La tarea fundamental de la revolución burguesa se reduce a conquistar el Poder y ponerlo en consonancia con la economía burguesa existente;

Mientras que la tarea fundamental de la revolución proletaria consiste en construir, una vez conquistado el Poder, una economía nueva, la economía socialista.
AMAUTA Revista Socio - Politica
 


CAPITULO V

El socialismo en un solo país

«Pero al llegar aquí, surgía en toda su envergadura el problema de las perspectivas, del carácter de nuestro desarrollo y de nuestra edificación, el problema de la suerte del socialismo en la Unión Soviética. ¿En qué dirección debía orientarse la edificación económica de la Unión Soviética, en la dirección del socialismo o en alguna otra dirección? ¿Debía y podía el País Soviético construir una economía socialista, o estaba condenado a abonar el terreno para otra clase de economía, para una economía capitalista? ¿Era posible, en general, construir una economía socialista en la URSS, y caso de que así fuera, era posible construirla cuando la revolución se demoraba en los países capitalistas y el capitalismo se estabilizaba? ¿Era posible construir una economía socialista por la senda de la nueva política económica que, al mismo tiempo que fortalecía y desarrollaba por todos los medios las fuerzas del socialismo dentro del país, daba también por el momento un cierto incremento del capitalismo? ¿Cómo había  que construir una economía nacional de tipo socialista? ¿Por dónde había  que empezar este obra de edificación?». («Historia del PC(b) de la URSS». Moscú 1947, Pág. 348).

Con estas palabras, en su «Historia del Partido bolchevique» Stalin sintetizaba la situación y los problemas ante los que se encontraba el Partido a finales del período de reconstrucción y construcción de la economía, es decir en el periodo inmediatamente sucesivo a la muerte de Lenin.

Por aquel entonces, Stalin ya se había  convertido en el dirigente de más prestigio dentro de la vieja Guardia bolchevique. En la época de la enfermedad de Lenin, Stalin se había  hecho cargo de gran parte del trabajo práctico de dirección del Partido.

Sobre esta época de la vida de Stalin existe gran número de relatos tendenciosos de origen trotskista, que más que nada consisten en la descripción monótona de una serie de «conjuras» e intrigas, de «alianzas» entre éste o aquel dirigente, etc. Por nuestra parte, al tratar de esta materia, nos atendremos esencialmente a las cuestiones políticas y de principios, es decir a los temas en torno a los cuales se desarrolló la polémica.

¿Cuál era la situación económica de la URSS hacia 1925? Por aquellos años la reconstrucción económica de la URSS se iba completando. Como Stalin puso de relieve en el XIV Congreso, los niveles de producción económica  habían alcanzado prácticamente los niveles de antes de la guerra.

Sin embargo Stalin, en el curso del mismo Congreso, observaba que Rusia seguía siendo un país atrasado: dos tercios de la producción correspondían a la producción agrícola y un tercio solamente a la producción industrial. Se planteaba la cuestión: ¿sobre qué bases desarrollar en lo sucesivo la economía del país? Si había  que industrializar a Rusia ¿sobre qué bases proceder a este proceso de industrialización?

En el plano internacional la situación había  evolucionado hacia una estabilización relativa del sistema capitalista. No cabía esperar, a corto plazo, una revolución en Occidente. No cabía esperar, por lo tanto, una ayuda inmediata, para la industrialización, de algún país socialista más desarrollado.

Podemos decir que hacia 1925 los bolcheviques se encontraron ante el problema de dar solución, en el plano práctico, a la cuestión de construir el socialismo en un país atrasado. Esta cuestión, este problema, estaba implícito en toda la discusión que había  tenido lugar en el Comité Central en vísperas de Octubre, e incluso en la vieja polémica entre mencheviques y bolcheviques.

Como se recordará, los mencheviques siempre  habían negado la posibilidad de realizar la revolución en Rusia, debido a su atraso. En cuanto a la polémica en el Partido después de la revolución de febrero, las viejas posiciones mencheviques  habían hecho su aparición bajo una nueva forma. En el VI Congreso Stalin había  planteado la cuestión de manera tajante ante Preobrazhenski. Stalin había  tenido que atacar con fuerza a quienes sostenían el punto de vista de que el socialismo podía triunfar sobre el capitalismo solamente en una fase de máximo desarrollo de éste y en los países en los cuales se había  producido este máximo desarrollo.

Como es notorio, en vísperas de Octubre, Lenin había  insistido sobre la proximidad de la revolución en Europa y los numerosos síntomas que se iban manifestando, sobre todo en Alemania. Sin embargo la concepción leninista, en todo el análisis de Lenin sobre las fuerzas motrices de la revolución rusa desde 1905 en adelante, el acento se había  puesto en los factores internos del proceso revolucionario: la estrategia de la revolución interrumpida siempre tuvo su eje en la alianza obrero-campesina (que asumiría distintas formas en las distintas etapas de la revolución).

Para Lenin el apoyo internacional (el que la revolución en occidente acudiera en apoyo de la Rusia revolucionaria) constituía una cuestión importante pero no esencial. Lo esencial para Lenin era en primer lugar la conquista del poder y su mantenimiento y afianzamiento sobre la base de la alianza con la masa fundamental de los campesinos. Ello no era posible sin un apoyo del proletariado mundial, pero esto último no debía concebirse mecánicamente en la forma de una revolución socialista en Europa.

Sobre esta cuestión Lenin y Trotski  habían mantenido una polémica antes de la Revolución de Octubre. Lenin había  atacado la posición de Trotski, el cual afirmaba que ninguna revolución en Europa podía triunfar, a menos que no triunfara simultáneamente en todo el continente. Por ello Trotski defendía su consigna de los «Estados Unidos de Europa», Lenin atacaba esta consigna basándose en su teoría del desarrollo desigual del capitalismo, que definía como una ley absoluta del capitalismo que hacía «posible la victoria del socialismo primero en algunos países capitalistas o también en un sólo país capitalista, tomado por separado».

Esta posición antileninista de Trotski se veía acentuada en el caso de Rusia por su teoría de la «revolución permanente». Si la revolución socialista no era posible en ningún país europeo tomado por separado, mucho menos podía serlo en Rusia, país entre los más atrasados de Europa, en el cual la base social del socialismo (el proletariado) y el desarrollo de las fuerzas productivas era menor. Es preciso recordar que la «teoría de la revolución permanente» afirmaba (citando al mismo Trotski) que «la vanguardia proletaria, desde los primeros días de su poder, tendrá que golpear profundamente, no sólo la propiedad feudal, sino también la burguesa. Ella llegará por lo tanto a choques hostiles, no solamente con todos los grupos de la burguesía que la habrán sostenido en los primeros tiempos de la lucha revolucionaria, sino también con las grandes masas campesinas, con el apoyo de las cuales habrá llegado al poder».

Para Trotski resultaba evidente, por lo tanto, que en Rusia no existía una base social interna para construir el socialismo, y que la única salvación del nuevo poder, que había  sido instaurado por la insurrección de Octubre, estaba en la revolución europea, es decir, fuera de Rusia.

Cabe preguntarse las razones por las cuales Trotski en el verano de 1917 se había  incorporado al Partido bolchevique. Los argumentos anteriores constituían, efectivamente, los argumentos en base a los cuales los mencheviques  habían atacado furibundamente la política leninista entre febrero y octubre. Muchos mencheviques estaban convencidos de que había  la posibilidad de conquistar el poder en aquellos días, pero argumentaban que ese poder no se podría mantener porque la base social del socialismo era demasiado reducida en Rusia, porque la fuerza de la burguesía era mucho mayor que la del proletariado, razón por la cual una insurrección era una aventura.

