XXIII.
LA DISOLUCION DE LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE
El decreto redactado por Lenin y adoptado por el Congreso de los Soviets en la noche del 26 al 27 de octubre disponía : "En espera de la convocación de la Asamblea Constituyente, se formará un Gobierno obrero y campesino provisional, llamado Consejo de los Comisarios del Pueblo." Declaraba, por tanto, en términos perfectamente claros y precisos, que el nuevo Gobierno sólo estaba facultado de un poder puramente temporal. Su misión debía terminar en cuanto se reuniera la Constituyente, lo cual estaba previsto para los últimos días de noviembre, o sea un mes más tarde aproximadamente.
En sus intervenciones en la tribuna, aquella misma noche, Lenin tuvo oportunidad, en varias ocasiones, para subrayar la importancia de la misión y el carácter soberano que atribuía a esa asamblea. Por ejemplo, al comentar el decreto sobre la paz especificó que las condiciones que pudieran poner las potencias enemigas serían sometidas a la Asamblea Constituyente para que ésta fuera la única que pudiera pronunciarse sobre ellas en última instancia. Al contestar a un contradictor, a propósito del decreto sobre la tierra, invocó igualmente la autoridad suprema de que iba a estar revestida la Constituyente, y anunció : "Si los campesinos continúan siguiendo a los socialistas-revolucionarios, e incluso si dan a ese partido la mayoría en la Asamblea Constituyente, nosotros diremos : que así sea." El propio decreto fue calificado de "provisional", en espera de que la Constituyente le diera su forma definitiva.
Esas palabras, suficientemente categóricas, permiten llegar a la conclusión de que, en los primeros días de su llegada al poder, Lenin veía la convocación de la Asamblea Constituyente como una cosa decidida y absolutamente necesaria. Pero también debió darse cuenta de que ese órgano del poder que emanaba esencialmente del régimen parlamentario burgués no era el adecuado para el sistema gubernamental que preconizaba : el de la República Soviética. El Soviet era la expresión más perfecta de la forma de gobierno de clase, la única que permitía ejercer efectivamente la dictadura del proletariado. La Asamblea Constituyente nacida del sufragio universal y encarnadora de la voluntad de todas las clases, era su negación flagrante. La coexistencia de esas dos instituciones sólo era posible si se reunían ciertas condiciones preliminares. ¿Cuáles?
En el pequeño "catecismo" que redactó en abril para los delegados a la Conferencia de Petrogrado, Lenin escribía, contestando a la pregunta "¿Hay que reunir la Asamblea Constituyente?: Sí, y lo más rápidamente posible. Pero la única garantía de su éxito es el aumento del número de los Soviets, su fortalecimiento, la organización y armamento de la clase obrera."
Lo que quería dar a entender, por no poderlo decir todavía claramente, era que la bolchevización de los Soviets le parecía indispensable para asegurar el buen funcionamiento de la Asamblea Constituyente. Una vez poderosamente organizada la clase obrera, habiendo obtenido la mayoría por ese medio, la Asamblea se habría convertido en una especie de apéndice honorífico del sistema gubernamental soviético, que podría beneficiarse, por lo menos en sus comienzos, del prestigio desarraigable de que gozaba la Constituyente en todo el país. Todo dependía, por tanto, de la composición de la Asamblea, es decir, del resultado de las elecciones. Al formar un bloque con los socialistas-revolucionarios de izquierda, Lenin quería desmenuzar al gran partido campesino y desplazar así la mayoría en favor del suyo. No lo logró.
La ley electoral elaborada y aplicada por el Gobierno de Kerenski había facilitado la victoria de los socialistas revolucionarios de derecha que, colocados en su mayoría al frente de las listas de su partido, resultaron desde los primeros resultados, a pesar de la escisión, a pesar de la revolución bolchevique que acababa de realizarse, los vencedores indiscutibles de la prueba electoral. La actitud de Lenin cambia a partir de ese momento. Empieza a buscar los medios de contener su éxito. Le dice a Trotski : "Hay que aplazar, hay que prorrogar las elecciones. Hay que ampliar el sistema electoral, concediendo el derecho de voto a los jóvenes de dieciocho años. Hay que dar la posibilidad de revisar las candidaturas. Las nuestras no valen nada : figura en ellas una cantidad de vagos intelectuales, y lo que nosotros necesitamos son obreros y campesinos. Los kornilovistas y los cadetes deben ser proscritos."
Se le replicaba: "No es fácil aplazar ahora. Sería interpretado como una liquidación de la Asamblea Constituyente. Tanto más cuanto que nosotros mismos hemos acusado al Gobierno provisional de retrasar intencionalmente su convocatoria."
Lenin se asombraba : "¿Por qué consideráis difícil el aplazamiento? ¿Y si la Asamblea Constituyente se compone de cadetes, de mencheviques, de socialistas-revolucionarios, será eso fácil?"
De creer a Trotski, era sobre todo Sverdlov el que protestaba contra el aplazamiento, ya que conocía muy bien el estado de ánimo de los militantes de provincia, con los cuales se hallaba en contacto permanente. Lenin cedió, pero decía, moviendo la cabeza: "Es un error. ¡Es evidentemente un error que puede costarnos caro! ¡Ojalá no le cueste la cabeza a la revolución!"
