" Proletarios de todos los países uníos "  
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Manifiesto del Partido Comunista
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PREFACIO A LA EDICION ALEMANA
  DE 1890[22]

    En el tiempo transcurrido desde que fue escrito lo que precede[23] , se ha hecho imprescindible una nueva edición alemana del Manifiesto, e interesa recordar aquí los acontecimientos con él relacionados.

    Una segunda traduccin rusa -- debida a Vera Zasulich -- apareció en Ginebra en 1882; Marx y yo redactamos el prefacio. Desgraciadamente, he perdido el manuscrito alemán original [24] , y debo retraducir del ruso, lo que no es de ningún beneficio para el texto. Dice :

    "La primera edición rusa del 'Manifiesto del Partido Comunista', traducido por Bakunin, fue hecha a principios de la decada del 60 en la imprenta del Kólokol. En aquel tiempo, una edición rusa de esta obsa podía parecer al Occidente tan sólo una curiosidad literaria. Hoy, semejante concepto sería imposible. Cuán reducído era el terreno de acción del movimiento proletario en los primeros momentos de la publicación del Manifiesto (enero de 1848) lo demuestra mejor que nada el último capítulo del Manifiesto : Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición. Rusia y los Estados Unidos, precisamente, no fueron men cionados aquí. Era el momento en que Rusia formaba la última gran reserva de la reacción europea y en que la emigración a los Estados Unidos absorbía el exceso de fuerzas del proletariado de Europa. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de su producción industrial. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden social en Europa.

    ¡Cuán cambiado esta todo hoy! Precisamente la emigración europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya competencia con mueve los cimientos mismos de la grande y la pequeña propiedad territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a los Estados Unidos, la posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales, con tal energia y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con el monopolio industrial de la Europa occidental. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria sobre la misma Norteamérica. La pequeña y mediana propiedad agraria de los granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben gra dualmente ante la competencia de haciendas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto a una fabulosa concentracion de capitales.

    ¿Y ahora en Rusia? Al producirse la revolución de 1848-49, no sólo los monarcas de Europa, sino también la burguesía europea, veían en la intervención rusa el único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a tener conciencia de su propia fuerza. El zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gátchina, el prisionero de guerra de la revolución, y Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.

    El Manifiesto Comunista se propuso como tarea proclamar la desaparición proxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, vemos que al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta : ¿podría la comunidad rural rusa -- forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra -- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?

    La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente : si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podra servir de punto de partida a una evolución comunista.

CARLOS MARX     FEDERICO ENGELS  

 

Londres, 21 de enero de 1882."  

   


Una nueva traducción polaca apareció por aquella época en Ginebra : Manifest Kommunistyczny.

    Después ha aparecido una nueva traducción danesa en la "Socialdemokratisk Bibliothek, Kjöbenhavn 1885". Desgraciadamente, no es completa; algunos pasajes esenciales, al parecer por dificultades de traducción, han sido omitidos, y, en general, en algunos pasajes se notan señales de negligencia, tanto más lamentables cuanto que se ve por el resto que la traducción habría podido ser excelente con un poco más de cuidado por parte del traductor.

    En 1886 apareció una nueva traducción francesa en Le Socialiste de París; es hasta ahora la mejor.

    De ésta fue hecha una traducción al español, que se publicó en el mismo año, primero en El Socialista de Madrid y luego en un folleto : Manifiesto del Partido Comunista, por Carlos Marx y F. Engels. Madrid. Administración de El Socialista, Hernan Cortés, 8.

    A título de curiosidad diré que en 1887 fue ofrecido a un editor de Constantinopla el manuscrito de una traducción armenia; pero al buen hombre le faltó valor para imprimir un trabajo en el que figuraba el nombre de Marx, y pensó que sería preferible que el traductor apareciese como autor; lo que el traductor se negó a hacer.

