La tarea fundamental de la revolución burguesa se reduce a conquistar el Poder y ponerlo en consonancia con la economía burguesa existente;

Mientras que la tarea fundamental de la revolución proletaria consiste en construir, una vez conquistado el Poder, una economía nueva, la economía socialista.
AMAUTA Revista Socio - Politica
 


CAPITULO IV

Stalin, comisario para las nacionalidades

Stalin entró a formar parte del primer Gobierno soviético (Consejo de Comisarios del Pueblo, como se le llamó) y se encargó de la cuestión de las nacionalidades. Resulta difícil imaginar hoy, a tantos años de distancia, las condiciones de precariedad y de falta de medios en las cuales tuvieron que desenvolverse aquellos primeros órganos del nuevo Poder revolucionario. E1 concepto de «ministerio» evoca la imagen de grandes edificios, largos pasillos y amplios despachos llenos de funcionarios. Pero los bolcheviques comprobaron muy pronto la exactitud de la afirmación de Marx según la cuál el Estado proletario tiene que crearse sobre la base de la destrucción hasta los cimientos del viejo Poder estatal. Casi ninguno de los viejos funcionarios estaba dispuesto a colaborar. No había  dinero. Los cuadros del Partido no tenían ninguna experiencia en asuntos de gobierno. La contrarrevolución aún no había  sido aplastada y el país estaba sumido en el caos.

 Pestkovsky, que fue colaborador de Stalin en este periodo, nos cuenta así su primer encuentro con el nuevo Comisario:

«-Camarada Stalin -dije- ¿eres el Comisario del Pueblo para los asuntos de las nacionalidades?
-Si.
-Pero, ¿tienes un Comisariado? No.
-Bueno, entonces yo te haré un Comisariado.
-Magnifico, ¿qué necesitas primero? De momento me basta una credencial».

 Pestkovsky acabó encontrando en una habitación del Smolny una mesa y dos sillas vacías. Las arrimó a la pared y colgó un cartel escrito que decía: «Comisariado del Pueblo para los Asuntos de las Nacionalidades». Así había  nacido el Comisariado.

 La cuestión de las nacionalidades, en la Rusia de finales de 1917, era una de las cuestiones más delicadas y de acuciante importancia política. La Revolución de febrero había  tenido un profundo reflejo en las regiones de la periferia del país: «Las nacionalidades de Rusia, oprimidas y explotadas durante siglos por el viejo régimen se sintieron fuertes por primera vez y se lanzaron al combate contra los opresores... En un abrir y cerrar de ojos las regiones de la periferia de Rusia cubriéronse de instituciones ‘comunes a toda la nación’. A la cabeza del movimiento marchaba la intelectualidad nacional democrático-burguesa. Los «consejos nacionales» en Letonia, en el territorio de Estonia, en Lituania, en Georgia, en Armenia, en el Azerbaiján, en el Cáucaso del Norte, en Kirguizia y en la región central del Volga; la Rada en Ucrania y en Bielorrusia; el Sfatul-Tseri en Besarabia; el Karultai en Crimea y en Bashkiria, el Gobierno autónomo en el Turkestán: he aquí las instituciones comunes a toda la nación en torno a las cuales agrupaba sus fuerzas la burguesía nacional». Esta larga lista nos da idea del nivel de desintegración hacia el cual la Revolución de febrero había  llevado al imperio zarista. «El derecho de las naciones a la autodeterminación se interpretaba como el derecho de la burguesía nacional de las regiones de la periferia a tomar en sus manos el poder y a aprovecharse de la Revolución de febrero para crear `sus' Estados nacionales».

 Las repúblicas embrionarias que nacieron con la Revolución de febrero entraron en contradicción con el Gobierno Provisional central. Este Gobierno tenía un carácter imperialista y perseguía una política de expansión y conquista cuyo objetivo era de extender aún más el Imperio ruso. Por ello entró en contradicción aguda con los movimientos nacionalistas de la burguesía que aspiraban a la independencia.

 Con la Revolución de Octubre la situación y la naturaleza de las contradicciones cambió por completo. La burguesía de las nacionalidades siguió insistiendo en sus propósitos separatistas, pero ya no se trataba de separarse de la Rusia imperialista. El movimiento separatista perseguía ahora la separación de las regiones periféricas de la Rusia revolucionaria. A través del separatismo, basándose en el sentimiento nacional que era muy vivo entre las masas de las nacionalidades oprimidas de Rusia, la burguesía de esas nacionalidades trataba de levantar un dique ante el avance de la revolución y de salvar sus propios privilegios. El imperialismo alemán (no hay que olvidar que la Revolución de Octubre se produce mientras Rusia está en guerra con Alemania), acudió en apoyo de los gobiernos burgueses de las nacionalidades. Cuando Alemania fue derrotada, y aún antes la Entente hizo lo mismo para tratar de derrocar al Gobierno soviético. Además, los exponentes políticos del régimen derrotado, incluidos los mencheviques y los eseristas, unidades del Ejército que  habían permanecido fieles al viejo régimen acabaron concentrándose en aquellas regiones que, por ser las de menos presencia obrera y por la fuerza del nacionalismo, eran las más débiles del régimen soviético.

 Esto explica la situación política y militar de la guerra civil con un Poder bolchevique sólidamente asentado en el centro y una periferia que a menudo se escapaba a su control, en manos de los Guardias blancos, del imperialismo extranjero, de los mencheviques o de los nacionalistas.

 Como se ve, la cuestión nacional, después de la Revolución de Octubre, tenía implicaciones directas con la cuestión militar, implicaciones que se agudizaban por el hecho de ser, algunas de estas regiones, los principales abastecedores de trigo, de carbón y de petróleo.

 ¿Cual fue la posición del Partido de cara a esta importantísima cuestión? Stalin dejo claro que “el Poder soviético no podía, sin hacer violencia a su naturaleza, mantener la unidad con los métodos del imperialismo ruso” Los bolcheviques siempre  habían defendido el principio de la autodeterminación y admitían el derecho a la separación de las distintas nacionalidades. Pero por autodeterminación entendían autodeterminación del pueblo, es decir, fundamentalmente de los obreros y de los campesinos de las nacionalidades. Autodeterminación significaba sobre todo y en primer lugar, autodeterminación par parte de los Soviets de las nacionalidades que representaban a las masas obreras y campesinas. La burguesía de las nacionalidades entendía por “autodeterminación” fundamentalmente el reconocimiento de la independencia de los gobiernos burgueses que ella misma había  creado unilateralmente después de la Revolución de febrero. Esa misma burguesía se dedicó, a partir de octubre y con el apoyo del imperialismo extranjero, a reprimir ferozmente a los Soviets y a los bolcheviques de las nacionalidades.

 De cara al problema de la Rada de Ucrania el 12 de diciembre Stalin declaraba que el Poder soviético estaba «dispuesto a reconocer como república a cualquier región nacional de Rusia, si lo desea así la población trabajadora de la región interesada. Está dispuesto a reconocer la estructura federativa para la vida política de nuestro país si lo desea así la población trabajadora de las regiones de Rusia. Ahora bien, cuando se confunde la república popular con la dictadura militar de Kaledin, cuando el Secretariado General de la Rada intenta presentar a los monárquicos Kaledin y Rodzianko como pilares de la República, el Consejo de Comisarios del Pueblo no puede por menos de decir que el Secretariado General juega a la República, encubriendo con tal juego su plena supeditación a los ricachones monárquicos. Somos partidarios de la República Ucraniana, pero nos oponemos a que se encubra con la bandera de la República a los enemigos, jurados del pueblo».

 La bandera de la “autonomía” -la concepción burguesa de “autonomía”- se convertía en la bandera de la burguesía contrarrevolucionaria de las nacionalidades. En el Cáucaso los «Consejos Nacionales» inspirados por Zordana masacraban a los campesinos que reclamaban la tierra, fusilaban a los bolcheviques, se unían en una alianza de hierro con los terratenientes y los generales zaristas. Lo mismo sucedía en las demás regiones del inmenso país cuyos cimientos  habían sida sacudidos por la insurrección bolchevique.

 Stalin, al frente del Comisariado para las Nacionalidades, tuvo que abordar la compleja tarea de evitar que las masas populares de las nacionalidades fueran arrastradas por sus sentimientos patrióticos a remolque de sus propias burguesías reaccionarias. Hubo que compaginar el respeto del principio de autodeterminación con la lucha a muerte contra tales burguesías. Para lograrlo hubo que dedicar un gran esfuerzo a impulsar el movimiento obrero y campesino, sobre todo en las regiones más atrasadas del país para lograr que, sobre la base de la lucha de clases, se produjera un claro deslindamiento de campos en el seno mismo de las sociedades nacionales. Fue una tarea dura y difícil que hubo que cumplir entre graves obstáculos y dificultades.

 Kámenev y Zinoviev se  habían reincorporado al C.C. en el momento de la insurrección. Pero, inmediatamente después del poder, suscitaron graves problemas en el Comité Central y en el Gobierno Soviético. El Consejo de los Comisarios del Pueblo había  sido formado por el II Congreso del Soviet y se declaraba responsable frente al nuevo Comité Ejecutivo Central, también nombrado por el Congreso. Lenin había  propuesto a los socialistas revolucionarios de izquierda de entrar a formar parte del nuevo Gobierno, pero éstos no  habían aceptado, alegando que solamente se integrarían en un Gobierno de coalición integrado por todos los partidos “socialistas”. Lenin opuso una negativa terminante a esta pretensión, pues sabia perfectamente que los mencheviques y los eseristas de derechas eran unos agentes empedernidos del imperialismo,  habían sido los principales enemigos de la insurrección e intrigaban en contra del Poder soviético.

 Los primeros días después de la insurrección de Petrogrado fueron particularmente difíciles. Los bolcheviques aún no se  habían adueñado del poder en Moscú y Kerenski había  logrado reunir unas cuantas unidades militares con las cuales amenazaba la capital. Los mencheviques y los eseristas comenzaron a chantajear al Gobierno revolucionario, alegando que se trataba de un Gobierno puramente bolchevique y no «soviético». El día 29 el Vikzel, es decir, el Comité Ejecutivo del Sindicato de los Ferroviarios, dominado por los oportunistas, lanzó un comunicado en el que se admitía que “el Gobierno Kerenski ha sido incapaz de mantener el poder” pero se añadía que “el Consejo de Comisarios del Pueblo formado en Petrogrado con el apoyo de un sólo Partido no puede ser reconocido y apoyado por todo el país”. El comunicado afirmaba que se necesitaba un Gobierno que tuviera la confianza de todos los “demócratas”.

 Ante este chantaje, Kámenev y otros miembros del C.C. vacilaron. En la reunión del día 29 (en la cual Lenin y Stalin estaban ausentes) el C.C. aprobó una decisión en la cual se aprobaba la ampliación del Gobierno y el ingreso en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de los oportunistas y de los representantes del Vikzel. Kámenev dio comienzo a unas negociaciones con los oportunistas.

 Lenin se opuso enérgicamente a esta política de concesiones. Dijo abiertamente que algunos miembros del C.C. vacilaban ante las dificultades, que era inconcebible considerar a eseristas y a mencheviques como «demócratas» y «socialistas», dijo que se trataba de agentes de la reacción que estaban tratando de debilitar el Poder soviético, que trataban de introducirse en el Gobierno como un caballo de Troya. Dijo que había  que interrumpir toda clase de negociación, que el Gobierno bolchevique era un Gobierno soviético legítimo porque había  sido elegido en el Congreso de los Soviets, que el Vikzel era un sindicato oportunista y que lo fundamental era que las masas apoyaban al Gobierno soviético. Buscar el apoyo de los oportunistas era un absurdo. Concluyó su intervención con estas palabras: “Hemos propuesto al Vikzel de transportar las tropas a Moscú. Se ha negado. Tenemos que dirigirnos a las masas y ellas lo derrocarán».

