. Pero a juzgar por un artículo que escribió una semana más tarde y que al parecer la reproduce casi textualmente, debió ser de una fuerza y de una vehemencia apasionada irresistibles.
¿Sin mayoría en el pueblo? ¿Y el cambio de mayoría en los soviets? ¿Y las revoluciones campesinas que se amplifican? Dudar que la mayoría del pueblo marche y marchará con los bolcheviques es renunciar por completo al bolchevismo, abandonar todos los principios de la revolución proletaria.
¿El ejército y los soviets, revólver colocado en la sien de la burguesía? Alguien, tal vez Stalin, a quien no le disgustaba esta clase de salidas, había observado irónicamente: "¡Revólver sin balas!", de lo que Lenin se apresuró a obtener un efecto de gran contraste: "Si no tiene balas, su valor es nulo. Si se trata de un revólver con balas, eso quiere decir preparar la insurrección, pues las balas hay que procurárselas; el revólver hay que cargarlo, y mejor que una, varias veces."
El tiempo trabaja para nosotros. Entraremos en la Constituyente como un poderoso partido de oposición. ¿Por qué arriesgar todo a una sola carta? Argumento de filisteo que, opina Lenin, se basa tranquilamente en el legalismo constitucional. Infortunadamente, el hambre no espera, la guerra no espera, los saboteadores de los capitalistas no esperan, los conciliábulos secretos de Miliukov con los imperialistas alemanes no esperan. Así, pues, la palpitante realidad no cuenta. No se piensa más que en los votos.
"Si somos derrotados ahora, asestaremos un golpe terrible a la revolución mundial. "Fijaros bien en este espléndido argumento —dice Lenin entre carcajadas—. ¡Un Scheideman, un Renaudel, no hubieran podido encontrar nada mejor! No es razonable rebelarse: si nos fusilan, el mundo quedará privado de internacionalistas tan prudentes y tan gentiles. ¡Qué infortunio para la humanidad! Enviemos mejor un mensaje de simpatía a los insurgentes alemanes y renunciemos a la insurrección en Rusia. Esa es la buena, la verdadera política internacional. ¡Oh, cuán rápido y poderoso sería el progreso del internacionalismo mundial si en todas partes triunfase la misma política sabia y razonable!"
"Lucharemos solos. Tendremos a todo el mundo contra nosotros. "Argumento extraordinariamente poderoso —prosigue Lenin, siempre sarcástico—. Hasta ahora, hemos fustigado irnplacablemente a todos los indecisos a causa de sus vacilaciones. De este modo pudimos conquistar el Soviet, único medio de acelerar la insurrección y asegurar su éxito. Ahora se nos propone utilizar a los soviets para pasar al campo de los indecisos. ¡Qué magnífica carrera para los bolcheviques!"
Las masas no están animadas de un espíritu combativo. "Esto no es verdad —declara perentoriamente Lenin—. Las masas se recogen, esperan. Todos están de acuerdo en comprobar que han llegado al último grado de desesperación. Todos están de acuerdo en comprobar que los obreros están cansados de manifestaciones estériles, de huelgas aisladas, y quieren que eso termine de una buena vez. Esto explica la creciente influencia de los anarquistas y de los elementos turbios inspirados por los monárquicos. Es una falsedad decir que las masas carecen de espíritu combativo. Las masas se componen de elementos dispuestos a caer en la desesperación, pero no les falta espíritu combativo."
Infatigable, Lenin abruma a sus adversarios con sarcasmos, con dardos hirientes que llegan todos al blanco. Se defienden desesperadamente. Los demás se callan. Nadie se atreve a entrar al combate. Hace tiempo que sonó la medianoche. Es la una. Las dos. Las tres. Lenin se detiene. En un pedazo de papel escolar que rueda por la mesa, escribe apresuradamente algunas líneas a lápiz. Se trata de la resolución que somete a la reunión y que dice : "Reconociendo que la insurrección es inevitable y está completamente madura, el Comité central recomienda a todas las organizaciones del partido que discutan y resuelvan todas las cuestiones de orden práctico inspirándose en esta consideración." Se vota. Diez votos a favor y dos en contra: los de Zinoviev y Kamenev. La batalla ha terminado. El vencedor se arregla la peluca, se coloca de nuevo las gafas en la nariz y se retira. Algunos le siguen. Otros se acomodan en las butacas del salón de la señora Sukhanov para dormitar hasta el alba.
La resolución era muy hábil. Redactada en lenguaje enérgico y claro, pero sin dar ninguna indicación material. No se designaba tarea precisa. Kalinin, hombre sencillo, pero dotado de un gran sentido común y de una ironía muy fina, después de haberla leído, hizo la siguiente reflexión :
"Esta resolución del Comité central es una de las mejores que jamás se hayan adoptado. Prácticamente hemos llegado a la insurrección armada. ¿Pero cuándo ocurrirá? Quizá dentro de un año, nadie lo sabe."