Trotski estaba perfectamente de acuerdo con todo lo anterior, en realidad no tenía diferencias de principios con los mencheviques, pero si tenía divergencias tácticas, ya que opinaba que la coyuntura internacional, la proximidad de la revolución en Europa, daban a la insurrección esa base para mantenerse que le faltaba por las condiciones internas del país. Por ello Trotski se pronunció a favor de la insurrección, de la toma de poder. Tenía, por lo tanto, una coincidencia táctica con Lenin y los bolcheviques y apoyó momentáneamente su política, si bien le dividían de ellos graves diferencias de principio, todo el abismo que separa su concepción de la revolución permanente (las masas fundamentales de los campesinos son hostiles al socialismo) y la concepción de la revolución ininterrumpida (existe una batalla entre burguesía y proletariado para conquistar las masas fundamentales de campesinos: todo depende del resultado de esta batalla: existe la posibilidad, máxime si el proletariado se encuentra en el poder, de atraer al socialismo a las masas fundamentales de campesinos).

La insistencia de Lenin sobre la situación revolucionaria en occidente se debía a que Lenin consideraba, justamente, esta circunstancia como un factor de extraordinaria importancia que jugaba en favor de la revolución rusa. Además, en un momento de vacilaciones e incomprensiones par parte de muchos, la situación revolucionaria que existía en occidente le proporcionó un argumento más para reforzar el campo de los partidarios de la insurrección (atrayéndose, entre otros, a Trotski). Pero Lenin jamás «jugó» la carta de la insurrección basándose sobre un factor imponderable como la posibilidad de una revolución en Alemania. Desde 1905 había  elaborado una estrategia para la revolución rusa, basada en el principio de que la revolución burguesa que estaba pendiente en Rusia podía transformarse en revolución socialista, a condición de que el proletariado lograra forjar, en el curso de la revolución, una alianza con los campesinos bajo su propia hegemonía. Para Lenin existían, por lo tanto, algunos factores permanentes, en la base misma de la sociedad rusa, que podían servir de punto de apoyo para la construcción del socialismo. Para Lenin Rusia estaba madura para el socialismo: por ello, cuando en 1917 se presentaron todas las condiciones políticas y subjetivas para la toma del poder, no vaciló ni un sólo instante y se pronunció por la insurrección.

Todos los problemas, en particular el problema de la «revolución permanente» de Trotski, hasta 1925, quedaron en parte tapados (las contradicciones con Trotski pusieron en primer piano, en la etapa anterior la cuestión de su concepción antileninista del Partido) porque a la orden del día no estaba tanto la cuestión de la construcción del socialismo como la cuestión de volver a alcanzar los niveles productivos de la preguerra dentro del marco de la NEP. Además, la situación en Europa occidental aún no se había  aclarado y no se podía excluir un nuevo ascenso de la revolución en esos países.

Pero, a partir de 1925, la situación se aclara definitivamente. La economía ya se había  reconstituido y se plantea la cuestión de su sucesivo desarrollo, Por otra parte, la revolución en Europa no se había  producido.

Trotski desempolvó con gran virulencia su «revolución permanente»: «Hasta que en los Estados europeos la burguesía siga en el poder nos veremos obligados, en la lucha en contra del aislamiento económico, a buscar acuerdos con el mundo capitalista; al mismo tiempo se puede afirmar con certeza que estos acuerdos, en el mejor de los casos, pueden ayudarnos a sanear estas o aquellas llagas económicas, a dar este o aquel paso adelante, pero un efectivo ascenso de la economía socialista en Rusia será posible solamente después de la victoria del proletariado en los principales países de Europa».

Trotski encontró para sus posiciones el apoyo de Kámenev y Zinoviev, tras una etapa de vacilaciones por parte de estos últimos. En muchos libros de «historia» inspirados por Trotski se lee que todo consistió en una «maniobra» de Stalin, el cual se apoyo en una primera fase en Kámenev y Zinoviev para luego «desembarazarse» de ellos. Nosotros, por nuestra parte, nos fijaremos en las cuestiones de fondo, de principios. Observaremos, sin embargo, de pasada, que el «maní obrerismo» en política consiste en actuar haciendo caso omiso de los principios, en pasar de un bando a otro, etc. En toda la batalla que se desarrolló en la URSS entre los años 20 y 30 sobre la cuestión de la construcción del socialismo, Stalin, tuvo, es cierto, adversarios distintos en las diferentes etapas de la Lucha; pero siempre actuó de una forma absolutamente coherente, siempre defendió los mismos principios y la misma línea, la línea leninista de la construcción del socialismo en la URSS basándose en las propias fuerzas, es decir en alianza entre el proletariado y las masas fundamentales de los campesinos. Durante años esto se puede comprobar fácilmente gracias a los documentos, es decir, en sus propios escritos Stalin defendió el leninismo en la URSS, «la revolución ininterrumpida» de Lenin y el modelo de construcción del socialismo que Lenin había  bosquejado en sus últimos escritos, y todo ello con una gran coherencia, una gran paciencia y sin moverse ni un ápice de sus planteamientos de fondo. ¿Dónde está pues su maní obrerismo? Stalin se mantuvo firme como una roca.

No se puede decir lo mismo de Kámenev y Zinoviev, quienes en una primera fase se opusieron a Trotski, para pasarse luego, con armas y bagajes, al campo trotskista. No hubo, por lo tanto, ninguna «maniobra» por parte de Stalin, sino una defensa intransigente de una postura de principios, sin ninguna consideración por los lazos personales o las coincidencias que en otros momentos se  habían dado.

Quienes cambiaron de bando, fueron Kámenev y Zinoviev. Si el menchevismo (una especie particular de menchevismo) era algo orgánico en Trotski, sustentado por una teoría a la que siempre se mantuvo fiel (la «revolución permanente»), en Kámenev y Zinoviev el oportunismo semimenchevique afloraba en los momentos de viraje, en los momentos decisivos. Ello se debía a su naturaleza vacilante que acabó empujándoles en los brazos del trotskismo.

Si examinamos la trayectoria de Kámenev y Zinoviev vemos que está jalonada por una serie de posiciones (vacilaciones ante la cuestión de la primera guerra imperialista, contra la insurrección de Octubre, a favor de una coalición con los oportunistas después de la toma del poder) que reflejaban este espíritu vacilante, particularmente vacilante en los momentos difíciles, en los cuales había  que adoptar decisiones trascendentales y había  que escoger el camino más duro.

Para entender bien el conjunto de la polémica entre el C.C. del PCUS y la «oposición», para captar el espíritu de la «oposición», es preciso examinar las posiciones trotskistas en su formulación «positiva». Trotski estaba en contra de la construcción del socialismo «en un sólo país», pero ¿qué proponía a cambio? ¿Que alternativas proponía de cara a la misma URSS?

En «La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas» Stalin escribía:

¿Y qué hacer si la revolución mundial ha de llegar con retraso? ¿Le queda a nuestra revolución un rayo de esperanza? Trotski no nos deja ningún rayo de esperanza, Pues «las contradicciones en la situación de un Gobierno obrero... podrán solucionarse sólo... en la palestra de la revolución mundial del proletariado». Con arreglo a este plan no le queda a nuestra revolución más que una perspectiva: la de vegetar en sus propias contradicciones y pudrirse en vida, esperando la revolución mundial». (Stalin: «La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos», en «Cuestiones del leninismo», Moscú 1947, Pág. 111-112).

Pudrirse hasta la médula y vegetar en las contradicciones: ésta era la alternativa trotskista; Trotski no proponía ninguna salida particular. La salida de Trotski era de permanecer a la espera «saneando estas o aquellas llagas económicas», dando «este o aquel paso adelante» pero, fundamentalmente, permaneciendo a la espera.