 Pero Trotski logró que la proposición de Lenin fuera rechazada. Comenzó proponiendo que la “oposición” ingresara en el Gobierno en una proporción del 25 por 100. Logró también que el C.C. decidiera seguir negociando con el Vikzel «para desenmascararle» Como siempre Trotski adoptaba una posición “intermedia”, conciliadora.

 Pero al día siguiente Lenin ganó en toda la línea. El C.C. adoptó una resolución en la cual se afirmaba que: «la oposición que se ha formado en el interior del Comité Central se ha apartado integralmente de todas las posiciones fundamentales del bolchevismo y, en general, de la lucha proletaria de clases» y que «el C.C. confirma que es imposible renunciar a un Gobierno puramente bolchevique sin traicionar la consigna de ‘Todo el poder a los soviets’, puesto que la mayoría del II Congreso Panruso de los Soviets, sin ninguna exclusión, ha entregado el poder a este Gobierno».

 El 3 de noviembre la mayoría del Comité Central, de la cual formaba parte Stalin, lanzó un ultimátum a la minoría instándola a someterse a las decisiones del Comité Central. En respuesta, la minoría (Kámenev, Zinoviev, Rykov, Milyutin y Noghin) dimitió del Comité Central, afirmando que no podía asumir la responsabilidad de una “política desastrosa» y que se reservaban el derecho de decir toda la verdad a las masas sobre la base de su consigna de « ¡Viva el Gobierno de todos los partidos soviéticos!».

 Los «cinco» afirmaban que «sin un acuerdo con los demás partidos socialistas existe un único camino: el mantenimiento de un Gobierno puramente bolchevique sobre la base del terror político».

 En realidad, Kámenev y Zinoviev seguían sin estar convencidos de la posibilidad, por parte de los bolcheviques, de mantener el poder. Las mismas vacilaciones que  habían tenido en vísperas de la insurrección las mantuvieron después. Seria un error, sin embargo, pensar que las contradicciones en el seno del Comité Central fueran divergencias tácticas, de apreciación de la situación y que la diferencia estribaba en que Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central tenían simplemente una mayor confianza en la solidez del nuevo Gobierno soviético, etc. Evidentemente existía este elemento. La obsesión de los «cinco» en pedir un acuerdo con los oportunistas reflejaba una incomprensión absoluta de la situación que se había  creado, del desprestigio de los oportunistas y de la fuerza que el apoyo de las misas proporcionaba al Poder soviético. Pero, por encima de todo ello existía una contradicción sobre una cuestión de principio, es decir, sobre la cuestión de la naturaleza de la política de los partidos revisionistas.

 Muchos años después, Stalin escribiría:

« ¿En qué consiste la regla estratégica fundamental del leninismo?
Consiste en reconocer:

1) que cuando se avecina un desenlace revolucionario, los partidos conciliadores constituyen el más peligroso apoyo social de los enemigos de la revolución.
2) que es imposible derribar al enemigo (al zarismo o a la burguesía) sin aislar a estos partidos.
3) Que por ello en el período de preparación de la revolución, los principales golpes deben dirigirse a aislar a estos partidos, a separar de ellos a las grandes masas trabajadoras».

En esto estriba la divergencia. Kámenev y Zinoviev en el mes de octubre se  habían opuesto a la insurrección alegando que, por agudizarse las contradicciones, mencheviques y eseristas se verían necesariamente arrastrados a apoyar la revolución. Este es el punto de vista que mantienen después de la insurrección. Lenin estaba en total desacuerdo con esto: su opinión era que los revisionistas eran agentes de la contrarrevolución y que al profundizarse la revolución les arrojaría cada vez más en brazos de la reacción. Se trataba, como se ve, de una divergencia de fondo, de principios.

 Las divergencias en el Comité Central se complicaron y se agudizaron ante el problema de la paz con Alemania. Rusia seguía estando en guerra con los alemanes. Por otra parte, los bolcheviques  habían conquistado el poder prometiendo al pueblo ruso la paz. Naturalmente, en línea de principio, la guerra, en caso de prolongarse, después de la insurrección tendría otro carácter. Si los alemanes se empeñaban en seguir combatiendo para someter a Rusia, cabria la posibilidad de apelar al pueblo y llamarle a la guerra revolucionaria, para defender el poder recién conquistado. Pero, en primer lugar había  que entablar inmediatas negociaciones de paz con el enemigo; se trataba de un primer paso imprescindible para aclarar, ante el pueblo ruso y el mundo, que el gobierno soviético deseaba, por todos los medios posibles, acabar con la guerra.

 Además Lenin estaba convencido de que era necesario hacer todo esfuerzo posible para lograr que las negociaciones da paz alcanzarán su objetivo. Por ello opinaba que había  que hacer cualquier concesión y aceptar las condiciones que los alemanes presentaran, por duras que fueran estas condiciones. Lenin veía claramente que seguir la guerra con Alemania constituía un auténtico suicidio. El nuevo poder no se había  consolidado. El ejército seguía siendo el viejo ejército y aún no se había  realizado en él una profunda depuración. Pero, sobre todo, los soldados estaban cansados de luchar. Sin duda la clase obrera hubiera respondido a un llamamiento del Partido y se hubiera sumado a la guerra revolucionaria. Pero los campesinos no lo harían. Y en la estrategia leninista, el apoyo de los campesinos constituía el elemento clave. Lenin veía claramente que el proletariado mantendría el poder a condición de conservar el apoyo del campesinado, y los campesinos querían ardientemente la paz. Hacer la paz significaba conservar la alianza obrero-campesina.

 El 9 de noviembre Lenin se dirigió telefónicamente a Dukhonim, jefe del Estado Mayor del Ejército y le pidió entablar inmediatas negociaciones de paz. Stalin se encontraba junto a él. Dukhonim opuso una negativa afirmando que «el nuevo gobierno no gozaba del apoyo popular.». La respuesta de Lenin fue inmediata: «En nombre del Gobierno de la República rusa y par orden del Consejo de los Comisarios del Pueblo, le destituyo por desobedecer al Gobierno y porque su conducta causa perjuicios incalculables a las masas trabajadoras de todos los países y sobre todo a los ejércitos». Stalin cuenta: «El momento era terrible... Recuerdo que, después de haber permanecido un segundo en silencio frente al aparato, Lenin se levantó y su cara estaba iluminada por una luz interior. Se veía que había  tomado su decisión».

 Una hora más tarde Lenin y Stalin se dirigían con un llamamiento «a todos los soldados, a todos los marineros». En el llamamiento se decía: «Soldados, la causa de la paz está en vuestras manos. No permitáis a los generales contrarrevolucionarios de comprometer esta gran causa...» También se pedía que «los regimientos que mantienen las Posiciones en las trincheras elijan inmediatamente representantes plenipotenciarios para comenzar negociaciones oficiales de armisticio con el enemigo».

 Este llamamiento permitió a Lenin y Stalin desbaratar la resistencia y las maniobras contrarrevolucionarias del Alto Estado Mayor y reforzar las posiciones bolcheviques en la dirección del Ejército. De esta forma se crearon las condiciones para entablar negociaciones con el imperialismo alemán. Trotski fue encargado de dirigir las negociaciones.

 Pero el 10 de febrero de 1918 Trotski interrumpió unilateralmente las negociaciones. Trotski tenía orden de aceptar las condiciones alemanas, por duras que éstas fueran. Pero cuando tales condiciones -muy duras en efecto fueron presentadas, Trotski declaró que el Gobierno Soviético no las aceptaba y que, aunque la paz no se había  firmado, Los bolcheviques desmovilizarían el Ejército.

 ¿A qué se debía esta posición de Trotski? Sobre la cuestión de la guerra con Alemania se  habían formado en el Partido tres posturas. De la posición de Lenin y Stalin ya hemos hablado. La segunda posición era la de Bujarin y de los llamados «comunistas de izquierda». Estos afirmaban que, ante la dureza de las condiciones alemanas, el Partido debía asumir la iniciativa de una guerra revolucionaria. Lenin y Stalin estaban terminantemente en contra de esta postura pues estimaban que la prosecución de la guerra llevaba inevitablemente a la ruptura de la alianza obrero-campesina. En cuanto a Trotski, su posición, como siempre «intermedia» era la de «ni guerra ni paz». Si los alemanes insistían en sus pretensiones, no había  que aceptarlas, pero tampoco había  que proclamar la guerra revolucionaria. El Gobierno soviético debía desmovilizar el Ejército y no oponer ninguna resistencia ante el avance enemigo. Ante esta actitud «pacifica» los proletarios de occidente se sublevarían, y los soldados alemanes reclamarían la paz. Esta posición de Trotski, absolutamente descabellada, reflejaba las profundas diferencias de principio existentes entre Trotski por un lado, y Lenin y Stalin por el otro, y representaba un anticipo de la posterior discrepancia acerca de la «construcción del socialismo en un solo país». Para Trotski, ante las dificultades de la revolución, la única y sola reserva estaba constituida por el proletariado europeo. Esta posición, que mantuvo además siempre con absoluta rigidez, le conducía, en los momentos de crisis, a conclusiones totalmente aberrantes como en el caso de la paz de Brest-Litovsk.

 Para Lenin y Stalin el reforzamiento y consolidación de la alianza obrero-campesina siempre constituyó la condición necesaria del éxito de la revolución. Para ellos, la revolución en Occidente, de la cual había  numerosos síntomas, constituía un importante factor de consolidación de la revolución soviética. Pero ante cualquier decisión particular siempre se negaron a «apostar», de una forma aventurera, sobre el estallido de la revolución en este o aquel país y adoptaron las decisiones políticas más adecuadas en el marco de la consolidación de la base social del poder soviético.

 Por ello, en las reuniones del Comité Central en la época de la paz de Brest-Litovsk, Lenin habla continuamente de que sus adversarios «juegan» a la guerra revolucionaria, de que no hay condiciones para ganar la guerra revolucionaria, basándose en las fuerzas internas de la revolución rusa y de que la revolución en Occidente era una posibilidad pero no una realidad en marcha.

 Stalin y Sverdlov apoyaron con fuerza las posiciones de Lenin. En una primera fase, Trotski logró que su tesis «intermedia» se impusiera en el C.C. Los resultados fueron desastrosos. A los pocos días de suspenderse las negociaciones, los alemanes desencadenaron una ofensiva en todo el frente y, como Lenin y Stalin  habían previsto, el Ejército ruso no logró oponer ninguna resistencia. En la reunión del C.C. del 18 de febrero Lenin dijo: «La historia dirá que vosotros habéis cedido la revolución. Podíamos haber firmado una paz que no hubiera amenazado en absoluto la revolución. No tenemos nada: en la retirada no lograremos siquiera volar lo que dejamos atrás». Y concluía con las siguientes palabras: «Es preciso proponer la paz a los alemanes». Stalin apoyó la propuesta de Lenin y añadió que a su juicio eran suficientes cinco minutos de fuego intensivo para que en el frente no quedara un sólo soldado ruso.

 Los bujarinistas y los trotskistas afirmaban que el firmar la paz no resolvería absolutamente nada y que, caso de hacerlo, la revolución se enfrentaría con toda una serie de ultimátums por parte de los alemanes, los cuales quebrantarían la paz y pretenderían imponer concesiones cada vez más duras.

 En la reunión del Comité Central del 23 de febrero Stalin dijo: «El suponer que no tendremos una tregua y que habrá continuos ultimátums significa pensar que en occidente no hay absolutamente ningún movimiento. Nosotros pensamos que el alemán no puede hacerlo todo. Además, nosotros confiamos en la revolución...». Esta afirmación de Stalin ilumina claramente la verdadera postura suya y de Lenin sobre la cuestión de la paz. Como se sabe, en los textos trotskistas la postura de los dirigentes bolcheviques partidarios de la paz ha sido interpretada siempre como un primer síntoma de «nacionalismo», de abandono de las posiciones del internacionalismo proletario y de la revolución mundial. Trotski y los suyos insisten constantemente en que ellos tomaban en consideración el «factor internacional». Pero está absolutamente claro que. Lenin y Stalin también tomaban en cuenta este «factor». Lo que pasa es que lo tomaban en cuenta dentro del marco de la concepción leninista del carácter desigual del desarrollo imperialista. Trotski, por su parte, concebía la revolución como algo que se produciría simultáneamente en todos los países europeos y menospreciaba la importancia de las contradicciones interimperialistas.