Esta imprecisión, tal vez involuntaria hasta cierto punto, había permitido a Lenin agrupar alrededor de su texto la casi unanimidad de los sufragios y beneficiarse con los votos de Trotski y sus dos acólitos: Uritski y Sokolnikov, presentes en la sesión. Estos, al mismo tiempo que se pronunciaban en favor de la insurrección, opinaban que ésta debía llevarse a cabo bajo la dirección del próximo Congreso de los soviets, y, por tanto, había de aplazarse la apertura de éste. Se trataba, pues, de esperar alrededor de diez días solamente. Si a continuación el Congreso se pronunciaba en favor de la insurrección, se marcharía al asalto con la certeza de estar apoyados por toda la democracia representada por el Congreso de los soviets, suprema instancia de la jerarquía revolucionaria, y el Gobierno capitularía sin duda alguna a la primera conminación. Si el Congreso se oponía a la insurrección (no se excluía esta eventualidad), la resolución del 10 caducaba, naturalmente, y no quedaría más que renunciar a ella. Lenin lo había previsto. Si su texto carecía de precisión, es porque quería ante todo que el Comité central admitiese el hecho de la "presencia" de la insurrección, trasladándola del terreno de las conjeturas al de las realidades. Una vez obtenido esto, se aceleraría la realización. Como no se fiaba de las buenas disposiciones del Congreso ni del ardor combativo de los delegados de provincia, deseaba a toda costa que la insurrección se efectuase antes de la apertura del Congreos. Una vez conquistado el poder, los bolcheviques se presentarían ante el Congreso para recibir la investidura legal. Admitiendo que las cosas no pudieran ser solucionadas en veinticuatro horas y habiendo fijado el 19 de octubre como fecha límite en la que el Gobierno de Kerenski debía desaparecer, Lenin llegaba a la conclusión de que la insurrección debía estallar, a más tardar, entre el 15 y el 17. ¡Y estaba ya a 11!
Convocó en su casa a los dirigentes de la organización militar: Podvoiski, Antonov y Nevski. El primero, notoriamente aleccionado por la experiencia de julio, declaró que el estado de ánimo de la guarnición de Petrogrado en su conjunto era favorable a la insurrección, pero que se necesitaba un plazo de diez a quince días para discutir esta cuestión a fondo en cada unidad y terminar la preparación técnica de la empresa. El segundo, que acababa de regresar de Cronstadt, añadió que, por su parte, estaba convencido de que la flota respondería al llamamiento, pero que era poco probable que acudiese antes de unos diez días. El tercero compartió la opinión de sus dos colegas.
Nada de esto convenía a Lenin, quien persistía obstinadamente en su decisión. Al mismo tiempo, debía enfrentarse a un movimiento de oposición que se desarrollaba en los círculos dirigentes del partido. La resolución votada el 10 originó numerosas discusiones en las organizaciones. Al día siguiente, Zinoviev y Kamenev habían dirigido al Comité central una larga carta que decía: "En la última reunión nos quedamos en minoría y hemos votado contra la resolución adoptada. Dada la importancia de la cuestión, creemos necesario presentar un resumen sucinto de nuestras objeciones a fin de que se adjunte al acta de la sesión. Opinamos también que nuestro deber consiste en comunicar al mismo tiempo este resumen a los comités de Petrogrado, de Moscú y de Finlandia."
Algunos miembros del Comité central que no habían asistido a la sesión del 10 se solidarizaron con ellos; principalmente Rykov y Miliutin. Se formaron dos corrientes: a favor de la insurrección y en contra. "En las controversias públicas —escribe un miembro del Comité de Petrogrado, Kiselev— no se pasaba de las objeciones ideológicas, pero en las discusiones particulares la polémica adquiría formas más ásperas. Nadie tenía empacho en decir que Lenin estaba trastornado, que llevaba indudablemente a la clase obrera a su pérdida, y nada bueno saldría de este levantamiento armado; que serían derrotados, que el partido sería aplastado y con él la clase obrera, que todo eso haría retroceder la revolución por muchos años, etc." Por último, se reclamaba una reunión plenaria del Comité central, que volvería a examinar la cuestión y se pronunciaría definitivamente. Toda esta agitación interior no tardó en ser conocida en el exterior, y por la ciudad empezaron a circular rumores de que los bolcheviques "preparaban algo". Pero no se les concedía una importancia particular, ya que periódicamente circulaban rumores parecidos cada quince días. Pero eso dificultaba enormemente el trabajo emprendido por Lenin para preparar el dispositivo insurreccional. Después de todo, eso era exactamente lo que querían Zinoviev, Kamenev y sus partidarios.
Para cortar de raíz esas tentativas de sabotaje contra "su" insurrección, Lenin resolvió convocar una asamblea extraordinaria del Comité central en la que participarían los representantes de las principales organizaciones bolcheviques de la capital. Su presencia podría servir eventualmente de contrapeso a la actividad perniciosa de "la pequeña pareja de camaradas" (así bautizó Lenin a sus dos ex discípulos y amigos).
La conferencia fue convocada para el 16. Debía celebrarse en Lesnoi, suburbio anexo al de Vyborg, del que Kalinin era alcalde desde la revolución. Éste, después de hacerse rogar un poco, cedió al Comité central una de las salas de la Alcaldía.
El trayecto desde la casa de Lenin a la Alcaldía de Lesnoi no era largo. Se puso en camino provisto de los accesorios que formaban parte habitualmente de su vestimenta de conspirador : peluca, gafas, etc., y acompañado de Chotman y del hermano menor de Rahia, ya que Rahia había sido convocado a la reunión en calidad de delegado. Marcharon en la oscuridad de la noche de un otoño particularmente lluvioso chapoteando en el barro y en los charcos y sacudidos por bruscas y violentas ráfagas de viento. Al dar vuelta a una esquina, el viento se llevó la gorra y la peluca de Lenin. Tuvieron que correr tras ellas. Ambas pudieron ser alcanzadas y volvieron a ocupar, en estado muy lamentable, el lugar que les correspondía en el cráneo de Lenin. Pero como la asamblea había decidido recibirlo en su aspecto natural, se quitó la volátil peluca al entrar en la sala de sesiones.