Este aspecto del trotskismo explica por qué el bando trotskista, independientemente de la brillante fraseología «izquierdista» empleada por su jefe, acabó reuniendo a todos los elementos más vacilantes y derechistas, acabó atrayéndolos como la miel atrae a las abejas. Estar con el trotskismo significaba permanecer a la espera, significaba no escoger el camino (extremadamente difícil en las condiciones de Rusia) de la construcción del socialismo significaba además hacer todo esto con la comodísima cobertura de una etiqueta «ultra revolucionaria» que justificaba el abandono de este camino duro y difícil -la construcción del socialismo en el único país en el que ello era factible pues era el único que permitía al proletariado detentar el poder bajo la consigna de la «revolución mundial».

Stalin aclaró cómo, tampoco en el terreno del internacionalismo, la «revolución permanente» trotskista podía presumir de un gran espíritu revolucionario.

«Esta teoría no sólo es inaceptable como esquema del desarrollo de la revolución mundial, ya que está en contradicción con hechos evidentes: es todavía más inaceptable como consigna, parque no deja libre, sino que encadena la iniciativa de los países que, en virtud de ciertas condiciones históricas, se encuentran en la posibilidad de abrir por su cuenta una brecha en el frente del capital; porque no estimula a los diferentes países a emprender por separado una ofensiva activa contra el capital, sino que los condena a mantenerse pasivamente a la expectativa, en espera del momento del «desenlace general», porque fomenta en los proletarios de los diferentes países no el espíritu de la decisión revolucionaria...» (Stalin: «La Revolución de Octubre...» Ed. cit. Pág. 133-134).

El trotskismo era, por lo tanto, la teoría de la espera, de la pasividad, del tapar «esta o aquella llaga», del «dar este o aquel paso», es decir, la teoría que reflejaba la actitud, el espíritu de los burócratas y de los vacilantes. El «izquierdismo» de Trotski estaba todo en el lenguaje apocalíptico por medio del cual, este apacible vegetar de burócratas y derechistas que se negaban a construir el socialismo se presentaba como «heroísmo revolucionario».

Ante el fracaso de la revolución en Occidente la «oposición» proclamaba la necesidad de que el proletariado ruso y su Partido de vanguardia se encerraran en un espléndido aislamiento, se consideraran dentro de la misma Rusia como una fortaleza sitiada, defendieran el «socialismo» en contra de todos y de todo según el método defendido por Trotski de «sacudir» a los sindicatos y a las masas y se dedicaran a esperar, dentro de esta desesperación («desesperación permanente» decía Stalin) y soledad, la revolución socialista europea. Si ésta no se producía -y aún hoy (1979) no se ha producido la revolución rusa perecería entre fuego, relámpagos y truenos, proporcionando al mundo un hermoso espectáculo de impotencia y heroísmo.

El «izquierdismo» de Trotski se sustentaba en estos relámpagos y truenos, en la «frase revolucionaria», pero escarbando por debajo de ésta lo que salía a flote era el burocrático y apacible «vegetar en las contradicciones» y son estos rasgos del trotskismo los que acabarían atrayendo a Kámenev y Zinoviev en el momento en que las terribles dificultades implícitas en el duro camino escogido por el Partido, les harán vacilar una vez más y retroceder.

El paso a la «oposición» de Kámenev y Zinoviev supuso graves dificultades para el Partido. Zinoviev tenía una gran influencia en la organización de Leningrado y la mayoría de los delegados en el XIV Congreso lo apoyaban. En la «Historia del PC(b)» Stalin escribe: «Desde que el Partido existía jamás se había  visto una delegación de un gran centro del Partido, como Leningrado, prepararse a intervenir en contra de su Comité Central».

Sin embargo, Kámenev y Zinoviev fueron completamente derrotados en el Congreso. Efectivamente, por las características mismas que tiene un Congreso de Partido, en el curso de sus sesiones se vieron obligados, no solamente a atacar la perspectiva de la construcción del socialismo en un sólo país, defendida por Stalin, sino también a defender una alternativa propia. Se vio entonces claramente que, no sólo la oposición no tenia más alternativa que el «vegetar», sino que ese mismo «vegetar» consistía, en realidad, llana y sencillamente, en la completa restauración del capitalismo en la URSS, en la rendición, en toda la línea, ante el imperialismo.

 «El zinovievista Sokolnikov opuso al plan de industrialización socialista de Stalin, el plan burgués que se cotizaba entre los tiburones del imperialismo. Este plan consistía en que la URSS siguiese siendo un país agrario que produjese, fundamentalmente, materias primas y artículos alimenticios exportando estos artículos e importando la maquinaria que no producía ni debía según ellos, producir. Dentro de las condiciones existentes en 1925, este plan tenia todo el carácter de un plan de esclavización económica de la URSS por los países extranjeros industrialmente desarrollados, de un plan destinado a mantener el atraso industrial de la URSS en provecho de los tiburones imperialistas de los países del capitalismo». («Historia del P. C. (b) de la URSS» Ed. cit, págs. 353 y 354)

En realidad la política de «sanear esta o aquella llaga» en 1925 ya no era viable. En 1925 la base económica de la URSS ya se había  reconstituido y lo que se planteaba era el camino a seguir en el futuro. ¿El camino socialista o el camino capitalista? La «oposición» al negar la posibilidad de construir el socialismo abogaba por el camino capitalista, que, en las condiciones de atraso de la URSS significaba la supeditación del país al imperialismo extranjero, la claudicación completa ante el imperialismo.

Pero ¿existía la posibilidad de construir el socialismo en Rusia? Stalin afirmaba con fuerza que si. «¿En qué consiste la posibilidad de la victoria del socialismo en un sólo país? Es la posibilidad de resolver las contradicciones entre el proletariado y los campesinos apoyándose en las fuerzas internas de nuestro país, es la posibilidad de la toma del poder por parte del proletariado y de la utilización del poder para edificar una sociedad socialista integral en nuestro país, con la simpatía y con el apoyo de los proletarios de los demás países, pero sin la previa victoria de la revolución proletaria en los demás países».

Stalin insistía en que la desconfianza de la «oposición» en la imposibilidad de construir el socialismo en Rusia basándose en las propias fuerzas de la URSS tenia su base, no en erróneas valoraciones de las posibilidades técnico-materiales de la URSS, sino en una profunda desviación ideológica del leninismo, en el abandono de la concepción leninista de la revolución ininterrumpida . La clave seguía siendo la actitud de los campesinos.

Stalin, siguiendo a Lenin, negaba que los campesinos (sus masas fundamentales, es decir, los campesinos pobres y los medios) acabarían oponiéndose a la construcción del socialismo. A su juicio la desconfianza en la victoria del socialismo en la URSS consistía:

«Ante todo, falta de seguridad en que las masas fundamentales del campesinado, debido a determinadas condiciones del desarrollo de nuestro país, puedan incorporarse a la edificación socialista. Significa, en segundo lugar, falta de seguridad en que el proletariado de nuestro país, dueño de las posiciones dominantes de la economía nacional, sea capaz de arrastrar a las masas fundamentales del campesinado a la edificación socialista».

Gran parte de las obras de Stalin en este periodo están dedicadas a dilucidar esta cuestión. Stalin lo aborda en «Los Fundamentos del Leninismo» y en «Cuestiones del Leninismo» y en gran número de artículos, escritos y discursos.

En «Los Fundamentos del Leninismo» Stalin aclara que:

«No hay que confundir al campesinado de la Unión Soviética con el campesinado de Occidente. Un campesinado que ha pasado por la criba de tres revoluciones, que ha luchado del brazo del proletariado y bajo la dirección del proletariado contra el Zar y el poder burgués, un campesinado que ha recibido de manos de la revolución proletaria la tierra y la paz y que por ello se ha convertido en reserva del proletariado...»

Pero no se trata solamente de esto. La «oposición» no solamente pasa por alto las transformaciones producidas en la conciencia de los campesinos por todo un período histórico de luchas revolucionarias del lado del proletariado; la «oposición» pasa por alto las nuevas condiciones materiales creadas por el poder soviético.