Creyó poder encontrar un remedio haciendo decretar el derecho de anulación del mandato de los diputados electos. Como ya lo he explicado muy extensamente en mi Robespierre, esto era para éste un "derecho imprescriptible" que pertenecía al pueblo. También Marat lo había dicho y repetido, aunque, naturalmente, con su manera de ser vehemente y apasionada, no sé cuantas veces en su Ami du Peuple. Pero tanto el uno como el otro de esos dos grandes revolucionarios franceses concedían ese derecho de anulación a los propios electores, cosa que se ajustaba naturalmente al espíritu general de la revolución burguesa-democrática que personificaban. A Lenin le incumbía la tarea de adaptar el ejercicio de ese derecho a las nuevas condiciones creadas por la revolución proletaria. El examen del proyecto de decreto sobre el derecho de anulación del mandato de los diputados, redactado por él el 19 de noviembre, y el informe que presentó dos días más tarde a ese respecto al Comité ejecutivo de los Soviets, permitirá comprender cómo lo hizo.
El proyecto de decreto declaraba : "Ningún órgano electivo puede ser considerado verdaderamente democrático si no reconoce y aplica el derecho de los electores a anular el mandato de sus diputados... Dado que el sistema de la representación proporcional hace que el resultado de las elecciones dependa de la composición de los partidos, cualquier modificación de la relación de fuerzas en su interior exige necesariamente una reelección en los sectores donde el desacuerdo entre la voluntad de las clases y su fuerza por un lado, y el resultado de las elecciones por el otro, se manifieste con evidencia. Por eso el Comité Ejecutivo de los Soviets decreta: los soviets tienen derecho a efectuar reelecciones en todas las instituciones electivas, incluida la Asamblea Constituyente."
En consecuencia, para Lenin no era el cuerpo electoral el que decidía si había "desacuerdo entre la voluntad de clase y la personalidad de los electos", sino el Soviet, suprema expresión del poderío del pueblo. Escuchemos lo que dice a este respecto en su informe:
"El derecho de anulación es el derecho de control efectivo... Hablamos de la libertad. Lo que antaño se llamaba libertad era la que tenía la burguesía para engañar al pueblo gracias a sus millones. Hemos roto definitivamente con la burguesía y con esa libertad. El Estado es un órgano de fuerza. Hasta ahora era la fuerza ejercida sobre el pueblo por un puñado de ricachones. Nosotros queremos hacer del Estado un órgano de fuerza al servicio de la voluntad del pueblo. Queremos organizar la violencia en nombre de los intereses de la clase trabajadora...
"Los campesinos han sido engañados por la escisión habida en el seno del partido socialista-revolucionario. Han votado por un partido que ya no existe. Esta situación requiere un correctivo: el droit de anulación. Corresponde ejercerlo a los Soviets, que son la más perfecta encarnación de la idea del Estado como órgano de fuerza."
Desgraciadamente, los Soviets locales no mostraron gran premura para usar ese nuevo derecho que acababa de serles concedido y, a pesar de unas cuantas eliminaciones de que fueron víctimas, entre otros, dos de sus dirigentes, Avxentiev y Gotz, los socialistas-revolucionarios pudieron mantener su mayoría, que se anunciaba aplastante, en la Asamblea, cuya apertura, fijada para el 28 de noviembre, era esperada con febril impaciencia por todos los enemigos de los bolcheviques. Se preveía ya el fin de esa "pesadilla". El célebre escritor Merejkovski había proclamado en una reunión de literatos, en los comienzos de la "aventura bolchevique": "No se necesita ser profeta para predecir que Lenin se romperá la cabeza contra la Constituyente." Esas palabras expresaban a mejor no poder la esperanza con que vivían los círculos burgueses y pequeñoburgueses. Por tanto, fue inmensa la decepción cuando se supo, el 21, que la convocatoria de la Asamblea era aplazada para una fecha ulterior, indeterminada, so pretexto de que apenas un centenar de diputados (sobre un total de 800) podrían encontrarse en Petrogrado para el 28.
Kerenski y aquellos de sus ministros que habían quedado en libertad y que habían pasado a la clandestinidad para seguir "gobernando" al país anunciaron, sin embargo, que la Constituyente debía reunirse en la fecha fijada. En esa ocasión, los partidos de la nueva oposición: "cadetes", mencheviques y socialistas-revolucionarios de derecha, decidieron organizar una solemne manifestación. Lograron reunir un grupo de cinco a seis mil manifestantes, que acompañaron a través de las calles de la capital, al son de La Marsellesa, hasta el Palacio de Táuride, a los 45 diputados decididos a entrar en el ejercicio de sus funciones el día previsto por "su" Gobierno. Frente a la entrada del palacio, el alcalde de Petrogrado, un viejo socialista-revolucionario, exclamó: "¡Juramos defender la Asamblea Constituyente hasta la última gota de nuestra sangre!" Y todo el mundo respondió al unísono: "¡Juramos!" A continuación, forzando los puestos de guardia, la multitud penetró en el interior del palacio. Los soldados no se atrevieron a usar sus armas contra los diputados, quienes les hicieron ver enfáticamente su condición: tal era el gran prestigio de que gozaba todavía la Asamblea Constituyente. Posesionándose de una de las salas del palacio, los 45 "constituyentes" se declararon, dado su reducido número, reunidos en "sesión privada" y se separaron después de haber acordado que se volverían a reunir cuando fueran suficientemente numerosos. Salieron sin ningún incidente.