 Resultaba de ello, una valoración profundamente divergente de la situación ante la cual se encontraba la revolución rusa. Lenin opinaba que la revolución debía buscar una pausa («necesitamos estrangular a nuestra burguesía y para ello necesitamos tener libres las dos manos») y que era posible hacerlo firmando la paz con Alemania. Lenin y Stalin veían claramente que Alemania no podía «hacerlo todo» debido al movimiento obrero en la misma Alemania y a sus contradicciones con las demás potencias imperialistas. En el marco de esta concepción Lenin y Stalin enfocaban la revolución europea como un proceso dialéctico, contradictorio, con sus avances y retrocesos, de carácter desigual y en sucesivas etapas: por ello se opusieron vehementemente a una concepción infantil, mecanicista, totalmente metafísica, que veía la revolución europea como un enfrentamiento directo, frontal e inmediato entre el proletariado del continente europeo y el imperialismo considerado como un bloque monolítico. Una y otra vez Lenin insistió en que la relativa facilidad del triunfo bolchevique se debía a que se había  logrado romper el eslabón más débil de la cadena imperialista. Pero el imperialismo conservaba toda su fuerza. El proletariado europeo, a través de la revolución rusa victoriosa había  logrado abrir una brecha. Esa brecha debía ser mantenida y defendida. Ello era posible porque mediante la paz el Gobierno soviético podía consolidar su alianza con el campesinado pobre y porque el proletariado internacional y la guerra no dejaban las manos completamente libres al imperialismo.

 Según Trotski y sus acólitos, la línea a seguir era la de irrumpir directamente por esa brecha que se había  abierto, y atacar frontalmente las posiciones más fuertes del imperialismo. Para Lenin y Stalin esta eventualidad era concebible solamente si, efectivamente, la revolución se producía en Alemania: «Si Liebknecht ganara en las próximas dos o tres semanas -ello es posible- desde luego nos sacaría de todas nuestras dificultades. Pero sería simplemente una tontería, significaría transformar en un escarnio la gran consigna de la solidaridad internacional de los trabajadores, al decir al pueblo que Liebknecht ganará seguramente y necesariamente en las próximas semanas». Para Lenin y Stalin la revolución europea avanzaría por etapas y no era posible predecir exactamente el orden y el ritmo de estas etapas. Por ello, la revolución europea no podía concebirse como una ofensiva permanente e indiscriminada, en todos los frentes al mismo tiempo, en contra del imperialismo. Ellos (Lenin y Stalin) insistían en que, de seguir la línea de Trotski-Bujarin, el Partido se encontraría aislado, sin el apoyo de su base interna, enfrentado a un enemigo exterior poderosísimo, y correría el riesgo de una estrepitosa derrota. Esta derrota era segura si no se producía la revolución en Alemania, lo cual no podía asegurarse en absoluto.

 Las previsiones de Lenin y Stalin se vieron completamente confirmadas por el desarrollo de los acontecimientos. Tras la ruptura de las negociaciones de Brest-Litovsk, entre el 18 y el 24 de febrero, la ofensiva alemana logró un éxito total. Las tropas rusas huyeron desordenadamente sin casi oponer resistencia. Las tropas de los imperios centrales amenazaban Petrogrado, En la capital hubo que movilizar a 100.000 voluntarios en su defensa.

 El día 23 llegaron nuevas proposiciones alemanas para la paz. Estas condiciones, como Lenin había  previsto en el momento de la suspensión de las negociaciones por parte de Trotski, eran aún más duras que las anteriores: Rusia perdía Polonia, Lituania, Estonia, Letonia, Finlandia, parte de Bielorrusia, Ucrania, había  que ceder algunos territorios a Turquía, pagar 6.000 millones de marcos-oro y desmovilizar al Ejército. Como Lenin también había  previsto, el Partido, ante la evidencia de los hechos, se decidió a aceptar las tesis que él, junto con Stalin y Sverdlov, había  defendido en el Comité Central. Después de la firma de la paz se produjo una oleada de «dimisiones»: Bujarin dimitió del C.C., Trotski abandonó su puesto de Comisario para los Asuntos Exteriores.

 La cuestión de la paz de Brest-Litovsk no fue una cuestión, tal como la pintan algunos autores, de apreciación táctica o de valoración de las condiciones revolucionarias de Alemania. En realidad fue una batalla ideológica alrededor de la concepción leninista del «desarrollo desigual», una batalla que anunciaba nuevas luchas y nuevas contradicciones que se manifestaría en los años siguientes cuando resultó claro que la revolución en occidente no iba a tardar semanas o meses en producirse, sino años, e incluso muchos años.

 La conclusión de la paz de Brets-Litovsk suscitó descontento y temor entre los imperialistas de la Entente. Estos «temían que la conclusión de la paz entre Alemania y Rusia pudiera mejorar la situación militar alemana y empeorar la de los ejércitos de la Entente. Temían, además que la conclusión de la paz entre Rusia y Alemania reforzara la aspiración a la paz en todos los países, en todos los frentes y comprometiera así la causa de la guerra, la causa de los imperialistas. Ellos temían por fin que la existencia del poder soviético en el territorio de un inmenso país y sus éxitos internos, debidos al derrocamiento del poder de la burguesía, se convirtieran en un ejemplo contagioso para los obreros y los soldados de occidente». Los imperialistas de la Entente encontraron un aliado aún poderoso en todas las fuerzas reaccionarias de Rusia que se veían amenazadas por el nuevo poder de obreros y campesinos: capitalistas, terratenientes, kulaks, generales reaccionarios, nacionalistas burgueses, mencheviques, eseristas, etc., todos ellos comenzaron a conspirar en alianza con la reacción exterior. «La contrarrevolución en Rusia tenía cuadros militares y reservas humanas, sobre todo entre las capas superiores de los cosacos y entre los kulaks... Pero no tenia ni armas ni dinero. Los imperialistas extranjeros, por su parte, tenían dinero y armas, pero no podían utilizar en la intervención fuerzas militares suficientes, no solamente porque estas fuerzas les eran necesarias para la guerra contra Alemania y Austria, sino también porque podían resultar poco seguras en la lucha contra el poder soviético».

 Esta fue la base de la intervención exterior contra el poder de los soviets y el origen de la guerra civil.

 En diciembre de 1917 los imperialistas franceses e ingleses establecieron un acuerdo para repartirse la Rusia meridional en «zonas de influencia». La parte francesa comprendía Besarabia, Ucrania, Crimea y la cuenca del Donetz; la parte inglesa, el Cáucaso del Norte, Transcaucasia y Asía Central. En la primera mitad de 1918 comenzaron las hostilidades. Los japoneses desembarcaron en Vladivostok, restaurando el poder de la burguesía. Las fuerzas de la Entente en el norte, estableciendo un Gobierno de Guardias blancos, la dictadura del general Miller (al cual abrió paso un breve paréntesis de Gobierno pequeño-burgués compuesto de ex-diputados de la Asamblea Constituyente). En la zona del medio Volga el cuerpo del Ejército checoslovaco, que se había  formado durante la guerra con prisioneros checos y eslovacos, y al que se le había  autorizado volver a Francia a condición de entregar las armas y de regresar en pequeños grupos, tras juntársele muchos oficiales y junkers, se amotinó el 25 de mayo de 1918, se adueñó de Samara y formó un «Comité de la Asamblea Constituyente». Los generales Denikin y Kornilov, apoyados por oficiales cosacos, se adueñaron del norte del Cáucaso con el apoyo de los imperialistas anglo-franceses.

 Ante esta situación los imperialistas alemanes decidieron que no podían permanecer con los brazos cruzados. A pesar de la paz de Brest-Litovsk decidieron apoyar a los generales Krasnov y Mamontov, quienes se adueñaron de la región del Don. Los alemanes ocuparon también Ucrania y, junto a los turcos, Tiflis y Baku.

 A finales de 1918 la República soviética estaba completamente cercada. Las ciudades sufrían hambre y la producción se encontraba paralizada por falta de materias primas. La prensa imperialista hablaba de que el poder soviético estaba a punto de derrumbarse ante el poderío de sus adversarios y la pobreza de sus recursos.

 El Partido bolchevique movilizó todos sus medios para la guerra: La primera tarea fue la creación de un Ejército Rojo. En los dos primeros meses después de la Revolución de Octubre 100.000 hombres (esencialmente obreros revolucionarios) se  habían incorporado voluntariamente al Ejército. Pero esta cifra resultó absolutamente insuficiente ante los nuevos acontecimientos. Por ello, en mayo de 1918 se estableció el servicio militar obligatorio. De esta forma se logró que, bastante rápidamente, el Ejército alcanzara el millón de hombres. Se crearon los comisarios políticos para elevar la moral de los combatientes, educarlos políticamente y establecer un control del Partido. Se creó un Consejo de la Defensa Obrera, dirigido personalmente por Lenin, para resolver el problema de los abastecimientos (militares y civiles) que era absolutamente dramático. Como ya hemos observado, la contrarrevolución controlaba las zonas más ricas en recursos. La guerra civil, efectivamente, era una guerra de tipo moderno y el Ejército Rojo necesitaba armas modernas que solamente la industria podía producir. Pero la industria necesitaba materias primas. Las ciudades necesitaban trigo. La situación era dificilísima, casi desesperada.

 Fue para resolver un problema de abastecimientos que Stalin hizo su primera aparición en un frente de guerra. El 6 de junio de 1918 Stalin llegó a Tsaritsin (la futura Stalingrado) enviado por el Consejo de la Defensa Obrera, pero su misión adquirió pronto un carácter militar. Será la primera de una larga serie. Kaganovitch escribirá más tarde: «Allí, donde el Ejército Rojo flaqueaba, cuando las fuerzas contrarrevolucionarias acrecentaban sus éxitos, cuando la agitación y el pánico podían convertirse a cada instante en catástrofe, allí se presentaba Stalin. Pasábase las noches sin dormir, organizaba, empuñaba el mando, rompía resistencias, insistía y pasaba la curva, resolvía la situación». En los tres años de guerra Stalin se trasladará incesantemente de un frente a otro, en los momentos y situaciones de mayor peligro, resolverá las cuestiones más enrevesadas. En el curso de la guerra civil, Stalin se verá a menudo en la necesidad de hacer frente a importantes tareas de dirección militar y Lenin recurrirá a menudo a él, sobre todo a partir de los éxitos que cosechó en Tsaritsin.

 La ciudad de Tsaritsin tenía una gran importancia estratégica. La ciudad conectaba a la Rusia soviética con el bajo Volga y con el Cáucaso del norte. Por ello, para los «blancos» resultaba de gran importancia adueñarse de Tsaritsin, porque de esta forma podrían unificar el frente este, controlado por las unidades checoslovacas, y el meridional, controlado por Krasnov. De esta forma les sería posible lanzar una ofensiva contra Moscú y al mismo tiempo aislar a la capital de las fuentes de trigo y de petróleo.

 Un día después de su llegada, Stalin escribe a Lenin que ha encontrado en la ciudad «un desbarajuste increíble». La administración soviética y el Partido están en plena disgregación. En la ciudad pululaban elementos contrarrevolucionarios, envalentonados por el avance enemigo. Muchos de los mandos militares, compuestos en gran parte por ex-oficiales del Ejército zarista, han resultado ser unos traidores, dispuestos a pasarse con armas y bagajes al enemigo. Tampoco la tropa es muy segura. Se ha producido un viraje en el «mujik -que en octubre luchó por el Poder Soviético- contra el Poder Soviético (odia con toda su alma el monopolio cerealista, los precios fijos, las requisas, la lucha contra la especulación)». Algunas unidades son de composición cosaca y muchos elementos se han unido a ellas «para recibir armas, informarse del dispositivo de nuestras unidades y después desertar al campo de Krasnov, llevándose a regimientos enteros».