«No hay que confundir la agricultura de Rusia con la de Occidente. En Occidente, la agricultura se desarrolla siguiendo la ruta habitual del capitalismo, en medio de una profunda diferenciación de los campesinos, con grandes fincas y latifundios privados capitalistas en uno de los polos, y, en el otro, pauperismo, miseria y esclavitud asalariada. Allí son completamente naturales, a consecuencia de ello, la disgregación y la descomposición. No sucede así en Rusia. En nuestro país, la agricultura no puede desarrollarse siguiendo esa ruta, ya que la existencia del Poder Soviético y la nacionalización de los instrumentos y medios de producción fundamentales no permiten semejante desarrollo. En Rusia, el desarrollo de la agricultura debe seguir otro camino, el camino de la cooperación de millones de campesinos pequeños y medios, el camino del desarrollo de la cooperación en masa en el campo, fomentada por el Estado mediante créditos concebidos en condiciones ventajosas».

La vía capitalista de desarrollo de la agricultura:

«Es inevitable en los países capitalistas, porque el campo, la economía campesina, depende de la ciudad, de la industria, del crédito concentrado en la ciudad, del carácter del Poder, y en la ciudad impera la burguesía, la industria capitalista, el sistema capitalista de crédito, el Poder capitalista del Estado».

La vía socialista:

«Consiste en incorporar en masa los millones de haciendas a todos los terrenos de la cooperación; en unir las haciendas campesinas dispersas en torno a la industria socialista en implantar los principios del colectivismo entre el campesinado, primero en lo tocante a la venta de los productos agrícolas y al abastecimiento de las haciendas campesinas con artículos de la ciudad, y, luego en lo que se refiere a la  producción agrícola".

Está de moda hoy acusar a Stalin de "subjetivismo". Esta acusación la lanzan en coro los trotskistas y los revisionistas modernos. La cuestión se plantea casi como si Stalin hubiera defendido, ante el retrasarse de la revolución en occidente, su propia línea por un deseo subjetivo de "seguir adelante" independientemente de las condiciones objetivas existentes. Esta acusación, como estamos viendo, es completamente falsa. Stalin basaba su convencimiento en consideraciones científicas y, hay que recalcarlo, apoyándose en Lenin.

Cuando Lenin afirmaba que Rusia estaba madura para el socialismo, que "Rusia podía empezar", no se refería solamente a la toma del poder sino a la posibilidad de construir el socialismo. En cuanto a los argumentos y los enfoques en base a los cuales Lenin sustentaba este convencimiento suyo, aparte los planteamientos de tipo general (teoría del desarrollo desigual), poco antes de morir Lenin, en una serie de escritos, bosquejó algunas soluciones particulares basadas en los primeros años de la experiencia soviética: Stalin se mantuvo fiel a estas indicaciones del hombre a quien siempre consideró como su maestro. La acusación del subjetivismo no va por lo tanto en contra de Stalin solamente, sino también en contra de Lenin.

Stalin, por otra parte, jamás subvaloró las dificultades de la industrialización.

"En primer lugar, sólo existían las viejas fábricas y empresas industriales, con su técnica vieja y atrasada, que podían quedar inservibles muy pronto. La tarea consistía en equipar de nuevo estas fábricas y empresas industriales con arreglo a la nueva técnica. En segundo lugar, el periodo de restauración de la economía se encontró con una industria cuya base era demasiado reducida, pues entre las fábricas y empresas industriales existentes se echaban de menos decenas y centenares de fábricas de construcción de máquinas, absolutamente necesarias para el país, fábricas que no existían entonces y que eran indispensable construir, ya que sin ellas no puede existir una verdadera industria. La tarea consistía por tanto en crear estas fábricas y equiparlas con una maquinaria moderna. En tercer lugar, el período de restauración de la economía se preocupaba, primordialmente, de la industria ligera, que desarrolló y puso a flote. Pero el progreso mismo de la industria ligera tropezaba con la dificultad representada por la existencia de una industria pesada pobre, aparte de que otras exigencias del país reclamaban también para su satisfacción una industria pesada desarrollada. Planteábase pues el problema de hacer pasar a primer plano, en adelante, la industria desarrollada" (Ibidem, pág. 359)

Stalin no se desanimó en absoluto ante la dificultad de la tarea: veía que por su carácter de clase el nuevo poder soviético poseía una base para su desarrollo industrial que ningún país capitalista jamás había podido soñar. Pero esa misma circunstancia indicaba que este desarrollo podía producirse exclusivamente en un sentido socialista.

"La URSS descubrió fuentes de acumulación desconocidas en todos los Estados capitalistas. El Estado soviético disponía de todas las fábricas y empresas industriales, de todas las tierras confiscadas por la Revolución Socialista de Octubre a los capitalistas y terratenientes, del transporte, de los bancos, del comercio exterior e interior" (Ib. pág. 360)

 Todas las ganancias de la industria podían dedicarse al desarrollo industrial, así como el dinero que anteriormente era absorbido para amortizar la deuda zarista. Además:

«Al abolir la propiedad de los terratenientes sobre la tierra, el Poder Soviético liberó a los campesinos de la obligación de abonar todos los años a los terratenientes cerca de 500 millones de rublos oro, a que ascendían las rentas de la tierra. Las masas campesinas, libres de esta carga, podían ayudar al Estado a construir una nueva y poderosa industria» (lb. Pág. 3ó0)

Los argumentos de Stalin convencieron plenamente al XIV Congreso. La «nueva oposición» de Trotski, Kamenev y Zinoviev fue derrotada en toda la línea. Sus dirigentes trataron de organizar el contraataque y Zinoviev logró que el Comité Provincial de la Juventud de Leningrado decidiera no aplicar las decisiones del Congreso. Pero pronto se puso de manifiesto que la aplastante mayoría de los militantes de la ex-capital no se sentían representados por sus dirigentes. En una conferencia extraordinaria la inmensa mayoría de la organización de

Leningrado acabó apoyando las decisiones del Congreso.

A partir de ese momento comienza el inexorable declive de la «nueva oposición». A pesar de que en 1926 y 1927 arreciaron sus ataques contra el Comité Central, sus exponentes se encontraban cada vez más aislados dentro del Partido. En las elecciones de delegados para el XV Congreso (1927) su derrota resultó evidente: por el Comité Central votaron 724.000 miembros, por la «oposición» 4.000

A partir de ese momento el «bloque» pasó a la actividad clandestina. Montó una imprenta ilegal y trató de organizar manifestaciones callejeras que fracasaron estrepitosamente. La «oposición» pasaba del fraccionalismo a la escisión abierta, tratando de organizar en la URSS, un partido clandestino contrapuesto al Partido Comunista, sobre la base de su «plataforma» opuesta a la construcción del socialismo. El 14 de noviembre de 1927 Trotski y Zinoviev eran expulsados del Partido.

La política de industrialización alcanzó rápidamente éxitos importantes. La producción industrial superó rápidamente los niveles de antes de la guerra. El peso del sector socialista pasó del 81 por 100 (1924-25) al 86 por 100 (1926-27) El comercio privado pasó del 42 por 100 (1924-25) al 32 por 100 (1926-27)

Sin embargo, muy pronto, el mismo proceso de la industrialización socialista puso al descubierto la grave situación de la agricultura que no lograba caminar al ritmo del desarrollo industrial.

La Revolución de Octubre había  destruido el poder de los grandes terratenientes cuyos inmensos latifundios  habían sido confiscados. Pero la Revolución, al entregar la tierra a los campesinos, había  determinado también una fragmentación de las explotaciones agrícolas. Hasta la guerra en Rusia existían unos 15-16 millones de haciendas agrícolas. Con la Revolución éstas  habían pasado a ser unos 24-25 millones.