Lenin se puso furioso al enterarse de lo que acababa de ocurrir. Antonov, que tenía entonces entre sus atribuciones la de comandante militar del Palacio de Táuride, fue severamente reprendido. En la reunión del Consejo de los Comisarios del Pueblo que se celebró por la tarde, Lenin hizo adoptar un decreto que declaraba "enemigos del pueblo" a los miembros del partido cadete y que ordenaba la inmediata detención de sus dirigentes.
No se tomó ninguna medida represiva contra los mencheviques ni contra los socialistas-revolucionarios. Y, sin embargo, eran ellos principal, si no exclusivamente, los que habían participado en la dirección de la manifestación. Si bien habían sido muy numerosos los partidarios de los "cadetes" que figuraron en la masa de manifestantes, no participó, en cambio, ningún miembro notorio del mismo. Pero Lenin no se equivocaba. Era efectivamente el partido de Miliukov, dueño de medios financieros muy poderosos, el que dirigía el juego, manteniéndose prudentemente entre bastidores y haciendo actuar a la gente de Chernov y de Zeretelli, marionetas cuyos hilos movía. También en esto se inspiraba Lenin en el método seguido por Robespierre y Marat durante el exterminio del partido girondino. El mismo no tardará en reconocerlo, como se verá un poco más adelante.
Ese decreto provocó un vivo descontento en los medios de sus nuevos aliados, los socialistas-revolucionarios de izquierda. Estos encargaron a uno de sus jefes, el abogado Steinberg, que formulara une enérgica protesta en la próxima sesión del Comité Ejecutivo de los Soviets. Esta se celebró el 1.° de diciembre.
"No comprendemos el sentido ni el alcance político de ese decreto —dijo dirigiéndose al jefe del Gobierno, que estaba modestamente sentado detrás del presidente del Comité, Sverdlov—. Se equivoca si piensa combatir por ese medio a la contrarrevolución. Con improvisaciones de ese género no podrá usted vencer al enemigo de clase, sino aislándolo socialmente. Pedimos que la lucha revolucionaria se lleve a cabo honestamente. Pedimos que la Constituyente se reúna completa : diputados burgueses y diputados socialistas. Queremos que el pueblo pueda decidir él mismo su suerte."
"Apenas había yo bajado de la tribuna —escribe Steinberg en sus Recuerdos— cuando apareció Lenin y se apoyó con mano firme en el pupitre. La masa de los delegados bolcheviques quedó como electrizada. Con voz tranquila, pero con un tono persuasivo y con los gestos enérgicos de un maestro dando una lección a sus alumnos, Lenin empezó a hablar. Unos instantes después caminaba por la tribuna, de un extremo a otro, volviéndose hacia todos los lados de la sala, elevando la voz cada vez más y agitando frecuentemente los brazos con una expresión de asombro."
En su libro, Steinberg no hace más que resumir en unas cuantas palabras el discurso de Lenin.
He aquí los párrafos esenciales, según la crónica de la sesión publicada en Pravda:
"No se puede separar la lucha de clases de la lucha contra adversarios políticos. Cuando se dice que el grupo cadete no es un grupo poderoso, no se dice la verdad. El Comité central de los cadetes es el estado mayor político de la burguesía.
"Se propone convocar la Constituyente tal como ha sido concebida. ¡Pues no! Lo siento mucho. Ha sido concebida contra los intereses del pueblo. Hemos dado el golpe de Estado para tener la garantía de que la Constituyente no sería ya utilizada contra el pueblo...
"Cuando la clase revolucionaria lucha contra la clase poseedora que resiste, debe aplastar esa resistencia, y nosotros aplastaremos la resistencia de los poseedores por todos los medios que ellos han utilizado para tratar de aplastar al proletariado...
"No perseguimos a individuos aislados. Acusamos a un partido político. Así procedieron los revolucionarios franceses..."
La resolución propuesta por Lenin decía: "El Comité Ejecutivo de los Soviets confirma la necesidad de sostener la lucha más implacable contra la contrarrevolución burguesa... Asegura al Consejo de los Comisarios del Pueblo su completo apoyo y rechaza las protestas de los grupos políticos que, por sus vacilaciones, no hacen más que minar las bases de la dictadura del proletariado y de los campesinos más pobres." La resolución fue aprobada por 150 votos contra 98 y 3 abstenciones.
