Diana Blanco
y Norberto Bacher
Relación Vanguardia-Masa
en la Teoría del Partido Revolucionario
El tema de la construcción del partido ha generado con el devenir
histórico encendidas polémicas, confrontaciones y también acentuados reduccionismos,
instalándose como el gran desafío para los revolucionarios a lo largo de todo
el planeta. La batalla de Carlos Marx contra las visiones conspirativas de la
lucha social, que prevalecían en los grupos radicalizados de mediados del siglo
pasado, cobró cuerpo teórico en la elaboración del Manifiesto Comunista en 1848
conjuntamente con Federico Engels. En ese sentido, la comprensión de la revolución
como un proceso de masas es una de sus conclusiones fundamentales. Si bien en
la concepción de Marx el partido debía asumir las banderas históricas, no solo
las inmediatas de la clase trabajadora, V. I. Lenin avanzó en la teoría y llevó
a la práctica un partido capaz de conducir la lucha por el poder y llevar al
seno de la clase obrera la conciencia política revolucionaria; dos objetivos
que requieren para su conquista, la entrega y disciplina que sólo se puede pedir
a hombres de vanguardia, por eso Lenin elaboró y plasmó una organización de
vanguardia del proletariado. Pero sería un equívoco y una simplificación considerar,
como ha ocurrido de manera reiterada a partir de entonces, el concepto de vanguardia
como algo estático y permanente. Nada más ajeno a una perspectiva materialista
y dialéctica del análisis de la realidad y su transformación. La relación dialéctica
masas-vanguardia se cimenta y construye en un proceso colectivo nutrido en las
raíces sociales, históricas, culturales de cada pueblo e inscriptas en cada
etapa concreta del desarrollo de las relaciones de fuerzas entre las clases
a nivel mundial. La revolución rusa de 1917 motorizó la constitución de Partidos
Comunistas en el mundo que giraron, tanto en su línea política como en su acción
en el movimiento de masas, alrededor de la órbita soviética a la que tenían
como su punto de referencia. Así fue como se encolumnaron detrás del stalinismo
una vez que éste consolidara su hegemonía en la década del 30, luego de haber
volcado a su favor la conclusión de la feroz lucha interna desatada al interior
del Partido Comunista de la Unión Soviética y que significara el asesinato de
los máximos dirigentes de la revolución de octubre. El proceso de stalinización
implicó la formación, en cada partido, de un aparato dirigente jerarquizado,
burocrático y autoritario, vinculado férreamente en el plano orgánico, político
e ideológico, a la dirección soviética, que adoptaría fielmente todos los virajes
de su orientación internacional.
Los países del Tercer Mundo por su parte alumbraron con posterioridad a la Segunda
Guerra Mundial numerosos movimientos revolucionarios que alentaron la idea de
que era posible consumar revoluciones sin una clara dirección de clase. Desde
la perspectiva latinoamericana se conformaron direcciones revolucionarias que
condujeron procesos de transformación social atípicos (de acuerdo al esquema
de los Partidos comunistas existentes). El carácter de la revolución, la necesaria
unidad de los revolucionarios irrumpieron así como los nuevos debates y demandas
gestados al calor de la vida y experiencia concreta de los pueblos del continente.