El desarrollo de la economía socialista necesitaba de una agricultura moderna, basada en explotaciones en las que pudiera utilizarse una técnica avanzada. Esta condición podía cumplirse exclusivamente sobre la base de una extensión de las dimensiones de las explotaciones agrícolas.

En su «En el frente del trigo» Stalin proporciona una tabla estadística de la cuál extrae importantes conclusiones. Antes de la guerra las grandes explotaciones agrícolas (terratenientes) producían 600 millones de punds de trigo [5].

En 1926-27 las grandes explotaciones (sovjos y koljos) producían 80 millones solamente. En cambio, los campesinos pequeños y medios antes de la guerra producían 2.500 millones de punds; en 1926-27 su producción era de 4.052 millones. Conclusión: la gran masa de la producción de trigo procedía del pequeño y medio productor independiente: la Revolución había  reforzado la pequeña explotación agrícola».

Esta situación era incompatible con la construcción del socialismo, la cual estaba ligada a la industrialización del país y requería abastecer de abundantes productos agrícolas a las ciudades y exportar parte de la producción ante la imposibilidad de obtener créditos del extranjero. Ahora bien, los datos proporcionados por Stalin demostraban que mientras las grandes explotaciones daban el 47 por 100 de su producción para el mercado, los pequeños productores daban solamente el 11,2 por 100. El reforzamiento de las pequeñas explotaciones agrícolas había  determinado una escasez de cereales para las ciudades y la exportación.

Es evidente la necesidad de reorganizar la agricultura sobre la base de las grandes haciendas agrícolas. Pero ¿cómo realizar esto? Trotski, a la luz de la «revolución permanente», interpretaba esta situación como una prueba de la justeza de su planteamiento según el cual las tareas de la construcción del socialismo llevarían a un enfrentamiento directo entre e1 proletariado y los campesinos.

La conclusión de Stalin era completamente distinta: era absolutamente necesario ampliar las dimensiones de las haciendas agrícolas sobre la base de la colectivización de la agricultura. Pero esto sólo era posible manteniendo la alianza con los campesinos, en la medida en que el proletariado podía atraer a la producción colectiva (sovjos y koljos) a la gran masa de los campesinos. Stalin insistía mucho en que se trataba de atraer a los campesinos pobres y medios, de que se trataba de convencerles sobre la base de la demostración práctica de la superioridad de la producción colectiva frente a la individual.

¿Era posible esto? Stalin insistía que sí. No solamente era posible de cara a los campesinos pobres, sino también de cara a los medios, que se  habían acercado al poder soviético después de la Revolución de Octubre. Stalin afirmaba que los elementos intermedios de la sociedad rusa, que  habían permanecido a la espera cuando el poder soviético aún no había  sido instaurado o no se había  aún consolidado, al darse cuenta de que el nuevo poder tenía una fuerte base, iban aceptando un compromiso con ese nuevo poder y amoldándose a las nuevas condiciones de vida. En el campo, si se actuaba con la necesaria prudencia y se respetaban ciertos intereses de estas capas, seria posible atraerlas paulatinamente hacia la construcción del socialismo.

Sin embargo, para Stalin, esto no significaba en absoluto atenuar la lucha de clases en el campo. En el campo seguían existiendo elementos capitalistas, los kulaks. Como se ha indicado anteriormente, los kulaks en 1926-27 producían aún 617 millones de punds de trigo. De las cifras citadas se deduce también otro dato de gran importancia. Si antes de la guerra los kulaks entregaban al mercado el 34 por 100 de su producción global, en 1926-27 este índice había  descendido al 20 por 100. ¿Qué significaba esto?

«Hay muchos que hasta ahora aún no pueden explicarse el hecho de que los kulaks hayan entregado espontáneamente su trigo hasta 1927 y a partir de esta fecha hayan dejando de entregarlo de la misma manera espontánea... Si antes el kulak era relativamente débil, si no tenía la posibilidad de organizar seriamente su economía, no contaba con bastante capital para fortalecerla, lo cual le obligaba a lanzar al mercado todo o casi todo el sobrante de su producción de cereales, ahora, después de una serie de años de buenas cosechas, después de conseguir organizar su economía y acumular el capital necesario, cuenta ya con la posibilidad de maniobrar en el mercado, con la posibilidad de ir almacenando trigo, esta divisa de las divisas, formándose una reserva personal, y prefiere llevar al mercado carne, avena, cebada y otros artículos de segunda categoría» («Sobre la desviación derechista en el PC (b) de la URSS» en «Cuestiones del leninismo». Ed. cit. pág. 275).

La aceptación voluntaria, por parte de los campesinos pobres y medios, de la colectivización de la agricultura no debía concebirse como una atenuación de la lucha de clases en el campo. Colectivizar la agricultura suponía intensificar la lucha de clases en contra de los residuos capitalistas, a saber, en contra de los kulaks, los campesinos ricos. Estos se oponían con uñas y dientes a la colectivización, boicoteaban la industrialización socialista almacenando y ocultando el trigo, aprovechaban cualquier ocasión y cualquier recurso para dañar a los sovjoses y a los koljoses, recurriendo incluso al incendio y al asesinato.

A esta posición de Stalin se opuso abiertamente Bujarin. Bujarin afirmaba que el plan de Stalin era completamente utópico, y que para garantizar unas dimensiones mínimas de las explotaciones agrícolas había  que basarse precisamente en los kulaks. Bujarin, para defender esta posición, formuló la teoría de la suavización progresiva de las contradicciones de clase en el socialismo que más tarde seria desempolvada por Jruschov. Según esta teoría, a medida que el socialismo avanzaba, las antiguas clases dominantes, al verse derrotadas, disminuían su resistencia, lo que suponía que se podía prever una integración pacifica de los kulaks en el socialismo.

Como se ve, Bujarin extendía a los kulaks, al enemigo de clase, lo que Stalin había  afirmado de los campesinos pobres y medios, de los aliados del proletariado en la construcción del socialismo.

Aparentemente las posiciones de Bujarin y Trotski eran absolutamente distintas. Trotski negaba toda posibilidad de participación de los campesinos en la construcción del socialismo. Bujarin extendía esta posibilidad hasta los kulaks. Pero había  algunos elementos ideológicos en común y, sobre todo, unas conclusiones políticas comunes.

El elemento ideológico en común era el de la consideración de todo el campesinado como una masa única, sin diferenciaciones internas de clase, sin una dinámica interna, sin contradicciones de clase entre los distintos sectores campesinos.

Este elemento ideológico común había  llevado a Bujarin, en el pasado, a posiciones casi idénticas a la «revolución permanente». Por ejemplo, en 1917, durante el VI Congreso, había  planteado un esquema de la revolución en dos etapas con las siguientes palabras: «La primera etapa contará con la participación de los campesinos que quieren tener la tierra; la segunda fase, después de que los campesinos se hayan retirado satisfechos, será la fase de la revolución proletaria; entonces el proletariado de Rusia será apoyado solamente por elementos proletarios y por el proletariado de la Europa Occidental». En el VI Congreso Stalin había  calificado este esquema de «pueril» y había  planteado la pregunta (de cara a la segunda etapa del esquema de Bujarin): ¿En contra de quién está dirigida esta segunda revolución?».

Quince años más tarde, Bujarin, sobre la misma base ideológica de considerar a los campesinos como una masa única, había  “revolucionado» su esquema y se encontraba aparentemente muy lejos de Trotski: ahora a su juicio todos los campesinos podían incorporarse al socialismo. A la pregunta que Stalin le había  dirigido en el VI Congreso, Bujarin contestaría que no había  enemigo de clases contra el cual dirigir una segunda revolución porque en la URSS no existía un enemigo de clase capaz de ofrecer una resistencia apreciable.