La oposición manifestada por los socialistas-revolucionarios de izquierda en la sesión del 1.° de diciembre había incitado a Lenin a apresurar la entrada de éstos en el Gobierno, decidida ya en principio durante las conversaciones celebradas el 14 de noviembre. Se vio aparecer de nuevo en su despacho al patriarca Natanson acompañado de unos cuantos jóvenes camaradas, entre ellos Steinberg. Escuchemos a éste :
"Lenin, que aquel día se sentía de buen humor, vivo y dinámico, quiso arrastrarnos al Gobierno con su cordialidad y como si se tratara de un asunto entre amigos. A todas las condiciones que le poníamos, respondió:
"—Bien, bien, nos pondremos de acuerdo."
Natanson hizo saber que el Comité central de la fracción de los socialistas-revolucionarios de izquierda había decidido exigir la convocación de la Constituyente en el más breve plazo. Quedó convenido que se reuniría el 5 de enero si ese día se presentaban en el Palacio de Táuride por lo menos 400 diputados. Un comunicado, redactado por Lenin y publicado el 6 de diciembre en Pravda, lo anunció al país.
Puesto que ahora la reunión de la Constituyente estaba irrevocablemente decidida, había que ocuparse de preparar al partido para el próximo combate. Para facilitar la tarea de los diputados bolcheviques, Lenin redactó para ellos una especie de pequeño vademécum en el que explicaba en forma de tesis (su forma preferida) la actitud que debía adoptar frente a la Constituyente. Hela aquí, brevemente resumida:
"Bajo el régimen de la República burguesa, la Asamblea Constituyente representa la expresión más perfecta de la idea democrática.
Al reclamar su convocatoria, los socialdemócratas revolucionarios habían subrayado desde el comienzo de la revolución de 1917 y en varias ocasiones que la República de los Soviets era una forma de régimen democrático superior a la República burguesa de la que la Asamblea Constituyente forma el elemento principal.
La reunión de la Constituyente, elegida con las listas establecidas antes de la revolución del 25 de octubre, se lleva a cabo en condiciones que imposibilitan la fiel expresión de la voluntad del pueblo.
La marcha progresiva de la lucha de clases ha hecho que la divisa de todo el poder para la Asamblea Constituyente se convierta en realidad en la divisa de la contrarrevolución, que la usa para luchar contra el poder de los Soviets.
El resultado de ello es que la Asamblea Constituyente está llamada a entrar inevitablemente en conflicto con la voluntad y los intereses de las clases trabajadoras que han hecho la revolución del 25 de octubre. Inútil decir que los intereses de esta revolución están por encima de los derechos de pura forma que se arroga la Asamblea Constituyente.
Cualquier tendencia para tratar la cuestión de la Constituyente desde el punto de vista de un formalismo jurídico, en los marcos habituales de la democracia burguesa, sin tener en cuenta la lucha de clases y la guerra civil, debe ser considerada como una traición manifiesta a la causa proletaria.
La crisis sólo puede ser evitada por el ejercicio del derecho de anulación y si la Constituyente declara formalmente y sin ambages que reconoce el poder de los Soviets, su políticá de la paz y de la tierra, y si se coloca resueltamente al lado de los que combaten la contra rrevolución.
Fuera de esas condiciones, la crisis sólo puede ser resuelta usando los medios revolucionarios más firmes, más rápidos y más enérgicos. Cualquier tentativa para atar las manos al poder soviético en el curso de la lucha entablada es una ayuda que se da a la contrarrevolución".
Esas tesis debían ser presentadas a la fracción parlamentaria del partido formada por los diputados bolcheviques a la Constituyente (unos cien de ellos estaban ya presentes en Petrogrado). En espera de su constitución definitiva, la fracción había nombrado ya una dirección provisional. Fueron elegidos para ella, entre otros, Kamenev, Zinoviev y Rykov. Apoderándose de la dirección del Buró, los tres, secundados por aquellos de sus colegas que habían ganado para su causa, empezaron a sentar desde el principio los jalones de la futura acción parlamentaria de los bolcheviques, inspirándose en los principios fundamentales del régimen democrático burgués y que, necesariamente, estaban en formal contradicción con los de las tesis de Lenin. Este no tardó mucho en darse cuenta y, decidido a cortar el mal en su raíz, obtuvo del Comité central que el Buró de la fracción fuera destituido en el acto y reemplazado por otro, que se dirigiera a la fracción una advertencia recordando el artículo de los estatutos que exigía una obediencia incondicional al Comité central, y que un miembro del Comité quedara encargado de vigilar de cerca su actividad. Al día siguiente se presentaba ante los diputados bolcheviques armado con sus tesis. Escucharon la lectura con deferencia y aplaudieron con entusiasmo.