 El día 7 Stalin escribe a Lenin: «Expulso y amonesto a cuantos es preciso... Puedes estar seguro de que seremos implacables con todos, con nosotros mismos y con los demás, y que enviaremos cereales a toda costa. Si nuestros ‘especialistas’ militares (¡chapuceros!) no se hubieran dormido, ni hecho el vago, no habría quedado cortada la línea, y si se restablece, no será gracias a los militares, sino a pesar de ellos». La referencia a los «especialistas militares es una referencia a Trotski el cual, como veremos más en detalle, aplicaba una política de sistemática postergación de los cuadros militares comunistas en beneficio de los ex-oficiales zaristas.

 Tres días después, Stalin escribe a Lenin: «Métale en la cabeza [3] que, sin el conocimiento de la gente local, no se deben hacer nombramientos, que de otro modo se desprestigia al Poder Soviético». Y más adelante: «En el sur hay muchos cereales, pero, para conseguirlos se necesita un aparato bien organizado, que no tropiece con obstáculos por parte de los convoyes, de los jefes de los ejércitos, etc. aún más: es preciso que los militares ayuden a los agentes de abastos. La cuestión de abastos, lógicamente se entrelaza con la militar. En interés del trabajo, necesito atribuciones militares. He escrito ya a este respecto, sin recibir contestación. Muy bien. En tal caso, yo mismo destituiré, sin más formalidades, a los jefes de Ejército y comisarios que lo echan todo a perder. Así me lo dictan los intereses de la causa y, naturalmente, la falta de un pedazo de papel firmado por Trotski no me detendrá». Se trataba de una explicita petición de poderes en el plano militar, poderes que Stalin obtuvo a través de un telegrama del Consejo de Guerra Revolucionario de la República, firmado por Lenin, en el cual se le encargaba «restablecer el orden, organizar a los destacamentos en Ejército regular, nombrar una dirección justa, expulsar a todos los insubordinados».

 Cuando este telegrama llegó, la situación se había  hecho aún más grave porque los restos del Ejército Rojo de Ucrania  habían llegado a Tsaritsin, retrocediendo ante el avance alemán. Pero Stalin no se desanimó. Creó un Consejo Militar— Revolucionario y comenzó a limpiar el Estado Mayor, las unidades militares y la retaguardia de elementos contrarrevolucionarios, vacilantes o inseguros. Reforzó el mando y las unidades con probados comunistas. Unificó las unidades bajo una única dirección militar.

 Este último aspecto tiene mucha importancia. Como hemos visto en el telegrama de instrucciones, se le encargaba a Stalin de «organizar a los destacamentos en Ejército regular». Para entender el sentido de esta orden es preciso hacer una rápida mención del origen y de la génesis del Ejército Rojo. La cuestión tiene inmensa importancia para entender bien el carácter de las divergencias entre Trotski y Stalin sobre los asuntos de la dirección militar, cuestión que, como muchas otras, ha sido completamente tergiversada por el mismo Trotski.

 Las primeras operaciones militares en defensa del nuevo poder revolucionario, se realizaron inmediatamente después de la insurrección. Por lo general se trataba de acciones aisladas, realizadas por destacamentos que, integrados por obreros y soldados voluntarios, se desplazaban desde los centros urbanos hacia las provincias a fin de extender el poder de los soviets y para hacer frente a los primeros intentos contrarrevolucionarios que en esa fase tenían un carácter aislado y no coordinado, debido al derrocamiento del Gobierno de Kerenski y a la desaparición del Estado Mayor reaccionario. Estas unidades utilizaron ampliamente la guerra de guerrillas y se basaban para su acción en las masas. Algunos de los jefes de estos destacamentos adquirieron gran experiencia y mucho prestigio. Pero, a partir de la intervención extranjera, las unidades voluntarias se encontraron frente a frente con ejércitos centralizados, armados modernamente, dirigidos Por militares profesionales.

 La acción de destacamentos aislados de voluntarios ya no podía servir. Se necesitaba un Ejército regular revolucionario. Para ello se estableció el Servicio Militar obligatorio, a través del cual se reclutaron centenares de miles de hombres, y se decidió la fusión, en un único Ejército, de los viejos destacamentos.

 Esto último tropezó con no pocas dificultades. La mentalidad de muchos de los cuadros de estos destacamentos se había  amoldado a un estilo y a un método de acción de tipo independiente y no les fue fácil acostumbrarse a las nuevas circunstancias. Por otra parte, el reclutamiento se había  realizado en gran parte cuando aún prevalecía la vieja línea y ello se reflejaba en la composición de los destacamentos. En muchos escritos de la época se pueden leer afirmaciones acerca de la necesidad de ir superando el «espíritu de guerrilleros». En realidad sobre esta cuestión se formó en esta época en el Partido una verdadera corriente de oposición, en lo fundamental vinculada a los «comunistas de izquierda» y que se denominé «oposición militar». La «oposición militar» negaba la necesidad de crear un Ejército Rojo centralizado, afirmaba que la lucha contra los «blancos» podía realizarse utilizando la guerra de guerrillas, que se necesitaba un «Ejército guerrillero». La «oposición militar» estaba radicalmente en contra de la utilización de los llamados «especialistas militares», es decir, de los oficiales del viejo Ejército zarista que, por una razón u otra,  habían aceptado colaborar con el nuevo Ejército.

 La falsificación de Trotski consiste en afirmar que Stalin formaba parte de la «oposición militar» y que, en realidad, era el verdadero animador y jefe de la misma. Esto es absolutamente falso. En todos los escritos, discursos y actuaciones de Stalin en esa época a la que nos referimos, encontramos una defensa y una aplicación práctica de la línea leninista en las cuestiones militares y, en particular, del principio de la necesidad de un Ejército regular, de una disciplina de hierro, de una dirección centralizada y de la superación del cantonalismo y del «espíritu guerrillero». Sin embargo, ojeando los escritos de Trotski sobre esta cuestión, encontramos incesantes referencias a los «guerrilleros de Stalin», a los «tsaritsinistas» (de esta forma despectiva Trotski define una y otra vez al equipo que alrededor de Stalin se formó en Tsaritsin y en particular a Vorochilov, contra el cual lanza flechazos venenosos), a que «Stalin no luchaba con suficiente firmeza contra la autonomía local, las guerrillas comárcales y la insubordinación...», de que era Stalin «quien capitaneaba la oposición».

 Pocos días después de haber recibido la orden por la que se le concedían plenos poderes en Tsaritsin, y en la cual se le pedía entre otras cocas «organizar los destacamentos en Ejército regular», en una carta a Lenin (4 de  agosto) Stalin mencionaba cómo uno de los aspectos positivos de la nueva situación que se había  creado con la creación del Consejo Militar Revolucionario era «la supresión total del desbarajuste originado por el sistema de destacamentos». Este hecho había  permitido establecer en las unidades militares «una disciplina de hierro». Es cierto que Stalin menciona también, como otro factor Positivo, «la destitución oportuna de los llamados especialistas (en parte grandes partidarios de los cosacos y en parte de los anglo franceses)». Y aquí llegamos al nudo de la cuestión. Las reales divergencias entre Trotski y Stalin no fueron nunca, como pretenden los trotskistas, sobre la cuestión de la necesidad de un Ejército regular y de un mando centralizado. La divergencia estribaba en la forma de concebir la unificación y centralización militar. Para Trotski, el eje de esta centralización, su instrumento, eran los especialistas militares del Ejército zarista. Siempre que Trotski habla de la necesidad de un «Ejército regular», de centralizar el mando, etc., a continuación encontramos una parrafada sobre los «especialistas», sobre su necesidad, sobre la necesidad de combatir la desconfianza en contra de tales «especialistas», etc. Hay que aclarar que Stalin nunca estuvo en contra de la utilización de los especialistas militares. Pero Stalin concibió siempre el reforzamiento de la unidad y de la disciplina del Ejército Rojo, no tanto bajo la forma del reforzamiento de las posiciones de la oficialidad tradicional, en los organismos de mando, sino en el sentido de un reforzamiento de la dirección del Partido en el Ejército, del control del Partido sobre las unidades militares; Había , evidentemente, que utilizar a todos los ex-oficiales zaristas que estaban dispuestos a colaborar, pero, sobre todo, había  que crear cuadros militares comunistas, reforzar los poderes de los comisarios políticos, no dejarse «deslumbrar» por los «especialistas» y promover audazmente a puestos de dirección militar a obreros y campesinos que demostraran tener las capacidades y conocimientos adecuados, y destituir o castigar sin miramientos a aquellos «especialistas» que resultaran ser unos incapaces o unos traidores.

 ¿Qué clase de especialistas había  en Tsaritsin? Sobre este punto damos gustosamente la palabra de Trotski: «La clase de especialistas de Tsaritsin se había  reclutado de la hez de la oficialidad: alcohólicos desprovistos de todo vestigio de dignidad humana, hombres sin estimación propia, dispuestos a arrastrarse ante el nuevo amo, a adularle y abstenerse de toda contradicción». El jefe de Estado Mayor era un hombre «entregado sin remedio a las bebidas alcohólicas». Este es el cuadro y estos son los hombres que Stalin destituyó. Pero, increíblemente, pocas líneas, antes Trotski escribe, refiriéndose a la actuación de Stalin en Tsaritsin que la «brutal agresividad frente a los especialistas militares no era, naturalmente, la mas propicia para ganar la voluntad de estos últimos y hacerlos leales servidores del nuevo régimen». La cuestión es que Stalin no tenía deseo alguno de utilizar a semejante gente. Encontrándose, como dice el mismo Trotski, con la «hez de la oficialidad», con «borrachos» y «alcohólicos», no dudó ni un instante en sustituir a estos «oficiales» con cuadros comunistas, con militantes y dirigentes que tal vez no tuvieran gran experiencia militar, pero cuya entrega, moralidad y fidelidad estaba por encima de toda duda, a pesar de que algunos de ellos tuvieran restos de «mentalidad guerrillera». Y aquí llegamos al segundo punto de la cuestión. Cuando Trotski en sus escritos habla de los viejos guerrilleros del Partido, de los combatientes de los primeros destacamentos, lo hace siempre con desprecio y utilizando las expresiones más despectivas, Stalin, aún entendiendo que muchos de los antiguos guerrilleros y combatientes de los destacamentos debían hacer un esfuerzo para amoldarse a la nueva estructura organizativa del Ejército regular y a la nueva mentalidad, siempre consideró necesario ayudar a estos probados combatientes comunistas a que se integraran en el Ejército regular y desarrollaran sus capacidades militares. Es más, Stalin opinaba que la política militar de Trotski, de absoluto servilismo ante los ex-oficiales zaristas, echaba a estos elementos en brazos de la «oposición militar».

 Stalin temía que esta política insensata pudiera echar a muchos cuadros comunistas en brazos de la «oposición militar», pudiera reforzar en ellos una mentalidad «guerrillera», de desprecio por el Ejército regular, reforzar la indisciplina, disminuir el prestigio del Estado Mayor, favorecer justamente las tendencias que se pretendían combatir.

 Tras destituir a los «especialistas» de Tsaritsin, Stalin ponía de relieve, en su carta a Lenin, que esta medida había  permitido «ganarse la predisposición de las unidades militares». En su «Historia del PC (b) de la URSS», al caracterizar a la «oposición militar», Stalin afirma que este grupo «además de los representantes del derrotado comunismo de izquierda comprendía también a militantes que, sin haber jamás participado en ninguna oposición, estaban sin embargo descontentos con la dirección de Trotski en el Ejército. La mayoría de los delegados militares [4] estaba muy indignada contra Trotski, contra sus reverencias ante los especialistas militares del viejo Ejército zarista, del cual una parte nos había  traicionado sin más, durante la guerra civil, contra su actitud altiva y hostil hacia los viejos militantes bolcheviques en el Ejército». Más adelante escribe: «Aún luchando contra la deformación de la política militar del Partido efectuada por Trotski, la «oposición militar» defendía sin embargo posiciones erróneas sobre varias cuestiones relativas a la formación del Ejército». Más claro el agua. Stalin estaba justamente en contra de la oposición militar y su oposición a la política de Trotski estaba dictada, precisamente, entre otras cosas, por el temor de que el derechismo de Trotski, su servilismo hacia los oficiales tradicionales, su sistemática hostilidad hacia los cuadros militares proletarios y comunistas, pudiera favorecer tendencias sectarias entre estos últimos, pudiera reforzar, en el Partido, la tendencia a la hostilidad sistemática hacia todos los especialistas, hacia la misma idea de un Ejército regular.