Sin embargo, Bujarin mantenía una clara coincidencia política con Trotski. Ambos predicaban una política de claudicación total ante el capitalismo en la URSS. El primero, sobre la base de su «izquierdismo» afirmaba que, al no tener aliados (fuerzas suficientes) el proletariado no podía construir el socialismo en la URSS. El segundo, al negar que en la URSS existiera una encarnizada resistencia por parte del enemigo de clase, predicaba que no era necesario luchar en contra del capitalismo en la URSS. Arrancando de premisas distintas llegaban ambos a la misma conclusión; idénticas eran sus proposiciones políticas y sus alternativas.

Trotski y Bujarin acabaron por ello coincidiendo en la misma plataforma y, a través de Kámenev, estrecharon su alianza.

«Para Bujarin el punto de partida no es el ritmo rápido de desarrollo de la industria, como palanca para la reconstrucción de la economía agrícola, sino el desarrollo de la hacienda campesina individual. Para él, lo primordial es la «normalización» del mercado y la admisión del libre juego de los precios en el mercado de los productos agrícolas, lo que equivale, en el fondo, a admitir la libertad completa de comercio. De aquí su actitud recelosa hacia los koljoses... De aquí su actitud negativa ante todas y cada una de las formas de medidas extraordinarias contra los kulaks para el aprovisionamiento de cereales» (lb. pág. 305).

Estas eran las posiciones de Bujarin. En este contexto Bujarin afirmaba la necesidad de disminuir el «ritmo de desarrollo» de la industria socialista. Stalin atacaba esta posición:

«Amortiguar el ritmo de desarrollo de la industria significaría debilitar a la clase obrera, pues cada paso de avance que damos en el desarrollo de la industria, cada nueva fábrica, cada nuevo establecimiento industrial, representa, según la expresión de Lenin, una «nueva fortaleza» de la clase obrera que afianza las posiciones de ésta en la lucha contra las tendencias anárquicas pequeño burguesas y contra los elementos capitalistas de nuestra economía. Por el contrario, debemos mantener el ritmo actual de desarrollo de la industria y debemos, en cuanto se nos presente la ocasión, acelerarlo, para llenar de mercancías el campo y sacar de él más trigo, para dotar a la agricultura, y sobre todo a los koljoses y sovjoses, de maquinaria, para industrializar la agricultura y elevar el contingente comercial de su producción» («En el frente del trigo», en «Cuestiones del leninismo» Ed. Cit. pág. 24142).

Stalin trató de analizar las razones del surgimiento de la desviación bujarinista:

«No se puede decir que estos errores de la nueva oposición hayan caído del cielo. Lejos de ello, están relacionados con esa fase de desarrollo que hemos recorrido ya y a la que se da el nombre de periodo de restauración de la economía nacional durante el cual el trabajo de edificación marchaba por la vía pacifica, de un modo espontáneo, por decirlo así, durante el cual no se daban aún esos cambios en las relaciones de las clases que existen ahora, no se daba aún esa agudización de la lucha de clases con la que en los momentos actuales nos encontramos» (En «Sobre la desviación derechista...» Ed. cit. pág. 285)

Las concepciones de Bujarin tienen muchos rasgos en común con el revisionismo jruschovista y casi constituyen un antecedente del mismo. Ello, explica el que, a menudo, los «eurocomunistas» pidan la «rehabilitación» de este hombre tan ligado a ellos por comunes lazos ideológicos. Por ello queremos concluir este apartado con una cita de Stalin que (por desgracia) resulta casi profética:

«Cuando algunos círculos de nuestros comunistas intentan hacer retroceder a nuestro Partido para que no aplique los acuerdos del XV Congreso, negando la necesidad de la ofensiva contra los elementos capitalistas del campo, o exigiendo el amortiguamiento del desarrollo de nuestra industria, par entender que su ritmo actual de desarrollo es ruinoso para nuestro país, o negando la conveniencia de asignar subvenciones del Estado a los koljoses y a los sovjoses por creer que esto es dinero tirado a la calle, o negando la conveniencia de la lucha contra el burocratismo sobre la base de la autocrítica, par entender que la autocrítica quebranta nuestro aparato, o exigiendo que se suavice el monopolio del comercio exterior, etc., etc., esto quiere decir que en las filas de nuestro Partido hay gente que -sin que tal vez ella misma se dé cuenta de lo que hace- intenta adaptar la obra de nuestra construcción socialista a los gustos y a las necesidades de la burguesía «soviética»... el triunfo de la desviación de derechas en nuestro Partido significaría la maduración de las condiciones necesarias para la restauración del capitalismo en nuestro país» («Sobre el peligro de derecha en el PC (b) de la URSS» en «Cuestiones del leninismo», Ed. cit. pág. 2ó0),

La ofensiva para la colectivización de la agricultura y en contra de los kulaks se decidió en el XV Congreso del Partido que se abrió el 2 de diciembre de 1927. Stalin defendió el punto de vista de que la única salida para resolver los problemas de la agricultura estaba en la colectivización «gradual pero constante», basada en la «persuasión», es decir «no ejerciendo en absoluto presiones sino a través de la enseñanza de los hechos». Se decidió también «desarrollar ulteriormente la ofensiva en contra de los kulaks y tomar una serie de nuevas medidas que limiten el desarrollo del capitalismo en el campo y orienten la economía campesina hacia el socialismo».

Como vemos, Stalin seguía planteando esta cuestión con la necesaria prudencia, es decir, asegurándose de que la colectivización se realizara sobre la base de la alianza con las masas fundamentales de campesinos. En «Sobre la desviación de derecha», preguntándose si el plan koljosiano no había  sido lanzado con retraso, escribía:

«Para poder llevar a la práctica el plan de un movimiento de masas en pro de los koljoses y sovjoses, era necesario ante todo, que la dirección del Partido se viese apoyada en esto por la masa del Partido,.. Para ello era necesario, además, que entre los campesinos se produjese un movimiento de masa hacia los koljoses, que los campesinos no desconfiasen de los koljoses, sino que afluyesen a ellos por su propio impulso, convenciéndose por experiencia de las ventajas de los koljoses sobre la hacienda individual... Era necesario, además, que el Estado dispusiese de los medios materiales precisos para financiar el movimiento, para financiar los koljoses y sovjoses... Era necesario, finalmente, que se hubiese desarrollado la industria en el grado mas o menos suficiente para dotar a la agricultura de la maquinaria agrícola, de tractores, de abonos orgánicos, etc...» («Sobre la desviación derechista... « Ed. cit. pag. 308-9).

Como se ve, Stalin planteaba la necesidad de que la colectivización de la agricultura se realizara con los ritmos y en la medida en que se hubieran creado las bases sociales y materiales para emprenderla. Con el mismo espíritu la ofensiva en contra de los kulaks, en una primera fase no adoptó la forma de un intento de liquidar a los kulaks como clase, sino que consistió en el establecimiento de una serie de trabas, legales y económicas, para debilitarles.

«El Poder Soviético sometía a los kulaks a un elevado impuesto, les obligaba a vender el trigo al Estado a precios de tasa, restringía hasta cierto punto el disfrute de la tierra por los kulaks, con arreglo a la ley sobre los arriendos de tierras, limitaba las proporciones de las explotaciones de los kulaks, mediante la ley sobre empleo del trabajo asalariado por los campesinos individuales» («Historia del PC (b) de la URSS» Ed. cit, pag. 389).

Sin embargo los bujarinianos se insurgieron muy pronto contra todo intento de combatir a los kulaks. Comenzaron a decir que se estaba «arruinando la agricultura», que la colectivización de la misma era una «utopía innecesaria», que ésta se produciría de una forma espontánea y paulatina y que el plan de industrialización socialista era irrealizable.