Eran veinticuatro en total, y sólo nueve de ellos pertenecían al Comité central. ¡Qué extraño, ese ausentismo sistemático que practicaba la mayoría de sus miembros en un momento tan grave! El único de los "ausentes" del 10 de octubre que ahora estaba presente era Miliutin, quien después de aquella fecha había apoyado ostensiblemente a Kamenev y Zinoviev. En cambio, de los doce que habían aprovechado cinco días antes la hospitalidad de la señora Sukhanov, cuatro, Trotski entre ellos, no acudieron esta vez. Entre los quince "responsables" admitidos a la sesión figuraban varios partidarios entusiastas de Lenin, pero la decisión final, confirmar o anular la resolución votada en la sesión anterior, dependía del compacto grupo de los miembros del Comité de Petrogrado y del pequeño equipo de trotskistas presentes.
Escuchemos ahora a Chotman :
"Lenin se instaló en el fondo de la habitación, sobre un pequeño taburete, sacó unas cuantas cuartillas de su bolsillo, hizo un gesto maquinal con una de sus manos como si quisiera ajustar su peluca ausente, cambió de parecer y bajó el brazo sonriendo. "Tiene la palabra el camarada Lenin", dijo Sverdlov... Al principio, Lenin habló sobriamente, con calma; luego, se animó poco a poco, se mostró como de costumbre espiritual y mordaz, atacando a los camaradas que no compartían sus opiniones sobre la urgencia de la insurrección... De vez en cuando, se levantaba y empezaba a caminar de un extremo a otro de la habitación, con los pulgares metidos en el chaleco, deteniéndose a veces en los períodos particularmente expresivos de su discurso. Habló cerca de dos horas. Lo escuchábamos religiosamente."
Lo que decía eran cosas que todo el mundo las sabía ya. ¡Las había repetido tantas veces en sus mensajes y en sus artículos! Eran siempre los mismos argumentos para convencer, las mismas objeciones para refutar, las mismas conclusiones a que había que llegar infaliblemente. Pero era tal la magia de la palabra viva de Lenin, que todas sus repeticiones parecían revestidas de un brillo siempre nuevo.
Miliutin abrió el fuego. "No estamos preparadps para pasar a la ofensiva. No somos suficientemente fuertes para luchar contra el ejército. La burguesía es todavía muy poderosa. No podemos, en el curso de los próximos días, detener y destituir al Gobierno. Pero debemos estar preparados para responder a cualquier agresión del enemigo. En este sentido hay que interpretar la resolución votada."
Lenin debió quedarse bastante asombrado al ver luego que su "tutor" tomaba posición contra él. Chotman tenía la cabeza dura, y por muy devoto que fuera de Lenin no lograba digerir lo que él llamaba "sus fantasías." A nadie atraía tanto la insurrección como a él, pero era un hombre amante del orden y del método. ¡Que conceda Lenin por lo menos una semana para la preparación! ¡Pensad que no tenemos ni siquiera una red telefónica! ¡Ni siquiera caballos para asegurar el enlace por estafeta!
Lenin respondió secamente a Miliutin : "No se trata de una lucha contra el ejército, sino de la lucha de una parte del ejército contra otra. En cuanto a las fuerzas de que dispone la burguesía, no son temibles. Los hechos demuestran que tenemos superioridad numérica sobre ella." A Chotman le gastó algunas bromas sobre su "enlace caballuno" y le demostró, en un tono de amistosa condescendencia, que con su manera de hacer la revolución no era una semana, sino un año, o tal vez varios años, los que se necesitarían antes de llegar a algún resultado.
Pero he aquí que interviene Zinoviev con una proposición concreta: en cuanto se abra el Congreso de los Soviets hay que pedirle que no se separe antes de la reunión de la Constituyente. El partido bolchevique debe adoptar una táctica de "defensa y espera". Hay que revisar la resolución del Comité central. Hay que decir llanamente que los bolcheviques no lanzarán la insurrección en el curso de los próximos cinco días.
Después le llegó el turno a Kamenev. En contraste con su habitual dulzura y placidez, esta noche se encuentra en un estado de gran excitación. El curso de los acontecimientos le ha dado la razón. Por lo menos, así lo cree. "Hace una semana que se votó la resolución y no se ha hecho nada, ni en materia técnica ni en materia militar. Esta resolución no ha tenido más resultado que dar la señal de alerta al Gobierno y permitirle que se organice. No se trata de escoger : ahora o nunca. Tengo confianza en la revolución rusa. Aquí se enfrentan dos tácticas : la de la conspiración y la de la fe en las fuerzas actuantes de la revolución rusa."