El año de 1917, único en la historia, se acercaba a su fin. La obra de Lenin tenía dos meses de vida. Su creador, dedicado siempre al mismo esfuerzo sobrehumano, seguía sin tener vida privada. Le habían arreglado un "apartamento" en el Smolny: sala de recepción, comedor, gabinete de trabajo y dormitorio., El antiguo vestuario y lavabo de las damas de vigilancia del Instituto era el que hacía las veces de salón de recepción. La habitación contigua estaba dividida en dos compartimientos por medio de una pared que no llegaba al techo. Una, la más grande, servía a la vez de gabinete de trabajo y de comedor. Una pequeña mesa, un canapé en lamentable estado, dos sillones cubiertos con fundas, dos sillas, un aparador y una pequeña mesa redonda formaban el mobiliario. Detrás de la pared se colocaron dos camas estrechas de hierro, pintadas de azul y provistas de somrniers metálicos, sin colchones. El Instituto proporcionó la ropa de las camas, unos cuantos platos, dos tazas y dos cubiertos. Al intendente del edificio se le ocurrió mandar colocar una alfombra y un salto de cama. Fue tal el efecto que aquello produjo en Lenin, que el funcionario, excesivamente celoso, se apresuró a mandarlo retirar inmediatamente.
Lenin se levantaba hacia las nueve de la mañana y empezaba a recibir a los innumerables visitantes que eran introducidos a su despacho tras un severo control en la secretaría, compuesta ésta de un "secretario principal", de un "hombre-comodín" que lo mismo hacía de ujier, de telefonista y de ayudante de oficina, y de la secretaria particular de Lenin. Cada vez se extendía más la costumbre de dirigirse directamente a Lenin: obreros, campesinos, intelectuales, militares, burgueses víctimas del nuevo régimen, todo el mundo venía a contarle sus cuitas. Los escuchaba pacientemente, vestido con su abrigo de invierno (no había carbón para calentar las oficinas), y garabateaba sus notas en pequeños pedazos de papel. Tenía una manera muy personal para librarse de los charlatanes y de los importunos empujándolos discretamente hacia la puerta.
Después de la comida (en principio, a las cuatro) se llevaban a cabo las conferencias con los miembros del Gobierno. Después las reuniones de las comisiones y de los diversos comités, que comenzaban generalmente en las primeras horas de la noche y que no terminaban hasta el alba. Lenin salía muerto de fatiga. Pero al regresar a su casa no lograba dormirse. A cada instante —cuenta Krupskaia— se levantaba, corría al teléfono, daba órdenes, reclamaba informes. Cuando por fin lo vencía el sueño, se le oía todavía discutir con interlocutores invisibles y fulminar a los enemigos de la revolución.
A veces, entre dos reuniones, disfrutaba de breves instantes de reposo. La inveterada costumbre de sus colaboradores de llegar tarde le proporcionaba la ocasión. Cuando se quedaba solo en su despacho parecía evadirse de la realidad. La señora Kollontai, que había sido nombrada comisaria de Seguridad Social, cuenta en sus Recuerdos que una noche entró al despacho de Lenin, donde debía celebrarse la reunión de los comisarios del pueblo, y que encontró la habitación sumida en la oscuridad. Se disponía a retirarse asombrada cuando vio en el marco de la ventana la silueta de Lenin. Miraba hacia afuera, con la cabeza levantada al cielo. El ruido de los pasos lé hizo volverse. Iluminado por la luna, su pálido rostro tenía una expresión extraña e indefinida. "Estrellas", dijo siguiendo con la mirada el centelleo de los astros. Permaneció inmóvil y soñador unos segundos y luego, con gesto brusco, dio vuelta al conmutador...
La víspera de las fiestas de Navidad, el Consejo de los Comisarios del Pueblo "concedió" a Lenin una licencia de cinco días. Se ignora a quién se debió esa iniciativa. El caso es que gracias a ella pudo Lenin tomar un descanso. El 24 se fue a Finlandia, a la casa de los amigos que le habían ofrecido hospitalidad en los sombríos días de septiembre. El 29, estaba de regreso en Petrogrado.
El nuevo año fue inaugurado por Lenin de una manera un tanto imprevista. El 1.° de enero había ido al picadero de Mikhailovski para saludar a los soldados que partían para el frente. Pues, a pesar de todo y por todo, la situación seguía siendo la misma: había un frente y un ejército en las trincheras. Pero con la diferencia de que ese ejército no se tenía de pie y se hundía a ojos vista. Los hombres se iban por su propia voluntad, uno tras otros. Nada podía retenerlos. Montados en los vagones, o a pie, regresaban a sus lejanos hogares sin preocuparse por la suerte de la patria ni por la de la revolución. Las conversaciones con los alemanes, después de las drásticas condiciones puestas por éstos el 15 de diciembre, habían llegado a un callejón sin salida del que no se sabía cómo salir. Mientras tanto, no había más remedio que cubrir los huecos dejados por la partida en masa de los soldados del frente. Se pensó llamar para reeemplazarlos, al menos en parte, a los voluntarios de la retaguardia. La guarnición de Petrogrado dio su contingente.
A estos voluntarios consideró necesario alentar personalmente el jefe del Gobierno dirigiéndoles un discurso de circunstancias. Penoso deber para Lenin. En lugar de saludar el retorno de las tropas, libres por fin del abrazo de la guerra, tenía que exhortar a los hombres, como si fuera un Kerenski, a cumplir su deber militar como soldados valientes y disciplinados. "Debemos mostrar —les dijo— que somos una fuerza que sabrá vencer todos los obstáculos en el camino de la revolución mundial. Que los camaradas que se van a las trincheras sostengan a los débiles, a los vacilantes, y que alienten con su ejemplo a los desfallecientes. Los pueblos de Europa están despertando ya, están escuchando el ardiente llamado de nuestra revolución, y pronto dejaremos de estar solos, cuando las fuerzas proletarias de los demás países se unan a las nuestras."