Al triunfo de los cubanos en 1959 innumerables manifestaciones de lucha atravesaron
todos los países de América Latina. Nicaragua, El Salvador, la más reciente
creación del Partido de los Trabajadores en Brasil, diseñaron diferentes procesos
de enfrentamiento al poder del imperialismo. Pero también vigorizaron a partir
del análisis del curso seguido por cada situación en particular, el debate acerca
de la construcción del partido hoy en nuestras sociedades. La crisis de los
países del Este, la caída del muro de Berlín, la desagregación de la Unión Soviética,
socavaron los últimos cimientos de la burocratización stalinista, pero también
sembraron el escepticismo y la confusión entre los trabajadores y el pueblo,
innumerables cuadros y dirigentes políticos. Las corrientes de pensamiento presentadas
como expresión cabal de los nuevos tiempos hablan entonces del fin de una era,
de la pérdida de legitimidad de quienes aún adhieren a la estrategia leninista
de la toma del poder, la desactualización del modelo de partido vigente durante
casi un siglo. Estos nuevos tiempos parecen asumir con pragmatismo y certidumbre
que el capital y el imperialismo son imbatibles. Este artículo plantea la polémica
a estas diversas vertientes de pensamiento y asume claramente una posición:
la defensa del marxismo-leninismo, la afirmación de la idea del socialismo,
edificada por los revolucionarios del siglo pasado, plasmada en las luchas y
experiencias que recorrieron el siglo XX, que hoy, a los umbrales del nuevo,
sigue amasada en los millones de trabajadores y pueblos que perseveran en la
tarea inconclusa: el acceso a la libertad, igualdad, solidaridad. Más allá del
desarme moral y las confusiones no son los discursos sino la lucha social la
que dirime el curso de la historia, el combate contra el hambre y el sufrimiento
para conquistar el derecho a la vida y la alegría. Por eso nuestra decisión
de confrontar las armas melladas del capitalismo en todos los terrenos se expresa
en este caso en el de la lucha teórica, una instancia y un desafío que en este
momento crucial de la historia del mundo adquiere particular envergadura. La
Concepción Bolchevique del Partido Revolucionario La gran referencia histórica
de un partido que condujo una revolución socialista fue el Partido Bolchevique
dirigente de la revolución rusa y del esfuerzo de la III Internacional en sus
cinco primeros años para construir partidos comunistas revolucionarios de masas.
(1) Desde esta perspectiva teórica, un partido debe tener una amplia influencia
sobre las masas para ser capaz de conducir el proceso de transformación social
que significa la irrupción de las masas organizadas en la escena política. Un
partido no es revolucionario solo por adoptar un programa que rompa con el sistema
económico social imperante, sino por su capacidad de recoger las iniciativas
de las masas y promover en las mismas otras iniciativas que tengan plena incidencia
en la lucha de clases (campañas, movilizaciones, enfrentamientos en general).
La existencia de un partido revolucionario de masas es así un pre-requisito
para que la resolución de las crisis sociales cuando las clases dominantes ya
no pueden resolverlas, las resuelvan a su favor los explotados. Es así como
su carácter de masas surge entonces como una necesidad previa al de la crisis
revolucionaria. Pero la fuerza capaz de conducir una revolución socialista cuando
la cuestión del poder irrumpe y se coloca como prioridad del momento, debe ser
parte y haber probado su capacidad para encabezar las luchas del movimiento
de masas que la anteceden, en tal sentido no se conforma por el movimiento espontáneo
de la clase, sino que exige un esfuerzo consciente y constante en esa dirección.
En ese sentido se constituye como un partido de vanguardia que reúne al conjunto
más avanzado de la clase obrera y otros sectores explotados, que asume en su
práctica el esfuerzo por terminar con la dispersión política de todos los oprimidos,
afirma el irrestricto respeto por la democracia interna y la pluralidad y garantiza
la unidad de acción política contra la burguesía y el imperialismo. Su Programa
expresará el carácter internacionalista del Partido, resultado de su comprensión
del carácter mundial de la lucha de clases y la consiguiente inviabilidad de
la construcción del socialismo en un solo país. Esta idea de construcción del
partido revolucionario enraizada en la visión marxista-leninista ha sido objeto
de múltiples reduccionismos, deformaciones y ataques desde distintas vertientes
del mismo campo de la izquierda. Intentaremos desmistificar algunas falsas polarizaciones
como aquéllas que contraponen partido de masas-partido de cuadros como procesos
básicamente antitéticos. (2) La situación mundial actual, diferente a la de
principios de siglo por la aceleración de los desequilibrios, su extrema complejidad
y la profundidad de su crisis, que es la crisis del capitalismo, plantea que
a las puertas del siglo XXI el debate acerca del carácter y la naturaleza del
partido revolucionario requiere un esfuerzo de la memoria y revisar algunos
hechos históricos esenciales. Sobre las organizaciones políticas de masas del
movimiento obrero: Algunos datos históricos La reciente experiencia del Partido
de los Trabajadores brasileño es una punta de lanza en la trayectoria de reagrupamiento
y confluencia de la masa trabajadora y las fuerzas revolucionarias. Las características
de su conformación más allá de los rasgos específicos de la sociedad que lo