A partir de ese momento se exaltan las pasiones y las voces suben de tono. Los "nueve" del Comité central se dividen en tres grupos : Sverdlov, Stalin y Dzerjinski defienden sin reservas la resolución de Lenin y exigen que se pase inmediatamente a la acción. Zinoviev, Kamenev y Miliutin insisten en que esa resolución sea anulada y en que se declare expresamente que no habrá ninguna intervención antes de la apertura del Congreso. Yoffé y Sokolnikov, los dos amigos de Trotski, apoyan la resolución a condición de no tener que interpretarla como una orden de tomar las armas, sino como una recomendación de tomar el poder tan pronto como se presente una ocasión propicia. Eso significa que la resolución de Lenin se hallaría en gran peligro si no hubiera estado más que a merced de los votos del Comité central. Pero era defendida rigurosamente por la totalidad de los delegados de las organizaciones. A eso de las siete de la mañana, cuando Lenin propuso a la asamblea declarar que aprobaba enteramente la resolución del 10 de octubre, su moción obtuvo 19 votos contra 2, y 3 abstenciones.
Lenin había ganado la partida nuevamente. Pero la "pequeña pareja de camaradas" no se rendía. Exigió la convocación inmediata, por la vía telegráfica, del pleno del Comité central. Kamenev anunció que dimitía del Comité por estimar, decía, que la política adoptada por éste llevaba al partido a su ruina. Nadie reaccionó. Todo el mundo se caía de sueño. Se levantó la sesión. Muera llovía obstinada y abundantemente. Lenin volvió a ponerse su peluca y sus gafas, se hundió la gorra hasta los ojos y se fue. Chotman y Rahia le siguieron.
Al despertarse al mediodía supo que el Comité ejecutivo central, que vivía sus últimos días esperando verse desposeído de sus poderes por el Congreso, cuya apertura estaba prevista para el 20 de octubre, había decidido aplazar ésta para el 25. Eso venía de perlas. De esa manera la insurrección, que era materialmente imposible organizar en veinticuatro horas, podía disponer de ese plazo suplementario de cinco días que le concedía el Ejecutivo sin saberlo. "Todo se arregla", debió pensar Lenin.
Pero Kamenev, por su parte, no permanecía inactivo. El periódico de Gorki, en su número del 17, acababa de señalar que circulaba por la ciudad "una hoja manuscrita firmada por los bolcheviques notorios que se pronunciaban contra la insurrección". Era, naturalmente, una alusión a la carta de protesta dirigida por Kamenev y Zinoviev al Comité central al día siguiente de la sesión del 10, y de la cual habían mandado una copia, entre otros, al Comité de Petrogrado. A este respecto, Kamenev juzgó necesario dirigir a ese periódico la siguiente aclaración :
"Tras un profundo examen de la cuestión de la oportunidad de una insurrección, Zinoviev y yo nos hemos dirigido a las organizaciones más importantes de nuestro partido en una carta en la que decíamos que el partido debía abstenerse de cualquier intervención armada en un futuro próximo. Quiero declarar que ignoro la existencia de cualquier decisión que haya podido ser tomada por nuestro partido para fijar la fecha precisa de cualquier intervención... La insurrección contra un Gobierno que conduce al país a su perdición es un derecho imprescriptible de las masas trabajadoras y, en ciertos momentos, un deber de los partidos que cuentan con su confianza. Pero la insurrección, como lo ha dicho Marx, es un arte. Por eso precisamente estimamos que nuestro deber es pronunciarnos contra toda tentativa para tomar, en la actual coyuntura, la iniciativa de una insurrección que estaría condenada al fracaso y que tendría consecuencias absolutamente desastrosas para el partido, para el proletariado y para la revolución. Jugárselo todo a la carta de la insurrección en los días venideros sería cometer un acto de desesperación. Nuestro partido es demasiado fuerte y le está reservado un porvenir demasiado grande para recurrir a ello."
La aparición de esa carta sembró la inquietud en los círculos burgueses. Así, pues, el rumor de que los bolcheviques "preparaban algo" no carecía esta vez de fundamento. En las esferas políticas se reaccionó de otra manera. En la sesión del Soviet se planteó la cuestión a Trotski, que era el presidente desde el 27 de septiembre. Este evitó muy hábilmente la trampa que quería tenderle un sovietista de la nueva oposición. "El Soviet no ha decidido acción alguna —anunció con su voz sonora—; cuando el Soviet juzgue necesario pasar a los actos, lo dirá abiertamente a todos los soldados y a todos los obreros. La contrarrevolución es la que se prepara a atacar al Soviet. Debemos mantenernos preparados. En nombre del Soviet de Petrogrado, declaro: a la primera tentativa de los contrarrevolucionarios para atacar al Soviet o impedir la apertura de nuestro Congreso, contestaremos con una contraofensiva implacable que sostendremos hasta el fin." Kamenev, que asistía a la sesión, se apresuró a hacer saber que estaba enteramente de acuerdo con Trotski.
Hasta la noche no tuvo conocimiento Lenin de la declaración publicada por Kamenev en el Novaia Jisn. Quedó completamente desconcertado. ¡Había quedado divulgado entre el enemigo todo el plan concebido para una insurrección relámpago que tenía en la sorpresa la principal de sus posibilidades de triunfo! Acto incalificable al cual asocia, naturalmente, a Zinoviev. Eso es actuar como verdaderos "esquiroles". ¿Y cabe imaginar un ser más vil y más infame que un Streickbrecher? A Lenin lc gustaba usar ese vocable alemán, que se había convertido en la injuria preferida del proletariado revolucionario ruso.