 Naturalmente se puede objetar que las citas anteriores de Stalin se refieren a juicios dados «a posteriori», casi veinte años después de los acontecimientos. Veamos pues las posiciones de Stalin, tal como las expresó en el fuego de la polémica, en el mismo VIII Congreso del Partido en el cual, entre otras cosas, se abordó la cuestión de la «oposición militar». En el Congreso, las posiciones de la «oposición» fueron defendidas por Smirnov. Veamos ahora la intervención de Stalin:

 «Hace medio año, después de desmoronarse el viejo Ejército zarista, teníamos un Ejército nuevo, voluntario, mal organizado, con una dirección colectiva, un Ejército que no siempre acataba las órdenes... La composición del, Ejército era principalmente obrera, si no exclusivamente obrera. Debido a la falta de disciplina en este Ejército voluntario, debido a que las órdenes no siempre se cumplían, debido a la desorganización en el mando del Ejército, sufrimos derrotas... Los hechos demuestran que el Ejército voluntario no resiste la critica, que no podemos defender la República si no creamos otro Ejército: un Ejército regular, penetrado del espíritu de disciplina, con una sección política bien organizada... O creamos un verdadero Ejército regular, obrero y campesino, con una severa disciplina, y defendemos la República; o no hacemos esto y entonces nuestra causa estará perdida... El proyecto presentado por Smirnov es inaceptable, ya que sólo contribuiría a minar la disciplina en el Ejército y excluye la posibilidad de formar un Ejército regular».

 Es decir, hay pruebas incontrovertibles de que Stalin no formó parte, en ningún momento, de la «oposición militar», de que combatió abiertamente sus posiciones y de que sus puntos de vista sobre la cuestión militar estaban en radical oposición con los de Smirnov y los del resto de la «oposición». ¿A qué obedece pues la insistencia de Trotski y de sus secuaces en este punto? El objetivo está clarísimo. Es de sobra conocido que Lenin combatió infatigablemente a la «oposición militar». Dando a entender que Stalin era un aliado de Smirnov en las cuestiones militares, Trotski pretende demostrar que la polémica de Lenin contra la «oposición» estaba dirigida fundamentalmente contra Stalin. Obviamente, Trotski no posee ningún documento que demuestra la supuesta alianza entre Stalin y Smirnov y, por lo tanto, no cita ninguno. Pero «supera» esta dificultad citando abundantemente toda la polémica de Stalin contra él mismo, de su política de dirección militar, y da por sentado que esta polémica formaba parte integrante de la batalla que por aquel entonces estaba librando la «oposición militar». Se trata de una estratagema muy pobre, porque, como hemos demostrado sobradamente, la «oposición militar» se oponía a la creación de un Ejército regular, mientras que Stalin era favorable a la misma y polemizaba con Trotski acerca de la concepción especifica que éste ultimo tenía de un «Ejército regular», de su burocratismo en las cuestiones militares (que iba aparejado, como veremos después, a una concepción burocrática del Partido, del sindicato, etc.)

 Hemos visto cómo Trotski «supera» la dificultad de la inexistencia de documentos que demuestran que Stalin formaba parte de la «oposición militar». Pero ¿cómo «superar» la dificultad de la existencia de documentos que probasen que Stalin estaba en contra de las posiciones de Smirnov y de los que le rodeaban? Para ello, Trotski desempolva (último recurso del trotskismo cuando se trata de Stalin) la teoría del complot. «Stalin decía una cosa pero pensaba otra». A Trotski no se le ocurre otra explicación más brillante. Siempre que tropieza con afirmaciones de Stalin que no corresponden a la visión del «stalinismo» que él quisiera dar, atribuye tales afirmaciones a la extraordinaria «capacidad de disimulo» de Stalin. «Capacidad de disimulo» para la cual, naturalmente, Trotski tiene también una explicación «científica»

 «En las comarcas del mar Mediterráneo, en los Balcanes, en Italia, en España, además del tipo meridional, que se caracteriza por una asociación de perezosa indolencia e irascibilidad explosiva, se encuentran naturalezas frías, en las cuales se combina la flema con cierta terquedad y malicia. El primer tipo prevalece; pero el segundo lo incrementa como una excepción. Parece como si a cada grupo nacional hubiese tocado una parte legítima de elementos básicos de carácter, y que éstos se hayan distribuido con menos acierto bajo el sol de Mediodía que bajo el del Norte. Pero nos aventuramos demasiado en la región infecunda de la metafísica nacional». A eso de que «nos aventuramos en la región infecunda, etc.» en nuestras «poco favorecidas» comarcas mediterráneas se le llama esconder la mano después de haber lanzado la piedra. Y piedras de esas encontramos muchas en el «Stalin» de León Trotski, que comienza con las siguientes palabras: «El difunto Leónida Krassin... fue quien primero llamó a Stalin ‘asíático’. Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia, crueldad, que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asía». Y así prosigue a lo largo de 570 páginas (1). Porque, a pesar de la referencia a lo «problemático» de los «atributos raciales» (otra vez escondiendo la mano) a lo largo de su libro Trotski abunda sin recato en la «problemática racial»: «Los emigrados de Georgia a Paris aseguraron a Suvarin... que la madre de José Dugasvili (Stalin) no era georgiana, sino osetina, (de la República Rusa Autónoma de Osetia), y que hay mezcla de sangre mongola en sus versas». Pero esta afirmación, según Trotski, está desmentida por un tal Ieramisvili autor de un trabajo al cual, según Trotski, no se puede dar de lado, y que el mismo Trotski así nos lo describe: «un antiguo menchevique, convertido luego en algo parecido a un nacionalsocialista». El tal Ieramisvili niega, según Trotski, que la madre de Stalin fuera osetina, y afirma que era «georgiana de pura raza» El osetino era su padre «persona ruda y vulgar como todos los osetinos, que viven en las altas montanas caucásicas».

 Este «análisis» de la personalidad de Stalin no es de un Goebbels, sine de L. Trotski. El lector que no pueda creérselo puede salir de dudas fácilmente. Efectivamente, el «Stalin» de Trotski está publicado en España: la censura franquista concedió permiso para su publicación a la editorial Plaza y Janés ya en el año 1967. También éste es un dato significativo.

 Volviendo a lo anterior (la cuestión de la «oposición militar») Trotski se desembaraza de los documentos que desmienten rotundamente sus afirmaciones y «tesis» con facilidad asombrosa. ¿Quién puede dudar, en efecto, que este «asiático», medio mongol y medio mediterráneo perezoso, este hijo de un borracho osetino y de una lavandera, este mestizo astuto y cruel, dijera una cosa y pensara otra? Trotski «está plenamente convencido» de que era Stalin «quien capitaneaba la oposición». Trotski está plenamente «convencido», y eso basta. En la Conferencia de Ucrania de 1920 Stalin defendió las tesis del Partido pero, subrepticiamente «hizo todo lo posible por lograr que sus tesis no triunfaran» (!). En el VIII Congreso «hablaba ambiguamente (sic) en defensa de la política militar oficial». En otro punto: «Stalin, ostensiblemente ajeno en absoluto a la oposición militar, trabajaba de firme por reforzarla», etc. Estos son los argumentes de Trotski. En su empeño por mezclar a Stalin con la «oposición militar» no repara en medios y en «argumentos». Pero todos se reducen, en esencia, a uno: todo el asunto fue un «complot» de Stalin. Hoy, legiones de historiadores han recogido la leyenda trotskista acerca de la participación de Stalin en la «oposición militar», su oposición al «Ejército regular», etc., y esta leyenda constituye la versión «oficial» de toda la banda burguesa, revisionista y trotskista. Creemos haber dicho bastante acerca de la «solidez» de esta reconstrucción trotskista de los hechos.

 A través de esta leyenda, Trotski pretende deformar, no solamente las verdaderas posiciones y puntos de vista de Stalin, sino sobre todo echar un velo sobre sus propias posiciones, sobre las implicaciones ideológicas de su propia actuación al frente de los asuntos militares. Como se sabe Trotski siempre se ha presentado a si mismo como un campeón de la «izquierda», de la «revolución», de la lucha contra la «degeneración burocrática», etc. Pero este papel que se ha asignado así mismo no corresponde ni mucho menos a la realidad de los hechos. La dirección militar de Trotski es uno de los asuntos en los que resalta palmariamente la matriz ideológica derechista del personaje. La línea de Trotski, en ésta y en otras cuestiones, será siempre la de «duro con los obreros y blando con los burgueses». En el VIII Congreso se planteará abiertamente la cuestión del fusilamiento, par parte de Trotski, de muchos comunistas, acusados de infracciones secundarias, o que se oponían a su línea. Como hemos visto, cuando se trataba de los miembros de los viejos destacamentos o de las debilidades de los viejos guerrilleros, Trotski utiliza siempre las expresiones más despectivas e insultantes. Pero cuando se trataba de los oficiales «alcohólicos» o «borrachos» de Tsaritsin, entonces la «brutal agresividad» de Stalin ya no le parece justificada. Más tarde, en la polémica sobre la cuestión sindical, cuando se planteó la necesidad de reforzar la dirección del Partido sobre los sindicatos, no se le ocurrió más recurso que el de «sacudir» a los sindicatos, y establecer una disciplina «militar» para el conjunto de la clase obrera. De cara al campesinado, proclamará la irreversible hostilidad de los campesinos al Poder proletario al mismo tiempo que, en lo económico, propondrá concesiones sin límites al capitalismo nacional y extranjero y se opondrá a la construcción del socialismo. Esta política, de implacable dureza con los «de abajo» y de sonrisas y concesiones a los «de arriba» constituye el eje, la médula del trotskismo. Trotski ha podido hacer pasar este descarado derechismo por «izquierdismo» debido al lenguaje grandilocuente y a las actitudes marciales a través de los cuales este burocratismo despótico ha sido defendido. La realidad es que Trotski, al mismo tiempo que miraba con aristocrático desprecio a los obreros y campesinos (esa gente iletrada, inculta, turbulenta e ignorante de los asuntos militares) que había  empuñado el fusil y que, sacados de la fábrica o de la tierra, se esforzaban, entre muchos errores y dificultades, por hacerse cargo de problemas nuevos, y para cuyos errores y dificultades no tenía más remedio que el pelotón de ejecución y la corte marcial –“¡vaya izquierdismo!»-, al mismo tiempo tenía una actitud irremisiblemente blandengue y casi servil hacia los oficiales de procedencia aristocrática o burguesa. A esos nunca había  que «sacudirles», nunca había  que tratarles «brutalmente».

 La descripción que Trotski nos hace del «complot» de Stalin dentro del Partido no es más que la descripción, deformada por su arrogancia y megalomanía, de la creciente hostilidad del Partido y de la gran masa de combatientes, hacia su persona y hacia su política: «Stalin iba reuniendo hábilmente a toda la gente agraviada. Tenía mucho tiempo para ello, puesto que así favorecía sus intimas ambiciones» y así, Jurante páginas y páginas. En ningún momento encontramos el más mínimo indicio de análisis político; en ninguna parte asoma la duda de toda esa gente «agraviada» o «lastimada» (gente del Partido, téngase en cuenta) se agrupaba alrededor de Stalin por compartir sus posiciones políticas y por desacuerdo con la dirección militar de Trotski. No. Según Trotski todo eran «predilecciones, amistades o vanidades personales». Todo eran «intrigas» de Stalin.

