La
sombra de Marulanda - Colombia
Desde Bogotá (4 millones de habitantes), bajo control del ejército y
la policía, a San Vicente del Caguán (21 mil habitantes), bajo control
de las FARC-EP, hay sólo una hora de vuelo en el avión Dornier 328 de
Satena, la única línea que llega hasta esa población del Departamento
del Caquetá, en los bordes del Amazonas.
Hay que agregar una parada de 15 minutos en Neiva,
una de las únicas dos ciudades de su país que conoce Manuel Marulanda,
comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército
del Pueblo (FARC-EP), la fuerza guerrillera más importante en la historia
de la lucha armada de América Latina.Marulanda, de 70 años, nunca ha
salido de su país y menos de las montañas, selvas y llanos que lo protegen
a él y a miles de combatientes bien armados y equipados. Marulanda se
inició en la lucha guerrillera hace 50 años. Hoy es la sombra precursora
de los cambios que se avecinan en Colombia. Es muy probable que la historia
lo reconozca como una de las grandes figuras de su país -y del continente-
si la lucha de las FARC-EP abre paso a las transformaciones sociales
que plantea su programa.En 1949 Marulanda -que entonces se llamaba Pedro
Antonio Marín-, y catorce primos suyos, campesinos y liberales como
él, se alzaron en armas en los alrededores de su poblado natal de Génova,
en el sur del Tolima. Era el período que en Colombia se conoce como
La Violencia (1948-53). Fue una guerra civil entre conservadores y liberales
que costó 200 mil muertos. La desató el asesinato en Bogotá del líder
liberal antioligárquico Jorge Eliécer Gaitán. El "bogotazo" que provocó
esa muerte se extendió como reguero de pólvora por todo el país. Colombia
casi no conoce los golpes de Estado comunes a América Latina. Pero su
historia está marcada por delirantes guerras civiles, masacres de campesinos
y obreros, asesinatos y atentados políticos donde la crueldad y el salvajismo
no tienen límites. A los 18 años Marulanda -o Marín- era un liberal
seguidor de Gaitán cuando se desató La Violencia. Trabajaba como pacífico
comerciante en un poblado llamado Ceilán que fue incendiado -y muchos
de sus pobladores baleados o pasados a cuchillo- por los conservadores.
En agosto del 49, Marulanda-Marín y sus 14 primos intentaron asaltar
Génova, en protesta por el ascenso al poder del conservador Laureano
Gómez. Su primera acción armada fue un fracaso pero significó su bautismo
en la guerrilla, forma de lucha -y también de sobrevivencia- que es
otra tradición colombiana. Marulanda se internó en el sur del Tolima
buscando al viejo Gerardo Loayza, un familiar suyo que dirigía una guerrilla.
Pero los Loayza no le hacían asco al bandolerismo y Marulanda formó
su propio grupo con unos 30 hombres que levantaron reivindicaciones
campesinas. Hasta entonces las guerrillas colombianas tenían prácticas
más bien sedentarias, salvo cuando se veían obligadas a huir del ejército
y la policía. Marulanda, por el contrario, adelantándose a lo que sería
la experiencia cubana de Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio, descrita
-y aplicada- por el Che Guevara, utilizó lo que ha sido esencial y constante
en su táctica: la movilidad permanente, o sea la regla guerrillera del
"muerde y huye". Una violación de esa táctica fue la llamada "República
Independiente de Marquetalia" que por lo tanto fracasó a comienzos de
los 60. A esa altura Marulanda -que ya era conocido también como "Tirofijo"-
había fusionado su guerrilla con las del Partido Comunista. Así, en
1964 surgieron las FARC -que sólo eran siete destacamentos con 80 a
100 hombres, más unos 400 campesinos mal armados, resto de la experiencia
de autodefensa de Riochiquito-. Hoy las FARC-EP pueden tener, quizás,
unos 15 mil combatientes -hombres y mujeres-, bien armados y entrenados.
La inteligencia militar colombiana -según sus conveniencias- hace oscilar
esa cifra entre 6 mil y 30 mil. Las FARC, por su parte, guardan silencio.