En una Carta a los miembros del partido bolchevique, de gran violencia, redactada bajo la impresión de la desoladora noticia, Lenin exige que sean inmediatamente expulsados del partido. Una traición como ésa merece el castigo más severo. Cuanto más elevada en el partido es la situación de los culpables, menos se debe vacilar en castigarlos. En cuanto a él personalmente, reniega de ellos, les da la espalda con asco. "Me sentiría cubierto de vergüenza —escribe Lenin— si a causa de las relaciones amistosas que tuve antaño con esos ex camaradas dudara en condenarlos. Digo abiertamente que ya no los considero camaradas y que voy a luchar con todas mis fuerzas, en el Comité central y en el próximo Congreso del partido, para la expulsión de uno y otro... Que los señores Zinoviev y Kamenev funden su propio partido con algunas decenas de troneras de su ralea. Nuestro partido bolchevique obrero saldrá ganando forzosamente." Y una amarga queja se le escapa: "¡Tiempos difíciles! ¡Pesada tarea! ¡Pesada traición!" Pero... la traición será castigada y la tarea cumplida.
Zinoviev echó aceite al fuego al enviar a Pravda una carta justificativa en la que se defendía contraatacando. Kamenev y él habían enviado copias de su carta a diferentes comisiones. Cierto: ¿Pero el propio Lenin no había usado antaño ese procedimiento? La mayoría de los miembros del Comité central estaban ausentes de la reunión. No se puede zanjar una cuestión de esa importancia en un conciliábulo de una decena de personas. Es Lenin el que, con su inoportuna iniciativa, ha dado la señal de alerta al Gobierno. La unidad del partido no se fortalece con las polémicas que tanto gustan a Lenin, etc.
La carta fue comunicada a Lenin. Provocó en él un nuevo acceso de furor. Escribe al Comité central exigiendo imperiosamente la expulsión inmediata del partido de esos dos "esquiroles". La adhesión de Kamenev a la declaración hecha por Trotsky en la sesión del Soviet es, según él, una "simple estafa". Frente al enemigo, Trotski no podía hablar con otro lenguaje: su deber era disimular las verdaderas intenciones del partido. Pero Kamenev se ha conducido en esa ocasión "como un fullero". En cuanto a la carta de Zinoviev, es el colmo del descaro. No merece más que una respuesta: debe ser expulsado del partido lo mismo que Kamenev. "Al hablar así de dos antiguos compañeros íntimos —escribe Lenin— no lo hago alegremente, pero considero criminal cualquier vacilación en este caso... Hay que sanear el partido, librarse de una docena de intelectuales y marchar hacia las grandes e inmensas dificultades que nos esperan, de la mano con los obreros revolucionarios." Zinoviev declara impúdicamente : "No es así como se consolida la unidad del partido." "¿Qué es eso sino una amenaza de escisión?", exclama Lenin. Y anuncia categórica: "A la amenaza de escisión contesto con una declaración de guerra sin cuartel, hasta el final, por la expulsión del partido de los dos esquiroles."
Después de haber recibido la carta de Lenin, Sverdlov, perplejo, convocó al Comité central. Era incondicional de Lenin, compartía enteramente sus concepciones de táctica revolucionaria, pero también tenía un respeto infinito por el reglamento. Era, en resumidas cuentas, el modelo de los burócratas revolucionarios, a condición de no interpretar ese término en su sentido peyorativo. El Comité central no tenía derecho a excluir del partido a sus dos miembros. Eso era de la incumbencia del Congreso. Pero podía y debía aceptar la dimisión de Kamenev. En lo que se refiere a Zinoviev, que no había ofrecido la suya, la mejor solución sería, estimaba Sverdlov, no ocuparse de él puesto que vivía escondido, y no podía participar en los trabajos del Comité.
Así se hizo. En la reunión que se celebró el 20 de octubre, y a la cual asistieron en total ocho miembros, se limitaron a aceptar, por cinco votos contra tres, la dimisión de Kamenev. Tres días después era reintegrado oficialmente en sus derechos y designado como futuro presidente del Congreso de los Soviets...
No se sabe cómo reaccionó Lenin al conocer esa noticia. Pero es fácil adivinarlo. En general, para el período que sigue inmediatamente al envío de su carta al Comité central, las informaciones que nos han llegado sobre él son más o menos nulas y los cuadros cronológicos más recientes publicados en la U. R. S. S., que consideran un deber el recoger lo más minuciosamente posible el menor gesto, la menor acción de Lenin, ofrecen una laguna completa en lo que se refiere a las fechas del 21 al 23 de octubre.[22] Queda uno reducido a utilizar este breve fragmento de los Recuerdos de Rabia: "El 23 de octubre llevé la carta de Lenin destinada a ser distribuida en las organizaciones. La entregué a una mecanógrafa del Comité del barrio de Vyborg, quien después de copiarla en varios ejemplares, la mandó a todos los comités del radio. Tropezaba con muchas dificultades para cumplir todos los encargos de Lenin, ya que los medios de comunicación eran muy malos. Pero había que cumplirlos. De lo contrario, me exponía a reprimendas corteses, pero muy severas. Visitaba, según sus indicaciones, los cuarteles, las fábricas, asistía a las reuniones y le llevaba las copias de las resoluciones votadas."