 En Tsaritsin Stalin empleó mano dura. Pero actuó con dureza contra la burguesía y los traidores. «La vida de toda la ciudad fue sometida a la presión de una dictadura inflexible» dice Trotski. Y más adelante cita a un autor según el cuál en Tsaritsin «no pasaba día sin que descubriera toda suerte de conspiraciones en los sitios que parecían de más seguridad y respeto». Todo ello queda dicho con un tono que da a entender que se trataba de la «rudeza» de Stalin, de su manía de tratar «brutalmente» a los oficiales e «intelectuales» amigos de Trotski, etc., y que esta «dictadura» no estaba justificada.

 El 3 de febrero de 1919 un tal Nossovitch, un traidor que se había  pasado a Krasnov, describía así la situación de Tsaritsin en la época de la estancia de Stalin: «En esta época la organización contrarrevolucionaria local se había  fortalecido mucho y con dinero llegado de Moscú se preparaba una intervención activa para ayudar a los cosacos del Don a 'liberar' a Tsaritsin...» El mismo Nossovitch admite con pesar que el complot fue abortado por Stalin el cuál mandó detener al jefe de la conspiración, un ingeniero de la capital, y le mandó fusilar junto con otros cómplices suyos. Al mismo tiempo los «alcohólicos» etc., del viejo Estado Mayor de Tsaritsin estaban detenidos en una barcaza en medio del Volga, Sigue contando Nossovitch: «Cuando Trotski, inquieto por la destrucción de las direcciones militares de la región, puestas en pie con tanto esfuerzo, mandó un telegrama diciendo que era preciso reponer en funciones al Estado Mayor y a los Comisarios y darles la posibilidad de trabajar, Stalin tomó el telegrama y trazó con mano firme estas palabras: «No se toma en consideración». Efectivamente, el telegrama no fue tomado en consideración, y toda la dirección, de la artillería y una parte del Estado Mayor permanecieron en una barca en Tsaritsin.».

 El episodio es cierto y el mismo Trotski lo confirma. Naturalmente, lo confirma a su manera. Dice que Stalin había  puesto en uno de sus telegramas la acotación de no hacer caso» pero nada dice acerca del contenido concreto de tal telegrama. De esta forma pretende utilizar el episodio para demostrar el espíritu «anárquico» y «guerrillero» de Stalin. Según Trotski el episodio demostraría que «Stalin no luchaba con firmeza suficiente contra la autonomía local, las guerrillas comárcales y la insubordinación de la gente de la región». Es decir, él mismo era un insubordinado. Pero lo que calla Trotski es que el telegrama se refería a la reposición en sus funciones del viejo Estado Mayor de Tsaritsin y a la destitución de los cuadros comunistas que Stalin había  puesto a la cabeza de la organización militar de la región. Analizando todas y cada una de las cuestiones, nos encontramos siempre con el mismo problema, con dos formas radicalmente contrapuestas de concebir la dirección de la guerra, la política de cuadros militares, el concepto mismo de «Ejército regular». El «espíritu anárquico» de Stalin es un cuento de Trotski que nadie puede creerse por poco que se conozca la personalidad política de Stalin, las líneas directrices fundamentales de su actuación a lo largo de toda su vida de militante comunista.

 La actuación de Stalin en Tsaritsin fue coronada por el éxito y la amenaza contrarrevolucionaria sobre la ciudad se vió momentáneamente alejada. Naturalmente, Trotski dice que ello no es verdad, que fue un «completo fracaso», que eso «se sabia» entonces en el Partido, que había  una opinión unánime sobre ello y que la expresión «tsaritsinista» por aquel entonces se pronunciaba con desprecio en los medios del Ejército Rojo. Pero lo que Trotski no puede explicar es que, a las pocas semanas de producirse este «estrepitoso fracaso», ante la noticia de una grave desastre militar en Perm, Lenin telegrafiara al mismo Trotski: «Hay varios informes del Partido de los alrededores de Perm sobre el estado catastrófico del Ejército y sobre embriaguez. Te lo transmito. Piden que vayas allí. Pensé en enviar a Stalin. Temo que Smilga sea demasiado blando con Lashevich, que al parecer bebe con exceso y no es capaz de restablecer el orden». Trotski contestaba al día siguiente: «De acuerdo con enviar a Stalin con poderes del Partido y del Consejo Revolucionario de Guerra de la República para restablecer el orden, depurar la plantilla de comisarios y castigar severamente a los culpables». A decir verdad no parece que la «opinión del Partido» fuera tan contraria a la actuación de Stalin en Tsaritsin si a las pocas semanas se le enviaba con plenos poderes para resolver una situación en apariencia semejante.

 Cuando Stalin, junto con Dzerhinski llegó a Viatka (Perm ya se había  perdido) la situación que encontré era gravísima. El III Ejército había  huido desordenadamente, abandonando armas, equipos, instalaciones, en manos del enemigo. Como Stalin dirá en su informe a Lenin «esto no ha sido, propiamente hablando una retirada; menos todavía se le puede llamar repliegue organizado a nuevas posiciones. Ha sido una verdadera desbandada de un Ejército en plena derrota, completamente desmoralizado, con un Estado Mayor incapaz de comprender la situación y de prever, más o menos, el inevitable desastre, incapaz de tomar a tiempo medidas para salvar al Ejército, replegándose a posiciones preparadas de antemano, aún a costa de perder territorio».

 El «Informe acerca de las causas de la caída de Perm» tiene mucho interés y arroja esclarecedora luz acerca de los verdaderos puntos de vista de Stalin sobre asuntos militares. Trotski dice que «casi todos los extremos de este informe constituían un golpe» contra él. Lo cual es cierto. Pero dice esto para dar a entender que se trataba de la consabida conjura de la «oposición militar», de la oposición de Stalin a un Ejército regular, de la «anarquía», etc. Si todo esto es falso de cara a los acontecimientos de Tsaritsin, lo es aún mucho más en relación a la actuación de Stalin en el frente del Este.

 ¿Cuáles fueron las causas de la caída de Perm según el informe de Stalin? Veamos las principales:

     a) Criticas al Comandante en Jefe y al Consejo Militar Revolucionario de la República y al Estado Mayor del Tercer Ejército; todas estas criticas apuntan a una critica de falta de disciplina y centralización y no hay ningún síntoma de «anarquía» en ellas: «El Estado Mayor del Ejército no debe conformarse con la información que dan los partes oficiales (a menudo inexactos) de los jefes de división y de brigada; debe tener sus propios delegados, sus agentes, que informen con regularidad al Estado Mayor y vigilen celosamente el exacto cumplimiento de las órdenes del jefe del Ejército. Sólo así se puede asegurar el enlace del Estado Mayor con el Ejército, acabar con la autonomía, que de hecho existe, de las divisiones y brigadas y establecer una verdadera centralización en el Ejército».

 Stalin continúa observando que «un Ejército no puede actuar como una unidad que se basta a si misma y completamente autónoma».Por ello «es necesario establecer en los frentes... un régimen de estricta centralización de las operaciones de los distintos ejércitos en el cumplimiento de una directiva concreta y seriamente meditada».

 Está absolutamente claro que todo esto constituye una crítica a Trotski. Pero esta absolutamente claro también que no se trata de una defensa del principio de la «autonomía» de los distintos Cuerpos del Ejército, etc., sino de todo lo contrario. Stalin criticaba a Trotski justamente por no realizar la necesaria centralización, critica al Consejo Militar Revolucionario par desconocer la situación real de los distintos frentes, por no ejercer el necesario control y actuar por lo tanto de manera improvisada y superficial, emitiendo órdenes a menudo contradictorias, por ser incapaz de concentrar las fuerzas en el lugar y en el momento precisos, etc.

 b) Critica al sistema de reclutamiento: «Hasta fines de mayo, la formación de unidades del Ejército Rojo... se efectuaba según el principio de la voluntariedad, sobre la base de incorporar al Ejército a los obreros y a los campesinos que no exploten trabajo ajeno... Es posible que a ésta, entre otras razones, se deba la firmeza de las unidades del periodo voluntario. A partir de finales de mayo, al ser disuelta la Junta y al encomendar la formación de unidades al Estado Mayor Central de toda Rusia, la situación ha ido empeorando. El Estado Mayor Central ha calcado íntegramente el sistema de formación del período zarista, incorporando al servicio en las filas del Ejército Rojo a todos los movilizados sin distinción de bienes de fortuna...» Stalin observa que «esta es la razón principal de que, como fruto del trabajo de nuestros organismos de formación de unidades, resultara, mas que un Ejército Rojo un «Ejército nacional». Es decir, si a un Ejército centralizado, regular, basado en el Servicio Militar Obligatorio, pero un Ejército Rojo, basado en obreros y campesinos, formado según precisos criterios de clase. La crítica a Trotski no es por querer un Ejército regular, sino por calcar los criterios de formación del Ejército zarista, criterios que, según Stalin eran inaplicables en el caso de un Ejército revolucionario dirigido por el Partido Comunista.

 La despreocupación por este factor de clase y por la cuestión de la dirección del Partido, hacia que Trotski no dedicara la necesaria atención e importancia a la formación de los Comisarios Políticos. Estos, por lo general, eran «unos mozalbetes incapaces en absoluto de organizar el trabajo político de modo más o menos satisfactorio». Stalin observaba que en este «Ejército nacional» la palabra «comisario» se había  convertido en un «mote injurioso».

 c) El paso de «especialistas» al enemigo. Trotski dice que los casos que se solían dar eran aislados.

 En su informe Stalin cita, entre los que en Perm desertaron al enemigo: «el ingeniero Banin, jefe de fortificaciones, con todo su personal; el ingeniero de ferrocarriles Adrianovski, con toda la plantilla de especialistas de la dirección de ferrocarriles de la zona; Sujorski, jefe de la sección de comunicaciones militares y su personal; Bukin, jefe de la sección de movilización del Comisariado Militar de Zona, y su personal; Ufimtsev, comandante del batallón de Guardia; Valiuzhenich, comandante de la brigada de artillería; Eskin, jefe de la sección organizadora de unidades especiales; el comandante del batallón de ingenieros con su ayudante; los comandantes militares de estaciones de Perm I y Perm II; la sección de estadística de la Dirección de Aprovisionamiento del Ejército en pleno; la mitad de los miembros de la Junta Central y muchos otros». Como se ve no se trataba de «casos aislados».

 d) Críticas al trabajo del Partido en la región: Stalin observa que la retaguardia, en el frente del Este, mantenía una actitud hostil hacia la revolución. Ello se debía a un mal trabajo del Partido en la retaguardia, máxime entre los campesinos. Stalin observa que los organismos del Partido en la zona y los organismos soviéticos «aseguran que los pueblos de esta zona son pueblos habitados exclusivamente por kulaks. A nuestra observación de que no hay pueblos habitados exclusivamente por kulaks, de que la existencia de los kulaks es inconcebible sin explotados, pues los kulaks tienen que explotar a alguien, en los organismos mencionados se encogían de hombros y se negaban a dar explicación alguna». La verdad, según observa Stalin es que «las organizaciones del Partido son débiles, de poca confianza y desligados del centro». Se ha consentido que el impuesto extraordinario, creado por las necesidades de la guerra, se repartiera por cabeza y no por censo, lo cual ha permitido a los kulaks realizar una eficaz agitación entre los campesinos pobres en contra del Poder soviético. La reacción del Partido ha sido «recurrir a la Comisión Extraordinaria, a las medidas represivas, que tienen en un grito a las aldeas. Las propias Comisiones Extraordinarias, debido a que su labor no se complementaba con un trabajo paralelo positivo, de agitación y de organización, de los organismos del Partido y de los Soviets, cayeron en una situación excepcional de completo aislamiento, con perjuicio para el prestigio del Poder soviético». Todo ello, resultado de la falta de control, por parte de los organismos centrales del Partido, de lo que sucede en las provincias, y también de la consabida política de basarse para todo en los viejos funcionarios, sin renovar con nuevos cuadros el aparato de la Administración y del Estado. Stalin cita el hecho de que en Viatka, de un total de 4.766 funcionarios de los Soviets, 4.467 lo  habían sido de la Administración zarista: «los viejos organismos zaristas de los zemstvos han cambiado simplemente su nombre por el de organismos soviéticos».