Bujarin encontró el apoyo de Rykov, de Tomski y de algunos dirigentes de la organización de Moscú. Sin embargo ya en 1928 esta «oposición» de derechas estaba prácticamente aislada y derrotada en los organismos dirigentes del Partido. En 1929 Bujarin fue excluido del Buró Político.

No es nuestra intención relatar aquí todas las vicisitudes de esta lucha contra la «oposición» hasta 1938. De manera deliberada hemos preferido centrarnos en las cuestiones ideológicas y políticas, es decir, sobre el contenido de las divergencias. Por lo general, la burguesía suele presentar esta lucha como una lucha «entre camarillas» para adueñarse «del poder» dejando completamente de lado las razones de fondo, los reales motivos de esta lucha. En realidad, el conflicto tenía unas bases ideológicas y políticas muy claras, raíces que pueden ser fácilmente comprobadas pues los escritos e intervenciones públicas de unos y otros han sido publicadas y están a disposición de todo el mundo.

La lucha entre el Comité Central, encabezado por Stalin y el «bloque» de la «oposición» fue una lucha a muerte por el socialismo en contra del capitalismo, entre el marxismo-leninismo y la ideología burguesa disfrazada de «marxismo». El significado de esta lucha puede comprenderse claramente cuando se consideren las consecuencias de la victoria que mas tarde alcanzó la camarilla jruschovista en la URSS, a raíz del XX Congreso. Jruschov fue el epígono de la oposición, el sucesor de Trotski y de Bujarin, que se impuso en el XX Congreso esgrimiendo en gran parte los argumentos políticos e ideológicos de sus antecesores. El resultado de ello puede ser fácilmente comprobado: transformaciones de la URSS en una superpotencia imperialista, en uno de los puntales del campo imperialista.

La agudeza del conflicto que se planteó en el Partido esta relacionada con lo que allí estaba en juego y no con el «mal genio» de Stalin, su «rudeza» o «intransigencia». Las raíces de la lucha fueron políticas e ideológicas y no «psicológicas», debidas a las características personales de éste o de aquél.

En su entrevista a Emil Ludwig, Stalin dijo: «... Cuando los bolcheviques llegaron al poder eran débiles e indulgentes con sus enemigos. Mencheviques y Socialistas Revolucionarios tenían ambos su periódico; hasta el partido de los cadetes tenía sus órganos de prensa. Cuando el viejo general Krasnov marchaba sobre Leningrado y le hicimos prisionero, debería haber sido fusilado en base a la ley marcial, por lo menos encarcelado. Nosotros le dejamos libre aceptando su palabra de honor. Más tarde nos dimos cuenta de que de esta forma debilitábamos a nuestro régimen. Habíamos comenzado con un gran error: la tolerancia hacia esta gente constituía un delito en contra de las clases trabajadoras. Reconocimos que había  que actuar con severidad y dureza...».

En realidad, bastante antes de la muerte de Lenin, el Partido se dio cuenta claramente de que la lucha contra la burguesía no se había  acabado. Más tarde el mismo Lenin formuló el principio de que esta lucha se agudizaba cada vez más a medida que se consolidaba en todos los órdenes el poder del proletariado. Lo que resultó perfectamente claro además es que no se trataba solamente de una lucha en contra de errores y desviaciones, sino que su esencia era la de una lucha en contra de la burguesía y del imperialismo, en contra de los intentos de restauración del capitalismo en la URSS.

La «oposición» acabó evolucionando según esta lógica. Los «errores» y desviaciones ideológicas acabaron desembocando en una abierta alianza entre el imperialismo internacional y el «bloque». El imperialismo apoyaba a los «oposicionistas» con el fin de debilitar a la URSS y los oposicionistas acabaron buscando el apoyo de las distintas camarillas reaccionarias internacionales para «acabar con Stalin». El resultado fue la completa degeneración de la «oposición» en una camarilla antisocialista, de traidores al marxismo-leninismo y de agentes del imperialismo.

Stalin, en todo momento, trató, apoyándose en el Partido, en el espíritu de Partido, en la crítica y la autocrítica, de salvar a los distintos miembros de la «oposición»; de atraerlos a las posiciones correctas y al trabajo constructivo, al Partido, y en muchos casos tuvo éxito. Pero fue implacable en su defensa del socialismo y en ningún momento perdió de vista que estaba en juego el destino de la revolución en su país e incluso en el mundo entero.

Hoy, a la luz de la degeneración de la URSS, de sus terribles consecuencias a escala mundial, sobre la base de esta trágica experiencia, debemos estar aún más agradecidos a Stalin, al espíritu intransigente e intrépido con el cual, hasta el último momento, defendió el socialismo y la revolución proletaria en contra de sus enemigos.

En su «Stalin» el conocido escritor francés Henri Barbusse, poco después de haber conocido a Stalin en el Kremlin, hizo de él la siguiente descripción: «Se sube al piso que tiene visillos blancos. Estas tres ventanas son las de la vivienda de Stalin. En el reducido vestíbulo tropiézase uno con un capotón de soldado colgado bajo una gorra. Hay tres habitaciones, más un comedor. Las habitaciones son sencillas, como las de un hotel -decoroso- de segundo orden. El comedor es de forma ovalada y en él se sirve una comida que traen de un restaurante o que prepara una sirvienta... Un chiquillo juega en el local. El hijo mayor, Jascheka, duerme por la noche en el comedor, en un diván que se transforma en cama. El hijo menor en un pequeño reducto que se abre allí a manera de alcoba.

Terminada la comida, el hombre fuma su pipa junto a la ventana, sentado en un sillón cualquiera. Siempre viste lo mismo. ¿De uniforme? Seria macho decir. Es más bien una evocación de uniforme, simplificación del indumento de un soldado raso: botas altas, y pantalón y guerrera de color caqui. Repasa uno la memoria, pero no, nunca le ha visto de otro modo, a no ser en verano, de blanco. Gana al mes los escasos cientos de rublos que constituyen el exiguo sueldo máximo de los funcionarios del Partido Comunista».

Desde estas sencillas habitaciones del Kremlin a partir de 1927 y durante los años 30 el hombre que allí habitaba dirigió la más colosal transformación social y económica que jamás la historia había  conocido. El XV Congreso había  tomado la decisión de lanzar el Primer Plan Quinquenal. Se trataba de una inversión de 64.400 millones de rublos en la industrie, la agricultura y los transportes. Pero esa cifra de por si no refleja cabalmente la magnitud de las transformaciones planteadas. Se trataba de transformar en el plazo de cinco años a un país atrasado, esencialmente agrícola (atrasado también en el plano agrícola), con una industria escasa, anticuada y mal distribuida, en un país moderno, industrial; se trataba de construir literalmente desde la nada, ramas enteras de la producción; se necesitaba equiparlo con la base técnica necesaria para esta transformación; se trataba de colectivizar la agricultura y proporcionarle los instrumentos técnicos necesarios para ello; se trataba de hacer todo esto absolutamente sin ninguna ayuda del exterior, basándose en las propias fuerzas.

¿Se trataba de un milagro? ¿De un desesperado esfuerzo voluntarista con el cual se pretendía obtener en pocos años lo que el mundo capitalista había  alcanzado a través de decenios? No se trataba de eso. Se trataba de una confianza total, pero lúcida, en la absoluta superioridad del sistema socialista sobre el capitalista, con la seguridad de que a través de una movilización consciente, centralizada, armónica de los hombres y de los recursos, la URSS podrá alcanzar un poderío económico comparable al de los países industriales, y ello sin explotar ni saquear a otros pueblos como  habían hecho los países capitalistas. Y se trataba de alcanzar tales índices sobre la base de la construcción del socialismo, es decir, liquidando las bases explotadoras, desarrollando el bienestar general, garantizando el poder del proletariado y su alianza con las grandes masa campesinas.