engendró, comparte elementos comunes a innumerables intentos de organización
política de los trabajadores en todo el mundo. Hay antecedentes en la trayectoria
histórica del proletariado. Ya la corriente orientada por Carlos Marx y Federico
Engels en Inglaterra, Fraternal Democrats, declarada comunista e internacionalista,
ingresó y participó de manera destacada en la primera organización política
de masas del proletariado inglés, el Partido Cartista. Los fundadores de la
teoría científica del socialismo, con una visión materialista de la organización
revolucionaria, marcaron siempre con trazo grueso el peligro de la degeneración
sectaria y utopista que ahoga invariablemente a los pequeños grupos aislados
de la acción de masas de los trabajadores. A la Liga Comunista de Alemania,
Marx le envió la siguiente circular: «Procuren establecer al lado de los demócratas
oficiales una organización independiente del partido obrero, al mismo tiempo
legal y secreta, y hacer de cada comunidad el centro y el núcleo de sociedades
obreras, en las cuales la actitud y los intereses del proletariado pueden ser
discutidos con independencia de las influencias burguesas. Es preciso, decía
Marx, adoptar lo antes posible una posición de partido independiente, (evitando
ser disuadidos por las bellas e hipócritas palabras de la pequeño burguesía
democrática), de la organización independiente del proletariado». Son innumerables
los ejemplos de esta conducta arraigada en el meollo teórico del marxismo. En
una carta a Sorge, Engels sostiene en 1886 que, «el primer paso a dar en todos
los países que recientemente hayan entrado en movimiento es la constitución
de los proletarios en partido obrero independiente, sin importar cómo, a condición
de que sea un partido obrero diferenciado de la burguesía. (..) Que el primer
programa de este partido sea confuso e incompleto es un inconveniente inevitable,
pero pasajero. Las masas deben tener tiempo y oportunidad para desarrollarse;
y esta oportunidad la tendrán en el momento en que posean un movimiento propio,
donde serán impulsadas por sus propios errores...» Desde esta línea de pensamiento,
que no fue ocasional, Marx y Engels alentaron enfáticamente en 1869, la formación
del partido obrero social-demócrata alemán, constituido a partir de la unión
de dos grupos, la Asociación General de Obreros Alemanes, originalmente liderada
por Fernando Lassalle y el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania (llamado
de Eisenach por haberse fundado en esa ciudad, en 1869) encabezado por Augusto
Bebel y Guillermo Liebnecht. Lo defendieron, aún discrepando profundamente con
muchos aspectos del programa adoptado. (3) Durante todo el período de la I Internacional
Marx estimuló que en cada país el proletariado se organizara independientemente
de la burguesía. En sus últimos años de vida, hacia 1893, Engels apoyó con entusiasmo
la formación del Partido Laborista independiente en Inglaterra. La II Internacional,
formada a fines del siglo pasado, representó la primera experiencia de partidos
de masa con una orientación, por lo menos en general, marxista y revolucionaria.
Hasta el año 1914 los reunió casi en su totalidad como así también en gran amplitud
al movimiento obrero organizado. Era indiscutiblemente un partido de la clase
obrera, pero no fue capaz de mantener el carácter revolucionario. Durante décadas
(1870-1914) los países imperialistas vivieron una situación de prosperidad del
sistema capitalista y en ese cuadro global, sus partidos se habituaron a obtener
progresivamente conquistas económicas y políticas para los trabajadores. Fue
así como gran parte de sus direcciones y aparatos fueron integrados paulatinamente
a los Estados burgueses. Con el inicio de la primera guerra Mundial en 1914
la mayoría de los partidos y organizaciones integrantes de la II Internacional
mudaron su naturaleza revolucionaria hacia una definición reformista. Cada partido
socialdemócrata (como se llamaban entonces) se alió a la burguesía de su propio
país y traicionó los lazos del internacionalismo proletario. Fue esa la razón
por la cual Lenin (junto a otros dirigentes) proclamó la muerte de la II Internacional
como expresión revolucionaria, denunció su falencia política e inició un trabajo
de reagrupamiento de los marxistas que habían mantenido firmes las posiciones
internacionalistas y revolucionarias. Este camino condujo (después de la victoria
de 1917) a la conformación de la III Internacional, la cual gestada después
del triunfo soviético reunió a la izquierda de los antiguos partidos de la II
Internacional, pero al nacer sustentada sobre todo en el prestigio y la esperanza
abierta por la conquista de los bolcheviques, su suerte estaría estrechamente
ligada al propio curso de la gesta de octubre. De ahí que el proceso de degeneración
burocrática de los años de Stalin precipitó su destrucción: su muerte como partido
quedó corroborada en 1933, cuando facilitó, sin lucha y ninguna reflexión crítica
posterior, el ascenso de Hitler al poder en Alemania, país que poseía el movimiento
obrero más poderoso del mundo. (4) Después de la emergencia de estos dos fenómenos,
(burocratización de la II y de la III Internacional) se consolidaron dos corrientes
reformistas hacia el interior del movimiento obrero; la social-democracia (de
la II) y el stalinismo (de la III burocratizada). Ambas instituyeron prácticas
de colaboración de clases y conciliación en el movimiento obrero y con estilos
diferentes y en distintos grados se opusieron a la revolución proletaria mundial.