    Después de haberse reimprimido diferentes veces en Inglaterra ciertas traducciones norteaméricanas más o menos inexactas, apareció por fin, en 1888, una traducción autentica. Esta es debida a mi amigo Samuel Moore, y ha sido revisada por los dos antes de su impresión. Lleva por título : Manifesto of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels. Authorized English Translation, edited and annotated by Frederick Engels. 1888, London, William Reeves, 185 Fleet st. E. C. He reproducido en la presente edición algunas notas escritas por mi para esta traducción inglesa.

    El Manifiesto tiene su historia propia. Recibido con entusiasmo en el momento de su aparición por la entonces poco numerosa vanguardia del socialismo cientifico (como lo prueban las traducciones citadas en el primer prefacio), fue pronto relegado a segundo plano a causa de la reacción que siguió a la derrota de los obreros Parísinos, en junio de 1848, y proscrito "de derecho" a consecuencia de la condena de los comunistas en Colonia, en noviembre de 1852. Y al desaparecer de la arena pública el movimiento obrero que se inició con la revolución de Febrero, el Manifiesto pasó también a segundo plano.

    Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuer~as suficientes para emprender un nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso ejército único a todas las fuerzas combativas de la clase obrera de Europa y America. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía tener un programa que no cerrara la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles, y a los lassalleanos alemanes*. Este programa -- el preámbulo de los Estatutos de la Internacional -- fue redactado por Marx con una maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habeian creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera. Y Marx tenía razón. La clase obrera de 1874, después de la disolución de la Internacional, era muy diferente de la de 1864, en el momento de su fundación. El proudhonismo en los países latinos y el lassalleanismo especifico en Alemania estaban en la agonía, e incluso las tradeuniones inglesas de entonces, ultraconser vadoras, se iban acercando poco a poco al momento en que el presidente de su Congreso de Swansea, en 1887, pudiera decir en su nombre : "El socialismo continental ya no nos asusta". Pero, en 1887, el socialismo continental era casi exclusivamente la teória formulada en el Manifiesto. Y así, la historia del Manifiesto refleja hasta cierto punto la historia del movimiento obrero moderno desde 1848. Actualmente es, sin duda, la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, el programa común de muchos millones de obreros de todos los países, desde Siberia hasta California.

    Y, sin embargo, cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847, se comprendía con el nombre de socialista a dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina. De otra parte, toda suerte de curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus va iadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo ai capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases "instruidas". En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a veces un poco tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico : en Francia, el "icario", de Cabet, y en Alemania, el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgues; el comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era precisamente lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sosteniamos muy decididamente el criterio de que "la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma", no pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.

    "¡Proletarios de todos los países, uníos!" Sólo algunas voces nos respondieron cuando lanzamos estas palabras por el mundo, hace ya cuarenta y dos anos, en visperas de la primera revolución Parísiense en que el proletariado actuo planteando sus propias reivindicaciones. Pero el 28 de septiembre de 1864 los proletarios de la mayoría de los países de la Europa occidental se unieron en la Asociación Internacional de los Trabajadores, de gloriosa memoria. Bien es cierto que la Internacional vivió tan sólo nueve años, pero la unión eterna que estableció entre los proletarios de todos los países vive todavía y subsiste más fuerte que nunca, y no hay mejor prueba de ello que la jornada de hoy.

Pues hoy, en el momento en que escribo estas lineas, el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por vez primera en un solo ejército, bajo la misma bandera y para un objetivo inmediato : la fijación legal de la jornada normal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París [25] . El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos.

    ¡Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos! F. ENGELS   Londres, 1 de mayo de 1890.

  * Personalmente Lassalle, en sus relaciones con nosotros, nos declaraba siempre que era un "discípulo" de Marx, y, como tal, se colocaba sin duda sobre el terreno del Manifiesto. Otra cosa sucedía con aquellos de sus partidarios que no pasaron más allá de su exigencia de cooperativas de producción con crédito del Estado y que dividieron a toda la clase trabajadora en obreros que contaban con la ayuda del Estado y obreros que sólo contaban con ellos mismos. (Nota de F. Fngels.)


 

 
K.Marx - F. Engels
Manifiesto del
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(1848)
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