El primer Plan Quinquenal se cumplió en cuatro años. Veamos algunas cifras: en esos cuatro años la URSS se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo (después de los Estados Unidos) En 1934 (con respecto a 1928) la producción nacional se había  triplicado. El peso de la industria en la producción global había  pasado del 48 por 100 al 70 por 100. Entre 1928 y 1932 se crearon las siguientes ramas industriales de la producción que antes no existían: siderurgia, tractores, automóviles, máquinas herramientas, industria química, aeronáutica. La participación del sector socialista en la producción industrial global alcanzó el 99,93 por 100. La renta nacional aumentó en un 85 por 100. El monto total de salarios de 8.000 a 30.000 millones de rublos. El número de obreros de 9.500.000 a casi 14 millones. El paro fue aniquilado.

La revista Norteamérica «The Nation» escribía en 1932: «El rostro del país se transforma literalmente, al punto de ser hoy irreconocible. Esto es cierto en lo que se refiere a Moscú con sus centenares de calles y avenidas recientemente asfaltadas, con sus nuevos edificios, sus barrios y un cinturón de nuevas fábricas en la periferia. Es también cierto en lo que se refiere a las ciudades menos importantes. Nuevas ciudades han surgido en las estepas y en los desiertos, y no unas pocas, sino por lo menos cincuenta, con una población de 50.000 a 250.000 habitantes. Todas ellas han surgido en los últimos cuatro años, y cada una es el centro de una nueva empresa o de una serie de empresas construidas para la explotación de las riquezas naturales del país. Centenares de nuevas centrales eléctricas locales y algunas gigantescas, como la central eléctrica del Dnieper convierten en realidad la fórmula de Lenin «El socialismo es el poder soviético más la electrificación»... La Unión Soviética ha organizado la producción en serie de un número de objetos que Rusia antes jamás había  producido: tractores, segadoras-trilladoras, aceros extrafinos, caucho sintético, rodamientos, motores Diesel, turbinas de más de 50.000 kilowatios, material telefónico, máquinas eléctricas para la minería, aviones, automóviles, bicicletas y centenares de nuevas máquinas... Por primera vez en su historia Rusia produce aluminio, magnetitas, apatitas, yodo, potasa y muchos otros productos. Los puntos de referencia en las llanuras soviéticas ya no eran las cruces y las cúpulas de las iglesias, sino los elevadores de trigo y las torres de los silos. Los koljoses construyen establos, casas. Los obreros aprenden a trabajar con las máquinas más modernas».

En el campo, las grandes transformaciones estuvieron marcadas por la colectivización y la lucha contra los kulaks. Se pasó de la política de limitación de los kulaks, a su liquidación como clase. Se procedió a confiscar el trigo que los kulaks se negaban a entregar garantizando a los campesinos pobres el 25 por 100 del trigo confiscado. En los años de 1929-30, se había  producido la adhesión masiva de los campesinos y los koljoses.

«Los campesinos acudían en masa a los sovjoses y las estaciones de máquinas y tractores, veían cómo trabajaban éstos y las máquinas agrícolas, manifestaban su entusiasmo y decidían allí mismo ingresar en los koljoses» («Historia del PC (b) de la URSS» Ed. cit. pág. 380)

Este movimiento de masas permitió liquidar a los kulaks como clase, expropiándoles y pasando sus medios de producción a los koljoses. Haciendo el balance del Primer Plan Quinquenal, Stalin podía anunciar que se  habían organizado más de 200.000 granjas colectivas y que la superficie sembrada había  aumentado en 21.000.000 de hectáreas. El dato más importante era sin embargo el siguiente: los koljoses comprendían más del 70 por 100 de las tierras de los campesinos. La batalla para la colectivización de la agricultura se había  ganado. La producción colectiva había  desplazado a un segundo plano a la producción individual.

Stalin se preocupó mucho de que la campaña de colectivización se basara en la alianza obrero-campesina, es decir, que esta campaña consistiera en atraer a los campesinos pobres y medios, a la producción colectiva. Hablando de los campesinos medios, Lenin había  dicho: «En primer lugar debemos basarnos sobre esta verdad: que aquí con los métodos violentos no es posible en sustancia obtener nada... Aquí actuar con la violencia quiere decir arruinarlo todo. Nada más insensato que la idea misma de aplicar la violencia en la esfera de las relaciones económicas del campesino medio». Lenin observaba que el campesino medio representa un estrato de muchos millones, y que era absolutamente necesario ganarle para la causa del socialismo. Como ya hemos observado esta cuestión había  constituido uno de los mayores puntos de desacuerdo con los trotskistas. En 1930, ante la aparición de graves errores que consistían esencialmente en un intento de forzar los ritmos de la colectivización a través de medidas burocráticas y acudiendo incluso a medidas violentas contra los campesinos, Stalin publicó algunos escritos de gran importancia». En ellos Stalin insistía en que, en ningún caso, podía admitirse la violencia en contra de los campesinos medios, que no se podían confundir los aliados con el enemigo de clase, que había  que tener en cuenta la diversidad de condiciones en las distintas regiones de la URSS y que había  que realizar la colectivización en intima ligazón con las masas. Por ello Stalin afirma que, al crear los koljoses, había  que basarse en la forma del artel (en la cual se colectivizaban los principales medios de producción pero no el terreno alrededor de la casa, las casas de habitación y parte del ganado) respecto a la comuna.

A pesar de estos errores, el Plan Quinquenal había  determinado, también en la agricultura, una transformación completa de los métodos de producción y de las condiciones de vida de los campesinos. El Parque de Tractores había  pasado de 34.000 tractores en 1929 a 204.000 en 1933. En 1930 había  7 trilladoras; en 1932 había  11.500 En 1930 había  100 talleres de reparación para maquinaria agrícola, en 1932 había  2.000. En 1930 los campesinos podían disponer de 200 camiones, en 1932 de 13.500. Estos resultados se  habían obtenido en una situación de cerco imperialista, creando literalmente desde la nada ramas enteras industriales. Ninguno de estos productos se producían en la URSS antes de 1930.

Este extraordinario desarrollo económico estuvo acompañado por un gran desarrollo y elevación de las condiciones de vida y culturales de los trabajadores. El salario medio subió de los 991 rublos en 1930 a los 1,519 en 1933 (manteniendo fijos los precios) En toda la industria se adoptó la jornada de 7 horas. El analfabetismo bajó del 33 por 100 al 10 por 100. Los alumnos de las escuelas pasaron de 14 millones a 26 millones. Los niños en guarderías de 800.000 a 6 millones. Los institutos superiores de 91 en 1814 a 600 en 1933. Los cines de 10.000 a 30.000. La tirada de periódicos de 12 millones de copias en 1929, a 36 millones en 1933.

El triunfo del Plan Quinquenal no fue un triunfo puramente técnico e industrial. Constituyó una gran victoria política del Partido encabezado por Stalin. En la lucha contra la derecha revisionista de Bujarin, la cuestión había  sido precisamente la siguiente: la derecha afirmaba que dado su atraso industrial, Rusia no podía respaldar con máquinas y medios técnicos la colectivización de la agricultura y que al mismo tiempo la agricultura atrasada de Rusia no podía proporcionar a los ciudadanos (a la industria) la producción suficiente para su desarrollo. Este era también el punto de vista de Trotski, el cual veía la única salida en la revolución socialista en los países más desarrollados y en la ayuda por parte de éstos. El Plan Quinquenal, demostró que esto no era cierto y que el control de los principales medios de producción, por parte del proletariado, podía permitir la construcción del socialismo sobre la base de la alianza obrero-campesina. El Plan Quinquenal significó la victoria en la práctica de la línea de la revolución ininterrumpida de Lenin formulada por primera vez en 1905 y en nombre de la cual en 1917 el Partido bolchevique había  realizado la victoriosa insurrección y Revolución de Octubre.

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5 : Un pund corresponde a 16,38 Kgs

 
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