Estas dos corrientes contribuyeron también a un gran número de derrotas de la
clase trabajadora, incluso la más sangrienta y terrible, el ascenso del nazismo.
Estas pérdidas (de las cuales es preciso subrayar la de mayor importancia histórica:
la expropiación política del proletariado soviético por la burocracia con la
consolidación del stalinismo) tuvieron un efecto devastador sobre el nivel de
conciencia de las masas, en especial en su confianza en el futuro del socialismo.
La opresión vivida por los trabajadores en la Unión Soviética a partir de la
década del 30, motorizó el salto al vacío de las dudas, recelos y descreimientos.
Constatamos así que por todo un período histórico no han existido partidos revolucionarios
de masas en la gran mayoría de los países. Si tomamos en cuenta los movimientos
de liberación nacional y social victoriosos, desde la experiencia China a la
nicaragüense, sus propios procesos de constitución y desarrollo contrariaron
la orientación, análisis teórico y línea política implementada por las direcciones
burocratizadas y oportunistas, pero no pudieron a pesar de ello, solucionar
la crisis histórica de dirección del movimiento obrero en el mundo. En diversos
países de América Latina -entre ellos Argentina- tuvieron una importancia fundamental
corrientes burguesas populistas con base y arraigo de masas como el caso del
peronismo. La fuerza de esta ideología tuvo una consecuencia clara: la mayoría
de la clase obrera se encontró desprovista de un partido propio y sin la conciencia
de su necesidad. Algunas confusiones en torno a la experiencia Leninista Gran
parte de la vanguardia marxista formada bajo la influencia del stalinismo, y
paradojalmente también los grupos trotskystas que nacieron para oponerse a la
degeneración stalinista y en la mayoría de los casos evolucionaron hacia el
sectarismo extremo, adquirieron una visión estrecha del leninismo y a partir
de ahí, de la construcción de un partido revolucionario. Esta visión puede ser
resumida en la idea de que un pequeño núcleo de vanguardia puede llegar a construir
un partido capaz de dirigir un proceso revolucionario si es capaz de tener un
programa correcto, y de ir sumando uno a uno sus nuevos militantes. Pero en
verdad esta idea no está de acuerdo con el proceso constitutivo de ningún partido
revolucionario significativo y mucho menos con el proceso de formación del propio
partido Bolchevique. Ya el grupo de Plejanov Emancipación del Trabajo, pionero
en la introducción del marxismo en Rusia, encontró a lo largo de todo el país
decenas de iniciativas semi-espontáneas en lo que hace a la construcción de
un partido obrero. La instancia de construcción del Partido Obrero Social-demócrata
Ruso, el primer partido marxista de aquel país, fue en gran parte un proceso
de centralización de grupos pre-existentes. La lucha interna por la hegemonía
política culminó en la división entre mencheviques y bolcheviques. Cuando se
consumó la escisión definitiva (1912-14) en dos partidos, Lenin dio la lucha
para recomponer su unidad. Así, el partido Bolchevique se formó a partir de
una fracción dentro del POSDR, a través de un esfuerzo de centralización y clarificación
programática.
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