Evidentemente, no era suficiente. A través de su mujer, Lenin se mantenía al corriente de la actividad del Comité del barrio de Vyborg. ¿Pero qué ocurría en el Instituto Smolny, convertido en el cuartel general del Soviet y del partido bolchevique? ¿Qué hacía ese Comité militar revolucionario que acababa de constituirse y cuyos dirigentes Podvoiski y Antonov le eran bien conocidos? En la mañana del 24 les hizo saber que deseaba verlos. Antonov ha contado esa entrevista en sus Recuerdos:
"Vimos aparecer ante nosotros a un pequeño viejo bastante despierto que parecía un músico o quizá un librero de viejo. Quitándose su peluca y sus gafas, Lenin nos apretó cordialmente la mano. "Bien, ¿qué hay de nuevo?, preguntó." Antonov empezó a exponerle la situación en la Marina. Los cruceros y los acorazados son muy revolucionarios. Pero algunos torpederos y submarinos no son seguros.
Lenin le interrumpe : "¿No se podría dirigir a toda la flota sobre Petrogrado?" Antonov le explica que es materialmente imposible. "...Y además —agrega—los marineros no querrán dejar descubierto el frente del Báltico." Entonces Lenin le dijo: "¡Pero tienen que comprender que la Revolución corre mayor peligro en Petrogrado que en el Báltico!" Y Antonov: "Es que, precisamente, no lo comprenden muy bien." Lenin: "¿Pero entonces qué se puede hacer?" Antonov: "Podemos hacer venir dos o tres torpederos y un destacamento formado por marineros y obreros de Vyborg. De dos a tres mil hombres, en total." Lenin (disgustado): "Es poco. ¿Y el frente del Norte?" Antonov: "Según los informes de sus delegados, el estado de ánimo es excelente y se puede esperar una ayuda considerable. Pero para saber exactamente con qué contamos habrá que ir allí." Lenin: "Vaya sin tardar." Antonov se calla, evasivo. Podvoiski agacha la cabeza y se muestra escéptico. "No estamos preparados, no estamos preparados", no cesa de repetir.
Los dos hombres se van y Lenin queda solo, sumido en la mayor desolación. Mañana va a abrirse el Congreso, los delegados van a empezar a hablar. Se va a discutir: levantarse o no levantarse, y mientras tanto los cosacos del general Krasnov van a llegar del frente, llamados por el Gobierno para amordazar al Soviet y disolver su Congreso. Y entonces ¡se habrá acabado la revolución! ¿Cómo impedir esta catástrofe? Lenin está solo. Se siente aislado del mundo exterior. En alguna parte, allá, en el Smolny, unos hombres se agitan en el vacío, pierden un tiempo precioso, se embriagan de discursos, mociones y resoluciones. Y las horas pasan. Las últimas horas en las que se juega la suerte del proletariado.
Garabatea unas palabras y llama a su "encubridora", la camarada Fofanova, cuya casa le sirve de refugio.
--Lleve esto inmediatamente al Comité central y regrese en seguida.
Fofanova obedece. Pero en el camino cambia de parecer. El Smolny está muy lejos. Prefiere llevar el recado de Lenin al Comité del barrio de Vyborg, que se encuentra cerca. Desde allí se telefonea al Comité central. En el otro extremo del hilo alguien contesta en nombre del Comité: "Se considera prematura la aparición de Lenin en el Instituto Smolny."
Se lleva la respuesta a Lenin. Entonces toma de nuevo la pluma y con febril apresuramiento empieza a escribir estas líneas :
"Camaradas: Escribo estas líneas el 24 por la noche. La situación es sumamente crítica. Está más claro que la claridad misma que la contemporización es la muerte...
"Es necesario, a toda costa, detener esta noche al Gobierno... ¡No podemos esperar más! ¡Se puede perder todo!...
"Es necesario que todas las secciones, todos los regimientos, se levanten en el acto y envíen diputaciones al comité militar revolucionario, al Comité central bolchevique, exigiendo con apremio : en ningún caso, absolutamente en ninguno, debe seguir el poder en manos de Kerenski y compañía hasta el 25. El asunto debe quedar liquidado hoy sin falta por la tarde o en el curso de la noche...
"Sería una catástrofe o un vano formalismo esperar la votación incierta del 25 de octubre; el pueblo tiene el derecho y el deber de zanjar tales cuestiones no con una votación, sino con la fuerza; el pueblo tiene el derecho y el deber, en los momentos críticos de la revolución, de dirigir a sus representantes, incluso a los mejores, y de no esperarles.
"La historia de todas las revoluciones lo ha demostrado. Sería un crimen inconmensurable (sic), por parte de los revolucionarios, si dejaran escapar la ocasión sabiendo que la salvación de la revolución depende de ellos.
"El Gobierno cede. Hay que liquidarlo a toda costa.
"La contemporización es la muerte."