Ha terminado. El aire retumba de aclamaciones. La orquesta ataca La Internacional. Los jóvenes guerreros acompañan a Lenin hasta su automóvil, donde se sienta entre Platten, recientemente llegado de Suiza, y su hermana María. El automóvil arranca. Suenan varios tiros de fusil. "¿Qué ocurre?", pregunta Lenin, sorprendido, a su chófer. "No es nada —respondió éste—: un neumático que acaba de reventarse", y acelera bruscamente la marcha del auto. En ese mismo instante, Platten, agarrando brutalmente la cabeza de Lenin, lo empuja al fondo mientras las balas agujerean el cristal de la ventanilla.
¿Quién había disparado? El comunicado oficial publicado con ese motivo atribuyó el atentado de que estuvo a punto de ser víctima Lenin a "terroristas contrarrevolucionario". No se podía, desde luego, calificar de otra manera a sus autores. Pero esa denominación carecía de precisión. Más tarde se supo que tres oficiales del batallón de los voluntarios honrado con la visita del presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo habían sido detenidos por haber participado en ese complot. ¿Tuvieron cómplices? ¿Quiénes eran éstos? Jamás se pudo saber.
En todo caso, para Lenin la cosa estaba clara. Matándolo a él, querían matar a la revolución. La tentativa no había tenido éxito. Pero indudablemente iba a ser repetida. Había que estar preparado, por tanto, para responder al terror con el terror. Quizá ese día supo comprender mejor por qué los revolucionarios franceses se habían visto obligados a enviar a la guillotina a tantos "hombres desarmados".
El día siguiente, Lenin reunía a sus colaboradores del Gobierno para leerles el proyecto que acababa de redactar de una Declaración de los derechos del pueblo de los trabajadores y de los explotados, destinado a ser presentado a la Asamblea Constituyente, cuya apertura debía celebrarse tres días más tarde. Ese texto era, condensado en cuatro páginas de una escritura fina, el pensamiento y la obra de toda su vida, la conclusión lógica y triunfante de ese programa de un partido que no existía todavía más que en su cabeza, trazado unos veinte años antes, con tinta química, en la celda de su prisión.
Una vez llegado a la cúspide del poder, quería, inspirándose en el ejemplo de la Francia revolucionaria, colocar a la cabeza de la futura Constituyente del Estado socialista, victorioso gracias a él, un preámbulo solemne. Agrupadas en cuatro secciones, se suceden fórmulas netas y categóricas, que son otros tantos golpes asestados a las ruinas de un régimen roto.
"Rusia es declarada República de los Soviets de los obreros, soldados y campesinos.
Todo el poder pertenece a los Soviets.
La República rusa se constituye sobre la base de una unión libre de naciones libres.
Asignándose la tarea de suprimir cualquier explotación del hombre por el hombre, de eliminar radicalmente la división de la sociedad en clases, de reprimir implacablemente la resistencia de los explotadores, de establecer una organización soviética de la sociedad y de conseguir la victoria del socialismo en todos los países, la Asamblea Constituyente declara:
Toda la tierra pertenece al pueblo que trabaja.
Queda confirmada la ley sobre el control obrero de las empresas, considerada como el primer paso hacia la entrega total de las fábricas, minas, transportes, etc., en manos del Estado obrero y campesino.
Queda confirmada la ley sobre la entrega de los Bancos en manos del Estado obrero y campesino, considerada como una de las condiciones para liberar a las masas trabajadoras del yugo del capital.
Queda introducido, a fin de extirpar a los elementos parásitos de la sociedad, el servicio del trabajo obligatorio para todos.
A fin de garantizar a las masas trabajadoras la plenitud de su poderío e impedir cualquier tentativa de restablecimiento del poder de los explotadores, se decreta armar a los trabajadores, formar el ejército rojo socialista de los obreros y campesinos, y el desarme total de las clases poseedoras.
Firmemente resuelta a liberar a la humanidad de las garras del capitalismo y del imperialismo, que han inundado de sangre la tierra en el curso de la más criminal de las guerras, la Asamblea Constituyente aprueba plenamente la publicación de los acuerdos secretos emprendida por el Gobierno soviético, la fraternización en el frente y la conclusión por medios revolucionarios, a toda costa, de una paz democrática, sin anexiones ni indemnizaciones.
La Asamblea Constituyente felicita al Consejo de los Comisarios del Pueblo por haber proclamado la independencia de Finlandia, por haber concedido a Armenia el derecho de disponer libremente de su destino y haber ordenado la retirada de las tropas rusas de Persia.