 Los puntos de vista que Stalin fue formándose sobre las cuestiones militares en el curso de la guerra en oposición a las tesis de Trotski por un lado, y de la «oposición militar» por el otro, puntos de vista que están claramente reflejados en el «Informe sobre la caída de Perm», desmienten rotundamente todas las afirmaciones trotskistas al respecto. Leyendo los escritos de Stalin de la época de la guerra civil cabe extrañarse de que la leyenda trotskista haya podido minimamente arraigar y ser recogida en ciertos medios «históricos». Aunque es cierto que no se encuentra, en las obras de Stalin, una exposición sistemática de sus puntos de vista, y que todo está recogido en una serie de informes, cartas, telegramas, discursos que a veces no resulta de fácil lectura por las incesantes referencias a situaciones, episodios y hechos particulares del momento (se trata siempre de intervenciones que revisten una utilidad práctica inmediata), de toda la masa de documentos resulta una línea de pensamiento perfectamente coherente, clara, que no da lugar a tergiversaciones o deformaciones. Muchas de las ideas que Stalin expresó en el curso de la guerra civil, volverá a plantearlas en el marco de sucesivas polémicas con gran firmeza y con la coherencia que siempre le caracterizó. Piénsese en la cuestión campesina y sobre ciertos aspectos de la política militar que volverá a analizar en el curso de la II Guerra Mundial. Es curioso observar, con respecto a esto último, que los trotskistas han acusado a Stalin de haber aplicado en los años del conflicto mundial, una política militar «nacional» y no «roja», de haber construido un Ejército «nacional» y no «rojo». La verdad es que, más tarde, el trotskimo tratará de camuflar su sustancial derechismo con un gran derroche de demagogia y recurriendo despreocupadamente al bagaje ideológico del «comunismo de izquierda» (la tan execrada «oposición militar») en un intento, absolutamente falso de principios, de des prestigiar a Stalin y a la URSS.

 En cuanto a Stalin nos parece haber demostrado que peleó por un Ejército disciplinado, centralizado y «rojo», en el sentido de integrado por elementos proletarios y campesinos y dirigido por el Partido Comunista. Luchó al mismo tiempo en contra de la anarquía propugnada por la «oposición militar» y en contra del burocratismo derechista de Trotski. Estas fueron las verdaderas posiciones de Stalin en el curso de la guerra civil.

 ***

Hacia finales de 1918 y comienzos de 1919 la situación militar evolucionaba claramente a favor de la República soviética. Pero la derrota de Alemania modificó profundamente la correlación de fuerzas. Si por un lado el Poder soviético pudo denunciar inmediatamente la paz de Brest-Likovsk y recuperar algunos territorios, y se veía favorecido por la desaparición de uno de los peores enemigos imperialistas de la revolución, por el otro el fin del conflicto ínterimperialista significó que las victoriosas potencias de la Entente podían concentrar sus fuerzas en Contra del primer país socialista. De hecho el fin de la primera guerra mundial supuso una intensificación de la intervención extranjera y de la guerra civil. Fue en este momento de transición que se celebró el VIII Congreso del Partido, del que hemos hablado anteriormente en relación con la cuestión de la "oposición militar".

 En el VIII Congreso se abordó también otra cuestión de extraordinaria importancia, y que adquirirá cada vez mayor relieve en la polémica con el trotskismo: la cuestión de los campesinos medios. Hasta el VIII Congreso la política del Partido había sido una política de neutralización de los campesinos medios. En el Congreso, Lenin planteó la necesidad de forjar una alianza con los campesinos medios. Gran parte de las dificultades de los bolcheviques en la guerra civil había sido el resultado de que en ciertas circunstancias, la reacción había encontrado el apoyo de los campesinos medios. Sin embargo, la experiencia de la guerra había enseñado al campesino medio que la victoria de los "blancos" significaba, pura y simplemente, la restauración del Poder del terrateniente. Existían por lo tanto las condiciones para una alianza entre el proletariado y este sector del campesinado, alianza que, sin embargo, era posible a condición de que la colectivización de la agricultura se llevara a cabo con la necesaria prudencia. En particular Lenin ponía el acento sobre la necesidad de no proceder a medidas de colectivización forzosa (sin el consentimiento de los mismos campesinos), de esforzarse por convencer a los campesinos de la utilidad y de la necesidad de las medidas que se tomaban y sobre la necesidad de llegar a un acuerdo con los campesinos medios sobre las formas de la colectivización. Lenin ponía al mismo tiempo el acento sobre la necesidad de no abandonar "ni siquiera por un instante" la lucha contra los kulaks. Estas directrices de Lenin serían defendidas más tarde por Stalin cuando Trotski negó la posibilidad de la alianza con el campesino medio, y Bujarin planteó la necesidad de aliarse con los kulaks,

 Después del VIII Congreso del Partido, a partir de la primavera de 1919 comenzó la segunda parte de la guerra civil que fue caracterizada por tres grandes ofensivas de la Entente.

 La primera ofensiva fue la ofensiva de Koltchak desde el este. Esta ofensiva fue acompañada por otra de Iudenic sobre Petrogrado que tenía el objeto de aligerar la situación de los blancos en el frente oriental y obligar a los soviéticos a luchar en dos frentes. La ofensiva sobre Petrogrado fue acompañada por una conjura del comandante del VII Ejército y de las guarniciones que rodeaban a la ex-capital. Muy pronto ésta se vió amenazada y Lenin envió a Stalin para restablecer la situación. Stalin actuó con la acostumbrada energía y tras la toma del fuerte de Krasnaia Gorka, que había caído en manos de los conspiradores, el peligro se vió alejado ("Los especialistas navales aseguran que la toma por mar de Krasnaia Gorka echa por tierra toda la ciencia naval. Só1o me resta compadecer a esta llamada ciencia. La rápida conquista de Krasnaia Gorka se debe a que yo y, en general, los civiles, hemos intervenido sin contemplaciones de ningún género en las operaciones, habiendo llegado hasta revocar las órdenes de mar y tierra e imponer órdenes propias")

 A los pocos días de su estancia en Petrogrado, Stalin podía comunicar a Lenin que el Ejército Rojo había pasado a la ofensiva, que ya no se producían deserciones, que los desertores volvían por miles y que incluso "han pasado a nuestras filas cuatrocientos hombres del enemigo, casi todos con sus armas".

 Pero, como hemos observado, el ataque sobre Petrogrado representaba una estratagema para favorecer la ofensiva en el frente principal, el Este, por parte del Kolchak. Stalin escribía a Lenin: "Kolchak es el enemigo más serio, pues tiene bastante espacio para retroceder, bastante material humano para el Ejército y una retaguardia rica en cereales". En abril de 1919 Kolchak sufrió una grave derrota y comenzó a retirarse. La inmensa mayoría del Partido, con Lenin y Stalin a la cabeza, era partidaria de continuar la ofensiva contra Kolchak, de tratar de liquidarle definitivamente. La opinión general era que, si se dejaba a Kolchak el dominio de la inmensa Asia soviética, éste con la ayuda

 de ingleses y japoneses, podría reponerse fácilmente. Existía además la posibilidad de liquidar definitivamente la contrarrevolución en el oriente. Esta era también la opinión del jefe del frente del Este, S. S. Kámenev (a no confundir con el homónimo dirigente del Partido) Trotski defendía por su parte la postura del comandante en jefe del Ejército, Vaztetis, según el cual había que detener la ofensiva en los Urales. En realidad Trotski apoyaba incondicionalmente a Vaztetis frente a S.S. Kámenev, el cual, según la opinión de muchos bolcheviques, entre ellos Stalin, debería sustituir al primero al frente del Ejército. Esta cuestión ha sido presentada por muchos como un asunto de pura y simple apreciación de las cualidades militares de uno y otro. Trotski también presenta las cosas de esta forma (sin renunciar a alguna insinuación venenosa acerca de que Stalin "sacaba provecho" del asunto, etc.) En realidad se trataba, otra vez, de las concepciones de Trotski acerca de la forma de valorar a los cuadros del Ejército. Veamos lo que dice el mismo Trotski acerca de estos oficiales: tras aclarar que es difícil decir cuál de los dos fuera el más competente, añade: "Ambos eran sin duda estrategas, de primer orden, con amplia experiencia de la guerra mundial, y decididamente optimistas, cosa indispensable para ejercer el mando. Vaztetis era el más obstinado y quisquilloso, e indudablemente el más propio a ceder a la influencia de elementos hostiles a la revolución, Kámenev era más tratable, y se allanaba con mas facilidad a la influencia de los comunistas que trabajaban con él". (Los subrayados son nuestros.) Huelga decir que esta es una admisión a regañadientes de la quinta parte de la verdad. Vaztetis era un oficial sumamente inseguro y en julio del mismo año fue detenido, nada menos que por sospechas de traición. S.S. Kámenev era uno de los poquísimos altos oficiales del ex-ejército zarista que se identificaba con el nuevo poder y con la Revolución de Octubre, No es por casualidad que el Partido se inclinara por S. S. Kamenev.

 Cuando Vaztetis, apoyado por Trotski, decidió detener la ofensiva hacia el este en los Urales, el Comité Central no vaciló: en la sesión del 3 de julio Vaztetis fue destituido y S. S. Kámenev fue nombrado comandante en jefe. Trotski, que defendió hasta el último momento el plan de su protegido, dimitió del Consejo Revolucionario de Guerra de la República. Sus dimisiones fueron rechazadas pero se le obligó a abandonar el frente oriental.

 La ofensiva en el Este significó la victoria total contra la primera campana de la Entente. Kolchak fue perseguido hasta Siberia. Su Ejército fue completamente destruido y el mismo Kolchak, detenido, fue fusilado.

 Stalin tuvo un papel destacado también en el curso de la segunda y tercera ofensiva de la Entente. La segunda ofensiva fue lanzada por el general Denikin desde el Sur. Ante la incapacidad de Trotski para hacer frente al enemigo Stalin fue enviado para relevarle, elaboró un nuevo plan de ataque para el Ejército Rojo, que preveía asestar el golpe principal sobre Rostov ("aquí no nos rodearía un medio hostil, sino al contrario un medio simpatizante, cosa que facilitaría nuestro avance. En segundo lugar dispondríamos de una importantísima red ferroviaria", etc.) El plan de Trotski preveía un ataque por las estepas del Don, en medio de poblaciones hostiles y en una zona sin vías de comunicación. Lenin apoyó el plan de Stalin y, tras dos victorias decisivas en Oriol y Voronez, Denikin fue definitivamente derrotado.

 Después del fracaso de su segunda campaña, la Entente modificó su línea de acción. Varios países reconocieron a la URSS al mismo tiempo que Francia e Inglaterra alentaban a Polonia a lanzar una agresión contra el país de los Soviets. Esta se produjo en abril de 1920 al mismo tiempo que Wrangel (quien había  sustituido a Denikin) apoyaba la invasión desde el Sur. La guerra duró hasta el mes de octubre, y Stalin tuvo un papel muy destacado en el curso de la misma. Un mes después las tropas de Wrangel eran completamente derrotadas. La guerra civil se había  acabado con el completo triunfo del poder de los Soviets.

     El fin de la guerra civil supuso la necesidad de una serie de reajustes importantes en la política de los comunistas. Con la insurrección de Octubre la clase obrera se había  adueñado de las riquezas fundamentales del país, de la banca, de las grandes industrias y de las riquezas del subsuelo. La tierra, con el famoso decreto del 2ó de octubre, se había  convertido en patrimonio de todo el pueblo del cual los campesinos podían gozar gratuitamente. Sin embargo, en el curso de la guerra civil, el poder soviético siempre había  controlado una parte mínima del país, aproximadamente una décima parte. Rusia había  sido sometida a un feroz bloqueo económico. La guerra había  causado terribles destrucciones y las necesidades militares  habían absorbido todos los recursos económicos. Por ello, la revolución estuvo acompañada por una grave decadencia de la economía.