¿A quién escribía? Los editores de las Obras de Lenin han titulado ese texto: Carta a los miembros del Comité central. Esa designación no podría ser aceptada, en mi opinión, más que bajo ciertas reservas. Se invita a los destinatarios de la Carta a ejercer la más enérgica presión sobre el Comité central. Lenin los insta a enviar diputaciones para incitarlo a la acción. En consecuencia, si se aceptara la atribución admitida por los editores de las Obras de Lenin, ¡serían los miembros del Comité los que deberían presionarse a sí mismos! Tal vez pudiera admitirse, en rigor, que Lenin quiso dirigirse a miembros aislados del Comité, a Stalin, a Sverdlov y a Dzerjinski, por ejemplo, exhortándolos a actuar al margen y por encima de la mayoría. Pero, en ese caso, ¿por qué no haberlos designado nominalmente, por lo menos a uno de ellos? Más bien se desprende la impresión de que la carta se dirigía a los miembros de una organización que estaba en contacto directo con las masas: el Comité de Petrogrado, sobre todo, que podía movilizar inmediatamente, como lo exigía Lenin, a las secciones y, por mediación de su organización militar, a los regimientos bolcheviques. En todo caso, cualquiera que sea la interpretación a que se llegue finalmente, de esa carta se desprende con toda evidencia una cosa: según Lenin, el Comité central y el Comité militar revolucionario se dormían en una inacción criminal.
"La carta fue llevada por Krupskaia al Comité central", afirma la reciente biografía de Lenin publicada por el Instituto Marx-Engels-Lenin. Tampoco en esto parecen coincidir las cosas muy bien. El Comité central, como se ha dicho, se reunía en el Smolny. Y Krupskaia declara formalmente en sus Memorias que pasó la tarde y luego la noche del 24 al 25 en el Comité del barrio de Vyborg y que no llegó al Smolny sino en las primeras horas de la mañana del 25, en un camión, con una amiga y con otros militantes de su sección. La camarada Fofanova afirma, por su parte, que fue ella la que se encargó de llevar la carta a su destino, pero sin dar mayores precisiones. Admitamos simplemente, para mantenernos en el terreno de las certidumbres, que la carta partió...
Pero eso no es suficiente para Lenin. Duda visiblemente de la eficacia de ese procedimiento de llamar a la acción por correspondencia. Por lo tanto, resuelve ir de todos modos al Smolny, por su propia voluntad. Es bastante lejos de su casa, son cerca de las diez de la noche, no está seguro de encontrar un tranvía y corre el riesgo de caer en marzos de una patrulla de cadetes. ¡No importa! La revolución está en peligro de muerte y hay que salvarla. ¿A quién incumbe ese deber, en primer lugar, sino a Lenin? Por lo tanto, en marcha.
Para librarse de Fofanova, cuyas súplicas para que renuncie a su "loco proyecto" no quiere oír, Lenin la envía a hacer un recado, se vuelve a poner su eterna peluca de conspirador, aplica a una de sus mejillas una servilleta doblada, lo que le permite disimular la mitad de su cara y le da al mismo tiempo el aspecto de un hombre que sufre horriblemente de un dolor de muelas, se pone las botas de hule (volverá a llover y no quiere mojarse los pies) y se marcha, seguido por Rahia, que lo acompaña como su propia sombra, después de haber dejado sobre la mesa, en lugar bien visible, esta nota : "Me voy a donde no quiere usted que vaya." [23]
Hacia la medianoche, llegan como pueden al Smolny. El estado mayor de la Revolución proletaria está en plena ebullición. La gente va y viene, sumamente agitada, a lo largo de sus interminables corredores. Se siente que el agua hierve en la marmita, pero la tapadera resiste. ¿Qué va a hacer Lenin? ¿Precipitarse a la habitación donde está reunido el Comité central? Nada de eso. Prefiere enviar a Rahia en busca de Stalin, con la orden de traérselo. Mientras tanto, permanece en el corredor, agazapado junto al alféizar de una ventana. Stalin acude y lleva a Lenin a una pequeña habitación vacía, donde se encierra con él. De ahí partirá el impulso que pondrá en marcha a las fuerzas insurreccionales que el Comité militar revolucionario, aun teniéndolas listas para la acción, no se atreve todavía a utilizar.
Lenin empieza por convocar a los representantes de las secciones, de las fábricas y de los regimientos. Alertados por Stalin, que ha sabido adaptarse inmediatamente a la situación y ser a la vez el secretario, el edecán y el hombre de enlace de Lenin, los motociclistas estacionados en el vestíbulo del Smolny empuñan sus máquinas y se lanzan a través de la capital en dirección a los suburbios. Los de Vyborg, donde se encuentran las fábricas Renault, Lessner, Nobel, Parviainen, y los de Narva, de los que forma parte la gigantesca fábrica Putilov, dominan a Petrogrado: son las dos mandíbulas de una tenaza lista para cerrarse.
Los hombres de la sección de Vyborg no necesitan molestarse. Krupskaia está allí y gracias a ella saben muy bien lo que quiere Lenin. Además ya han requisado entre los particulares todos los medios de transporte: camiones, coches, bicicletas, etc., y han establecido el control sobre el correo y el telégrafo de su barrio. A ellos les basta un breve mensaje: ocupar la estación de Finlandia. Los dirigentes de la sección de Narva se trasladan al Smolny, reciben de Lenin las instrucciones necesarias y vuelven a partir rápidamente.
A partir de la una y media de la madrugada, destacamentos de soldados salen de los cuarteles; grupos de obreros armados, de sus fábricas, y se ponen en marcha hacia las estaciones, los puentes, los edificios públicos. La cosa transcurre en todas partes tranquilamente, sin el menor derramamiento de sangre. Apenas si algún "kerenskista" recalcitrante se hace poner fuera de combate a culatazos. Únicamente la ocupación de la central telefónica causó alguna perturbación. Las señoritas del teléfono, al ver invadido su local, se espantaron y se desmayaron con conmovedora unanimidad. El representante de la nueva autoridad encontró en seguida un medio excelente para reanimarlas. Mandó traer, del centro de abastecimiento de su sección, azúcar, té, panecillos y latas de conserva. La llegada de la camioneta cargada con todas esas cosas buenas y bastante raras en aquel cuarto año de guerra produjo un efecto mágico y todas reanudaron su sonrisa y su trabajo con una unanimidad no menos conmovedora.