Al mismo tiempo que garantiza al poder soviético su pleno y total apoyo, la Asamblea Constituyente estima que su propia tarea se limita a sentar las bases de la edificación socialista de la sociedad y de la organización federativa de las repúblicas soviéticas rusas".
La lectura de esta declaración, adoptada por unanimidad, parece haber impresionado profundamente al auditorio. Steinberg, que acababa de ser nombrado comisario del pueblo para la Justicia en virtud del acuerdo concertado entre los socialistas-revolucionarios de izquierda y Lenin, y que estaba presente en la sesión, escribía más tarde : "Todos estábamos muy exaltados. El despacho donde estaba reunido el Gobierno era estrecho e incómodo, pero todos nos sentíamos engrandecidos."
Un sordo rumor los sacó de ese estado extático. Era como si un ruido de botas retumbara en el fondo del corredor. "Todos levantamos la cabeza sorprendidos —cuenta Steinberg—. Bruscamente la puerta se abrió con violencia y una multitud de guardias rojos y de marineros irrumpió en la habitación, precipitándose hacia la ventana. Nos levantamos estupefactos, Lenin palideció." Es fácil comprender la emoción de Lenin. Debió creer, sin duda, que se trataba de un nuevo atentado perpetrado contra él a sólo cuarenta y ocho horas del primero. Los hombres iban armados hasta los dientes y arrastraban tras ellos, con estruendo, una ametralladora. "No tengáis miedo, camaradas —gritó alguien—. Es un ensayo."
Era el "jefe de los servicios administrativos del Consejo de los Comisarios del Pueblo", Bontch-Bruevitch, una vieja amistad de Lenin, quien mostrando demasiada indulgencia con el que lo había nombrado para tan delicado cargo, llegó un instante después y explicó, riendo de buena gana: "He dado la señal de alerta para ver cómo seríamos defendidos en caso de ataque."
El celoso jefe de los servicios administrativos tenía sus razones para proceder a ese "ensayo por sorpresa". Cuanto más se acercaba el día de la apertura de la Constituyente, más agitada parecía la opinión pública. Corrían rumores de que iba a estallar una nueva revolución, esta vez bajo la égida de la Asamblea Constituyente, que barrería al Gobierno bolchevique y restablecería el régimen democrático. Kerenski, que había regresado a Petrogrado, se proponía, según se decía, presentarse ante los representantes del pueblo ruso elegidos por sufragio universal para poner solemnemente en sus manos el poder que ostentaba como presidente del Gobierno provisional legalmente nombrado. Todos los "republicanos", todos los "verdaderos amigos de la libertad" eran invitados a levantarse y a trasladarse en masa hacia el Palacio de Táuride, el 5 de enero, a fin de proteger a la alta asamblea contra cualquier violencia que pudieran intentar contra ella los "usurpadores bolcheviques". Lograron arrastrar al movimiento a un cierto número de fábricas. Los cadetes estaban preparados para tomar las armas. Las tropas de la guarnición, en su mayoría, parecían dispuestas a observar una especie de neutralidad en caso de eventual conflicto entre la Constituyente y el Gobierno de los soviets. El partido bolchevique, por su parte, no estaba inactivo. El Comité de la organización de Petrogrado dirigía reiterados llamamientos a los obreros, conminándolos a no dejarse influir por "las bandas contrarrevolucionarias a sueldo de los banqueros "cadetes y de los generales kornilovistas". El Gobierno adopta severas medidas para impedir cualquier manifestación pública el día de la apertura de la Constituyente. Diversas barreras cerrarían el acceso de las calles que conducen al Palacio de Táuride.
La sesión se abrió a las cuatro de la tarde. La elección del presidente reflejó en seguida la fisonomía política de la Asamblea. El jefe de los socialistas-revolucionarios de derecha, Chernov, fue elegido en la primera vuelta por 244 votos contra la joven socialista-revolucionaria de izquierda María Spiridonova, candidata de su partido y de los bolcheviques, que no reunió más que 151 votos. La relación de fuerzas quedaba definitivamente fijada desde ese momento: los socialistas-revolucionarios de derecha eran los amos de la Constituyente.
Chernov, con aire de satisfacción, empezó su discurso, como siempre, dulzarrón y difuso, a base de frases monótonas y muy bien redondeadas. Lenin había tomado asiento en el palco de los ministros, a la izquierda de la tribuna presidencial. Según Bontch-Bruevitch, parecía sumamente emocionado. "Su rostro era de una palidez mortal —asegura éste—. Se sentó, con las manos nerviosamente crispadas, y empezó a recorrer la sala con unos ojos repentinamente inmensos y flameantes."
En realidad, ese testimonio no inspira gran confianza. Aunque en el fondo era un buen hombre, muy servicial, este antiguo gentilhombre convertido en celoso bolchevique se dejaba llevar demasiado frecuentemente por su imaginación, que le sugería imágenes y comparaciones terroríficas si no absurdas. ¿No había llegado a descubrir una analogía entre las dificultades que habían suscitado a Lenin las jornadas de julio y la Pasión de Cristo?... Permítaseme recurrir a un testigo más discreto, un diputado bolchevique medio, Mechteriakov, que no había cesado un instante de observar a Lenin.