Pero lo cierto es que esta fuerza militar -que al mismo tiempo es un
partido marxista-leninista (y bolivariano), que ha reemplazado al envejecido
y desgastado PC-, controla casi la mitad del territorio colombiano (de
1.140.000 kms.2 y 37 millones y medio de habitantes). Esto sin contar
las zonas bajo control del también importante Ejército de Liberación
Nacional (ELN), de origen guevarista, sobre todo en la frontera con
Venezuela, y del Ejército Popular de Liberación (EPL), una fuerza menor
de origen maoísta. Esta realidad ha impuesto al gobierno del presidente
conservador Andrés Pastrana la necesidad de abrir el diálogo con las
fuerzas insurgentes. Sin embargo, tanto para Washington como para el
ejército colombiano, estrechos aliados desde la guerra de Corea cuando
el ejército de Colombia le ahorró centenares de soldados muertos a EE.UU.,
son una "narcoguerrilla" fácil de derrotar por la intervención de una
"fuerza multilateral", donde los muertos los ponga la OEA. Pero hasta
ahora la mayoría de los gobiernos latinoamericanos rehusa dar luz verde
a esta pretensión imperialista.Entretanto, una encuesta de fines de
octubre de la firma Gallup y de la revista "Cambio" (propiedad del Premio
Nobel Gabriel García Márquez), señala que un 53% de los colombianos
cree que la guerrilla puede llegar a tomarse el poder. Aunque ese porcentaje
ha disminuido del 63% que en julio pensaba lo mismo, sigue siendo una
mayoría la que ve en la guerrilla, sobre todo en las FARC-EP, a una
fuerza tan poderosa como el Estado mismo. Y eso es evidente. Sólo en
las grandes ciudades colombianas domina el poder estatal aunque minado
por una enorme corrupción que tiene su fuente en el narcotráfico y en
sus fabulosos recursos. Existe temor generalizado a los secuestros -4
a 5 diarios- y a los excesos de una delincuencia agresiva que ha creado
la institución del "sicariato". Este facilita el crimen por encargo
-que no deja huellas de su origen- por 100 ó 200 dólares, lo que permite
las venganzas personales y la eliminación de molestos dirigentes sindicales,
periodistas, políticos e intelectuales disidentes o críticos. Muchos
de ellos, como el escritor Arturo Alape, respetado columnista de la
prensa y autor de una biografía de Marulanda, viven en estos días escondidos
para evitar una muerte violenta. En el trasfondo de una sociedad enferma
de temor también está la violencia del modelo económico-social. Sólo
el desempleo muestra una cifra superior al 20%, sin incluir el masivo
subempleo. Pastrana -que perdió la primera vuelta de las elecciones
del año pasado ante el liberal Horacio Serpa, que planteaba un programa
de corte socialdemócrata-, ganó la Presidencia de la República gracias
a una audaz apuesta por la paz. Un enviado suyo se entrevistó con el
comandante Marulanda y éste envió un claro mensaje al país, lo que permitió
a Pastrana ganar la segunda vuelta. El presidente electo, acto seguido,
fue a entrevistarse con el jefe guerrillero y logró imponer al ejército
la desmilitarización (o "despeje") de cinco municipios que cubren un
área de 42 mil kms.2, donde la administración real -incluida una "policía
cívica" sin armas- la ejercen las FARC.En la "zona de despeje" se inició
el pasado 24 de octubre un diálogo que busca alcanzar la paz para los
colombianos, proceso que debería merecer el apoyo de toda América Latina
y del mundo. Desde 1980, cuando aumenta la intensidad de la guerra revolucionaria
y la actividad terrorista de las bandas paramilitares del ejército,
han perdido la vida no menos de 50 mil colombianos. Hoy existe en el
país una cautelosa esperanza. Pastrana no es el primer gobernante colombiano
que dice querer la paz. En La Uribe, donde ahora se inició el diálogo,
el presidente conservador Belisario Betancur firmó en 1984 un acuerdo
de paz con las FARC que no tardó en violar. Peor aún: en diciembre de
1990 ese mismo lugar fue bombardeado por orden del presidente liberal
César Gaviria, cuando las FARC esperaban a una comisión de paz del gobierno.
Todo esto hizo más simbólica la ceremonia de instalación de la mesa
de diálogo en La Uribe en presencia de las máximas autoridades civiles
del país. Junto con los comandantes de las FARC, encabezados por Raúl
Reyes, un ex dirigente sindical comunista, se pusieron respetuosamente
de pie para escuchar el himno de las FARC-EP después del himno nacional
de Colombia. El diálogo, sin embargo, recién ha empezado y la guerra
-fuera del "área de despeje"- continúa sin pausa. Las conversaciones
van para largo porque las FARC no sólo hablan de paz sino también de
justicia social, lo que incluye -en sus palabras- "la urgente revisión
y cambio del modelo económico neoliberal".Más de diez millones de colombianos
marcharon en todo el país ese día apoyando el proceso de paz. Entretanto,
en la ceremonia de instalación de la mesa de diálogo en La Uribe hubo
un asiento vacío: el del desconfiado Manuel Marulanda, guerrillero astuto
y escurridizo. Su muerte, que el ejército ha anunciado muchísimas veces,
podría precipitar a Colombia en un abismo sin retorno. Por eso Marulanda
es una sombra omnipresente. Se escurre, aparece y desaparece, desmintiendo
los rumores o abriendo paso a nuevas especulaciones.Detrás de esa sombra
tutelar de la lucha colombiana llegamos a San Vicente del Caguán, capital
de uno de los municipios más grandes del Caquetá. Pero Marulanda ya
se había esfumado. Tres días antes estaba por allí. Lo seguimos hasta
los Llanos del Yaire, a cinco horas en vehículo por un sendero polvoriento
y a trechos casi indomable. Cruzamos caseríos como Las Delicias, La
Machaca y La Sombra, famosos en la historia guerrillera de Colombia.
Pero de Marulanda nada. Al borde de la trocha: retenes de las FARC,
y entre los árboles, mimetizados guerrilleros -hombres y mujeres- vigilantes.
Pero Marulanda, el Viejo como le llaman sus hombres, siguió siendo sólo
una sombra para nosotros. Una sombra cargada de leyenda y de gloria.
Manuel Cabieses Donoso
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