Eran entonces las siete de la mañana. El Correo central, el Banco del Estado y tres de las cuatro grandes estaciones de la capital estaban ya ocupadas. A las ocho le llegó el turno a la cuarta. Lenin, que se había quedado a la escucha en el Smolny sin cerrar un ojo en toda la noche, estaba haciendo el balance de la operación. Ese balance le parecía del todo satisfactorio.
La Revolución proletaria se presentaba ya como un hecho consumado. Kerenski y sus ministros seguían reunidos en el Palacio de Invierno, mientras que, al lado, el general que mandaba la región militar de Petrogrado estaba en la Cancillería del Estado Mayor. Pero ya no forman, para Lenin, más que miserables restos de un pasado muerto que van a ser barridos de un momento a otro. Ha llegado la hora, se dice Lenin, de anunciar la gran noticia al país. Pero antes hay que zanjar un problema de pura forma, por lo demás: el Gobierno provisional ya no existe. Eso es indudable. ¿Pero quién lo ha reemplazado? ¿A qué manos ha pasado el poder? Problema de pura forma, he dicho.
En efecto, el Congreso se reunió esa misma noche y, en su calidad de órgano soberano que representa la voluntad general de toda la Rusia obrera y campesina, designa al nuevo Gobierno. El que, por la pluma de Lenin, va a dirigirse al pueblo ruso tendría, en resumidas cuentas, una vida sumamente breve: el espacio de una tarde. Pero aun falta que esa existencia efímera no le sea discutida... Evidentemente, lo más sencillo y lo que hubiera correspondido mejor a la realidad hubiera sido hablar en nombre del partido bolchevique. ¿No había replicado orgullosamente al ministro Zeretelli en junio pasado, en el primer Congreso de los Soviets, que el partido bolchevique estaba preparado en todo momento para tomar el poder? Ahora prefiere no violentar las cosas. Simple cuestión de matiz, ¡pero cuán significativa! Si el Congreso ofrece el poder a su partido, claro que lo aceptará. Pero no se adueñará de él por su propia autoridad. En el jefe revolucionario se deja entrever ya al hombre de gobierno. Pronto se encontró una solución: será el Comité militar revolucionario, "colocado al frente del proletariado y de la guarnición de Petrogrado", el que hablará al país.
En consecuencia, Lenin le hace decir a guisa de exordio que "el Gobierno provisional ha sido depuesto" y que el poder ha pasado a sus manos. Y luego: "El Comité militar revolucionario convoca para hoy, 25 de octubre, al mediodía, al Soviet de Petrogrado a fin de que se adopten las medidas inmediatas para la formación de un Gobierno de Soviets." Después de escribir estas líneas, cambia de parecer y las tacha con un zigzagueo de su pluma. Probablemente ha reflexionado y ha pensado que eso era asunto del Congreso. Tras lo cual termina con estas simples palabras: "La causa por la cual ha entrado a la lucha el pueblo —proposición inmediata de una paz democrática, abolición de la propiedad rústica, control de la producción por los obreros, creación de un Gobierno de Soviets— ha triunfado definitivamente. ¡Viva la Revolución de los obreros, de los soldados y de los campesinos!" Fechado el 25 de octubre, a las diez de la mañana.
A esa misma hora el presidente del Gobierno provisional de la República rusa, dejando que sus ministros hicieran acto de presencia en el Palacio de Invierno, partía para el frente, en un auto gentilmente prestado por la Embajada norteamericana, a fin de reunir tropas fieles que le permitieran reconquistar la capital insurrecta.
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[20]. Smilga, que se encontraba entonces en Helsingfors (Cf. infra), se encargó de llevarlas a su destino. Cf. su nota en el Rec. Lenin, IV, pág. 333.
[21]. Estos datos están tomados del texto de las actas del Comité central, publicadas por las Ediciones del Estado en 1929. Ignoro por qué los redactores de la gran Historia de la guerra civil en la URSS, publicada en 1942, escriben : "El Comité central rechazó la proposición de Kamenev" (t. II, pág. 18).
[22]. Tengo a la vista particularmente el que forma parte del t. XXVI de la cuarta edición de las Obras de Lenin, publicado en noviembre de 1949.
[23]. Los autores de la citada biografía de Lenin pretenden que, a instancias de Stalin, el Comité central había llamado a Lenin al Smolny y que éste fue allí aceptando esa invitación. Ninguna referencia acompaña a esa afirmación. Por mi parte, creo que si verdaderamente el Comité centrar había decidido finalmente hacer venir a Lenin, hubiera pensado sin duda en poner a su disposición un vehículo cualquiera, en lugar de exponerlo al peligro de ser detenido en cualquier momento durante la agotadora y casi solitaria carrera pedestre que Lenin se vio obligado a emprender a través de las interminables avenidas de la capital. Un simple telefonazo al Comité de sección de Vyborg, que disponía ya de un número considerable de coches requisados, hubiera bastado.