Sesión de apertura de la Asamblea Constituyente
El discurso de Chernov parece haberle aburrido medianamente. Empezó por sacar un periódico y, desplegándolo demostrativamente, simuló estar sumido en su lectura. Luego se levantó y fue a sentarse en las escaleras de la tribuna presidencial cubiertas con un tapiz. "Tengo ante mis ojos toda la vívida silueta del camarada Lenin —escribe Mechteriakov en 1925—. Primero se puso a escribir algo, luego se quedó cómodamente tumbado sobre las escaleras. Tan pronto se reía como parecía mortalmente aburrido." Finalmente, desapareció de la sala.
Lenin se retiró al salón donde se reunían antaño los ministros del zar y sacó la conclusión. No había la menor duda posible: nada se podía sacar de esa Asamblea. No quedaba más que liquidarla, evitando, en la medida en que lo permitían las circunstancias, choques e incidentes superfluos. Natanson y sus amigos, que se habían reunido con él, se mostraron de acuerdo. Se abordó la discusión del problema: cómo proceder para llevar a cabo la operación "sin dolor".
Mientras tanto, Bujarin, en nombre del partido bolchevique, exigía en su discurso apasionado que la Asamblea, antes de pasar al orden del día, adoptara la Declaración de los derechos redactada por Lenin. Su proposición fue rechazada por 237 votos contra 146. Por segunda vez los socialistas-revolucionarios de derecha daban a entender a sus adversarios que era inútil luchar contra ellos.
La izquierda, derrotada, pidió y obtuvo una suspensión de la sesión. Bolcheviques y socialistas-revolucionarios de izquierda fueron juntos a ver a Lenin. "Nos abordó jovialmente —escribe Steinberg— diciendo: "Bueno, ya ven ustedes. La situación está clara y ahora podemos separarnos de ellos." Finalmente todo el mundo estuvo de acuerdo: no podía haber otra solución. Raskolnikov fue encargado de volver al salón de sesiones para leer una declaración destinada a justificar la resolución adoptada por su partido y salida, naturalmente, de la pluma de Lenin. "La mayoría contrarrevolucionaria de la Asamblea Constituyente —decía— no hace más que seguir el ejemplo de las que la han precedido. Tiende ostensiblemente a colocar en oposición a la Constituyente y al Gobierno de los obreros y de los campesinos. Abandonamos la Asamblea porque no queremos compartir un solo instante la responsabilidad de los crímenes que están cometiendo los enemigos del pueblo."
Raskolnikov tomó el papel y dio unos pasos hacia la puerta. Sus camaradas quisieron seguirle. Lenin los detuvo en seco. "¿Dónde van ustedes?", exclamó. ¿No comprenden ustedes que si vuelven a la sala para asistir a la lectura de la declaración, y para abandonar luego en masa la sesión, su salida excitará a tal punto a los soldados y marineros de la guardia que aniquilarán en seguida a todos los socialistas-revolucionarios de derecha y mencheviques hasta el último hombre?"
"Muchos —cuenta Mechteriakov— no compartieron su opinión. Hubo necesidad de un segundo discurso, muy enérgico, de Lenin, para hacerles renunciar a su proyecto. En efecto, la declaración produjo enorme impresión en los soldados. Es indudable que si hubiera ido seguida de la salida colectiva de los diputados bolcheviques, los socialistas-revolucionarios no habrían sido perdonados." Y a continuación se pregunta : "¿Saben esos enemigos que le deben la vida a Lenin?"
Alguien le preguntó a Lenin:
—¿Pero qué van a hacer cuando se queden solos?
—Continuar su charla —respondió él.
—¿Pero hasta cuándo? —volvió a preguntar el bolchevique.
—Hasta que se cansen —anunció flemáticamente Lenin dirigiéndose hacia la salida—. Nosotros, ya nada tenemos que hacer aquí." [24]
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[24]. Antes de salir del Palacio de Táuride, Lenin firmó esta nota: "Ordeno a los camaradas soldados y marineros que se abstengan de cualquier violencia contra los miembros contrarrevolucionarios de la Asamblea Constituyente y que los dejen salir a todos libremente del Palacio, no dejando entrar ya a nadie sin autorización especial." Al enterarse de que el comandante de la guardia del Palacio de Táuride, Dybenko, había encargado a uno de sus ayudantes, el marinero Jelesniakov, que expulsara manu militari a los diputados que seguían reunidos, exigió la anulación inmediata de esa orden. Una vez partido Lenin, el marinero preguntó a su jefe: "¿Qué me sucederá si no cumplo la orden del camarada Lenin?" El otro responde : "Empiece por echar a los diputados. De lo demás ya hablaremos mañana." Así se hizo. A eso de las cuatro y media de la madrugada, Jelesniakov se presentó en la tribuna presidencial y anunció a Chernov que era hora de vaciar el lugar, pues el servicio de la guardia estaba muy fatigado. Chernov discutió por pura forma unos instantes, y a las 4.40 declaró levantada la sesión. La salida de los diputados se llevó a cabo sin incidentes.