 En 1919 la producción industrial no llegaba a una cuarta parte de la de anteguerra. En 1920 la producción agrícola era aproximadamente la mitad de la de anteguerra. Las fábricas  habían sufrido graves daños y lo mismo sucedía con las comunicaciones (7.000 puentes, de los cuales 3.500 de las líneas de ferrocarril,  habían sido destruidos) Ante la caída de la producción industrial, muchos obreros abandonaban las ciudades y se refugiaban en el campo. La clase obrera se iba pulverizando.

 Durante el conflicto el Poder soviético pudo superar esta situación a través del establecimiento de una disciplina militar para todos los sectores de la vida económica y social y a través de una colectivización acelerada. A esta política se la llamó «comunismo de guerra». El Poder soviético estableció un control sobre todos los depósitos de alimentos, de combustibles y de mercancías. Se socializaron también las empresas pequeñas y medianas. Se obligó a la burguesía a trabajar manualmente sobre la base del principio: «quien no trabaja no come».

 Importante fueron las consecuencias del «comunismo de guerra» de cara a los campesinos (nunca hay que olvidar la importancia de la alianza obrero-campesina.) Para garantizar, dentro de la penuria existente, el abastecimiento del Ejército, de las ciudades y de toda la población se estableció el monopolio estatal del trigo, y la requisa de todos los excedentes de la producción agrícola. Todos los excedentes debían ser entregados al Estado al precio establecido.

 Esta política fue apoyada, en lo esencial, por los campesinos. Los campesinos pobres, que  habían obtenido la tierra, entendían la necesidad de estas medidas para garantizar la victoria militar en contra de la reacción. Hemos visto cómo, tras una serie de vacilaciones, también los campesinos medios  habían aceptado esta política. Pero el fin de la guerra cambió por completo la situación. Ante la derrota del enemigo los campesinos comenzaron a protestar en contra de las requisas. Se produjeron algunas revueltas. El descontento se extendió a la clase obrera que, por la crisis industrial, se encontraba debilitada, incluso numéricamente. Las corrientes contrarrevolucionarias comenzaron a levantar la cabeza. La revuelta de Cronstadt representó la culminación de este proceso.

 El estado mayor leninista decidió que era absolutamente necesario revisar la política económica. Estaba en peligro la alianza obrero-campesina,

 Lenin planteo la necesidad de acabar con el método de la requisa de los excedentes y la necesidad de pasar al impuesto en especies. Una vez que hubieran pagado el impuesto, los campesinos estaban libres de utilizar los excedentes de la forma que querían y de comerciar con ellos. Ello suponía, evidentemente, un resurgir del comercio privado, suponía además la necesidad de revitalizar la industria para que los campesinos pudieran, efectivamente, intercambiar sus excedentes agrícolas con productos de las ciudades.

 Esta fue la esencia de la NEP (Nueva Política Económica.) Evidentemente la NEP, en cierto sentido, constituía un retroceso. «El comunismo de guerra había  consistido en un intento de asaltar la fortaleza de los elementos capitalistas de la ciudad y del campo con un ataque frontal. En aquella ofensiva el Partido había  empujado hacia adelante corriendo el riesgo de despegarse de su propia base. Ahora Lenin proponía volver un poco hacia atrás, de replegarse temporalmente; de sustituir el asalto con un asedio mas prolongado de las posiciones enemigas, para reemprender el ataque una vez recuperadas las fuerzas.»

 Stalin observa, en su «Historia del PC (b) de la URSS» que los trotskistas interpretaron la NEP «exclusivamente como un repliegue». Trotski, efectivamente, vió la NEP dentro del marco de su teoría de la imposibilidad de la construcción del socialismo en un sólo país; por ello, propondrá muy pronto concesiones muy amplias al capital nacional y extranjero, la formación de sociedades anónimas de capital mixto, etc. Lenin y Stalin, por el contrario, siempre concibieron la NEP como un repliegue parcial con el objetivo de reemprender muy pronto el asalto contra la fortaleza capitalista; la NEP les había  parecido necesaria a fin de fortalecer los lazos del Partido con la clase obrera y los de la clase obrera con los campesinos. Nada mas lejos de su mente, por lo tanto, que la concepción de la imposibilidad de la construcción del socialismo en Rusia basada en la idea de la incompatibilidad de intereses entre obreros y campesinos.

 Un aspecto de fundamental importancia de la NEP estaba constituido por el reconocimiento de la necesidad de revitalizar la industria: Pero ¿qué caminos seguir para lograr este objetivo? «El Comité Central se daba cuenta del hecho de que la primera tarea consistía en revitalizar la industria, pero consideraba que ello no era posible sin el concurso de la clase obrera y de sus sindicatos: consideraba que la clase obrera se hubiera dedicado a esta tarea, si se le explicaba que la ruina económica era un enemigo del pueblo tan peligroso como la intervención y el bloqueo; por fin, opinaba que el Partido y los sindicatos podían sin duda alcanzar este objetivo utilizando, con la clase obrera, el método de la persuasión en lugar del método de las órdenes militares, como se hacia en el frente en donde este método resultaba, efectivamente, necesario».

 La necesidad de aplicar esta política de masas de cara a la clase obrera y a los sindicatos, chocó con la tozuda oposición del burocratismo trotskista. Trotski publicó un folleto en el que decía que «la mera contraposición de los métodos militares (la orden, el castigo) a los métodos sindicales (el esclarecimiento, la propaganda, la iniciativa) es una manifestación de prejuicios kautskiano-menchevicoeseristas... La contraposición de la organización del trabajo a la organización militar en un Estado obrero es de por si una bochornosa capitulación ante el kautskismo».

 Stalin contestó valientemente a las posiciones de Trotski en el X Congreso del Partido, y en «Pravda». «Un grupo de funcionarios del Partido, con Trotski a la cabeza, embriagado por los éxitos de los métodos militares en el Ejército, supone que es posible y necesario trasplantar estos métodos a los medios obreros, a los sindicatos, con el fin de lograr análogos éxitos en el fortalecimiento de los sindicatos, en el renacimiento de la industria». Stalin observa que la clase obrera y el Ejército constituyen medios distintos, que el Ejército es heterogéneo en cuanto a su composición social y su mayoría está compuesto por campesinos. Por el contrario «la clase obrera constituye un medio social homogéneo con predisposición al socialismo en virtud de su situación económica; es fácilmente influenciable por la agitación comunista, se organiza voluntariamente en los sindicatos y constituye, por todo ello, la base, la médula del Estado soviético ... De ahí provienen métodos de influencia tan típicamente sindicales como el esclarecimiento, la propaganda de masas, el desarrollo de la iniciativa y de la actividad de las masas obreras, la elegibilidad de los cargos, etc.» Por ello, «en el momento de la liquidación de la guerra y del renacimiento de la industria» es necesaria e inevitable esa «contraposición de los métodos militares a los métodos democráticos (sindicales)» en contra de la cual Trotski tanto protesta. Stalin se opone a la idea según la cual «la democracia en los sindicatos es, en el fondo, una concesión, una concesión obligada a las demandas de los obreros, y que se trata más bien de diplomacia, que de algo auténtico y verdadero». Por el contrario, afirma que la democracia en los sindicatos «presupone la conciencia de que es necesario y conveniente aplicar en forma sistemática los métodos persuasivos para tratar con las masas de millones de obreros organizados en los sindicatos». Y más adelante: «Para movilizar a los millones de hombres que forman la clase obrera contra la ruina económica, era necesario elevar la iniciativa, la conciencia y la actividad de las amplias masas, es preciso convencerlas con hechos concretos de que la ruina económica representa un peligro tan real y tan mortal como ayer lo era el peligro militar, es necesario incorporar a los millones de obreros, al resurgimiento de la producción a través de sindicatos democráticamente estructurados. Sólo de esta manera es posible convertir en causa vital para toda la clase obrera la lucha de los organismos económicos contra la ruina de la economía. De no hacerlo así, es imposible vencer en el frente económico».

 Considerando todo lo anterior, cabe preguntarse cómo Trotski ha podido «fabricarse» la fama de «batallador infatigable contra la burocracia» y por la «democracia socialista» que algunos, como se sabe, tozudamente quieren ver en él. La verdad es que esta inmerecida «fama», Trotski ha pretendido ganársela en el curso de otra batalla: la que pocos meses después emprenderá, como veremos, en pro de la disgregación del Partido, de la «libertad» en el Partido, del derecho de formar fracciones en el Partido, todo ello a medida que se seguía defendiendo la «disciplina militar» para el sindicato, y para las amplias masas populares. Toda esta polémica, vista en su conjunto, y no fragmentada según los gustos y exigencias de los «teóricos» trotskistas, permite entender cabalmente los puntos de vista de los unos y de los otros y la verdadera naturaleza de las contradicciones existentes. El X Congreso del Partido, el mismo en el cual se proclamó, en contra de Trotski, la democratización de los sindicatos, su funcionamiento plenamente democrático, la posibilidad dentro de ellos de amplios debates y discusiones: el principio según el cual los comunistas debían ganarse un puesto dirigente en los mismos a pulso, y no copando por decreto burocrático todos los puestos dirigentes, en ese mismo Congreso, se prohibieron definitivamente las fracciones dentro del Partido, se planteó abiertamente la necesidad de realizar, hasta el fondo, una disciplina «rayana en lo militar» dentro del mismo. Lenin propuso en el Congreso una resolución especial «Sobre la unidad del Partido». Trotski, por su parte, defendía el principio de la «militarización» de la vida social del país, al mismo tiempo que propugnaba el liberalismo más absoluto dentro del Partido.

 Esta posición de Trotski representaba la expresión más acabada del burocratismo y del despotismo, que, como es sabido, siempre conjugó la defensa de la irresponsabilidad de las «altas esferas» con las órdenes «militares» hacia abajo. Lenin y Stalin siempre concibieron la lucha contra el burocratismo en el Partido como una lucha en dos frentes: por un lado reforzar la disciplina en el Partido, su unidad interna al mismo tiempo que se estimulaba la democracia socialista entre las amplias masas y su iniciativa. Trotski siempre concibió al Partido como una casta privilegiada de burócratas que organizaban cada uno por su lado sus propias parcelas y plataformas de poder, al mismo tiempo que lanzaban «órdenes» a las amplias masas.

 En toda la obra de Stalin encontramos, casi ininterrumpidamente, un llamamiento a utilizar con las masas populares, con la clase obrera, con los campesinos, los métodos de persuasión, de la paciente obra de convencimiento, la necesidad de movilizar a las amplias masas alrededor de los, objetivos marcados por el Partido. Sobre esta cuestión Stalin insistió, con particular intensidad después de la toma del poder, cuando, par el mismo hecho de tener el poder en sus manos, el Partido podía caer en errores burocráticos graves en sus relaciones con el amplio movimiento de masas y con sus organismos. Al mismo tiempo encontramos una defensa tenaz del principio de la unidad y de la disciplina del Partido. Ambos principios son inseparables en la lucha contra el burocratismo, y Stalin los defendió durante toda su vida.

 A finales de 1922 Lenin cayó enfermo. No se repondrá nunca de su enfermedad a pesar de algunas provisionales mejorías que le permitirán, a pesar de todo, seguir trabajando. En abril de ese mismo año, inmediatamente después del XI Congreso, Stalin había  sido nombrado Secretario General del Partido. La enfermedad de Lenin hizo que arreciaran los ataques de los trotskistas. Se trató, como ya hemos mencionado antes, de un ataque directo en contra del Partido, de su unidad, disfrazado como un ataque contra el «burocratismo». Las posiciones de Trotski fueron condenadas por la XIII Conferencia del Partido. Fue en esta época que Stalin escribió «Los principios del leninismo».

 El 21 de enero de 1924, en Gorki, moría Lenin.

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3 : a Trotski
4 : En el VIII Congreso del Partido

 
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